Galtieri: el general argentino
que nunca peleó en una guerra…
plazademayo.com reproduce esta
entrevista realizada por la periodista italiana Oriana Fallaci a Leopoldo
Galtieri durante los primeros días de junio de 1982.
Oriana Fallaci: -Presidente
Galtieri cuando usted piensa en lo que ha hecho, y aludo a los centenares de
jóvenes que han muerto, a los centenares que morirán todavía, y aludo también
al nuevo detonador de la tercera guerra mundial que se ha encendido en esta
parte del planeta; como si no fuesen suficientes el Oriente Medio y el Golfo
Pérsico también tenemos el Atlántico Sur, dígame: ¿Nunca se pregunta a sí mismo
si valía la pena? ¿Nunca se dijo “a lo mejor he cometido un error”? ¿Usted no
se arrepiente jamás?
Leopoldo Galtieri: -No, señora
periodista.
O.F. -¿No? Sin embargo, no me
parece que usted tenga muchos motivos para estar satisfecho. No obstante las
consignas triunfalistas y eslóganes que propala la televisión argentina,
“Venceremos”, “Vamos a vencer”, “Estamos por ganar”, las islas están prácticamente
de vuelta en manos de los británicos y ha llegado el momento de tener en cuenta
la palabra que aquí nadie quiere pronunciar: la palabra derrota.
L.G. -No señora periodista. Las
Malvinas no han regresado a manos de los británicos. Los británicos todavía
tienen que capturarlas y el resultado de la batalla que tendrá lugar en Puerto
Argentino no es tan seguro como usted cree. Yo soy mucho más optimista que
usted. Sin embargo, aunque cayera Puerto Argentino, como afirma usted, no me
preguntaría si valió la pena haberlo hecho y todavía menos pensaría que cometí
un error. ¿Recuerda cuando en la Segunda Guerra Mundial los ingleses fueron
derrotados en Dunkerke? Bien, en 1945 estaban en Berlín. En otras palabras, ni
aun la caída de Puerto Argentino significaría el fin del conflicto y nuestra
derrota. Por lo tanto, ni en un caso así me sentiría arrepentido. De hecho no
soy el único que cree que lo que hicimos el 2 de abril era lo correcto. Todo el
pueblo argentino lo cree.
Señora periodista, durante 149 años
los argentinos han denunciado la agresión cometida por los ingleses en 1833
cuando nos robaron las Malvinas y son 17 años que intentamos recuperarlas por
vías diplomáticas, o sea a través de las Naciones Unidas. Si el 2 de abril
pasado no las hubiéramos recuperado militarmente, lo mismo hubiera sucedido en
abril o en mayo o en junio del próximo año, o en uno de los próximos años. La
colonización británica no podía continuar.
O.F. -Entiendo. Pero ¿por qué
habla de colonización? Los 1.800 habitantes de las Falklands, perdón las
Malvinas, no eran y son ciudadanos británicos? ¿A quién colonizaron entonces
los ingleses: a los pingüinos?
L.G. -Son todos británicos porque
los británicos no han permitido jamás a los argentinos comprar un pedazo de
tierra allí, abrir un negocio, tener un comercio, en suma, establecer su propia
presencia. Si voy Roma y tengo el dinero para comprarme un departamento, un
negocio, o sea establecerme, las autoridades italianas me lo permiten. Los
ingleses, por el contrario, han mantenido esas islas como una granja personal y
no han permitido que ningún argentino se asentase allí.
O.F. -Escuche,con el vasto
territorio que ustedes tienen, estas bellas costas, ese terreno fértil, es
difícil de entender por qué se preocupan en comprar un pedazo de tierra en esos
sitios desolados y desiertos donde nadie quiere vivir, excepto los pingüinos,
las ovejas y esos británicos habituados al frío y a la niebla. Pero hablando de
colonización, usted es italiano ¿verdad?
L.G. -Sí, yo desciendo de italianos.
Mis abuelos eran italianos. Mi abuela de Génova y mi abuelo de Calabria.
Vinieron aquí como obreros pobres, con las oleadas de emigrantes que se
produjeron al comienzo del siglo.
O.F. -Entonces ustedes también
son colonizadores. Señor presidente, este país no pertenece a los españoles, a
los italianos, a los alemanes, a los franceses, a los ingleses, en suma, a los
europeos, a los blancos que vinieron aquí y masacraron a los nativos hasta la
última tribu como no habría sucedido ni siquiera en Norteamérica. Entonces ¿por
qué llama a las Falk1ands, perdón, Malvinas, colonias?
