Paradojas de la incentivación...
Sebatián Bértoli de Patronato de Paraná, Entre Ríos.
Perder contra el mismo al que le
pediste que ganara por vos. Siempre me pareció deliciosamente curioso que un
club despedazado por las deudas pueda destinar un dinero que no tiene para
estimular a que un equipo, que no es el propio, juegue con más ganas ante otro.
O que, por el solo hecho de
recibir un mango de más, un equipo esté automáticamente en condiciones de
derrotar a un rival que, por lo general, realizó una campaña sustancialmente
superior. De tal manera, habrá que asumir que Barcelona se convirtió en el
mejor equipo de la historia, ante todo porque todos sus jugadores pueden ir al
súper y llenar un par de changuitos sin comparar precios; hasta yerba mate
deben comprar Messi y sus compañeros. Por eso juegan tan bien al fútbol.
De otro modo, debo pensar que
todo aquel que juega sin más interés que el del fútbol mismo –como si eso no
fuese casi todo en esta historia– ante un rival que lucha por ser campeón, por
ascender o por no descender, encara el conflicto desinteresado; casi como si
hubiese que pagarles para que se comprometan, para que no se desentiendan, casi
para que no vayan a menos.
Hay excepciones. Cuando la
Argentina armó la colecta para que Polonia le ganase a Italia en el Mundial
1974, lo que primero se aseguró fue que el seleccionado polaco utilizara una
formación titular para un partido en el que usaría suplentes ya que tenía
garantizada no sólo la clasificación sino el primer puesto de la zona. En tal
caso, lo que se estimuló fue, ante todo, la presencia de un equipo fuerte que, además,
ganó el partido.
De cualquier manera, antes que
las anécdotas, las consideraciones éticas o de criterio, las ironías o las
miradas laterales, están las reglas. Y para el fútbol argentino, el incentivo
es una falta grave.
Para ser justos con los pecadores,
convengamos que nuestro fútbol está inundado de normas que no se cumplen.
Repasemos sutilmente el más notorio y patético episodio de la semana: el crimen
de un hincha en el último partido de River en su cancha.
Conocida la noticia, a lo primero
que muchos apuntamos fue a la eventual sanción al club, aun por encima de la
muerte de una persona. Luego, el eje de la cuestión se trasladó a las chicanas
entre la institución y un fiscal de la Ciudad. Finalmente, a la captura del
presunto asesino.
En el medio, varias delicias que
me resisto a tragar sin digerir. Se anticipó que no se trataba de un problema
entre barras. Para como estamos, sólo pensar que, entonces, cualquiera de los
50 mil espectadores que fueron a la cancha puede ir armado y decidido a matar
nos rebaja a una condición peor que la animal.
Cuando se anunció la venta de
entradas para el partido, River aclaró que sólo podrían asistir socios del
club. Ergo, el asesino y la víctima son socios de la entidad. Un tema que, de
por sí, ya merece el interés del club.
Finalmente, se dijo que el
acusado no tiene antecedentes penales y que la víctima no lo conocía. Esto
quiere decir que una persona sin conflictos aparentes decide ir a la cancha con
un cuchillo y, ya en la tribuna, elige a uno al azar para cruzarle el corazón
de un puntazo. Esto es estar peor que cuando nos iba muy mal.
Ante un escenario tan lamentable,
en el que hasta hay que explicar que no está bien que se mate gente dentro de
un club y nadie se haga cargo, ¿cómo pretender que un futbolista uruguayo de un
equipo del ascenso entienda que no está permitida la incentivación?
Se trata de un asunto
sustancialmente menos importante que el otro, pero califica en el mismo
inventario. Conste que no hablo de la desmentida del futbolista porque no
desmintió nada. Un día dijo algo y al otro dijo otra cosa. Como si fuesen dos
personas y dos episodios distintos.
Para empezar, al club receptor le
preocupó sustancialmente la confesión del jugador y no el hecho en sí. Hasta
ahora, no escuché a nadie decir que se exigió devolver el botín del crimen.
Pero al estar involucrado en el
asunto un eventual ascenso de River, y al ser el club de Núñez el incentivador
y, a la vez, el próximo rival del incentivado, la cosa se pone realmente
pintoresca.
Porque ya no sólo no se trata de
que poco importa si a vos o a mí nos parece bien o mal este tipo de estímulo
–repito, está penado por las leyes futboleras y eso debería bastarnos–, sino
que, aun considerándolo tolerable o relativo bajo el concepto de trampa, este
episodio puntual abre la puerta a preguntas que es preferible no responder.
Para empezar, juguemos a
prescindir de lo sucedido finalmente en el partido de ayer por la tarde. Si no
lo hiciéramos, dejaríamos cada letra de esta columna sin efecto, ya que la
incandescencia del reciente fracaso riverplatense en cancha de Colón dejó en un
décimo plano todo aquello que no haya tenido que ver con los 90 minutos de un
nuevo fallido del equipo de Almeyda.
Acordadas las pautas y hechas las
salvedades, volvamos a la propuesta inicial.
Y a las preguntas.
Por ejemplo, ¿no compromete a la
gente de Patronato que el mismo equipo que estimuló a sus jugadores una semana
más tarde se haga cargo de los costos globales del partido entre sí, de modo
que al equipo entrerriano todo ingreso le resulte una ganancia?
Por ejemplo, ¿cómo responde un
futbolista una semana después de jugar estimulado al enfrentarse ante quien lo
estimuló, en el caso de que no surja un tercero que vuelva a incentivarlo? Si
antes, ante un billete, ganó un partido ante el puntero, ahora, sin ese extra,
¿deja de interesarse en una victoria?
Por ejemplo, ¿quién podrá
explicarle al hincha que si un jugador de Patronato cometiese un error decisivo
se trataría sólo de eso y ya no de una continuidad en el acuerdo contractual
espurio en desarrollo?
Entiéndase que las preguntas
sirven para cualquier circunstancia como la que se está planteando. Ayer,
anteayer, hoy y mañana.
En todos los casos, lo mejor
sería sacar las dudas del medio y dejar que todo lo que haya en juego sea la
capacidad de unos y de otros de hacer las cosas mejor o peor.
Como que, en otros casos, lo
mejor sería sacar del medio a los barrabravas.
Es decir, en ningún caso sacar lo
malo del medio parece procedente en nuestro fútbol.
Al fin y al cabo, terminado el
asunto, la incentivación acabará siendo parte del reglamento tanto como los agarrones
dentro del área.
Nunca se sancionará.
Y si alguien puso un billete para
entusiasmar a Patronato contra River, ya saben. La guita se la llevó toda
Bértoli.
© Escrito por Gonzalo Bonadeo y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado
16 de Junio de 2012.
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