José Manuel
Estrada, un hombre de ideales.
José Manuel Estrada fue uno de los más destacados intelectuales de su época (nació el 13 de julio de 1842 -en Buenos Aires- y murió el 17 de setiembre de 1894 -en Asunción del Paraguay-) y también, según quienes lo conocieron, el orador más virtuoso de la Argentina de aquellos años.
Estrada quedó huérfano desde muy pequeño, y quedó a cargo
de su abuela, Carmen de Liniers. Concurrió al Colegio San Francisco, donde
recibió con profundo interés lecciones de filosofía, teología, religión y
humanidades, que lo forjaron como un férreo defensor del catolicismo, actitud
con la que se destacaría años después en su tarea política.
Su formación autodidacta recibió un fuerte aliciente en
1858, cuando ya finalizados sus estudios primarios fue premiado en un concurso
de historia. A partir de allí se interesó con mayor énfasis en el estudio de la
historia, y así fue que terminó por convertirse en uno de los más destacados
historiadores argentinos.
Además de abocado profesor, historiador puntilloso y
católico combativo, Estrada fue escritor, periodista y político, todo lo cual
lo transformó en uno de los más fieles exponentes del pensamiento argentino en
los inicios de la modernidad de nuestra Nación.
Como escritor, se destaca su obra Signun Foederis (El
signo de la Confederación), que resume su profesión de fe religiosa y su
pensamiento político.
Señor Profesor
Con sólo 24 años (en 1866) se inició en la docencia, y al
poco tiempo la recopilación de sus Lecciones sobre la
Historia de la República Argentina se transformaría en un libro.
Aunque joven, era muy reconocido, tanto que el mismo Domingo Faustino Sarmiento
lo nombró Secretario de Relaciones Exteriores y le encargó la enseñanza de
Instrucción Cívica en el Colegio Nacional (Estrada ya enseñaba allí Filosofía).
Su crecimiento ya no se detuvo: en 1869 fue nombrado Jefe
del Departamento General de Escuelas; en 1874, Director de las Escuelas
Normales y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires (que había sido creada recientemente); y en
1876, Rector del Colegio Nacional. Dictó también clases de Derecho Constitucional
y Administrativo en la Facultad de Derecho.
Su justa fama de excelente docente y orador puede ser
ilustrada con una anécdota alrededor de uno de sus más memorables discursos:
transcurría el 24 de abril de 1877 cuando, exponiendo sobre la tiranía de
Rosas, sacó a relucir sus excelentes virtudes en lo que terminó siendo un
discurso apoteótico. Tan alto fue el impacto que causó su fenomenal oratoria
que, al finalizar la conferencia, los alumnos y docentes lo siguieron en
procesión por las calles de la ciudad. Cuando llegaron al pie de una estatua de
San Martín, Adolfo Mitre, en nombre de los alumnos, improvisó un discurso para
manifestarle a Estrada su apoyo y emoción.
Bienvenido sea, en este día, el recuerdo de uno de los
más grandes educadores que tuvo nuestro país, y sirva como ejemplo para tantos
y tantos profesores que día a día, y con la misma dignidad, forjan el futuro
de la Argentina.
José Manuel Estrada
José Manuel Estrada murió en Asunción del Paraguay el 17
de septiembre de 1894. Había nacido en Buenos Aires el 13 de julio de 1842.
Estrada quedó huérfano a muy temprana edad, y de su educación se hizo cargo su
abuela, Carmen de Liniers. En su educación formal aprendió filosofía, teología,
religión y humanidades. A través de esta enseñanza, Estrada se formó como un
férreo católico, al punto que sería la defensa de este dogma la que lo llevaría
a destacar como político.
En 1858, al finalizar sus estudios primarios, recibió un
premio en el concurso de historia del Liceo Literario, por su obra relativa al
descubrimiento de América. Este estímulo hizo que orientara su formación
autodidacta a los asuntos históricos, que luego lo convertiría en uno de los
más destacados historiadores argentinos. Por esa época, además, Estrada
comienza su actividad como periodista, como redactor de La Guirnalda, Las
Novedades y La Paz.