L.G. -Señora periodista, no
retrocedamos tanto en el tiempo. Analicemos las cosas como fueron desde 1833
cuando los británicos nos robaron las Malvinas. Observe dónde están situadas
las islas, cómo la plataforma submarina se extiende sobre aquella área y une la
costa con las islas. Verá fácilmente la correlación natural que existe entre
ellas y la tierra firme. Quiero decir que no sólo históricamente sino también
geográficamente, las Malvinas nos pertenecen, deben ser nuestras y nuestras
serán.
O.F. -Pero además de la
plataforma submarina, ¿qué es lo que lo seduce tanto en aquellos islotes? ¿Oro?
¿Petróleo? ¿O la posición estratégica que podría llegar a ser provechosa el día
que el Canal de Panamá se cierre igual que Suez?
L.G. -Señora periodista, existe
el sentimiento. No el oro, no el petróleo, no la posición estratégica, el
sentimiento de la nación argentina desde 1833. ¿Usted no cree en el sentimiento
del pueblo?
O.F. -Señor presidente yo creo
que hablar de sentimiento del pueblo, desgraciadamente,encubre casi siempre
verdades menos nobles: intereses políticos, financieros o militares y -más a
menudo- los intereses personales de quienes mandan. Por lo tanto le pregunto:
¿no podría ocurrir que aquellos islotes desolados representen a sus ojos una
herramienta útil para unir a un país dividido e infeliz, para hacerlo olvidar
una inflación que es tan irrefrenable como grotesca y una deuda externa
monstruosa, que hoy asciende a 36.000 millones de dólares, o sea, en otras
palabras, del fracaso político y económico del régimen militar que usted
representa?
L.G. -Acepto su argumento porque
usted es una periodista. De otra manera no le permitiría que me dijera esas
cosas, se lo aseguro. Porque ofenden mis principios, mi buen nombre, mi carrera
militar, todo aquello que yo he tratado de preservar durante mi vida. Jamás he
hecho el cálculo frío del que usted me acusa, jamás. La deuda externa y la
inflación no tienen nada que ver con mi decisión. Es más, puedo asegurarle que
estos conflictos no van a alivianar la inflación ni la deuda. Es verdad que las
Malvinas han servido para unir a los argentinos. Pero la idea de obtener esto a
través de la guerra jamás ha cruzado mi mente, se lo juro y repito.
O.F. -Muchos otros han tenido esa
idea, señor presidente. La historia enseña que cuando las cosas van mal en una
sociedad, en un país, aquellos que están en el poder, hacen la guerra: así el
pueblo se excita y olvida los fracasos, las culpas, los crímenes de quienes
gobiernan. Además de su megalomanía en 1940, Mussolini entró en guerra
justamente por esto: ¿Le ofende la comparación?
L.G. -Sí, señora periodista. Me
ofende mucho.
O.F. -Gracias a Dios. Pero si no
es un cálculo frío, señor presidente, entonces ha habido errores de cálculo. ¿O
debería decir ilusiones? Para comenzar, la ilusión de que Gran Bretaña no
reaccionaría, no mandaría su flota tan lejos de casa. ¿O me equivoco?
L.G. -No. Le diré que si una
reacción británica nos parecía posible, nunca llegamos a verla como una
probabilidad. Personalmente, yo juzgaba escasamente posible una respuesta
británica y totalmente improbable. De todas formas, yo nunca esperé una
respuesta tan desproporcionada. No la esperaba nadie. ¿Por qué un país situado
en el corazón de Europa debía afectarse tanto por unas islas tan lejanas en el
Océano Atlántico y que no les sirven para ningún interés nacional? Me parece
algo que carece de sentido.
O.F. -Pero, señor presidente,
¿sus diplomáticos no le advirtieron que la señora Thatcher iba a reaccionar
como lo hizo? ¿O es que -perdone usted el paréntesis un poco frívolo- usted fue
motivado por la idea de que una mujer no iba a entrar en guerra? Porque en tal
caso, debo recordarle que Indira Gandhi y Golda Meir han hecho sin dudar sus
guerras. Y las ganaron.
L.G. -No, no. Le aseguro que
jamás me ha influenciado ningún machismo latino.
