Se me ha convocado aquí para hablar acerca de la situación de los Derechos Humanos en América Latina. No es que pretenda cambiar el tema de la propuesta, pero al momento de pensar cómo abordar esta propuesta, se me presentaron una serie de interrogantes acerca de cómo responder esta demanda, y el resultado de esa reflexión es el recorrido que paso a presentarles.
En efecto, una salida cómoda y elegante, pero también de circunstancia, hubiese consistido en "desayunarlos" con el largo rosario de los horrores que diariamente vive nuestra región. En Amnesty Internacional tenemos un material abundante acerca de estos crímenes. Y no es que descrea del valor que tiene el denunciar estas situaciones, todo lo contrario, como miembro de Amnesty formo parte de esta conspiración de la esperanza constituida por las millones de voces que, alrededor del mundo, funcionan como el eco distante pero valioso de los gritos de aquellos que no tienen el derecho a la palabra: de los torturados, los desaparecidos, de los muertos. Ese murmullo indecente, que viene a arruinar la sinfonía del libre mercado, salido del fondo de las prisiones donde se pudren los Presos Políticos, de las calles donde sobreviven los niños de la miseria, la explotación y la ignorancia. Porque este es el material con el que deberemos trabajar cuando hablamos de DD.HH. y la razón por la que innumerables veces hemos salido a la calle a gritar nuestra bronca. Queremos que el mundo sepa, que los sordos escuchen y que los ciegos vean. Nos enorgullecemos de ser los grandes aguafiestas de la indiferencia cómplice, y nuestra tarea como militantes pasa muchas veces por shoquear al auditorio. Pero hay un lugar y un momento para todo.
Yo no quiero shoquearlos, Ustedes ya están aquí... han decidido "perder", o si prefieren, "invertir" - suena más simpático - parte de su tiempo en asistir a un Seminario sobre Derechos Humanos que, a valores de mercado, convengámoslo, no tiene una cotización muy elevada. En otras palabras, mientras lo que prima en nuestras sociedades es la ética mercantilista, esto es: la resolución de los conflictos, en base a un cálculo costo/beneficio que atribuye un valor de mercado tanto a los objetos, como a las acciones. (Y que este valor sea imaginario, que "flote" en el vacío, en lo que podríamos llamar, utilizando la terminología de Baudrillart, un limbo transeconómico, es harina de otro costal). ¿Porque la pregunta que me interesa plantear es, en definitiva, que cuernos hacen Ustedes aquí? Porque a valores del mercado Ustedes no van a ganar nada, es más quizás incluso pierdan... Pero yo no puedo creer que Ustedes estén aquí para perder algo, es mas creo que han venido con la esperanza de apropiarse de algo. Solo que ese "algo", debe pensarse desde una ética bien distinta, la que llamaremos la ética de lo simbólico y que parece más adecuada para pensar el problema de los Derechos Humanos.
En dos palabras, nosotros no necesitamos ser shoqueados porque nosotros ya estamos shoqueados, y por eso estamos aquí. Y el resultado de ese shock es que hemos sido capaces de reconocer al otro, fundamentalmente a la víctima. Es más, lo que intento plantear es que lo que sucede en la relación entre víctima y victimario en las violaciones a los DD.HH. debe ser pensado como una ruptura del lazo de identificación con el otro. Y que paralelamente, lo que entiendo como Educación en Derechos Humanos, o incluso como educación a secas, es la construcción y mantenimiento de ese lazo y que por ende concibo:
- A la educación: como un movimiento subjetivo, que puede ser pensado como el proceso de descubrimiento y apropiación de la relación con los objetos. Y tomo como objeto por excelencia, al otro.
- A los DD.HH.: como esa parte de la ética que, más allá de los vaivenes jurídicos, políticos, sociales y culturales, apunta a plantear un horizonte de resolución a las relaciones, siempre conflictivas, que se establecen entre los sujetos.
Creo sinceramente que si nos hemos reunido aquí en un seminario, lo hemos hecho para tratar de pensar estas situaciones. Y el problema radica en que existe una paradoja insalvable al momento de pensar acerca de las violaciones a los Derechos Humanos en nuestro continente: es el peso de las terribles imágenes que acompañan lo que no dudaría en calificar de genocidio - esto es, el balance de las violaciones a los Derechos Humanos de los, para elegir un lapso de tiempo relativamente corto, últimos 20 años -.
A esta suma de horrores, que en cierto sentido nos pertenece pero que seguramente nos condiciona, un psicoanalista Uruguayo, Marcelo Viñar, le ha dado el nombre de "Patrimonio mortífero". El se pregunta, y yo traigo aquí esta interrogación, ¿Qué podemos hacer? ¿Qué debemos hacer? con este patrimonio mortífero. No podemos ignorarlo, huelgan aquí las razones por las cuales es suicida la política del olvido. Solo digamos al pasar, que no es posible olvidar que lo que sangra, son las heridas abiertas en el cuerpo social mismo de nuestra América. Y si no queremos desangrarnos, deberemos cuidar esta herida, en lugar de querer ignorarla. De lo que tendremos entonces que debatir, es acerca de las estrategias de la terapéutica.