Incorporada Buenos Aires a la Confederación, adhirió
a la Constitución Nacional, y publicó el opúsculo Signum Foederis (El
signo de la Confederación), que se convirtió en su profesión de fe
religiosa, nacional y política. En 1861, publicó El génesis de nuestra raza,
una obra polémica en la que replicaba al profesor Gustavo Minelli, quien había
levantado banderas anticatólicas. Al año siguiente publicó otra réplica,
llamada El catolicismo y la democracia en la que respondía a Francisco Bilbao,
quien sostenía la incompatibilidad de la democracia y la religión.
En 1865 presentó su primera obra decididamente histórica
(Ensayo histórico sobre la revolución de los comuneros del Paraguay en el siglo
XVIII), y comenzó a escribir la Historia de la Provincia de
Misiones (obra que dejaría inconclusa). Un año después, en 1866, se inició en
la docencia, en la Escuela Normal, donde desarrollaría unas muy famosas
Lecciones sobre la Historia de la República Argentina,
compiladas luego en un libro que publicó la Revista Argentina (una
publicación suya), y que es quizás el primero de la historiografía nacional.
Por entonces, Estrada gozaba ya de un profundo
reconocimiento, a pesar de su juventud. Tanto, que Sarmiento lo nombró
Secretario de Relaciones Exteriores y le encargó la enseñanza de Instrucción
Cívica en el Colegio Nacional, donde ya enseñaba filosofía. Poco después, en
1869, fue nombrado Jefe del Departamento General de Escuelas, cargo en el que
permaneció sólo un año.
Comenzó su actividad política en 1871, cuando formó parte
de la Convención Provincial Constituyente, encargada de redactar y
sancionar la Constitución provincial de 1874. En 1873 fue elegido
diputado por Buenos Aires. En ese año, además, fundó el periódico El Argentino,
en el que publicaría varios estudios históricos.
En 1874, se hizo cargo de la Dirección de
Escuelas Normales, y del Decanato de la recién creada Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es de destacar este
altísimo honor, teniendo en cuenta que Estrada no tenía título profesional
alguno, pese a ser un intelectual de primer orden dentro del panorama del
pensamiento argentino de la época.
Dictó, también, clases de Derecho Constitucional y
Administrativo en la Facultad de Derecho. Algunos de estos cursos,
sobre el sistema federal argentino, el régimen municipal o la libertad de
sufragio, fueron magistrales. Las versiones taquigráficas de dichas clases
fueron posteriormente compiladas en la obra Curso de Derecho Constitucional.
Esta faceta de publicista, además de docente y buen
orador, sería una de las más destacables de su actuación pública. Siendo Rector
del Colegio Nacional (entre 1876 y 1888), Estrada pronunció discursos
memorables.
A partir de 1880 debió ocuparse de asuntos que le
merecían mayor atención. Transcurría la primera presidencia de Julio A. Roca, y
en el país se vislumbraba una fuerte corriente de pensamiento anticatólico.
Comenzó entonces una lucha pública sin cuartel en defensa del catolicismo,
desde el periodismo y desde la tribuna. Se discutía entonces la exclusión de la
enseñanza católica de las escuelas, la ley de matrimonio civil y otra
legislación que era considerada por los católicos como un atentado
contra la Iglesia.
En 1884, la Primera Asamblea de Católicos
Argentinos tuvo una concurrencia excepcional y gestó una alianza política en
defensa de las ideas católicas. Estrada fue elegido diputado nacional. En el
Congreso pronunció discursos llenos de vigor expositivo y que fueron centrales
en varios debates, especialmente los que enmarcaron el tratamiento de la
Ley de Matrimonio Civil, sancionada finalmente en 1888.
Luego de apoyar el gobierno de Juárez Celman, Estrada se
incorporó a la Unión Cívica. En abril de 1890, mientras pronunciaba
un discurso en el Frontón de Buenos Aires, sufrió una descompensación que le
obligó a retirarse por un tiempo de la vida pública. La revolución radical de
julio lo encontró en Rosario de la Frontera, donde se hallaba descansando
y reponiéndose. De inmediato, viajó a Buenos Aires y tomó parte de las
gestiones políticas que siguieron a la fallida revolución.
Posteriormente, comandando las fuerzas políticas
católicas, apoyó la candidatura de Luis Saénz Peña, quién le ofreció el cargo
de Ministro. Rehusó ese cargo, pero aceptó el de Ministro plenipotenciario en
Paraguay, función en la que permanecería durante un año.
En septiembre de 1894, la enfermedad lo venció y falleció
en la capital paraguaya.