Evanescencia emocional...
La Presidenta de la Nación en su creciente retórica gestual refleja tensiones sintomáticas.
Pocas veces la psicología fue tan importante para la
política. Y no porque lo haya sido poco en el pasado: Argentina fue muchas
veces un país políticamente enloquecido. Lo es ahora porque todo el poder está
concentrado en una sola persona, viuda, con un vicepresidente políticamente
discapacitado, un jefe de Gabinete anónimo, ministros sin autonomía y un
partido de gobierno vacío.
Por ejemplo, hace un año Scioli aceptó a Mariotto de vice confiado en que no
le “incendiarían la provincia” porque también se dañaría el Gobierno nacional.
Hoy, debe preguntarse si no es posible que Cristina lo odie tanto como para
estar dispuesta a producirse algo de dolor a sí misma.
Hay un gen misógino en la sociedad argentina con el que la Presidenta tiene
que convivir. Ser loca es la acusación paradigmática para las mujeres (la
Inquisición quemaba brujas, no brujos). Pero a los prejuicios, Cristina aporta
sus propias acciones con una verborragia cada vez más extendida y una
gestualidad facial crecientemente llamativa. La lucha contra los años crea
rictus artificiales pero la Presidenta tiene algunas expresiones que no parecen
surgir de la superficie del cuerpo, sino reflejar cuestiones más hondas del
orden de las creencias y los deseos.
Es injusto quedarse con una foto desencajada. Cualquiera que estuviera todo
el tiempo rodeada de cámaras caería en algún momento en una imagen poco feliz
como la que acompaña esta columna. Pero no es tan sólo su rostro o la
entonación de su voz lo que alimenta las desconfianzas. Sus dichos –entre
varios otros últimos– sobre que en Europa sus colegas no pueden creer que
en Argentina se den aumentos del 20%, como si fuera un elogio al país y su
gestión, intranquilizó a la mayoría.
La extracción de su tiroides agrega argumentos a quienes quieren ver que
“algo pasó” con la capacidad de entendimiento de la Presidenta, sumado a
quienes ya desde antes les resultaba verosímil que padeciera tendencias
bipolares. Parte de esas convicciones son alentadas por la inexistencia de una
oposición, institucionalizada electoralmente, que genere razonables
expectativas de cambio por la lógica de una competencia política por una oferta
superadora. Les queda sólo la posibilidad de imaginar una implosión de la propia
Presidenta.
El libro Psychology of economics decisions, publicado por la editorial de la
Universidad de Oxford, explica el fenómeno de la evanescencia emocional y por
qué las personas no pueden estar eufóricas o disfóricas demasiado tiempo. “Los
seres humanos –dice– fuimos construidos de una manera que limita la duración de
las experiencias emocionales”.
La evanescencia sería funcional a la necesidad de reducir el poder emocional
que los acontecimientos tienen sobre nosotros. Cuando ocurre algo de mucha intensidad,
nuestro aparato cognitivo trata de explicarlo para transformarlo en algo
previsible. Se “ordinariza” al suceso para quitarle su poder emocional y
permitir al organismo recuperarse más rápidamente de su efectos.
Tiene lógica: “Un evento pierde algo de su poder emocional cuando se
experimenta en varias ocasiones, ya que establece una nueva comparación de
nivel; las personas se adaptan a experiencias repetidas de un mismo
acontecimiento”. Una simplificación diría que Scioli puede resistir, sin padecer
las consecuencias, un contexto de presiones donde otro político ya habría
renunciado, porque comparado con las emociones negativas a las que lo expuso la
pérdida de su brazo, no resultan tan intolerables. En términos del libro: “Lo
que parece ordinario y predecible provoca una reacción emocional menos intensa
que lo que parece novedoso e impredecible”.
La existencia de un sistema inmunológico psicológico también conlleva una
mala noticia. Los efectos de los acontecimientos emocionales positivos desaparecen
con la misma rapidez. Algo aplicable a la relación de Cristina con Camioneros
sería el olvido de los aumentos de sueldos reales en los años de bonanza.
La tesis del libro es que el mecanismo emocional es homeostático, como en el
caso de la alimentación (“la felicidad es como la comida”), y en casos más
extremos sería alostático, como el de la presión arterial. “Las personas están
motivadas a ingerir alimentos, pero al hacerlo el cuerpo humano activa una
serie de mecanismos diseñados para minimizar su impacto, por ejemplo la
secreción de insulina para reducir la cantidad de azúcar en la sangre. Así como
las personas aprenden a tolerar la administración de drogas peligrosas,
aprenden a tolerar la ingesta de alimentos.”
El sistema que controla la presión arterial es aún más sofisticado. El
homeostático “corta” en un punto de ajuste óptimo único, el alostático lo
mantiene dentro de un rango variable, en función de las demandas ambientales y
la de la propia actividad (más en estado de euforia o haciendo ejercicio, por
ejemplo).
Quizás Cristina y Scioli tengan su sistema alostático acostumbrado a
procesar emociones de una extraordinaria intensidad como si se tratasen de
eventos ordinarios y repetitivos. Faltaría ver si el sistema alostático de los
empleados estatales de la provincia de Buenos Aires puede acostumbrarse a
digerir dosis crecientes de presión.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Junio de 2012.