Y si de estrategia se trata, debemos tratar de definir el campo sobre el cuál aplicarla. Es decir, nuestro universo. Para ello, voy a jugar un poco al Grondona, y pedir ayuda a los griegos clásicos del siglo de oro de Pericles. Es claro que en 24 siglos nuestra concepción del Universo se ha modificado un poco, pero no deja de ser sorprendente que después de tanto tiempo aún nos encontremos discutiendo los mismos temas que esos ancestros lejanos debatieron en su ágora. De hecho, es casi imposible hallar un tema en filosofía sobre el cual los griegos antiguos no hubiesen emitido una opinión. La raíz de sus debates parece tener siempre la misma actualidad, y esta no es una excepción. 24 siglos después estamos aquí reunidos preguntándonos acerca de como deberían darse las relaciones entre las personas y el campo de lo social. Es decir, estamos haciendo lo que Platón en la República entiende por política. Platón entiende por política el campo de tensión que se crea en la articulación de lo que él llama las pasiones de la Psique y las pasiones de la Polis, es decir del Alma y la Ciudad, o lo que nosotros entenderíamos como el lugar en que se encuentran la subjetividad con el campo de lo social. Es de las regulaciones de este choque que hablamos, cuando hablamos de Derechos Humanos. Postulo entonces, que solo es posible abordar la dimensión de los derechos humanos si logramos abarcar las complejas relaciones que se establecen entre sujeto y poder. Por eso es que a lo largo de esta exposición voy a tratar de navegar entre esos dos polos que se retroalimentan constantemente.
En dos palabras, voy a hablarles de un sistema. Para ello quisiera recordarles tres leyes de los sistemas:
- 1- Todos los sistemas tienden al equilibrio, cualquiera sea este. (Ley de entropía)
- 2- Al interior de todo sistema, la posición de los elementos que lo componen, está determinado por las relaciones que se establecen entre los mismos.
- 3- Todo sistema posee un nivel de elasticidad determinado, superado el mismo, la modificación de las partes modifica el todo.
Porque es aquí donde se despliega la paradoja: nuestro patrimonio mortífero nos habla, valga la redundancia, de muerte, de sufrimientos y desgarramientos que superan la capacidad del lenguaje de soportar estos relatos. Quienes trabajamos como terapeutas con las víctimas, hemos aprendido a respetar esos silencios donde no hay nada que decir. ¿Qué más puede decir esa madre sobre la desaparición de su hijo? ¿Hasta dónde es posible poner en palabras la experiencia de la tortura? Pero es a esos límites, a esas fronteras en que se acaba el lenguaje, es hacia allí donde se nos convoca. Más allá, todos presentimos la presencia de la Nada, la inminencia del terror. Y el terror puede servir para muchas cosas, pero seguramente no sirve para pensar.
Una salida, en realidad una falacia, consiste en lo que yo llamaría la presentación mediática del patrimonio mortífero: es la invitación a visitar el museo del horror. Allí tienen a esas compasivas y buenas personas, llenas de buenas intenciones y lagrimas en los ojos, que miran alucinadas detrás de sus televisores las últimas imágenes de CNN acerca de la masacre del día. Por suerte la infinita compasión de los noticieros pasa sin transición a la receta del pollo a la Kiev. Y en fin... como Ustedes saben, estas imágenes no tienen nada que ver conmigo. Suceden en un tiempo y en un lugar que me son totalmente ajenos, aunque esto ocurra en la otra cuadra. Me gusta llamar a esta categoría de personas: los turistas.
Los turistas, Ustedes los conocen, son esos simpáticos personajes que deambulan por ahí vestidos con un poncho fucsia fosforescente, cámara de video ad hoc y mirada extrañada. No es que no registren lo que sucede a su alrededor, sino que simplemente no poseen los códigos necesarios para descifrar la situación en la que están inmersos. Nuestro continente está plagado de turistas, incluso algunos nunca salieron de su casa.
¿Qué hace el turista con el patrimonio mortífero? Lo consume como un thriller más en el supermercado de las sensaciones. Al fin y al cabo, eso es lo que el turista sale a buscar: sensaciones. Al regresar a casa le cuenta a quien quiera oírlo lo mal que viven los demás, lo raro de sus costumbres, lo mucho que extrañó la comida, etc. Es decir que el turista no ignora la existencia del otro. Simplemente es incapaz de abolir la distancia que lo separa del otro.
