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domingo, 14 de mayo de 2017

Cómo construir una pirámide sin deslomarse… @dealgunamanera...

Cómo construir una pirámide sin deslomarse…

Herminio Fernández, gallego, jubilado y barcelonés, patenta un ingenio que ofrece una respuesta al gran misterio de la arquitectura.


© Escrito por Carles Cols el jueves 11/05/2017 y publicado por El Períodico de la Ciudad de Barcelona, España.

Dejó dicho Gustave Flaubert que los libros no se conciben como los niños, sino como las pirámides, a costa de amontonar bloques de piedra unos sobre otros, una comparación magnífica, sin duda, pero el escritor se quedó más pancho que Madame Bovary y no aclaró, ya de paso, exactamente eso, cómo se construye una pirámide, tremendo misterio de la arqueología desde que Heródoto (que si de rigor se trata era el Pío Moa de la antigüedad) dejara escrita una vaga descripción sobre aquella hazaña de la arquitectura.

Las cifras, porque no es algo que se recuerde así sin más, como las tablas de multiplicar, hay que subrayarlas. Solo en Keops, la mayor de las pirámides, se amontonan más de 2,3 millones de bloques de piedra de más de dos toneladas de peso cada una. Se dice pronto, pero ¿cómo se hace? Pues en la calle de Bou de Sant Pere (por situarla en el mapa, a un minuto del Palau de la Música) vive Herminio Fernández Fernández, gallego y jubilado, que no solo tiene patentado un método para construir pirámides, sino que en el recibidor de su casa tiene un prototipo a escala de su ‘rampa elevadora manual’, un ingenio que ya le hubiera gustado a Howard Hawks para su ‘Tierra de faraones’.

Esta suerte de Arquímedes gallego trabaja sin planos, pura intuición. La demostración práctica de su invento es la monda.

Una teoría común, extraterrestres al margen, es que los egipcios subieron los bloques de las pirámides con legiones de esclavos a través de rampas, un disparate a poco que se hagan cuatro cálculos de trigonometría. Una inclinación de la pendiente superior al 10% hubiera puesto el reto solo al alcance de Obélix. De ser así, para la de Keops, por ejemplo, la rampa habría tenido una longitud de un kilómetro y medio. Total, que habría sido mayor y más impresionante que la propia pirámide. 

Herminio levanta 100 kilos en su 'rampa elevadora manual'.

El cuarto piso sin ascensor en el que vive Herminio es una corta pero extenuante ascensión que invita a la reflexión, que predispone, qué caray, a abrazar cualquier sabia solución si de levantar kilos de peso con la fuerza de los brazos se trata. Y eso es lo que (si hay que jurarlo por Amón, que así sea) resuelve la desconcertante ‘rampa elevadora manual’. Herminio coloca 100 kilos de peso en la plataforma e invita a asir por las puntas las dos palancas del invento. Un simple alehop y los bloques de cemento suben un escalón. Se acomodan las palancas en el siguiente diente (eso se hace en un pispás) y, alehop de nuevo. El esfuerzo es insignificante. Es la monda. Clark Kent debe sentirse así cuando levanta en brazos a Lois Lane.

Cual Encofrado Autoportante

En la arquitectura moderna se emplea en ocasiones excepcionales, en rascacielos singulares, por ejemplo, un dispositivo que parece bautizado por el mismísimo Lex Luthor, el encofrado autotrepante. El más célebre de Barcelona fue el de la torre Agbar. Aquel invento se abrazaba a la columna vertebral del edificio y literalmente escalaba por ella como un niño se sube a un árbol. Cada cinco días subía un piso.

Lo que Herminio ha diseñado, sin planos, con pura intuición de carpintero, es un puzle de madera, un conjunto de escalones, engranajes y palancas, todo tallado a mano, que tan pronto como ascienden las piedras se desmontan las piezas de abajo y se colocan arriba para proseguir sin pausa la escalada. Brillante.

Nada menos que el encofrado autotrepante de la antigüedad. Asegura Herminio que una sola persona mínimamente en forma puede mover bloques de 300 kilos. No hace una demostración dentro de casa porque ya la hizo tiempo atrás, con nefastas consecuencias para los azulejos del piso. La hace en el tejado. La cuestión, en resumen, es que asegura que una veintena de personas, cada una con su palanca, podrían levantar al alimón un bloque de 6.000 kilos.

Plinio el Viejo desdeñó el fin mismo de las pirámides, "trabajo en vano", dijo, pero no dejó ni una buena pista sobre cómo se construyeron, igual que Heródoto.

Eso sirve en bandeja el debate sobre cuántas personas eran necesarias para levantar una pirámide en un plazo razonable de tiempo. Plinio el Viejo, que en cierto modo las menospreciaba, decía de ellas que eran “un trabajo en vano” o, peor aún, sostenía que eran simplemente el mezquino propósito del faraón de turno de dejar las arcas vacías tras su muerte y fastidiar así a su sucesor, calcula que en una de las más notables que conoció, que sitúa en Arabia, trabajaron durante 20 años unos 360.000 hombres. No estuvo allí, por supuesto, para verlo. Herminio tampoco, claro, y en igualdad de condiciones, discrepa de Plinio.

Defiende que bastaba una plantilla de unos 4.000 trabajadores para completar una pirámide en 20 años, y solo una cuarta parte de ellos destinados a esa espectacular tarea de subir las piedras.

Herminio, con su prototipo de catapulta y ballesta, un dos por uno insólito.

“No, nunca he estado en Egipto, y no voy a ir, me da miedo el avión”, explica Herminio en el saloncito de su casa, entre ballestas de fabricación propia y catapultas de miniatura, que, por cierto, funcionan. Este hombre está hecho un Arquímedes.

El lanzamiento de lápices cual flechas a lo largo del pasillo daría para otra crónica, igual que su teoría sobre los desconcertantes conductos de ventilación de las pirámides, de los que sostiene que son una suerte de pararrayos fallido. Lo dicho, eso, otro día. De momento, si alguien necesita una pirámide, Herminio es su hombre.  

A él le gustaría probar su invento a lo grande. Su suerte, claro, sería ser anglosajón, que la National Geographic Society le prestara atención, como cuando en el 2012 le dio por financiar la demostración de la teoría Terry Hunt y Carl Lipo de que los moais de la isla de Pascua fueron trasladados a pie, en un gracioso paseo.


Quién sabe, quizá algún día...