O.F. -Bien, se lo preguntaba
pensando en los insultos prehistóricos y las estupideces que la prensa
argentina dedica a la señora Thatcher, “cerebro de gallina”, “vete a
tejer”,”vuelve a la cocina”, etc. Y me preguntaba si acaso usted no compartía
tales expresiones.
L.G. -La prensa puede decir lo
que quiera y además ya sabe que el humor como la caricatura son características
del temperamento latino. Como habrá notado, sin embargo, el presidente de la
nación, Leopoldo Galtieri, no se ha expresado jamás irrespetuosamente acerca de
la señora Thatcher. Y tampoco los miembros de su gobierno, jamás. En cuanto a
mi juicio sobre la señora Thatcher es muy simple: creo que está políticamente
inadecuada al momento histórico que vive la humanidad. Digo esto refiriéndome a
ella como primer ministro no como mujer.
O.F. -Tampoco la señora Thatcher
tiene una alta opinión sobre usted, señor presidente. Lo define como un tirano
fascista. Pero ocupémonos de otro cálculo equivocado: la ilusión de que Estados
Unidos no apoyaría a Gran Bretaña, ¿no sabía acaso que Gran Bretaña era uno de
los miembros más importantes de la OTAN?
L.G. -Señora periodista, la
diferencia entre América del Sur y América del Norte es que los sudamericanos
nos consideramos a nosotros mismos americanos, por el contrario los
estadounidenses se consideran pertenecientes a otro hemisferio: el hemisferio
norte. Sí, siento una profunda amargura hacia ellos. Debo reconocer. Una
tremenda decepción. Porque los estadounidenses saben muy bien que también como
comandante en jefe del ejército, es decir antes de ser presidente, yo he
intentado por todos los medios de mantener buenas relaciones con ellos y con su
gobierno, de restablecer una comprensión recíproca que durante el gobierno
anterior se había desvanecido. Dada la importancia que el continente americano
tiene para una estrategia global, más en el futuro que en el presente, tener
buenos vínculos con nosotros era para ellos más que indispensable. Y debo decir
que las relaciones personales que yo había establecido con el gobierno de
Reagan eran excelentes. Lo mismo puede decirse de todos los oficiales
argentinos. Nos entendíamos bien, e íbamos a hacer muchas cosas juntos en este
continente. Y por eso cuando el señor Haig se ofreció como mediador lo acepté sin
dudar … y bien, no esperaba su aprobación, su apoyo, pero estaba seguro de que
se comportaría con equilibrio y neutralidad. Qué desilusión cuando se alineó
con los británicos usando el pretexto de no poder llegar a un acuerdo entre las
dos partes. Lo peor es que el señor Reagan junto con todo su equipo hicieran lo
mismo. Tanto para mí como para todo el pueblo argentino esto es como una
traición.
O.F. -Señor presidente, una
traición tiene lugar cuando existe una promesa, un compromiso. ¿Existía una
promesa, una obligación entre usted y los estadounidenses?
L.G. -La obligación era asistir a
las dos partes, y no sólo a una de ellas. Esto significa equilibrio,
neutralidad.
O.F. -¿Podría explicarse mejor?
Porque una de las acusaciones que se formulan contra los estadounidenses es la
de ayudar siempre a los regímenes dictatoriales como el suyo y es un hecho que
Washington no los ha abandonado jamás. Ni siquiera durante el gobierno de
Carter y sus campañas de derechos humanos. Entonces algo debe de haber sucedido
con Haig.
L.G. -Los hechos demuestran que
el señor Haig no ha sido un buen mediador..
O.F. -Haig sostiene que la culpa
es de ustedes, porque él no sabía con quién tratar y que cuando usted decía una
cosa sus generales decían otra. Incluso respecto a la resolución 502 de
Naciones Unidas, aquella que pedía el retiro inmediato de las tropas
argentinas, dice Haig que usted y sus generales no se ponían de acuerdo. ¿Si no
fuera así cómo se explicaría su exasperación al partir? ¿Y por qué su ministro
de Relaciones Exteriores, Costa Méndez, tuvo la necesidad de pedirle excusas.
L.G. -El señor Haig vino aquí con
muchos asesores y trabajamos en esta habitación o en el Ministerio de
Relaciones Exteriores. En ambos lugares dijimos siempre la misma cosa, que la
resolución 502 contenía una serie de consecuencias inaceptables, porque
Argentina no había derramado una sola gota de sangre británica para recuperar
las Malvinas y, por el contrario, los británicos nos estaban atacando y
continuaban enviándonos sus barcos y continuaron las hostilidades incluso
durante las negociaciones.