Frente a las violaciones a los Derechos Humanos el turista adopta una posición voyerista. Ellos no sabían, los turistas se enteran por los medios. En esta categoría se inscribe la "Historia Oficial". Aquí se anotan los políticos de lágrima de cocodrilo, las invocaciones al olvido y al perdón, a la unidad nacional o la razón de estado. Es decir, esto pasa, pero le pasa al otro. Y que interesante es esto de perdonar en nombre del otro. ¿Reconciliación mis amigos, reconciliación si... por qué no? Y aunque personalmente no tengo ningún interés en reconciliarme con los torturadores, me pregunto si este proyecto no sería un poco más viable, de mediar ese vapuleado concepto llamado Justicia. Ya volveremos aquí también sobre el tema.
Otro de los destinos posibles del patrimonio mortífero, es enfrentarlo a los pares de oposición que Aristóteles planteaba en su "Política". Es decir, a las categorías del Idiota y del Ciudadano. Si, del Idiota, ya que la palabra Idiota se deriva del griego Idion, y siguiendo a Aristóteles el Idion es aquella figura opuesta a la del Politicós, la del Ciudadano. Aristóteles nos dice que el Idión es aquel que no se involucra con los asuntos de la Polis, el campo de lo social diríamos nosotros; aquel a quién los asuntos de sus conciudadanos no lo afectan y vive en la indiferencia. Bueno mis amigos, como Ustedes saben, el mundo está lleno de Idiotas. Los hay de todo tamaño, color, ideología, condición social y opción sexual. Einstein decía al respecto que la estupidez humana es una constante Universal, pero que el problema radica en el crecimiento de la población. ¿Será nuestra tasa de crecimiento poblacional la que ha producido a tantos indiferentes en este continente?
El problema del Idiota radica entonces en su absoluta ruptura del lazo con el otro. Para él, el otro es una cosa, un objeto que en el mejor de los casos le es ajeno, y que en el peor es capaz de destruir sin por ello inmutarse en lo más mínimo. Aristóteles, hace 24 siglos, ya había comprendido el peligro que entraña la posición del Idiota. La ruptura del lazo social ataca el centro mismo de lo que se puede llamar, sin abusar del término, lo Humano.
En efecto, si lo humano se constituye a partir de la aparición de dos fenómenos: el lenguaje y los rituales funerarios. Bueno, al menos esto es lo que piensa la antropología estructuralista, empezando por Lévi-Strauss al ubicar en esa frontera, quizás arbitrariamente, lo que hemos de considerar cultura (y ya sabemos que lo humano es el pasaje de la naturaleza a la cultura). Sin lenguaje no hay pensamiento, sin pensamiento no hay cultura. Y la primera manifestación de la cultura son los rituales funerarios. Y los rituales funerarios son la marca innegable de la autoconciencia, porque reconozco la finitud de la vida propia, a partir de reconocer la existencia del otro como un semejante. Es la famosa frase de Borges: la muerte es un hecho estadístico, nadie puede aseverar que no sea el primer inmortal. Es decir, la experiencia de la muerte es siempre la experiencia del otro. Porque yo nunca morí. Es algo de lo que no puedo hablar, pero es también la prueba de la existencia de relaciones sociales en una cultura primitiva. Y estas relaciones sociales implican, no importa que tan simples sean, que esté incluido en un orden donde yo soy, en relación al otro. Sin un otro que me nombre, yo no soy. De modo que la percepción del otro, es un problema capital en la forma en que se dan las relaciones sociales.
Y de la misma manera que las células protozoarias se agruparon para formar organismos complejos vivos, en pos de su supervivencia y adaptación al entorno. Las culturas son el resultante de un negocio entre individuo y grupo, es decir, si quieren Ustedes, con los otros. Así, el sujeto acepta perder algo de su autonomía a cambio de protección por parte del grupo. Acepta por ejemplo, determinadas reglas de convivencia para poder soportar al otro y ser soportado por el otro, un pacto social como lo llamaba el viejo Rousseau. Así, cuando nos pisan los callos en el colectivo, en lugar de romperle la cara al agresor, que es lo que se merece, respondemos con una sonrisa exculpatoria, murmuramos un "por favor, no es nada" ritual, mientras especulamos sobre la profesión de su madre. A este proceso se lo conoce con el pomposo nombre de sublimación de las pulsiones.
Pero a cambio de sublimar nuestras pulsiones, a cambio de renunciar a nuestra agresividad y conformarnos con la especulación acerca de la profesión de la madre de nuestro agresor, pretendemos recibir protección y amparo por parte del grupo. Y esta protección y este amparo implican forzosamente la emergencia de la Justicia, es decir reclamamos que una instancia superior nos considere en un plano de igualdad con los otros. A esta operación por la cual renuncio a parte de mis satisfacciones pulsionales a cambio de recibir un lugar en el orden del lenguaje, la psicoanalista francesa Pierra Aulagnier la llama Pacto Narcisista. Y, esta operación, el Pacto narcisista es la base de lo que entendemos por "campo de lo social", es lo que relaciona al sujeto con el grupo y viceversa.
