Helicóptero...
Es un caso mortificante de palabras que ocultan hechos. El ruido impide ver. Arrebatada por la retórica, la Argentina se esconde de lo que sucede, lo admite como natural. En el Gobierno, impera la visión cenital desde helicópteros o desde las altas torres de Puerto Madero. Se impone, por eso, caminar y mirar desde abajo. Observar de manera horizontal, ir a la fricción cotidiana con lo tangible. Escaparle al comentario cansino e impune. Para tomar apenas un ejemplo, caminar por las calles laterales (Carlos Pellegrini-Bernardo de Irigoyen y Cerrito-Lima) de la 9 de Julio, desde avenida Santa Fe hasta avenida Belgrano, ofrece resultados colosales.
No es una, de vez en cuando, o un puñado. No. Son
literalmente millares las octavillas de 7 cm x 9 cm que tapizan literalmente
calles, refugios, paredes, cortinas metálicas. Millares: digo millares, una
junto a la otra. Dicen: “Las mejores de la zona”.
“Hoteles-Privados-Domicilios”. “15-XXXX-XXXX”. “Viamonte XXX, XXº E”. “Promo
100” (pesos). La foto “100% real” de dos lolas enormes ilustra el volante.
“Xxxx, flaquita y re-dulce, mimosa y completita: XXXX-XXXX/XXXX-XXXX”. Sin
misterios, los prostíbulos porteños cuentan todo, dónde, qué y cuánto. La
entera ciudad está alfombrada de anuncios que revelan un negocio con aval
tácito del Ministerio de Seguridad, ¿o no es indispensable que la Policía
Federal esté asociada al negocio para que los prostíbulos subsistan y
proliferen? Tétrico: con una Presidenta y una ministra de Seguridad mujeres,
nunca hubo tanto auge de la prostitución en esta ciudad (ni que decir tiene lo
que sucede en ciudades de provincia).
Esta colosal oferta (no diré de “sexo”) es notable. Que una
ciudad exhiba de manera tan persistente y masiva la prostitución como actividad
dominante no habla (sólo) del “penoso” índice moral argentino, sino de una
sostenida indigencia social y económica. Millares de personas se ganan la vida
con su cuerpo en prósperos y aparentemente irreductibles prostíbulos porteños,
la foto más indesmentible del estado de las cosas.
Pero lo que acontece con los “puteros” no es episódico,
aislado ni extraño. En la misma caminata por la vida real, aguarda la presencia
avasalladora de otras marginalidades diferentes.
Cartoneros y manteros expresan, antes que nada, la
abnegación conmovedora de quienes no roban y se parten el lomo para subsistir,
trabajadores que sacan su sustento de la calle, cartoneros que abren y traban
las tapas de los contenedores del Gobierno de la Ciudad para vaciarlos
minuciosamente.
Resultado oprobioso: lo que la gente mete en los
contenedores se lo llevan los cartoneros. Es una especie de grotesco movimiento
a lo Penélope: deshacen de noche lo que se hace de día. No son “los” culpables,
al margen de que muchísimos de ellos sean crueles, insensibles y predatorios. En
esencia, son hijos de un país que excluye y empobrece, embrutece y tolera,
devalúa y condena. Hay que verlos trabajar en los montículos de mugre que sin
cesar se diseminan por la calles de Buenos Aires, con la ayuda intensa de una
población (de porteños e inmigrantes) que excreta impunemente sus residuos
cuando, como y donde quiere. Como “modelos” o “masajistas” en oferta, los
indomables ejércitos de cartoneros son la confesión de un fracaso.
Es lo que sucede con los incontables manteros que cubren las
veredas. En ese mismo trayecto, como en otras avenidas de la Ciudad, el
estallido de la oferta de películas en DVD truchos es imponente. Al igual que
prostitutas y cartoneros (no comparo ni equiparo éticamente ambas categorías;
prostituirse no es inevitable, tiene mucho de elección), los manteros también
son tropa esclava de mayoristas que no dan la cara. El régimen gobernante
tolera, convive y pacta con las posiciones dominantes en el negocio monstruoso
de la venta ilegal. ¿O acaso los “carritos” de la Costanera no son propiedad de
dos o tres peces gordos? Lo mismo pasa con otras franjas de marginalidad. Todo
está en poder de pocos, monopolios que no preocupan al nacional-populismo.
Capítulo singular de una indigencia social en aumento y cada
vez más ruidosa, la presencia apabullante de los manteros y su crecimiento
incesante revelan una ingobernable informalidad, condición de posibilidad de
una cruel explotación social. Bajo el dominio de un sombrío oligopolio que
pulveriza nociones básicas de derecho de propiedad, la instalación ya admitida
de legiones de los manteros y cartoneros en la zona metropolitana es una
irreversible privatización de lo público. Rompen bolsas de residuos y se llevan
lo que pueden vender, en explícito y condonado desprecio por lo que es de
todos. El daño deliberado de un cartonerismo abrumador desmiente explícitamente
la mentira oficial de la inclusión. ¿Inclusión? Venga, señora, bájese del
helicóptero, calce zapatos bajos y recorra la vida.
Lo que normativamente permite la presencia altanera y
ruidosa de los prostíbulos es una evidente protección policial, que reprime
absurdamente por derecha, para manejar negocios por izquierda desde las
comisarías. El peor de los mundos: prohíben para lucrar. En una sociedad
hipócrita donde las feministas se felicitan porque se ilegalizó el rubro 59 de
los clasificados de los diarios, montones de chicas andan por la calle,
pegamento en mano, sembrando octavillas que publicitan oferta de prostitución.
La rotunda expresividad de la anomia social evidenciada en
la calle contrasta con la ofuscada y estéril retórica cotidiana. El Gobierno
habla de “piquetazos”, pero un piquete explícitamente bancado por Néstor
Kirchner clausuró la frontera internacional con Uruguay en Gualeguaychú del 20
de noviembre de 2006 al 19 de junio de 2010 (tres años y siete meses).
Reabierto ese puente cerrado por la Argentina, nada cambió y la pastera sigue
en Fray Bentos. Diez días eternos estuvo cerrado el subterráneo de Buenos
Aires, cuyos trabajadores tienen una conducción compartida por kirchneristas e
izquierda radicalizada. No hubo servicio del 3 al 13 de agosto, cuando
terminaron aceptando un discreto paquete de mejoras laborales. Desde el sábado
3 al martes 6 de noviembre, 96 horas nauseabundas, una huelga en la Ceamse dejó
la zona metropolitana sin recolección de residuos. Así como comenzó, terminó,
sin que se sepa bien qué pasó y por qué levantaron la medida. Evidente
constatación de la certeza de St. Exupéry: en la Argentina, lo esencial es
invisible a los ojos.