Volver. Carta abierta de un “Quemero” a
un “Cuervo”…
Un Hincha de Huracán deja de lado la
rivalidad y se alegra por la vuelta de San Lorenzo a Boedo. Entonces va y se
mete, se infiltra, como el que sabe que no tiene que estar ahí, pero aun así no
puede evitarlo. Escribe Marcelo Guaglianone.
“Yo adivino el parpadeo de las luces
que a lo lejos van marcando mi retorno…”
© Escrito por Marcelo Guaglianone el jueves 05/12/2019 y publicado por LÁSTIMA A NADIE, MAESTRO en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
Y, sí.
Volviste una noche.
Vos sabés que vivo cerca, casi pegado a
tu casa, y ayer armaste un lindo lío, de los grandes, de esos que jamás se
olvidan.
Y como los regresos nunca son como las
despedidas, anoche había mil veces más gente esperándote que la tarde que te
fuiste.
Porque estaban todos: los bisabuelos,
los abuelos, los hijos, los nietos, los amigos, los primos… no
faltaba nadie, ¡y claro! ¡Casi 40 años pasaron viejo! Mucho tiempo.
Mirá, te voy a contar un secreto. Por
favor te pido, no se lo cuentes a nadie. Era tanto el alboroto en el
barrio, que salí de casa y me fui a ver qué pasaba. Casi ni escuchar la tele se
podía. Caminé algunas cuadras y, casi sin querer, me encontré en medio de la
fiesta. ¡Te juro que nunca quise ser parte de eso, ni loco! Por respeto viste,
esas cosas son muy íntimas… qué se yo…
Pero ahí estaba, como uno más, y
reconocí viejos rostros, que de tanta emoción que tenían por verte volver a
casa, miraban sin ver. Estaban idos, como hipnotizados.
Me sonó en la mente “la vieja calle
donde me cobijo, tuya es su vida, tuyo es su querer”… ¡ese tango encajaba
perfecto!
Seguí por Inclán, tratando de apartarme
del quilombo porque, te repito, a mí no me correspondía estar allí, pero era
más fuerte que yo.
No sé…
Y a medida que avanzaba por ese túnel
del tiempo, entendí todo. Todo.
Vi a lo lejos un tipo llorando,
igualito al tío Andrés, el primo hermano de mi abuela, que con su bigote bien
recortado siempre me hablaba de vos. Y me pateaba penales en el patio del
antiguo caserón con una pelota “pulpo” marrón, en la casa de la calle Guayaquil,
ahí en Primera Junta.
Me invadieron los recuerdos. Volví a
ver a Isidoro, uno de los dos mellizos, “los canosos” de la barrabrava Cuerva…
¡cómo lo quise a ese pibe! Cosas de la juventud, yo también fui un Quemero
picante en la cancha. Y, cosas también del destino, resulta que Isidoro se fue
una tarde en mis brazos, en el hospital Ramos Mejía. Lo vi cerrar sus ojos,
mientras lo abrazaba en mi pecho, como queriendo contagiarle mi vida.
Lo vi a mi amigo el Búfalo, abrazado
con su hijo Lauti, sacándose fotos con todos los parientes, ¡ja... ja... ja...!
Recordé la delicada pluma de Fabián,
periodista azulgrana exquisito, garabateando desde Mendoza sus emociones
profundas como el mar.
Y supe que sos parte de mi más linda
historia.
De mi infancia, de mis alegrías y mis
dolores, parte de mí ser.
Me di cuenta que todo lo que a vos te
acontezca, a mí me toca. Son muchos años jugando juntos.
Perdoname si en algún momento me alegré
con tu desgracia. Hoy entiendo que eso es de mediocres. Yo te perdono tu
altivez hacia mi pobreza, sabés que nunca nos sobró nada.
Pero todo está como era entonces, en
paz.
Volviste al barrio, y me alegro de
corazón.
Hasta se me piantó una lágrima al ver a
los viejos con los pibes, aplaudiendo tu retorno.
Me gustan los reencuentros. Me pareció
ver al vasco Lángara, entre la multitud, al tucumano Albretch y el cordero
Telch.
Te saludan Tucho Méndez y el loco René.
Masantonio y Manzi también… ¡y Ringo!
Ya tengo ganas de volver a jugar en el
patio de tu casa… en la Ciudad
¡Abrazo, viejo ciclón de Boedo!