Es claro entonces, lo que con otras palabras, nos advierte Aristóteles: los Idiotas constituyen una amenaza al funcionamiento del pacto narcisista, que es, lo hemos visto, lo que funda este lazo social destinado a proteger al sujeto, y por ende a mejorar su calidad de vida, cuando no a asegurar su mera supervivencia.
Pero es igualmente cierto que en la posición del Idiota, la desaparición, o mejor dicho la degradación del reconocimiento del otro, genera violencia a dos puntas:
La crónica de la violencia cotidiana nos habla constantemente, en general por boca de los turistas, de esas escenas de extrema violencia que, OH casualidad, ocurren preferentemente en ámbitos de extrema miseria. Es decir, allí donde se amontonan los excluidos del pacto narcisista, social, o como quieran llamarlo. Allí donde intentan sobrevivir los pobres de toda miseria, allí donde están los marginales involuntarios. Es decir, en aquellos sectores donde se pretende que el sujeto sublime sin recibir nada a cambio por parte del grupo.
A título de ejemplo podríamos decir que los 10 mandamientos dicen claramente: no mataras.
Poco importa si aquel al que vas a matar es un sujeto armado hasta los dientes que se encuentra descuartizando a tu pequeña e inocente hija de 6 meses. No mataras, punto y se acabo.
La ética, en cambio, encontraría en el mismo ejemplo algunos puntos de discusión, por los cuales el haberle partido el cráneo al agresor con un mazo no constituye forzosamente, una falla ética. La ética es una práctica situacional, es decir que lo relevante no tiene tanto que ver con los resultados de un acto, sino con los valores puestos en juego en ese acto. Siguiendo con los ejemplos absurdos, si al llegar esta mañana nos hubiéramos encontrado aquí con dos cadáveres con un tajo en el pecho, heridas de cuyas consecuencias hubiesen fallecido estas personas, no hubiésemos considerado de igual modo los dos casos, es decir, no hubiésemos considerado que hay falla ética en ambos, de haber sabido que uno murió a manos de Jack el Destripador y el otro en una operación de trasplante de corazón. Definitivamente, Jack el Destripador y el Dr. Favaloro no pueden ser juzgados con la misma vara. Entonces lo relevante aquí son los valores puestos en juego en relación a este acto.
Después de esta pequeña digresión, volvamos a nuestro Idiota narcisista y su ética mercantilista. ¿Qué clase de valores sostiene? Los del mercado claro, es decir un sistema en el cual las cosas, los objetos, tienen un lugar determinado en una escala de valores construida en base a su utilidad. Así, por ejemplo, un equipo estéreo con Compact Disc, que me proporciona el inmenso placer de escuchar una música maravillosa, de una calidad celestial, mientras paseo confortablemente sentado por la gran ciudad, vale mucho más que la vida del sucio ratero que me lo robó. En efecto, esa sucia lacra social, que no trabaja porque no quiere, en este maravilloso país lleno de oportunidades para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para prueba de ello véanme a mí, el ingeniero Santos, o a mi abuelito el inmigrante que vino con una mano atrás y otra adelante. Si, esa sucia lacra social no vale nada, mi estéreo vale 200 Dólares. Eliminemos la lacra, y protejamos a todos los inocentes estéreos de este mundo. Este razonamiento es impecable, este razonamiento es totalmente falaz, porque está basado en los intereses de un sujeto que se toma como centro del universo sin reparar en que para poseer su preciado estéreo, es más, para ser sujeto del lenguaje, sujeto pensante y disfrutar de la música, depende del otro, depende de que el otro lo reconozca. Y por ello tiene una deuda con el otro. En dos palabras, depende de esa categoría que acaba de asesinar. Mal negocio, mi amigo.
Tomemos otro ejemplo absurdo de como se aplica la ética mercantilista, pero esta vez, tomémoslo de la realidad. Ya nos advirtió García Márquez que la realidad siempre supera la ficción, así que agárrense. En este, nuestro querido país existe una institución que, personalmente, nunca deja de sorprenderme: es la Honorable Cámara de Diputados. Hace unos años, más exactamente en 1986, nuestra joven democracia salía a duras penas de la dictadura militar. Seineldin, Rico, Videla y asociados nos querían convencer que los desaparecidos tomaban sol en Marbella o esquiaban en las laderas de los montes Urales, en la demoníaca Unión Soviética. Para hacer más contundente su punto de vista decidieron rebelarse y vinieron los famosos levantamientos. Un levantamiento, Ustedes lo saben, es una huelga al revés. Es decir, en lugar de cesar sus actividades, cosa que eventualmente nos hubiese encantado a varios, un levantamiento es un aumento de actividad. Básicamente estos buenos muchacho planteaban lo siguiente: eso que hicimos, no lo hicimos, pero si lo hicimos es que teníamos que hacerlo. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Y si no te gusta, te coso a tiros y felices pascuas.
