Dogmas
para todos...
Se quedo sin cuerdas Amado Boudou. Dibujo:
Pablo Temes.
La Presidenta repite una y otra vez lo mismo.
Desprolijidades con la petrolera. Y peor aun, a la hora de defender a su vice.
No son
pocos los funcionarios del Gobierno que viven horas de desconcierto. Es que más
allá de apoyar públicamente con “todo entusiasmo” las decisiones presidenciales
y la supuesta sabiduría de sus contenidos, en la intimidad reconocen no saber
bien cuál es la dirección por la que marcha un gobierno encerrado en un
laberinto del que parece no conocer la salida, a pocos meses de haber ganado
una elección con un nivel de apoyo popular nunca visto hasta aquí desde la
recuperación de la vida democrática.
El
juego de las escondidas montado a partir de la anunciada reestatización de YPF
ilustra ese desconcierto. La jugada de hacer caer a algunos periodistas en una
trampa acerca de la verosimilitud de un documento desprovisto de membrete
oficial que circuló en la tarde del jueves por el Congreso es propio de
personas con una mentalidad adolescente y no de funcionarios abocados a la
solución de un asunto de primera magnitud, como es el del abastecimiento de
petróleo. Lo que surge también de manera obvia es la contradicción del
kirchnerismo, una constante. He aquí a la Presidenta, que en sus tiempos de diputada
provincial en Santa Cruz presionó para que se aprobara la privatización
escandalosa de YPF, tarea en la que no hizo más que acompañar a su esposo, por
entonces gobernador.
La
presencia de las compañías españolas en la oleada de privatizaciones de las
empresas de servicios públicos que sacudió a la Argentina de los 90
merecerá alguna vez un análisis profundo. La actitud que en muchas de ellas
imperó durante un largo tiempo tuvo, por momentos, aires de recolonización.
Inversiones
insuficientes y su consecuencia de servicios deficitarios constituyeron parte
de una realidad que hizo que la participación de esas compañías fuera sujeto de
críticas de buena parte de la ciudadanía. En ese marco, la privatización de YPF
fue la más bochornosa, ya que significó la enajenación de un bien estratégico
para el desarrollo de nuestro país.
La de
ahora es una crisis anunciada, sobre la que especialistas destacados venían
advirtiendo desde hace años. Al momento de la asunción de Néstor Kirchner,
circulaban ya por los despachos de la Secretaría de Energía informes que hablaban sobre
el horizonte de dificultades que debería enfrentar la Argentina como
consecuencia de la falta de inversiones.
Lo que
el Gobierno le reprocha a Repsol ya fue denunciado hace mucho por muchos
expertos. Entre ellos, el grupo de ex secretarios de Energía que en marzo de
2009 advirtió sobre la situación deficitaria de la producción de petróleo como
consecuencia de la falta de inversiones en exploración. El Gobierno no sólo
criticó esas apreciaciones sino que también, tal su costumbre, se encargó de
descalificar a cada uno de los profesionales que osaron hacer públicas sus
críticas.
Hay que
decir que alguna vez se terminará de conocer la verdadera trama por la cual el
grupo Eskenazi, ahora vilipendiado desde las esferas oficiales y por los medios
que a ellas responden, fue autorizado por el mismísimo Kirchner a ingresar a
YPF sin poner un peso y pagando la compra del porcentaje minoritario al que
accedió recién a partir de los dividendos obtenidos por la empresa. Tal vez por
ello, en aquel tiempo a nadie del Gobierno le importó la remesa de esas
ganancias que Repsol hacía a España.
Lo que
también es notable, por lo irresponsable, es la inexistencia de un plan de
acción definido y ubicado dentro de un marco estratégico consolidado. Nadie
sabe de dónde sacaría el Estado la plata para hacer frente a las enormes
inversiones que las tareas de exploración petrolera requerirían. Es evidente
que la Presidenta
se manejó hasta aquí ignorando las consecuencias políticas de sus acciones.
Con
todo, lo que más enfurece a la
Presidenta en estas horas es la situación de “su
vicepresidente”, como algunos ya lo llaman en el seno mismo del Gobierno, a
Amado Boudou. “¡Exijo que lo defiendan!”, fue la orden que recibieron de
Fernández de Kirchner sus funcionarios. Y ahí pues aparecieron los pocos con
capacidad dialéctica para defender lo indefendible que tiene una gestión
poblada por quienes hacen del mutismo un dogma. De ahí la reaparición mediática
fulgurante de Aníbal Fernández a quien, desde ese punto de vista, la Presidenta debe
extrañar en la Jefatura
de Gabinete.
La
decisión política de defender a Boudou ha tenido ya un alto costo para el
Gobierno. Se lo ha llevado puesto al procurador general de la Nación, Esteban Righi, y ha
dejado en una posición muy vulnerable al juez Daniel Rafecas, magistrado al que
el kirchnerismo consideraba como suyo.
La instancia
que se vive ahora es la de embarrar la cancha judicial. Hay que reconocer que
para ello han puesto a trabajar a profesionales que saben cómo hacerlo. El
nombre más relevante de este equipo es el del abogado Diego Pirota, hombre
acostumbrado a estas lides. Al respecto, una de sus actuaciones más notorias
fue la de defender a Claudio Uberti en el sonado caso aún irresuelto de la
valija con casi 800 mil dólares del venezolano Guido Alejandro Antonini Wilson.
Si lo
de Righi dejó a muchos kirchneristas con la boca abierta, la postulación de
Daniel Reposo como su sucesor directamente provocó azoro. Reposo es amigo de
Boudou. ¡Todo dicho! Nadie se explica cómo Fernández de Kirchner no obró con,
al menos, algo más de disimulo. Gente con más pergaminos que Reposo y no tan
pegada a Boudou dispuesta a hacerle el favor al Gobierno de manipular a los
fiscales no le falta. Pero en el círculo áulico del poder, no hay lugar para
ninguna consulta. Es que la
Presidenta parece decidida a hacer de la famosa frase “El Estado
soy yo” –falsamente atribuida a Luis XIV– un dogma.
Producción
periodística: Guido Baistrocchi.
© Escrito
por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
el sábado 14 de Abril de 2012.
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