Pulgares...
Pies Negros (Cuentos de fútbol), del periodista Marcos González Cezer, es la última publicación de Ediciones Al Arco que continúa explotando el auge de la literatura deportiva. El libro cuenta con prólogo de Juan Sasturain, contratapa de Ezequiel Fernández Moores e ilustración de tapa de Rep.
Cuando con los pibes de la hinchada fuimos a La Plata, a la
cancha de Estudiantes, en el barrio nos dijeron que podía haber problemas. Nos
contaron que ellos habían planificado una emboscada para robarnos las banderas
y los bombos.
Sin embargo, nosotros estábamos confiados porque éramos un
montón. Más de cien. Ese día, además, viajaron con nosotros unos tipos amigos de mi hermano Hugo,
que eran de la Juventud Peronista. Eran grandotes y estaban muy serios.
Antes de salir de Parque Patricios, de la puerta de la
cancha de Huracán, los más grandes de la hinchada nos llamaron y nos contaron
cómo habían planificado entrar a La Plata, dónde íbamos a dejar el camión y,
especialmente, cómo se iban a cuidar las banderas y los bombos. Cuando
terminaron, agarré como siempre, como todos los domingos, el bombo más grande,
el negro, ese que tenía pintado en rojo un enorme globo en uno de los parches,
y con la manguera empecé a tocar.
Yo sabía que ese Huracán-Estudiantes no iba a ser un partido
caliente más, y que ni siquiera importaba mucho el resultado. El clima era
otro, más espeso, denso, y se notaba en las caras serias, de los más grandes de
la hinchada y de los amigos de mi hermano.
El viaje a La Plata fue tranquilo, pero cuando el camión se
estacionó a cinco cuadras de la cancha, rápidamente, los de la Juventud
Peronista agarraron las bolsas de las banderas y no dejaron que ninguno de
nosotros se acercara.
Hablaron con los pibes grandes de la hinchada y empezamos la
caminata al estadio. Del partido y cómo salió no me acuerdo, pero sí de la
pelea que tuvimos con la policía cuando, debajo de una bandera de Huracán, que
estaba atada desde lo más alto de la tribuna al alambrado, apareció otra
blanca, gigantesca, con letras negras y una sola palabra: Montoneros.
El Lagarto ligó un balazo en la pierna y vi a muchos amigos
de mi hermano, esos de la Juventud Peronista, disparando desde las tribunas.
Fue de cowboys.
Hubo tanto lío que hasta salió en los diarios.
Perdí.
Y ahora estoy en un lugar que no sé cómo se llama.
Aquí hay sólo gritos, gemidos.
Estoy en un lugar que no sé cómo se llama.
Si les creo a los que escucho por las noches, el nombre es
parecido al de un club.
O algo así. En verdad, no sabría precisarlo. ¿Un club? ¡Qué
increíble!
Acá todo es negro. Hay ruidos a chapas y a pisadas en
charcos. Hay mucho ruido a metal.
¿El Matador Kempes o el Pulpo Luque habrán empezado a hacer
goles? ¿Los que festejan sus goles sabrán qué negro es el negro en este lugar?
Hace unos meses alcancé a ver (fueron sólo segundos) al
Matador con los brazos en alto y a un tipo que tenía puesto un sobretodo y que
reía mientras levantaba sus pulgares, que eran raros.
Reía como una hiena.
Aquí hay sólo gritos, gemidos.
Cuando las torturas me bloquean y casi no puedo respirar, me
refugio en los recuerdos. Así siempre aparecen las imágenes de la hinchada, los
cantos y las banderas.
La que más me ayuda es aquella en la que me veo con el bombo
negro que tenía pintado en rojo el globito en uno de los parches, con el que me
divertía y gastaba fuerzas mientras bailaba en los paraavalanchas de la
tribuna.
Mi hermano Hugo tuvo suerte. Sus amigos lo ayudaron a salir
a Uruguay. Desde ahí se fue a San Pablo. Tiempo después, viajó a España donde
empezó a trabajar con otros exiliados. Ahí planificó el gran golpe de Suiza, en
el ’79.
La selección argentina jugó un partido amistoso con Holanda,
que la prensa llamó “la gran revancha del Mundial ’78”, que habían ganado los
muchachos de Menotti. Volvió a ganar Argentina porque el Pato Fillol, que fue
la figura, atajó varios penales en la definición.
Hugo me contó que la tribuna estaba llena de exiliados, de
gente que se encontró ahí, sin saber con quién se iba a ver. Que muchos
lloraron y se abrazaron al comprobar que tal o cual estaba vivo.
Años después, mi hija preguntó:
–¿Papá, viste aquella bandera en la televisión?
–No. El tío Hugo dijo que acá sólo se vio por un instante.
Que después apareció una franja negra que tapó la parte de abajo de las
imágenes.
La bandera, al igual que aquella que los amigos de Hugo
mostraron en la cancha de Estudiantes, era blanca, con letras negras. Pero en
vez de “Montoneros”, decía “Videla asesino, dónde están los desaparecidos”.
Hugo contó que la policía suiza reprimió a los argentinos.
Hugo contó que la policía suiza reprimió a los argentinos.
De vez en cuando, sueño con ese lugar en el que sólo había
ruido a metal, gritos y gemidos.
Me enteré, cuando vi una foto, de quién era ese tipo que
tenía puesto un sobretodo y que reía mientras levantaba sus pulgares, que eran
raros, mientras Passarella, el Gran Capitán, levantaba la Copa del Mundo.
Puedo respirar sin ahogarme.
Tengo una esposa y una hija y cada tanto voy a ver a
Huracán.
Gané.
© Publicado en la Sección Líbero
del Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 18 de Julio
de 2005.
El libro se consigue exclusivamente en las acadenas Yenny-El Ateneo.
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