O.F. -Todavía no advierto la
traición a no ser que existiese una promesa, o sea que los estadounidenses
supieran antes del 2 de abril que los argentinos se aprestaban a intervenir
militarmente. ¿Sabían? Señor presidente, debido a que sus relaciones con el gobierno
de Reagan eran tan estrechas, no puedo creer que usted no les informara sobre
sus decisiones. ¿No es cierto que el Pentágono las conocía y que usted se las
había comunicado previamente a Vernon Walters?
L.G. -Conozco muy bien a Vernon
Walters, estoy en óptimas relaciones con él. Pero no le dije nada ni ningún
miembro de mi gobierno. No hemos tenido jamás la necesidad de pedir permiso a
los demás para recuperar las Malvinas, se lo aseguro. Ni el permiso del
Pentágono, ni el de Reagan, ni el permiso de Haig. Pensé y pensamos que éramos
lo suficientemente grandes como para tomar nuestras propias decisiones. Además,
si los americanos lo hubiesen sabido, jamás hubiéramos llegado al 2 de abril.
O.F. -Lo que significa que
habrían intentado detenerlos. ¿O quizás intentaron hacerlo y esta es la razón
por la cual Haig parecía tan exasperado? ¿Señor presidente ¿cuán rotas están
vuestras relaciones con Estados Unidos ahora?
L.G. -Rotas, no diría, pero
seriamente dañadas sí. Tan gravemente que hará falta mucho tiempo antes de
normalizarlas. Mucho tiempo. Años.
O.F. -Así que está haciendo
nuevos aliados.
L.G. -Señora periodista, nuestros
aliados naturales son los países latinoamericanos. De todas maneras, sí, es
verdad, estamos buscando mayores contactos con el mundo al cual pertenecemos
por historia y herencia cultural. Contactos políticos, comerciales, financieros
y también una mayor comprensión.
O.F. -En otras palabras usted
está descubriendo el Tercer Mundo. Están descubriendo a Simón Bolivar. ¿Debemos
creerlo? Los argentinos han sido siempre tan orgullosos en considerarse
occidentales, europeos, blancos, han tenido siempre un complejo de superioridad
frente a los demás países sudamericanos.
L.G. -Comparto lo que usted dice.
Nadie puede negar que siempre nos hemos sentido muy ligados a la América del
Norte y a la Europa Occidental. Pero es justamente por eso que nos sentimos
traicionados, defraudados, por eso estamos cambiando nuestra política exterior.
Tal vez transformaciones parciales, por el momento. Pero sin embargo muy
importantes, como verá.
O.F. -Cuando uno escucha las
declaraciones de amor que Cuba y Nicaragua ahora les dirigen, no resta más que
permanecer incrédulo ante ellas. Y cuando vemos a Costa Méndez que besa a Fidel
Castro, uno no puede evitar el pensar que tal vez se trate de una broma.
L.G. -Un momento señora
periodista, un momento. Costa Méndez va a La Habana porque allí tiene lugar una
conferencia anual de Países No Alineados. Y allí el señor Castro es el dueño de
casa. Y no olvide que el señor Castro ha expuesto públicamente su apoyo a la
Argentina y nuestras reivindicaciones; como presidente de los Países No
Alineados y no como presidente de Cuba. Cuando le damos las gracias es como
presidente de los Países No Alineados, no como presidente de Cuba. Y por otra
parte, ¿qué debo hacer mientras corre la sangre de nuestros soldados? ¿Qué
esperan de mí? ¿Que dé las gracias a Estados Unidos?
O.F. -Yo sólo intento comprender
lo que está sucediendo, señor presidente. Porque estas nuevas alianzas son muy
sorprendentes.
L.G. -No son alianzas. Son
reajustes de las relaciones internacionales. Las alianzas son otra cosa.
O.F. -Si usted lo prefiere, señor
presidente … Queda el hecho que miles de personas fueron eliminadas en
Argentina bajo la acusación de ser comunistas, marxistas. Así que resulta
bastante desconcertante ver a Fidel Castro y Costa Méndez darse palmadas en la
espalda como si hubieran estado juntos en Sierra Maestra. Aquellos muertos
deben estar revolviéndose en sus tumbas.