Poco tiempo después, nuestros amados legisladores parieron una obra maestra del terror. La famosa Ley de Obediencia Debida. ¿Y que decía la misma? Decía que: si yo soy un subordinado que ha cometido crímenes de lesa humanidad, es decir pavadas como el secuestro, la tortura y posterior asesinato de miles de ciudadanos indefensos, no debo responder ante la justicia porque me encontraba encerrado en una situación sin salida. Puesto que de no obedecer me castigarían. Esto es, que yo, soy un Idiota, porque para poder cometer estos horrendos crímenes debo desconocer la existencia del otro. Nadie tortura a su igual, nadie arroja a su igual por la puerta de los aviones. En la tortura, se pone en juego precisamente un mecanismo de desconstrucción del otro. Se trata de vaciarlo de su humanidad, de considerarlo una cosa, un número. Los Nazis, que fueron especialistas en la materia y llevaron el genocidio a la escala industrial lo sabían.
Bruno Betelheim, psicoanalista judío alemán, sobrevivió a uno de sus campos y escribió un libro desgarrador en el que relata sus observaciones acerca de la vida en el campo de concentración. Este libro se llama "Sobrevivir" y describe la maquinaria de aniquilamiento en pleno funcionamiento. Un pasaje del mismo me llamó poderosamente la atención: relata el combate de las mujeres por conservar su cabellera. ¿Pero por que alguien en un campo de concentración con su vida pendiendo del humor de su carcelario se preocuparía por su cabellera? Porque precisamente ese pelo simbolizaba la fina línea de resistencia que aún las mantenía unidas a un rasgo de humanidad. El pelo largo, distintivo de ser mujer, de pertenecer a la especie, de resistirse desesperadamente a ser un número, una cosa, un fantasma. Miren esas fotos, esos documentales que nos muestran a las víctimas. Esos cuerpos son los cuerpos de algo que yo no puedo ser, eso allí no es mi igual... es una cosa. Miren esos ojos que se aferran a la vida, son los mismos ojos aterrorizados que los niños del África que agonizan en otros campos, en otros tiempos. En esas miradas que cruzan el tiempo como una flecha está dicho lo que no puede decirse, lo que solo puede presentirse, y que no tiene nada que ver conmigo. Bruno Betelheim, el autor de "Sobrevivir", el que escapó a la cámara de gas, se suicidó 40 años más tarde colocándose una bolsa de plástico en la cabeza. Murió por asfixia. ¿Y si estamos vivos después de sobrevivir al gran campo de la dictadura, en cierto sentido se puede decir que todos somos sobrevivientes, cuantos Betelheim de entre nosotros se han asfixiado ya? ¿Cuántos más lo harán en el futuro?
Pero volvamos a nuestra ley de Obediencia Debida y a nuestros genocidas caseros. No contentos con incluirlos solamente en la categoría de Idiotas, nuestros legisladores fueron más lejos: también los incluyeron en la categoría de Imbéciles. En efecto, se habla de imbecilidad en relación a la disminución de las facultades mentales al punto de suspender la capacidad de distinguir, entre el bien y el mal. Nuestro código penal y civil son muy claros al respecto en lo que concierne a los adultos: a menos que medie una oligofrenia, una psicosis o alguna patología psíquica y/o física que afecte la salud mental del interesado; se presupone que el adulto es capaz de distinguir entre lo que la moral promedio entiende por bien y por mal. Claro que, para los exquisitos, siempre se puede recurrir a la figura de "emoción violenta" que dice algo así como: si yo calentarum, tu corto vivirum. Pero yo no creer que ellos estar calientes 8 años seguidos. Si estarlo, responder ante justicia o ante psiquiatra.
¿Creen que esto termina aquí? Por favor, no subestimen a nuestros legisladores, ahora viene lo mejor. Para hacerla completa, los muchachos incluyeron un artículo muy revelador de lo que postulo como ética mercantilista. Este artículo, dice que no se extinguirán las causas si mediara el robo de propiedades o de niños, que en el razonamiento del legislador se asemejan a propiedades, y coincido con ello, ya que los más de 400 chicos desaparecidos, es decir robados en nuestro país, fueron tratados como tales.
