Buitres…
Copropietario del Grupo Veintitrés que opera
numerosos medios puestos al servicio del Gobierno, Matías Garfunkel fue muy
claro en esta ocasión. El multimillonario heredero de Jorge Garfunkel y Mónica
Madanes escribió el 11 de octubre en su revista: “Diría que casi por el bien
del crecimiento mundial, es hora de un cambio de mando en el seno del gobierno
norteamericano.
Quedó más que claro, en
el primer debate presidencial, la forma apabullante en la que Mitt Romney le
hizo notar al presidente (Obama) lo poco que entiende de economía”. En seguida,
Garfunkel fue más explícito: “Casi diría que por el bien de la principal
economía del mundo, de los países que de alguna manera dependemos (sic) del
hemisferio occidental y por el bien de Israel (¿?), el próximo presidente sea
Mitt Romney y no Barack Obama”.
El Grupo Veintitrés, en
el que Garfunkel es el principal aportante de capital, está inextricablemente
vinculado con el gobierno de Cristina Fernández, a cuyo servicio controla
varios diarios y revistas, y maneja radios y canales de TV. Su subsistencia
sería inimaginable en el libre juego de la oferta y la demanda de lectores,
oyentes y televidentes, si no fuera lo que es, el principal recipiente de la
munificente pauta oficial de propaganda. El Grupo Veintitrés responde a los
intereses del Gobierno.
Este supuesto
aparentemente colisionó, sin embargo, la misma semana de la declaración de amor
de Garfunkel por el candidato de la derecha estadounidense, Romney, cuando el
buque escuela de la devaluada Armada argentina quedó anclado en un puerto
africano al ser embargado por la Justicia de Ghana. Ese embargo resultó de un
amparo solicitado por un fondo de inversiones norteamericano, cuyo jefe es el
mayor contribuyente individual a la campaña presidencial de Romney para las
elecciones del 6 de noviembre.
El “fondo ciego” (blind
trust) del multimillonario Romney y su esposa, Ann, fue especialmente
alimentado por el célebre especulador financiero Paul Singer, autor de varias
“proezas”. Con sus hedge funds amigos, se compró la División Autopartes de la
gigantesca General Motors a sólo 67 centavos de dólar la acción, para llevarla
luego a 22 dólares. ¿Cómo hizo? Amenazó a General Motors y al Tesoro de los
Estados Unidos con un cierre total de la industria automovilística a la que el
presidente Barack Obama tuvo que rescatar de la quiebra.
El dinero de los Romney
ya había sido volcado a Elliott Management Corporation, el paraguas legal de
Singer con sede en Nueva York, a nombre de Ann Romney, cuya sociedad conyugal
con Mitt consolida intereses económicos irrompibles. Esa colocación de dinero
de los Romney en el imperio de Singer fue la gallina de los huevos de oro:
ganaron no menos de 15 millones de dólares, aunque la oculta cifra real podría
ser ocho veces esa cantidad, según aseguran respetados medios periodísticos
norteamericanos, como la liberal revista The Nation.
Singer ha sido también el
mayor financista del candidato a la vicepresidencia de Romney, el congresista
Paul Ryan. Según The Wall Street Journal, fue Singer quien obligó a Romney a
designar a Ryan como su pareja en el binomio. Singer ha sido el principal
asesor económico de Romney. Le dio un millón de dólares a un Comité de Acción
Política del Partido Republicano armado con aportes de 37 billonarios. El fondo
especulativo manejado por Singer, NML Capital Limited, motorizó el embargo de
la fragata. NML Capital Ltd. es subsidiaria del citado Elliott Capital
Management de Singer. Mientras tanto, en Buenos Aires, la semana que termina
trajo la noticia de que el vicepresidente Amado Boudou fue visto cenando en el
exquisito restaurante del Palacio Duhau Hyatt, sobre la avenida Alvear, con el
socio operativo de Garfunkel, Sergio B. Szpolski. Boudou no la pasó bien esa
noche y fue increpado por parroquianos, pero eso sería lo de menos.
Así, en un elemental
silogismo, estos pasos se resumen así: el Gobierno financia de manera
desorbitada a los medios de comunicación de un grupo supuestamente “privado”.
Una de las dos cabezas de este grupo se muestra en público cenando a solas con
el vicepresidente de la Nación, una bonita exhibición de cordialidad, la misma
que permite que el ministro de Economía sólo conceda “reportajes” a una radio
explotada por el mismo grupo mediático. La otra cabeza del pool, por su lado,
expresa su solidaridad de clase y, entre millonarios, emite una profesión de
amor por el ultraderechista Romney. El problema de Garfunkel es que lo hizo la
misma semana en la que una fragata de la Armada argentina era retenida en un
puerto remoto por la acción judicial interpuesta por un fondo financiero en el
que hay dinero e intereses directos de Romney. En castellano: Garfunkel se
financia para sus negocios con el Estado argentino, pero sin embargo se fascina
con quienes atentan contra la integridad, o al menos contra la vergüenza de
este país.
¿Hablamos entonces de
mala praxis o de ingenuidad? Es cierto que el enamoradizo Garfunkel no es
considerado una luz por quienes ya se han apalancado con él en otros negocios,
pero lo cierto es que su testa coronada figura al frente del grupo de
herramientas mediáticas que trabajan para su contratante, la Casa Rosada. Es
que este hombre tiene responsabilidades. Al final del día, el episodio, entre
grotesco y patético, demuestra que el Gobierno se vale de variados y
pintorescos ejecutores.
Son habitualmente
superficiales e imprevisibles, irresponsables y audaces, algo que ameritaría
alguna de las filípicas de la intelectualidad K. Resulta revelador que amar a
Mitt Romney desde el seno del oficialismo equivale a asociarse con los bonistas
que embargaron la mítica fragata, un lujo hedonista, una incestuosa
concupiscencia entre multimillonarios.
© Escrito por Pepe
Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el sábado 27 de Octubre de 2012.