Este martes volviendo a mi cuartel de invierno sentí de
pronto corcovear el piso del planeta y venirse la noche a pleno día. Ni
por salud ni por edad. Un fenómeno de registro ambiguo. Algún que
otro peatón turbado como yo alzó la cabeza y paró su andar sin decir
mus. Duró el instante de un minuto.
Luego se aquietó el piso y volvió la luz. Yo
busqué un café y recuperé la lógica normal. Como el mozo no comentó
nada evité perturbarlo. Por lo que averigüé el episodio se viene
repitiendo. Llega, latiguea aquí o allá, y se esfuma sin
despertar inquietud. Como la guerra mundial que serpentea
en puntuales países y en otros se sigue como una serie documental
más. O como nuestras elecciones que interesan mucho más en los medios que
en la calle.
Tras meditarlo concluí que había sufrido
una simbolitis, que es (se me ocurre) cuando el cerebro razona con
metáforas y los símbolos se inflaman.
Un quiebre mental que no duele. En
mi caso agudiza la perplejidad y tras breve “calma chicha”, también
las ganas de escribir. Yo infiero que lo vivido este martes lo
causa la época. Que como animal hecho de tiempo que somos, es factible
sentir la onda expansiva de “tiempos” de otros sitios. Que a
cada terrícola le sucede igual por su veterana condición de serlo, aunque
de modo variable. A mí me aviva la inquietud por lo que sucede lejos y
cerca.
Una sensación que me lleva de la inmortalidad
del mosquito en la que me debato, a pensar que la historia como va,
no va. Que urge inventar otra forma de representación. Que tal como fluye,
la sociedad líquida no asegura navegación social alguna. Que la
mayoría de los líderes en ejercicio (o en carrera) no tienen idea de donde
están parados. Que miles de millones piensan a coro ¿qué diablos hacen
con el mundo? ¿Qué está pasando? Y no les responde nadie.
Tampoco aquí. El crimen público del millón de
litros de cianuro volcado por la Baring en el río Jáchal (y en
gargantas de las cercanías) no inquietó demasiado a la población nacional.
Casi lo ninguneó quien suena como presidente de nuestro próximo país.
Tampoco lo cuestionó con firmeza el segundo en chance, abocado como está a
un cambio de look (corbata, bléiser) y en atrapar números que no
dejan de escapársele. Y el tercero en puja siguió pegado a su sonrisa
y soplando su flauta confiadísimo en que Hamelin es él.
Próximos el Culo o Suerte de la Taba del 25
las encuestas simulan ser efectivas usando a los indecisos como
comodín. El entripado al que aseguran traducir no se aclara pues la
opinión pública contiene más preguntas que las que ellos utilizan. ¿Y
de los decididos qué? ¿Separan difusos de fanáticos? ¿Sopesan perplejos y
aburridos? ¿Auscultan el corazón mutante bajo cuerda? Y, por último y
poniéndonos íntimos, ¿cuál es el móvil sagrado del acto de encuestar? No
saben. No contestan. O, apurados, llegan a confesar como Haime por
tevé: “Yo solo me debo a mi cliente”. ¿De qué negocio? Cumplido gran
parte del tedioso 2015 nadie sincera sus cartas económicas ni los
proyectos a encarar para continuar a Cristina o cambiar a Cristina.
Tampoco la cuantía de dinero público soterrado
que algunos candidatos utilizan para ofrecerse impolutos en la arena
electoral. Sobra curriculum. Falta prontuario. Gotea la declaración
patrimonial. Ninguno de los tres ofertantes pega un campanazo de
autenticidad como lo hizo un candidato mexicano al sorprender pidiendo
ayuda. Campante fue a diarios y tevé a pedir le localizarán un alter ego
que compartiera con él su representación pues confesó no dar más,
desbordado por la tarea proselitista.
En su desopilancia el pinche diputado puntualizó que
el sosías debía parecérsele en empeño y también en físico. Así fue
que invitó a realizar un casting nacional de mexicanos de rostro y talla
parecidos a los suyos. Un suceso que jamás se daría entre nosotros. Y
es una pena. Con lo bien que nos haría probar si Fredy Villarreal no le va
mejor al sillón de Rivadavia que los trillados paladines en pugna.
A mi este caso me retrotrae a los 90, cuando
recién vuelto al país debí encarar un tabloide en Santiago del Estero
que se llamó Nuevo Diario. De entre las anécdotas contadas por colegas que
no olvido, una relumbra en estas fechas. Es que al cinco-veces-cinco
gobernador Carlos Juárez le fastidiaba tanto el ajetreo de campaña que
pidió le aliviaran la tarea. El eureka se le disparó a un Duran Barba
local.
Recordó que un empleado del archivo de
la Gobernación era el calco físico de Juárez y sugirió que bien
podría reemplazarlo con los recaudos que cada viaje exigiese. La
estrategia de simulación se basó en mantener una distancia entre el líder
y la gente. La comitiva de autos oficiales cumplía un itinerario de
“localizaciones” ya previstas. Arribados a la cercanía del pueblo Tal se
detenía en un sitio divisable desde la plaza principal. Allí,
desde temprano, música y bombo militante entretenían a los vecinos
mientras un locutor con megáfono repetía las obras que anunciaría el
gobernador.
“Juárez” aparecía al fin con atraso que el
locutor atribuía al denso programa y su recorrido. Aunque “llegar” es
verbo engañoso: no arribaban ni Juárez ni “Juárez”. El Sustituto y su
caravana se detenían antes, a 200, 300 metros de la plaza, y a la
vista nunca próxima a los allí reunidos. El locutor entonces
informaba que un imprevisto urgía a Juárez a volver a la capital. Pero
(siempre hay un “pero” cruel) “… pero no quiere irse sin conocer
el predio en donde se construirán la nueva escuela y la fábrica
envasadora” (de kinotos o de lo que fuese) Y enseguida a pedir más golpes
de bombo y más aplausos y relatar que desde el techo del camión
se podía divisar a Juárez junto a los ingenieros recorriendo el
terreno “y los brazos del compañero gobernador saludando de todo corazón”
al irse con su séquito de actores envuelto en una nube de polvo santiagueño
(lo único cierto del paisaje)
Aunque motive sonrisas es un caso para llorar.
En décadas, son miles los infantes muertos por desnutrición a causa
de urnas violadas, cifras fraguadas y promesas hechas al estilo Juárez.
Recordarlo es un acto sanitario pues activa
la precaución. Habrá que aguzarla, y mucho, pues es por dormirnos que
no sabemos que nos está pasando. El estado de situación nos está
marcando rojo. Datos sobran pero hay muchos y pocos a la vez. Por
donde miremos, se ve el gris. No somos Venezuela pero tampoco Uruguay.
La Taba del 25 ofrece nueva chance de abandonar el
tobogán, robustecer la República y cuidar que la Constitución se
active a pleno. Digo.
© Escrito por Estéban
Peicovich el jueves 11/10/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.