En la oscuridad… Se me hace
cuento…
“Todo comenzó en el cine”, me
dijo Lisandro, “Y pensarás que es una estupidez. ¿Pero a dónde lleva un hombre
a una mujer si realmente está encandilado con ella? Compartir una función, a
oscuras, es ya un acto de intimidad que te allana la mitad del camino. Y, por
otra parte, las penumbras impiden que su belleza te estupidice. No estás
obligado a hablar, y la película que elegiste habla por ti. Los actores, el
guión, las escenas, le dicen lo que te hubiera gustado decirle pero los nervios
te impiden. Nos habíamos hablado varias veces, y encontrado de casualidad aquí
y allá. Ya buscábamos la manera de vernos. Pero las veces que tomamos café
fueron por azar, no por una invitación. Cenamos siempre en compañía de otros
colegas. Sí, yo estaba casado con mi primera esposa. Nuestra primera salida
solos y decidida, con Isabel, fue al cine.
“Isabel era hija de comunistas; y
aunque ella no militaba, sus simpatías se inclinaban por la Unión Soviética y
todo el cotillón. De allí me viene el afincamiento en este bar, que se llamaba
León Paley, donde el padre de Isabel solía juntarse con los comunistas del
teatro. Yo venía y me sentaba en mi mesa, a solas, fingiendo que escribía, sólo
para cruzármela, si ella pasaba a buscar a su padre para obligarlo a volver a
casa. A mí el comunismo no sólo me provocaba indiferencia sino rechazo. Pero
Isabel me volvía loco, y me juré a mí mismo no dejar salir una palabra contra
Stalin ni Krushev hasta conquistarla.
“Supongo que cuando una mujer te
dice que sí a una salida al cine, tienes la mitad de la batalla ganada. Pero
con una mujer, la mitad de la batalla equivale a nada. De hecho, la batalla
completa equivale a nada. Sólo sabes si la has conquistado cuando lanza su
último suspiro, si dice tu nombre o el de otro. Mientras tanto, a lo máximo que
puedes aspirar, es a pasar la vida con ella”.
“Fuimos a ver una película de la
que el guionista era un norteamericano que me encantaba, pero también conocido
por haber delatado colegas durante el macartismo. Como te imaginarás, no le
revelé a Isabel los antecedentes del guionista. Isabel generaba en mí una
atracción magnética, no era sólo sexual. Y cuando nos sentamos lado a lado en
el cine, me dije: “Ojalá la película no termine nunca”. Me bastaba con sentir
su aureola de calor, nuestros muslos apenas unidos por la estática. ¿No les hubiera
alcanzado con eso a Adán y Eva? No, definitivamente no. Mi mano se posó sobre
su muslo sin aspavientos, sin temores, siquiera intenciones. Naturalmente. El
calor que desprendían esas piernas era sobrenatural. Mi mano se acercó a la
entrepierna y literalmente me quemé. Isabel gimió, y un segundo después me
susurró que iba al baño”.
“La perdí”, me dije, “Ya no
volverá”.
“Pensé que me había precipitado.
Pero realmente mi mano había seguido el camino. Quería que fuera mi esposa… Si
te parece cursi, te podés meter ese cortado en jarrito donde te quepa. Isabel
regresó, y puso su mano en mi muslo”.
“Recién entonces pude prestar
atención a la película, porque supe que Isabel ya era mía. Pero su mano no se
detuvo en mi muslo, continuó. Y en ese momento, tuve varias revelaciones: mi
propia capacidad de gozar del amor y al mismo tiempo de una película, y la
certeza de que me separaría de mi esposa y pasaría el resto de mi vida con
Isabel. Esa mano era una seda y cálida como un aceite aromático. Y repito que si
te parece cursi todavía te queda la cucharita… Salimos del cine enamorados y al
día siguiente pasé a buscarla por la casa de sus padres. La llevé a mi reciente
departamento de separado, para no separarnos nunca más”.
“Durante cuarenta años le pedí a
Isabel que repitiera esa caricia en un cine. Pero siempre se negó. Te
imaginarás que en cuarenta años me tocó de todas las maneras posibles, pero
nunca me volvió a tocar así”.
“Hasta que hace más o menos un
mes, estalló y me dijo que no había sido ella quien me tocó en el cine. Nunca
se hubiera animado, confesó. Para conquistarme, contrató a una señorita de la
calle. En rigor, la que se sentó a mi lado cuando Isabel supuestamente regresó
del baño, fue esta amable señorita. Luego, mientras yo me deleitaba en la película,
cambiaron nuevamente de asiento. Todo estaba planificado desde antes de que
entráramos al cine. Y por eso, ahora, cuarenta años más tarde, acabo de
divorciarme. He vivido de la ficción toda mi vida, pero no soporto el engaño”.
© Escrito por Marcelo Birmajer el Sábado 31/07/2014 y
publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.