Resumiendo: la ley de Obediencia Debida dice que si Usted es un oficial de baja graduación, suboficial o soldado, en el Ejército Argentino, además de ser un Idiota, Usted es un Imbécil. Pero no se preocupe, si llega a coronel, dejará de ser lo segundo. Ah, pero si Usted es civil, quédese tranquilo mi amigo, sepa que en caso de conmoción interna su heladera lo sobrevivirá. Porque nosotros los legisladores y el poder ejecutivo consideramos que es dable concebir la desaparición, tortura seguida de muerte de 30.000 personas, y leyes de obediencia debida, punto final e indultos mediante no pasa nada, nadie va preso. Pero de ninguna manera dejaremos sin protección su heladera, su televisor o su colección de figuritas, para eso está la larga mano de la Justicia. Ergo, yo valgo menos que mi heladera. Mensaje terrorífico. En este punto quizás a algunos de Ustedes les asalte una duda: ¿Y si no tengo heladera? Bueno, si no tienen heladera ya hemos visto que son una lacra social, y por lo tanto no existen, así que tranqui: esta ley no es para Ustedes. En fin, si no fuera que está involucrado el peor genocidio del siglo en nuestro país, yo diría que este es uno de los mejores chistes de la década: porque una vez que esto fue publicado en el boletín oficial, se convirtió en ley de la Nación que los militares son Idiotas e Imbéciles y que nosotros valemos menos que una heladera. Y si bien yo no soy precisamente militarista, créanme, soy sincero, nunca pensé eso del Ejercito Argentino ni de sus integrantes.
Para concluir este punto, me parece que algo de esto es lo que percibió el Capitán Scilingo, responsable de haber arrojado a al menos 40 personas desde un avión, cuando insistía en obtener respuestas de sus superiores. Su planteo sigue más o menos el mismo derrotero que el nuestro, claro que aquí se acaban las semejanzas: el dice que no entiende el indulto o las leyes de exculpación, porque si lo que hizo está mal, entonces quiere ser juzgado como responsable de esos actos, es decir no quiere que se lo trate como a un imbécil. En cuanto a la lectura de su relato a Verbitsky, en el libro "El Vuelo", algunos detalles son reveladores: en ningún momento puede referirse a sus víctimas más que como "subversivos", "el enemigo" o metáforas en esa línea. Aquí tienen al Idiota en acción, a esto me refiero con desconstrucción del otro. Porque una vez más, nunca se destroza al igual, siempre se destruye al "enemigo", al subversivo, al judío de mierda, al negro inferior, al coreano estúpido o simplemente al que no piensa como yo, es decir a la cosa. Pero algo falló en Scilingo que no lo hace el perfecto Idiota, a diferencia de Astiz por ejemplo. En un punto del relato el recuerda que en un vuelo una de las víctimas trato de llevarse al victimario con él a la muerte. En ese gesto desesperado, Scilingo logra una chispa de identificación con el otro, en sus sueños, mejor dicho, en sus pesadillas, el que cae es él. Es decir, él es el otro. Es allí donde algunas briznas de la inmensidad de su crimen recobran cierta densidad. Por más que trate de asfixiar estas imágenes entre pastillas y alcohol, las imágenes vuelven una y otra vez. Aquí tienen el revés de la moneda en materia de exculpación: por más que Scilingo trate de confrontar su acto, y toda ética implica este movimiento, Scilingo está destinado a caer una y otra vez, una y otra vez. Está impedido de realizar este movimiento por las mismas leyes que le aseguran impunidad.
Y una última para mi molino, Scilingo nunca fue juzgado o preso por sus crímenes. Scilingo fue a parar a la cárcel por haber librado un cheque sin fondos a un videoclub por un valor que rondaba los 100 pesos. Vaya, valemos menos que un video.
En el otro extremo del arco encontramos a las víctimas del Idiota. Porque en sus dos modalidades, el Idiota pasivo, al que no le importa nada, y el Idiota activo, el que destruye, generan víctimas y victimizan. El ejemplo perfecto para explicar este movimiento lo constituye la Desaparición Forzada de Personas. La desaparición es la más cruel técnica de terrorismo de estado que haya sido aplicada en América Latina. Lat. Porque no solo ataca a la víctima en sí, o a su núcleo primario, sino que busca afectar al conjunto de la población... y lo logra. ¿Veamos, que es un desaparecido?, en principio es una persona sobre la cual el estado dice, después de llevárselo, desconocer su paradero cuando no su misma existencia. Nadie se los llevó, nadie los mató, pero vivos no están. En dos palabras Juan Pérez se esfumó. Sólo es posible tener la pretensión de hacer creer semejante locura cuando se está instalado en la posición del Idiota. Es decir, cuando se cree con fe de carbonero que el otro no existe, y por lo tanto se intentará hacer creer a la gente que efectivamente esto es así. El genocida Ibérico Saint Jean lo dijo muy claramente en 1979: "primero vamos aniquilar a los subversivos, después a los que simpatizan con ellos y finalmente a los tibios", es decir, a todos los que son distintos a mí... mejor dicho a él. Ejemplo de Idiota activo.