L.G. -Señora periodista, las relaciones
internacionales se mueven más por intereses que por amor. Desafortunadamente
estas cosas son inevitables, como lo demuestra la historia del mundo. Si
Estados Unidos aísla a la Argentina, militar y económicamente, si Europa hace
lo mismo, si el mundo occidental nos vuelve la espalda, y digo “mundo
occidental” poniendo la expresión entre comillas ¿qué otra elección tenemos?
Piense en todos los países que mantienen relaciones armoniosas con sus enemigos
ideológicos. Estados Unidos y China por ejemplo. Se abrazan exactamente como
nosotros nos abrazamos con el señor Castro. No por eso Argentina se está
volviendo comunista. No por eso el general Galtieri se convierte en miembro del
partido.
O.F. -Y no por eso Fidel Castro
se convierte en miembro de la Junta argentina, ya sé. Pero a esta Junta le
ofrece sus armas, su ayuda. A propósito ¿aceptarán todo esto?
L.G. -En este momento no
necesitarnos la ayuda militar de nadie, pero si Gran Bretaña pone a la
Argentina en una situación que requiere una ayuda militar la aceptaremos de
cualquiera.
O.F. -Lo que incluye a la Unión
Soviética si he comprendido bien. Señor presidente, vuestra cruzada
antisoviética parece haber terminado. Y se sabe que el embajador soviético lo
ha visitado más de una vez, a usted y al ministro de Relaciones Exteriores,
¿significa que van a aceptar también las armas soviéticas o no?
L.G. -Si llegamos tan lejos que
sea necesario, sí las aceptaremos. Me dirigiré incluso a ellos, señora
periodista ¿cree que quiero suicidarme?
O.F. -No. no lo creo. De hecho
usted ha comprado armas a los abastecedores más diversos en estos días. Uno es
Khaddafi, que les ha dado los Exocet que les negó Mitterrand; otro es Israel
que les acaba de entregar otros Mirage y misiles, luego están Ecuador, Perú y
Venezuela.
L.G. -Estos últimos son países
hermanos. Pero ¿por qué me pregunta cosas que no puedo responder por cuestiones
de seguridad?
O.F. -Porque usted ha dicho que
la caída completa de las islas no significará el fin de la guerra. Porque los
periódicos argentinos siguen hablando de guerra total. Y quiero saber si guerra
total significa internacionalización de la guerra.
L.G. -Guerra total significa que
no importa cómo vayan las cosas militarmente. Argentina no renuncia sus
derechos sobre las Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich. Significa que
Argentina no aceptará jamás retornar a la situación en que se encontraba el 1º de
abril. Guerra total significa que no habrá paz hasta que hayamos obtenido
aquello que queremos. Y no quiero una internacionalización de la guerra, pero
esa internacionalización no depende de mí. Depende de Gran Bretaña y de Estados
Unidos.
O.F. -¿A costa de involucrar las
potencias nucleares, a costa de repetir lo que está sucediendo en el Medio
Oriente?
L.G. -Estoy tan preocupado como
usted, señora periodista. Más que usted, porque mis responsabilidades no
concluyen en el pueblo argentino: existen además en cuanto a otros países. Para
serle franco, cuando decidí recuperar las Malvinas no esperaba provocar un
hecho de importancia mundial, ahora veo que sí lo tuvo y estoy preocupado. Pero
esta preocupación debería ser sentida también por la señora Thatcher, el señor
Reagan y el señor Haig. También tendría usted que decirles estas cosas a ellos.
O.F. -Pero fue usted quien
empezó, señor presidente. Usted atacó primero. Por el amor de Dios, señor
presidente. En todo el mundo hay litigios territoriales. ¿Qué sucedería si
resolvieran sus disputas como lo ha hecho usted? Estamos en la era atómica, ¿lo
recuerda?
L.G. -Sí, pero les toca a las
potencias las que deben ser más abiertas y adecuarse de libertad que la gente
quiere hoy. Las cosas han cambiado desde la Segunda Guerra Mundial: los
imperios han caído y la mentalidad de la gente ha madurado. O sea, se ha descubierto
la libertad. Pero todavía quedan restos de ese imperio y de comportamiento
imperialista, trazas de colonialismo. Todo lo cual es inadmisible en una era
civilizada y ante lo cual debemos rebelarnos.
