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viernes, 2 de noviembre de 2012

Buitres... De Alguna Manera...


Buitres…

Copropietario del Grupo Veintitrés que opera numerosos medios puestos al servicio del Gobierno, Matías Garfunkel fue muy claro en esta ocasión. El multimillonario heredero de Jorge Garfunkel y Mónica Madanes escribió el 11 de octubre en su revista: “Diría que casi por el bien del crecimiento mundial, es hora de un cambio de mando en el seno del gobierno norteamericano.

Quedó más que claro, en el primer debate presidencial, la forma apabullante en la que Mitt Romney le hizo notar al presidente (Obama) lo poco que entiende de economía”. En seguida, Garfunkel fue más explícito: “Casi diría que por el bien de la principal economía del mundo, de los países que de alguna manera dependemos (sic) del hemisferio occidental y por el bien de Israel (¿?), el próximo presidente sea Mitt Romney y no Barack Obama”.

El Grupo Veintitrés, en el que Garfunkel es el principal aportante de capital, está inextricablemente vinculado con el gobierno de Cristina Fernández, a cuyo servicio controla varios diarios y revistas, y maneja radios y canales de TV. Su subsistencia sería inimaginable en el libre juego de la oferta y la demanda de lectores, oyentes y televidentes, si no fuera lo que es, el principal recipiente de la munificente pauta oficial de propaganda. El Grupo Veintitrés responde a los intereses del Gobierno.

Este supuesto aparentemente colisionó, sin embargo, la misma semana de la declaración de amor de Garfunkel por el candidato de la derecha estadounidense, Romney, cuando el buque escuela de la devaluada Armada argentina quedó anclado en un puerto africano al ser embargado por la Justicia de Ghana. Ese embargo resultó de un amparo solicitado por un fondo de inversiones norteamericano, cuyo jefe es el mayor contribuyente individual a la campaña presidencial de Romney para las elecciones del 6 de noviembre.

El “fondo ciego” (blind trust) del multimillonario Romney y su esposa, Ann, fue especialmente alimentado por el célebre especulador financiero Paul Singer, autor de varias “proezas”. Con sus hedge funds amigos, se compró la División Autopartes de la gigantesca General Motors a sólo 67 centavos de dólar la acción, para llevarla luego a 22 dólares. ¿Cómo hizo? Amenazó a General Motors y al Tesoro de los Estados Unidos con un cierre total de la industria automovilística a la que el presidente Barack Obama tuvo que rescatar de la quiebra.

El dinero de los Romney ya había sido volcado a Elliott Management Corporation, el paraguas legal de Singer con sede en Nueva York, a nombre de Ann Romney, cuya sociedad conyugal con Mitt consolida intereses económicos irrompibles. Esa colocación de dinero de los Romney en el imperio de Singer fue la gallina de los huevos de oro: ganaron no menos de 15 millones de dólares, aunque la oculta cifra real podría ser ocho veces esa cantidad, según aseguran respetados medios periodísticos norteamericanos, como la liberal revista The Nation.

Singer ha sido también el mayor financista del candidato a la vicepresidencia de Romney, el congresista Paul Ryan. Según The Wall Street Journal, fue Singer quien obligó a Romney a designar a Ryan como su pareja en el binomio. Singer ha sido el principal asesor económico de Romney. Le dio un millón de dólares a un Comité de Acción Política del Partido Republicano armado con aportes de 37 billonarios. El fondo especulativo manejado por Singer, NML Capital Limited, motorizó el embargo de la fragata. NML Capital Ltd. es subsidiaria del citado Elliott Capital Management de Singer. Mientras tanto, en Buenos Aires, la semana que termina trajo la noticia de que el vicepresidente Amado Boudou fue visto cenando en el exquisito restaurante del Palacio Duhau Hyatt, sobre la avenida Alvear, con el socio operativo de Garfunkel, Sergio B. Szpolski. Boudou no la pasó bien esa noche y fue increpado por parroquianos, pero eso sería lo de menos.

Así, en un elemental silogismo, estos pasos se resumen así: el Gobierno financia de manera desorbitada a los medios de comunicación de un grupo supuestamente “privado”. Una de las dos cabezas de este grupo se muestra en público cenando a solas con el vicepresidente de la Nación, una bonita exhibición de cordialidad, la misma que permite que el ministro de Economía sólo conceda “reportajes” a una radio explotada por el mismo grupo mediático. La otra cabeza del pool, por su lado, expresa su solidaridad de clase y, entre millonarios, emite una profesión de amor por el ultraderechista Romney. El problema de Garfunkel es que lo hizo la misma semana en la que una fragata de la Armada argentina era retenida en un puerto remoto por la acción judicial interpuesta por un fondo financiero en el que hay dinero e intereses directos de Romney. En castellano: Garfunkel se financia para sus negocios con el Estado argentino, pero sin embargo se fascina con quienes atentan contra la integridad, o al menos contra la vergüenza de este país.

¿Hablamos entonces de mala praxis o de ingenuidad? Es cierto que el enamoradizo Garfunkel no es considerado una luz por quienes ya se han apalancado con él en otros negocios, pero lo cierto es que su testa coronada figura al frente del grupo de herramientas mediáticas que trabajan para su contratante, la Casa Rosada. Es que este hombre tiene responsabilidades. Al final del día, el episodio, entre grotesco y patético, demuestra que el Gobierno se vale de variados y pintorescos ejecutores.

Son habitualmente superficiales e imprevisibles, irresponsables y audaces, algo que ameritaría alguna de las filípicas de la intelectualidad K. Resulta revelador que amar a Mitt Romney desde el seno del oficialismo equivale a asociarse con los bonistas que embargaron la mítica fragata, un lujo hedonista, una incestuosa concupiscencia entre multimillonarios.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 27 de Octubre de 2012.