¿Qué pasa cuando una persona desaparece, en su núcleo primario? Primero aparece el terror, es decir la inminencia de la catástrofe, se intenta que los afectados no hablen es, tal como lo señala la Dra. Diana Kordon, la inducción al silencio, el famoso "El silencio es salud". Pues no, el silencio es enfermedad. Si los afectados no pueden hablar de lo que les está pasando, quedan a un paso de la locura. Porque la fantasía que aparece es que esto solo les está pasando a ellos, es decir, por su culpa, es el paso de la Culpabilización de la víctima. ¿Pero y con quién podrían hablar? Cuando surge un conflicto entre partes en tiempos normales, la vía de resolución del mismo, si las partes no pueden ponerse de acuerdo, pasa por recurrir a lo que Fernando Ulloa llama "El Tercero de Apelación". Esto es, se va directamente a la Justicia, a la autoridad o a uno de sus subrogados. Pero bajo el terrorismo de estado y sus prácticas esto es como ir a apelar al verdugo.
Por otra parte, es imposible hablar con el Idiota, ya que él se mira el ombligo y no podrá hacer funcionar los mecanismos de contención social necesarios. En cuanto al Turista, bueno el turista simplemente no entiende nada. Así que sólo nos queda recurrir a la tercera categoría que les anuncié, la segunda de Aristóteles, el Ciudadano. El ciudadano es el único capaz de generar una corriente de empatía en la que se reconoce en el otro. Es el que es capaz de abolir la distancia con el otro. Así se formaron nuestros organismos de Derechos Humanos, porque el trabajo en DD.HH. es un asunto de ciudadanos. Todos conocemos la historia de las Madres de Plaza de Mayo, de cómo se fueron encontrando en el camino de la búsqueda y construyeron ese colectivo de contención y lucha que es su organización. Lo mismo Familiares, Abuelas y, sorprendentemente, lo mismo pasó 17 años más tarde con HIJOS. Ellos no dicen solamente estoy buscando a mi hijo, mi nieto o mi padre. Dicen, soy madre o hijo o familiar de los 30.000. A eso me refiero con la capacidad del ciudadano de reconocer al otro. Pero dejemos la categoría del Ciudadano para más tarde, ya que esa es mi conclusión.
Volvamos al tema de la Desaparición. Al pasar el tiempo, se hace evidente la dimensión de la tragedia: si deseo que mi hijo esté vivo, y sé lo que significa un campo de concentración, deseo que esté sufriendo. Por lo tanto caigo en el mecanismo de la culpa ya que le deseo sufrimiento. Si deseo que este muerto, para que deje de sufrir, entonces le deseo la muerte, y por lo tanto también caigo en la culpa. En dos palabras, este mecanismo perverso va destrozando al sujeto por dentro ya que no hay un corte posible a este sufrimiento. No hay duelo posible, o si se quiere, lo que hay es un duelo infinito en la medida en que no tengo respuesta. Yo nunca termino de apagar esa llamita de esperanza de que él ande por ahí, enfermo, psicótico o amnésico. Y aquí volvemos a caer en la importancia de los rituales funerarios.
Hace 24 siglos, Sófocles escribió al respecto una obra maravillosa "Antígona". No soy el primero en decir que nuestras Madres de Plaza de Mayo son Antígonas modernas. Porque al igual que la heroína de la tragedia, enfrentadas a los Creontes de turno, reclaman su derecho a la verdad. Porque al igual que todas las Antígonas de la historia nos enseñan que por sobre la ley de los hombres está la ley de los dioses, lo fundante de la especie. Y en una magistral lección de ética nos señalan que la opción siempre existe, aún a costa de nuestra propia vida, como Antígona, o como Azucena Villaflor, fundadora de las Madres.