O.F.- Santas palabras, señor
presidente. Pero suenan un tanto extrañas al oírlas pronunciadas por el
representante de un régimen que nunca se preocupó por la libertad. La suya es
una dictadura, señor presidente, no lo olvidemos.
L.G. -Yo no la llamaría
dictadura. Aquí la gente habla más que en un régimen democrático. El sistema no
es democrático, estoy de acuerdo. Pero no es ni siquiera tan duro como en otros
países que se definen como democráticos.
O.F. -Hace pocas semanas fueron
secuestrados, aquí en Buenos Aires, caso delante del Ministerio de Relaciones
Exteriores, tres periodistas extranjeros y después de haberlos aterrorizado,
maltratado, robado, se los abandonó desnudos afuera de la ciudad. Como usted y
todos lo saben: milagrosamente regresaron con vida. Pero pocas personas quedan vivas
después de estos secuestros y…
L.G. – Y esas cosas ofenden a la
Argentina. Es por eso que el presidente Galtieri recibe a los tres periodistas
a la una de la mañana. Por eso les pide excusas en nombre del pueblo y de la
nación.
O.F. -Si usted piensa así, ¿por
qué puso a uno de esos asesinos como comandante de la guarnición en las
Georgias? Hablo, por poner un ejemplo, del infame capitán Astiz.
L.G. -El capitán Astiz pertenece
a la Marina. Debido a su rango y a esa responsabilidad se encontró en aquel
puesto de avanzada en las Georgias cuando recuperamos las islas. Las
acusaciones contra él deben ser probadas, señora periodista.
O.F. -Hay pruebas en abundancia,
señor presidente. Si no tas hubiera, Suecia y Francia no hubieran pedido a los
británicos que lo retengan como criminal. Suecia, por la muchachita sueca de
dieciséis años que fue arrestada por error y después torturada hasta la muerte;
Francia por dos monjas francesas que fueron raptadas, torturadas, mutiladas y
después echadas al mar desde un helicóptero. Y a causa de eso el capitán Astiz
las llamaba “las monjas voladoras”.
L.G. -Señora periodista, ¿quiere
unirse al coro de acusaciones difundidas en el exterior por intereses
internacionales antes de que el caso del capitán Astiz sea esclarecido?
O.F. -Por supuesto que quiero,
señor presidente. Pero estas acusaciones no vienen del extranjero. Vienen de
aquí, de Argentina, donde la plaga de los desaparecidos es una vergüenza
nacional que dura hace años.
L.G. -En todas las guerras hay
desaparecidos, señora periodista ¿Puede imaginarse usted cuántos desaparecidos
tengo en este conflicto? Piense en los desaparecidos que hubo en la Segunda
Guerra Mundial, en el tiempo de Mussolini. Lo que sucedió aquí durante la
oscura década del 70 fue una guerra y yo me temo que usted ignora los detalles
de esa guerra.
O.F. -Señor presidente ¿no se da
cuenta que si Europa y Occidente le niegan su apoyo también es por la
indignación que estos hechos provocan en nosotros?
L.G. -Buena pregunta, señora
periodista. Buen argumento. Estoy de acuerdo.
O.F. -Entonces, ¿por qué me
responde de esa manera? Dígame: ¿no le gustaría pertenecer a un país más
respetado, donde existiera la democracia y la gente pueda pensar y hablar
libremente, sin ser asesinada por algún capitán Astiz?
L. G. -La democracia es la máxima
aspiración del presidente Galtieri, de su familia y creo que de la mayoría de
los argentinos. De hecho, la vida democrática se restablecerá pronto en
Argentina: la ley sobre los partidos políticos ya ha sido promulgada por el
gobierno y saldrá el mes próximo. Será el primer paso hacia la democracia y, en
ese momento, las Fuerzas Armadas no deberán ejercer más el papel que ejercen
hoy. Por lo menos eso espero. Este es un país complejo, sabe. Hay que tratar de
entender por qué ocurren ciertas cosas y por qué los militares han debido
siempre tomar las riendas. Problemas que incluyen una brusca inmigración a
comienzos del siglo, las realidades sociales que surgieron de la recesión
mundial de 1930, el desarrollo demasiado rápido de una industrialización que
nunca ha sido bien absorbida …
O.F. -Sí, pero ¿cómo establecer
la democracia después de que miles y miles de opositores han sido masacrados,
es decir, después de que el país ha sido privado de tantas vidas jóvenes, de
tantas mentes frescas? Y si de verdad le gusta la democracia ¿por qué sigue
diciendo que las urnas electorales están bien guardadas?
