“PRIMERO MATAREMOS A TODOS LOS SUBVERSIVOS, LUEGO A SUS COLABORADORES, DESPUÉS A LOS SIMPATIZANTES, LUEGO A LOS INDIFERENTES, Y POR ÚLTIMO LOS TÍMIDOS”.
Gral. Ibérico Saint Jean. Gobernador de
El caluroso y agobiante 6 de noviembre del 2004 son descubiertos en el sector privado de un cementerio de Provincia cuatro cadáveres enterrados como NN. Se sospecha que podrían ser los restos de victimas de la dictadura que asoló a
En la madrugada de 10 de diciembre de 1977 Azucena Villaflor camina apresuradamente hacia un kiosco de revistas. Es una mujer de cincuenta años, de buen porte, que luce sin prejuicios un colorido vestido floreado. Al llegar al kiosco busca con ansiedad en el diario matinal una solicitada cuyo titulo es: POR UNA NAVIDAD EN PAZ. Sonríe satisfecha y emprende el regreso, pero a mitad de la avenida dos autos sin identificación la interceptan. Cuatro hombres de civil la golpean y a pesar de su resistencia logran introducirla a uno de los vehículos para trasladarla a
Encapuchada y engrillada Azucena es conducida al Casino de Oficiales donde la espera para interrogarla el “tigre” Acosta, jefe del grupo de tareas GT 3.3.2, una especie de GESTAPO Argentina. Acosta es un oficial “duro”, encargado también de la “inteligencia”, de la tortura a los detenidos que se realiza en los sótanos de
El informe fue realizado por Alfredo Astiz, un joven oficial de 26 años, espía, que en los últimos meses se ha infiltrado en las organizaciones de familiares de desaparecidos y sobre todo entre el grupo de las Madres de Plaza de Mayo cuya fundadora y líder es Azucena. Con exasperante paciencia Acosta comienza el interrogatorio, revisa la carpeta y como si fuera un profesor de historia elige al azar alguno de los hechos, de las “acciones” realizadas por Azucena en estos largos doce meses en que esta mujer, sencilla ama de casa de un barrio del suburbio obrero, comenzara la búsqueda de su hijo Néstor, de 24 años, secuestrado por las fuerzas militares. Pero Azucena no responde, debajo de la capucha que cubre su cabeza solo se escucha un susurro; que día a día se transformará con más fuerza en el sentido de su lucha: “Solo busco a mi hijo”. Acosta no se inmuta. Tiene la paciencia del torturador, el tiempo juega a su favor o al menos eso es lo que él cree. Azucena es trasladada a el altillo del casino de oficiales donde se hallan otros detenidos. En medio del silencio y la oscuridad se reencuentra con dos de sus compañeras de lucha, madres que buscan a sus hijos como ella, y a dos monjas francesas, Alice y Leonie, secuestradas cuarenta y ocho horas antes, en otro operativo comandado por Astiz. Las mujeres ya han sido torturadas, aún así, se preocupan por la suerte de los otros detenidos y preguntan insistentemente por Gustavo Niño y su hermana, un joven al que “las Madres” han adoptado meses atrás como a un hijo.
Lo que ellas ignoran es que “Gustavo” esta muy cerca, las vigila y también las tortura, ya que el muchacho no es otro que Alfredo Astiz y su supuesta hermana, una joven de 20 años, una detenida y alojada en
A medida que transcurren los días crece la tensión entre Acosta y Astiz. El fantasma de “Gustavo Niño” se hace presente para quebrarlas y arrancarles alguna confesión. Pero todo es en vano. Azucena y sus compañeras son solo madres y religiosas que buscan a sus hijos. La fe inquebrantable de estas mujeres enfrentara a los torturadores a su propia conciencia y ya sin respuestas reflexionan acerca de su liberación. Si esto ocurre será un doble triunfo ya que Azucena no ha perdido el tiempo y en los días transcurridos, ayudada por una “detenida reconvertida”, ha confeccionado una lista de todos los secuestrados alojados en
Pero, en el exterior del Centro de Detención, una nueva jugada del azar cambiará para siempre el destino de las mujeres. Los secuestros del 8 y 10 de diciembre de 1977 han impactado duramente en la política internacional de
El engaño se completa con un “petitorio” de cuatro puntos escrito de puño y letra de la monja Alice Domon. La embajada de Francia recibe la misiva pero rápidamente sus servicios de inteligencia descubren la maniobra. La suerte de Azucena y sus compañeras está echada. En el despacho de Acosta suena insistentemente el teléfono. Al atender el oficial recibe una orden precisa. En el atardecer del 15 de diciembre de 1977, Azucena Villaflor, Esther Careaga, Maria de Bianco y las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet son inyectadas con Pentotal y posteriormente arrojadas al mar, en un avión de
El 20 de diciembre de 1977, un pescador furtivo encuentra en las costas de Mar Chiquita, en el Océano Atlántico los cuerpos flotando de cuatro mujeres. Algo lo impresiona, están todas juntas, como tomadas de la mano. Una de ellas lleva puesto un llamativo vestido floreado. Rápidamente, el aceitado aparato represivo, ordena enterrar los cuerpos en un Cementerio de Pueblo como NN. Un joven sepulturero, de ojos muy claros, se encarga de tapar “la fosa común”. Es un manso atardecer, el joven sepulturero ha finalizado su labor.
El cementerio está desierto cuando el muchacho clava en la tierra húmeda una cruz con la inscripción NN. Luego se queda un segundo en silencio y quitándose la gorra se persigna. Por último coloca un ramo de flores en la tumba para luego retirarse, silbando, mientras anochece.
EN ENERO DE 1978, LOS GOBIERNOS DE FRANCIA Y EEUU, A TRAVÉS DE SUS SERVICIOS DE INTELIGENCIA COMPROBARON LAS MUERTES DE LAS CINCO MUJERES. LA “DECISION DE ESTADO” FUE SILENCIAR LOS RECLAMOS AL GOBIERNO DE
LOS RESTOS DE ESTHER CAREAGA, MARÍA DE BIANCO Y LEONIE DUQUET FUERON ENTERRADOS EN LOS JARDINES DE
EL CUERPO DE ALICE DOMON AÚN NO HA SIDO HALLADO.
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