Es hora de pasar a hablar de los Ciudadanos y de cerrar con ellos esta exposición. Hemos centrado nuestra perspectiva desde la relación con el otro. Hemos dicho también, que el solo hecho de vivir en el orden del lenguaje, de la cultura, implica un nivel de conflicto, inherente a la condición humana, que se debate entre sus necesidades y las del otro. Esta situación constituye una nueva paradoja, porque a la vez que mi naturaleza me lleva a la satisfacción inmediata de mis necesidades encuentro permanentemente como obstáculo las necesidades del otro. La tentación de aniquilarlo para mi satisfacción es muy fuerte. Pero es igualmente cierto que mi existencia depende del otro. Freud presenta esta situación con la paradoja de los puercoespines en invierno. Nos dice que cuando hace frío los puercoespines se enfrentan a la siguiente disyuntiva: si se acercan demasiado, se pinchan y mueren; pero si se alejan demasiado mueren de frío. La solución, claro está, es encontrar la distancia justa. Es decir, lograr comprender que por más que el otro pinche, si quiero sobrevivir lo necesito. Y esta es la posición del Ciudadano. El Ciudadano no es un santo, pero toma en consideración el hecho de que existe un otro y lo reconoce como tal. Es decir, tiene una capacidad de empatía con el otro. E independientemente de cuán diferente es ese otro, le reconoce una identidad común con él mismo. Es decir, desarrolla una política con respecto al otro, en los términos en que hemos definido la política. Esto es, reconoce las pasiones del alma del otro. Esto no quiere decir que no las combata en el foro de esta ágora imaginaria, pero le reconoce el estatus de Ciudadano a igual título que él. Y como la carta de Ciudadanía viene con ciertos derechos, pero también con ciertas obligaciones, reconoce que existen determinados límites, límites éticos que no pueden ser traspasados.
Me propongo llamar a esos límites éticos, los Derechos Humanos, y creo haber demostrado mínimamente el porqué son imprescindibles a la dura tarea de la convivencia. Y la razón por la cual, en última instancia, son un buen negocio para el conjunto de los individuos.
Conclusión:
A modo de conclusión sólo nos resta hilar lo que hemos desplegado. Esto podría resumirse diciendo que:
Lo humano, lo que podríamos llamar lo propio de la especie, es su condición de animal social. Es decir, sólo somos en la medida en que quedamos atrapados en las redes del lenguaje. Esta condición nos hace dependientes de las formas que adoptan las relaciones que se tejen al interior del campo de lo social, el cual hemos definido como sistema. La característica de este sistema es su inestabilidad, su continua tendencia al conflicto, el cual es inherente al choque de los deseos que en él se hallan representados por las necesidades dispares de los individuos que lo conforman.
Frente a este estado de cosas, y movidos fundamentalmente por la necesidad y la dependencia hacia el otro, lo social establece un orden. Cualquier orden, pero este orden es más inestable en la medida que crece la cantidad de individuos excluidos del mismo, lo que genera un grado variable de violencia por la ruptura del pacto narcisista, pero que genera también instancias de contención y búsqueda de restablecimiento del pacto que hemos llamado tercero de apelación. Función que, en un estado ideal debería desarrollar el estado, como representante y garante de este pacto, el cual en el nivel superior hemos llamado pacto social. Al fallar el estado en esa función, y para preservar la vigencia del pacto narcisista, la sociedad civil desarrolla contrapoderes de resistencia que intentan restablecer los parámetros necesarios a la convivencia. Estos parámetros, en lo que hace a la violencia política, es decir al lugar en que chocan sujeto y poder (las pasiones de la ciudad de Aristóteles), están representados por el conjunto de los Derechos Humanos, práctica aplicada de un conjunto más amplío al que llamamos ética.
A su vez, la ética se propone como un sistema de resolución de conflictos coherente con una teoría acerca de este universo. Pero en la medida en que no hay una teoría unificada acerca del mismo, la ética es llamada a ser a su vez una práctica en conflicto y evolución permanente, lo que la distingue de la moral, que es una verdad revelada.
En ese estado de cosas, los sujetos alternarán entre 3 posiciones que hemos llamado del Turista, del Idiota y del Ciudadano. Las mismas no son cualidades ontológicas inherentes al ser del sujeto, sino que frente a cada acto, el sujeto realiza una elección y se hace responsable de la misma. Desde esta perspectiva, podríamos decir que todos somos alguna vez Turistas, Ciudadanos o Idiotas. Pero en la medida en que solo la posición del Ciudadano reconoce al otro, aún en su diferencia radical, las dos restantes implicarán que el sujeto pague en su subjetividad el costo de haber traicionado el pacto que lo une con sus semejantes, y a la larga es el conjunto social el que zozobra, pagando esta falla ética en la emergencia de la violencia dirigida contra sí mismo o entre los miembros de su comunidad.
Es por eso que los Derechos Humanos son un asunto de ciudadanos. Y en esta línea, la educación en Derechos Humanos no es ni más ni menos que la más importante de las tácticas, de esa estrategia terapéutica que reclamábamos al comienzo. Implica buscar los modos de abordaje y facilitación para que el proceso de construcción del otro llegue a buen puerto.
Vine aquí a hablar de la situación de los Derechos Humanos en América Latina, y aparentemente la he nombrado poco, y sin embargo, considero que no he hecho más que hablar de mi tema. Si Ustedes están de acuerdo con lo que expuse, solo les resta la tarea de adaptar lo enunciado a los parámetros que Ustedes consideren propios de nuestro continente.
Gracias.
Thierry J. E. Iplicjian