L.G. -Porque lo están,
almacenadas a buen resguardo para ser usadas de nuevo. Si no hubiese querido
usarlas de nuevo las hubiese quemado ¿no? Pero déjeme responder a la pregunta
acerca de las vidas jóvenes y acerca de las mentes frescas. Ellos representaban
a la oposición. No querían participar en ninguna oposición. Pero olvidemos el
pasado, señora periodista. Ocupémonos más bien del futuro.
O.F.. – Bueno… el futuro me
parece bastante oscuro, señor presidente. Son muchos los que dicen que a causa
de esta guerra usted no continuará siendo presidente mucho tiempo, sus días
están contados.
L.G. -Mire, sin duda este
conflicto tendrá también consecuencias internas. Se diría que a causa de las
Malvinas, Argentina ha madurado de golpe. Muchas cosas cambiarán cuando regrese
a casa los hombres que ahora están en la guerra, porque ellos especialmente
estarán más dispuestos aún que los demás, para una vida política que incluya la
disidencia. En cuanto a mi… he sido designado presidente hasta fines de marzo
de 1984 si me quedaré hasta esa fecha o no no lo sé, pero más bien creo que sí.
O.F. -¿Aun si la guerra termina
en una derrota?
L.G.- Le he dicho que no preveo
una derrota y que, de cualquier forma, una derrota militar no cambiaría nada.
Las Malvinas no son objetivo personal mío, o un objeto de este gobierno o de
este régimen. Son un objetivo nacional en el que están de acuerdo todos los
argentinos. Entonces, sea lo que sea que suceda militarmente, sea cual sea el
régimen que gobierne el país en el futuro, esté segura de que los argentinos
seguirán luchando por las Malvinas. No cederán nunca.
O.F. – Ustedes no ceden, los
británicos no cedes y ambos quedan atrapados en un lío sin vía de salida. Sin
embargo, a algún compromiso tendrán que llegar. Como para dar un ejemplo: ¿qué
tiene de malo aceptar la bandera de la ONU en esas islas?
L.G. -No me cansaré nunca de
repetir que prefiero una solución negociable, que estemos dispuestos a una
solución negociada, que estemos dispuestos a un alto el fuego, que este
derroche de vidas de una y otra parte debe terminar, que todo esto debe ser alcanzado
a través de las Naciones Unidas. ¿Cuántos litigios han sido resueltos por
negociaciones en la ONU, por qué no puede también resolver este? Sí, la bandera
de la ONU me parecería muy bien, hasta que haya una negociación. Pero el futuro
deberá haber la bandera argentina sobre las Malvinas. Y la verá.
O.F. -¿Cuán lejos está esa
posibilidad? ¿Ese futuro con la bandera argentina?
L.G. – De eso estamos hablando,
señora periodista.
O.F. – ¿Está dispuesto a esperar
años?
L.G.- Sí, pero no otros 149 años.
O.F. -¿Cuántos entonces?
L.G. -Podemos hablar de eso,
señora periodista. Podemos hablar de eso. Yo no tengo nada en contra de hablar.
Vea, he estado hablando con usted desde hace más de dos horas, y debo irme.
O.F. -Entonces lo dejo, volviendo
a la pregunta que le formulé al principio ¿por qué en el nombre de Dios, por
qué ha comenzado este lío? ¿Por qué no espero, como ahora dice, poder hacerlo?
El punto es…. señor presidente, usted es un general ¿verdad? Usted es un
soldado. Usted lleva uniforme ¿cierto? Por lo tanto debo hacerle esta pregunta:
¿usted ha estado alguna vez en una guerra?
L.G. -Bueno, otro tipo de guerra.
O.F. -No, no. Digo una guerra.
Una verdadera guerra. Esa donde se dispara y se muere en combate.
L.G. -No, no he estado nunca. No
en una guerra convencional.
O.F. -Yo, en cambio sí. He estado
en tres guerras, incluida la de Vietnam, como corresponsal de guerra. Por lo
tanto yo sé qué es la guerra. Sé eso que usted no sabe. El problema es que en
las guerras no pelean nunca aquellos que las declaran, ni las ven siquiera.
L.G. -Muy cierto, pero no debería
decírmelo solo a mí.
© Escrito por Oriana Fallaci y publicado
por plazademayo.com el miércoles 22 de Febrero de 2012.