“La política se piensa
a partir de la corrupción”...
El sociólogo Sebastián
Pereyra explica el derrotero corrupto del país en la década del 90. Aquí,
alerta sobre las generalizaciones que se hacen en este terreno y habla del
papel de los periodistas.
Como un rumor que lo sobrevuela todo y se instala
con fuerza de realidad. Poderoso, capaz de degradar la moral de los políticos a
fuerza de escándalos y denuncias, asentadas y divulgadas tanto por el
periodismo como por funcionarios (opositores y oficialistas) y miembros de ONG.
Con esta lógica comenzó a instalarse el problema de la corrupción en nuestro
país durante los años noventa, y son estás dinámicas las que preocupan al
especialista en ciencia política y doctor en sociología, Sebastián Pereyra. En
su reciente libro Política y transparencia, la corrupción como problema
público (Siglo Veintiuno Editores) el autor indaga en las
continuidades y rupturas de procesos paralelos y convergentes que explican la
centralidad y el abordaje de la temática, desde su génesis y hasta 2001.
A la vez que abre un interrogante que interpela:
“¿por qué dar por sentado que nuestro país es altamente corrupto si al mirar
los datos concretos, los que se desprenden de las prácticas poco honestas, la
cantidad es mucho más baja que la percepción que se tiene de las mismas?”. En
opinión del especialista, que además es profesor de la Universidad Nacional de
San Martín, “la corrupción se volvió un modo central a partir del cual se
piensa la política”. Una idea de corrupción que tiende a sintetizar una suma de
problemas que fueron surgiendo en los últimos veinte años en términos de
representación política y a vincularlo casi exclusivamente con el estatus moral
de quienes ejercen funciones o cargos en el gobierno. “Cuando en realidad
evocan a un conjunto de malestares de la democracia frente a otros que han
perdido centralidad. Muchos grupos o actores sociales y ciudadanos que sienten
ajenidad con la política utilizan la palabra ‘corrupción’ para nombrar esa
distancia”.
Pensada la política como problema moral,
¿hay ciertos tipos de conducta que generan mayor controversia social?
No. Más bien lo que se puede pensar, es el modo
en el que algunos aspectos particulares de las denuncias de corrupción tienden
a operar en momentos de dificultad económica, específicamente si afectan a
ciertos sectores en particular. Por ejemplo, en ciertos momentos de crisis, el
de enriquecimiento ilícito tiende a prevalecer sobre otros. Como si se esperara
que la clase política sea solidaria con los problemas que afectan a ciertos
sectores. También hay un tipo de público más afín a los escándalos de
corrupción. Es interesante ver porqué ciertos sectores tienden a priorizar la
corrupción como un problema y a elegir el vocabulario de la corrupción para
pensar la política.
Por eso usted no se siente cómodo con la
inclusión del tema como “problema global”…
Sí, porque a veces lo que llamamos problemas
globales, aparecen aislados de su correlato ideológico. Yo no estoy tan de
acuerdo con esa idea: la corrupción (que después de la caída del Muro, los
países occidentales centrales han tomado como uno de los más importantes a
nivel internacional) aparece como un problema global cuando en realidad es un
punto de vista y una mirada que tiende a pensar el funcionamiento democrático basado
en una serie de reglas. Estableciendo así, una cierta mirada sobre cómo debe
ser el funcionamiento democrático y tendiendo un correlato con el libre mercado
y el no intervencionismo estatal.
A pesar de que una de las conclusiones a
las que usted arriba es que no puede hablarse de una relación directa entre
centralidad del Estado y corrupción, ni entre neoliberalismo y corrupción.
Exactamente. Hay una idea heredada de los 90 que
está muy presente en la sociedad: sospechamos de la intervención estatal como
una forma directa o indirecta de corrupción, y el tema aparece recurrentemente
cuando discutimos el rol del Estado. De hecho una de las claves por las que el
menemismo decía que era fundamental avanzar en grandes e importantes reformas
estatales era por ese preconcepto. Había que retirar al Estado para dejar
operar al mercado. En Argentina se pasó de una situación de alta regulación e
intervención del Estado, que se dio hasta mediados de los 70 a lo que ocurrió a
fines de los 90, cuando la intervención disminuyó notablemente. Sin embargo, la
percepción sobre la corrupción en general no disminuyó, ni en uno ni en otro
modelo.
Pese a que su trabajo no analiza la
coyuntura actual, ¿es posible rastrear elementos recurrentes entre los
escándalos del noventa, y los aparecidos en los medios en los últimos meses?
Escándalos y denuncias hubo siempre. Pero incluso
ahora, cuando los escándalos recuperan cierta productividad política, hay
varias diferencias con los de los 90. Una es el rol de la prensa o de los periodistas
en relación a ellos. Para que un escándalo sea productivo el denunciante tiene
que lograr ese lugar de neutralidad, en términos de representación de la
opinión pública, que ahora, o después de 2001, aparece seriamente cuestionado o
transformado. El otro elemento, es que a partir del 2001 y diría hasta el caso
Ciccone los escándalos fueron de resolución más rápida en los 90.
¿Y qué particularidades encuentra en
comparación con la lógica de los escándalos de corrupción en otros países?
En Francia e Italia se observa que éstos surgen
como consecuencia de una investigación judicial previa, mientras que aquí es al
revés: jueces y fiscales actúan en función de lo que aparece en la prensa. Lo
cual es un problema porque no es lo mismo lo que cuenta como prueba en un
escándalo (que se centra en la evaluación moral de determinado personaje) que
en un caso judicial, en el que se debe probar un delito.
Tal como usted relata en su libro, para
que el periodismo opere como custodio de la transparencia y referente de la
opinión pública necesita credibilidad, ¿cuál es entonces el rol que les toca a
estos profesionales?
Entiendo que entre la aspiración a la neutralidad
y la representación de la opinión pública, el escenario más típico de los 90 y
el modo del ejercicio de la profesión partidizada o segmentada políticamente,
hay matices. Yo tengo la sensación de que la profesión periodística tiene mucho
para ganar en el medio de los dos escenarios (el de los 90 y el actual), si es
que no pretende ser la portavoz de la opinión pública en un sentido global, y
en cambio busca clarificar y sincerar sus puntos de vista. Es decir entre la
sobreactuación de la neutralidad política y la toma de posición política me
parece que se desdibuja el modo en el que la profesión periodística genera
legitimidad. Se producen picos de representación o legitimidad sobre públicos
muy segmentados: consumidores o no de escándalos.
A pesar de que el periodismo de
investigación estuvo ligado desde sus inicios a la crítica y a la denuncia de
la corrupción…
Sí, pero ese rasgo no define el modo en el que
los periodistas intervienen en cada caso de corrupción. No es lo mismo que
solamente apuesten su credibilidad para sostener una denuncia a que lo hagan
con una investigación previa detrás, con pruebas. Lo que ocurre es que en los
escándalos se juega un proceso paralelo: la degradación del denunciado redunda
en la exaltación del denunciante. Así, si el denunciante no logra la
degradación del denunciado pone en juego su propio reconocimiento social.
© Escrito
por Martina Menzio el viernes 05/07/2013 y publicado en la Revista Ñ de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.