Odioamoramiento...
A los besos. La campaña de Benetton con Obama-Chávez y Merkel-Sarkozy, entre otros políticos, "recreada" en tono de humor para Argentina con Magnetto-Cristina y Moyano-Máximo.
“Dios era el más ignorante de todos los seres por no conocer el odio.” (Empédocles)
Lacan, en su seminario sobre el amor –el vigésimo, titulado “Aún”– retoma esta cita de Empédocles para explicar que “no se conoce amor sin odio” y crea el término odioamoramiento para reflejar que el amor y el odio son dos caras de la misma pasión.
Empédocles, más allá de la risa que pueda causar en algunos su nombre, fue un político democrático griego (veinte años mayor que Sócrates) que, tras perder las elecciones, se dedicó al conocimiento. Quizá su propia experiencia política lo llevó a sostener que el amor une lo diferente y el odio separa lo igual.
Por ejemplo: ¿no hay admiración en el odio que le dispensan los kirchneristas a Magnetto, y no son, en cierto sentido, iguales?
Benetton realizó una provocadora campaña publicitaria titulada UnHate (“sin odio”, en alemán), en la que aparecen dándose besos en la boca Obama con Chávez y con el presidente chino, Merkel con Sarkozy, el papa Benedicto XVI con un imán egipcio, el presidente de Palestina con el primer ministro de Israel y el fallecido dictador norcoreano con el presidente de Corea del Sur.
¿Qué besos imposibles corresponderían para esa misma campaña en Argentina, donde el odio y las divisiones irreconciliables parecen no tener fin, aunque siempre haya posibilidad de reconciliación?
El primer ejemplo es Cristina Kirchner con Magnetto y él como representación de Clarín en su totalidad. La serie El pacto, financiada por el Gobierno y producida nada menos que por las esposas de Moreno y De Vido, no lo considera imposible. La semana pasada se transmitió el último capítulo y allí, tras un alejamiento de quien sería Magnetto, la nueva cúpula de Clarín en la ficción reconstruye vínculos en múltiples direcciones.
El otro ejemplo que ilustra esta columna es el de Moyano y Máximo Kirchner, a quien el camionero llamó “mínimo”. Pero se podrían crear varios otros besos imposibles: Víctor Hugo Morales y Joaquín Morales Solá; también Beatriz Sarlo y Horacio González; o Scioli y Mariotto.
Para que los odios dejen de separar a iguales, se tendría que dar lo que Hegel excesivamente llamó el fin de la historia, pero que podría entenderse mejor como el triunfo de un conjunto de ideas sobre el resto de manera más o menos duradera.
¿Será el kirchnerismo el fin de la historia política actual argentina? ¿Habrá otra política que supere la modernización del peronismo junto a la cooptación de los ideales que fueron característicos de los no peronistas, todo amalgamado en el combo K? Aun sin cáncer, quizá la afección de la Presidenta podría promover acercamientos.
En los tiempos de Hegel, ese “fin de la historia” sucedió con Napoleón, a quien el filósofo una vez vio pasar y escribió: “He visto al espíritu de la época montado a caballo”.
Intelectuales y artistas de todas las épocas tienen facilidad para dejarse subyugar por el triunfo arrollador del poder. Hegel, como Beethoven, fueron grandes admiradores de Napoleón. La sinfonía Heroica y la Fenomenología del espíritu son contemporáneas del avance imparable de Napoleón destruyendo todas las monarquías de Europa continental.
En la Argentina actual, ¿Hegel estaría en Carta Abierta y Beethoven tocando el Himno en la Plaza de Mayo en honor a Cristina Kirchner? La idea de demolición del orden del pasado resulta atractiva para las mentes innovadoras y muy popular para las masas si ese orden en extinción no pudo mejorarles la vida.
Para Hegel, Napoleón marcó el fin de la historia, porque a partir de él todo sería repetición de lo mismo (pero no de lo igual). Alexandre Kojève enseñó Hegel nada menos que a Lacan, Merleau-Ponty, Georges Bataille, Raymond Aron y André Breton, entre 1933 y 1939 en la Ecole de Hautes Etudes de París. Y por entonces decía que Hegel sólo se había equivocado 150 años porque “¿qué es la Revolución China sino la introducción del código de derecho napoleónico en China?”. Cincuenta años después, ya no con el fin de la monarquía china de la que hablaba Kojève sino con el fin del comunismo chino, un economista –Fukuyama– hizo suya la interpretación del fin de la historia como el triunfo de la economía sobre la política.
En la Argentina actual, ¿diría Hegel: “Hoy he visto al espíritu de la época saliendo de un hospital en helicóptero” por Cristina Kirchner, u otro Fukuyama de signo distinto diría: “Triunfó la política sobre la economía”? Quedan cuatro movidos años para verlo.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 7 de Enero de 2011.
Empédocles, más allá de la risa que pueda causar en algunos su nombre, fue un político democrático griego (veinte años mayor que Sócrates) que, tras perder las elecciones, se dedicó al conocimiento. Quizá su propia experiencia política lo llevó a sostener que el amor une lo diferente y el odio separa lo igual.
Por ejemplo: ¿no hay admiración en el odio que le dispensan los kirchneristas a Magnetto, y no son, en cierto sentido, iguales?
Benetton realizó una provocadora campaña publicitaria titulada UnHate (“sin odio”, en alemán), en la que aparecen dándose besos en la boca Obama con Chávez y con el presidente chino, Merkel con Sarkozy, el papa Benedicto XVI con un imán egipcio, el presidente de Palestina con el primer ministro de Israel y el fallecido dictador norcoreano con el presidente de Corea del Sur.
¿Qué besos imposibles corresponderían para esa misma campaña en Argentina, donde el odio y las divisiones irreconciliables parecen no tener fin, aunque siempre haya posibilidad de reconciliación?
El primer ejemplo es Cristina Kirchner con Magnetto y él como representación de Clarín en su totalidad. La serie El pacto, financiada por el Gobierno y producida nada menos que por las esposas de Moreno y De Vido, no lo considera imposible. La semana pasada se transmitió el último capítulo y allí, tras un alejamiento de quien sería Magnetto, la nueva cúpula de Clarín en la ficción reconstruye vínculos en múltiples direcciones.
El otro ejemplo que ilustra esta columna es el de Moyano y Máximo Kirchner, a quien el camionero llamó “mínimo”. Pero se podrían crear varios otros besos imposibles: Víctor Hugo Morales y Joaquín Morales Solá; también Beatriz Sarlo y Horacio González; o Scioli y Mariotto.
Para que los odios dejen de separar a iguales, se tendría que dar lo que Hegel excesivamente llamó el fin de la historia, pero que podría entenderse mejor como el triunfo de un conjunto de ideas sobre el resto de manera más o menos duradera.
¿Será el kirchnerismo el fin de la historia política actual argentina? ¿Habrá otra política que supere la modernización del peronismo junto a la cooptación de los ideales que fueron característicos de los no peronistas, todo amalgamado en el combo K? Aun sin cáncer, quizá la afección de la Presidenta podría promover acercamientos.
En los tiempos de Hegel, ese “fin de la historia” sucedió con Napoleón, a quien el filósofo una vez vio pasar y escribió: “He visto al espíritu de la época montado a caballo”.
Intelectuales y artistas de todas las épocas tienen facilidad para dejarse subyugar por el triunfo arrollador del poder. Hegel, como Beethoven, fueron grandes admiradores de Napoleón. La sinfonía Heroica y la Fenomenología del espíritu son contemporáneas del avance imparable de Napoleón destruyendo todas las monarquías de Europa continental.
En la Argentina actual, ¿Hegel estaría en Carta Abierta y Beethoven tocando el Himno en la Plaza de Mayo en honor a Cristina Kirchner? La idea de demolición del orden del pasado resulta atractiva para las mentes innovadoras y muy popular para las masas si ese orden en extinción no pudo mejorarles la vida.
Para Hegel, Napoleón marcó el fin de la historia, porque a partir de él todo sería repetición de lo mismo (pero no de lo igual). Alexandre Kojève enseñó Hegel nada menos que a Lacan, Merleau-Ponty, Georges Bataille, Raymond Aron y André Breton, entre 1933 y 1939 en la Ecole de Hautes Etudes de París. Y por entonces decía que Hegel sólo se había equivocado 150 años porque “¿qué es la Revolución China sino la introducción del código de derecho napoleónico en China?”. Cincuenta años después, ya no con el fin de la monarquía china de la que hablaba Kojève sino con el fin del comunismo chino, un economista –Fukuyama– hizo suya la interpretación del fin de la historia como el triunfo de la economía sobre la política.
En la Argentina actual, ¿diría Hegel: “Hoy he visto al espíritu de la época saliendo de un hospital en helicóptero” por Cristina Kirchner, u otro Fukuyama de signo distinto diría: “Triunfó la política sobre la economía”? Quedan cuatro movidos años para verlo.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 7 de Enero de 2011.
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