Del Peronismo solo
queda el recuerdo…
General Juan Domingo Perón, montando su caballo pinto.
El peronismo vive de
las glorias pasadas porque en el imaginario popular no existe otro partido que
se ocupe de los pobres.
De aquel peronismo que en los años cincuenta amplió la
ciudadanía a quienes hasta ese momento carecían de los más elementales
derechos, solo queda el recuerdo, la épica, el discurso, la nostalgia de algo
perdido. Y nada más.
Hace ya muchos años que el peronismo dejó de expresar los
intereses y necesidades de los pobres. A pesar de sus promesas de inclusión y
lucha contra la miseria, la realidad nos muestra, a través de datos precisos,
que el movimiento que representaba a los humildes, ha decidido abandonarlos
librados a su propia suerte. De aquel peronismo que en los años cincuenta
amplió la ciudadanía a quienes hasta ese momento carecían de los más
elementales derechos, solo queda el recuerdo, la épica, el discurso, la
nostalgia de algo perdido. Y nada más.
El movimiento peronista ha olvidado las viejas consignas y
las políticas concretas de inclusión por el trabajo y el acceso a la vivienda,
la salud y la educación. Y las ha cambiado por planes sociales que mitigan,
pero no resuelven la situación de extrema pobreza en que viven millones de
compatriotas.
El partido de los
humildes se ha convertido en un partido de millonarios.
Hace ya un cuarto de siglo que el peronismo gobierna en la
provincia de Buenos Aires. Es dueño y señor de ese territorio. Pero no ha
logrado, siquiera intentado, resolver la situación de dos millones de personas
que viven en la extrema pobreza, habitando casi mil villas miseria donde no hay
agua, ni gas, ni cloacas, ni pavimento. ¿Escuelas? Escasas y de un pésimo nivel
educativo. ¿Centros de salud? Pocos y con falta de recursos elementales.
La propaganda oficial, no obstante, abrumó durante los
últimos 25 años con inauguraciones fantasmas. ¿Cuántas obras anunciaron
Cafiero, Ruckauf, Duhalde, Solá? ¿Cuántas cintas cortaron para presentar
hospitales que funcionan a medias, viviendas que al cabo de un año son una
ruina, escuelas que carecen de maestros porque pocos se atreven a ingresar en
zonas peligrosas?
El peronismo ya no es lo que alguna vez fue.
En el orden nacional son 19 los años de administración
peronista y el fenómeno se repite en todas las provincias, especialmente en las
del NOA y NEA, gobernadas por peronistas. Millones de personas viven en
condiciones donde se acumulan carencias, necesidades y derechos vulnerados. La
mayoría depende de subsidios de diferente tipo, administrados y distribuidos
discrecionalmente por los distintos ministerios nacionales, los gobiernos
provinciales y los municipios, en ese orden.
Solamente en La Matanza hay 42 villas y 27 asentamientos en
donde viven –si es posible utilizar este vocablo- 139.871 personas. Entre ellos
hay muchos niños que llegaron, y seguirán llegando a la adolescencia sin haber
terminado la escuela primaria. En el distrito de Quilmes hay 16 villas y 32
asentamientos que congregan a 120.097 argentinos que no fueron incorporados al
extraordinario crecimiento económico registrado en los últimos nueve años.
Casi el treinta por ciento (28.8%) no cuenta con retrete con
descarga de agua, componente básico para el saneamiento y la higiene en
cualquier hogar. En algunos sitios los habitantes deben caminar con un balde
durante un buen trecho para llegar a la esquina donde una solitaria canilla
surte de agua que en muchos casos proviene de napas contaminadas. El último
censo nacional demostró que en el partido de Almirante Brown sólo el 16 por
ciento de los hogares tiene conexión cloacal. El 32.4 por ciento de las
viviendas ubicadas en el Conurbano Bonaerense no cuenta con acceso a la red de
agua potable.
Sus habitantes están condenados a sufrir infecciones
intestinales, problemas crónicos en la piel y los ojos, entre otras afecciones
que, en el caso de los niños, tienen consecuencias para su crecimiento y
desarrollo.
¿Qué fue de aquel peronismo que incorporó masivamente a los
humildes y los dotó de un fuerte sentido igualitarista que difícilmente tenga
parangón en América latina? ¿Qué fue de esa inclusión social que ni las
dictaduras militares lograron revertir con sus políticas neoliberales y
represivas?
En el escenario político argentino no hay –al presente-
ninguna alternativa que formule en su plataforma una radical modificación en la
distribución del ingreso. Todos los argentinos nos hemos acostumbrado a
convivir con la miseria: vemos circular por las calles a familias que abren las
bolsas de basura para comer lo que otros han tirado. Vemos a chicos que
acompañan a sus padres en ese ejercicio indigno como si esa escena fuera
“normal”, parte de la vida cotidiana. Como si esos condenados no merecieran otra
cosa que la existencia que llevan. La miseria ha sido incorporada a nuestros
ojos, como un natural escenario urbano: hay autos que recorren las calles, hay
árboles que dan sombra en las veredas, hay harapientos que arrastran sus
miserias. Están ahí y allí seguirán estando para siempre. La aceptación del
término para siempre es de una injusticia imperdonable en un país que,
repetimos, ha crecido como pocas veces en su historia gracias a una situación
internacional favorable que casualmente se produjo cuando el peronismo
kirchnerista llegó al poder.
Y lo más patético de esta situación es que términos como
marginación, desempleo crónico, pobreza estructural, de socialización,
vulnerabilidad extrema, han perdido su dramático contenido, su verdadera
significado, para convertirse en frías descripciones sociológicas que ilustran
documentos, artículos académicos y debates públicos entre especialistas.
Quedan así congelados los seres humanos que están ocultos
detrás del lenguaje técnico: los que recorren las calles en busca de comida,
que viven junto a arroyos nauseabundos, que carecen de viviendas y solo reciben
algunas prebendas cuando se acerca la fecha de las elecciones.
Y todo esto ocurre mientras se levantan banderas
nacionalistas que reivindican solemnemente derechos territoriales teñidos de
palabras como patria, soberanía y argentinidad azul y blanca. ¿Qué significa
ese torrente discursivo para quien vive en territorios degradados por la
pobreza? La patria es, para ellos, un concepto vacío de contenido, una
abstracción que carece de sustento práctico en sus vidas cotidianas y se
expresa en su imposibilidad de proyectar un futuro para ellos y sus hijos.
¿Cuál es entonces la expresión social de la palabra patria?.
No se come con la palabra patria. No se cubre de la lluvia
ni de los calores, ni del frío, con la palabra patria.
En el año 2010 el 34,6 por ciento de los hogares urbanos de
la Argentina seguían careciendo del servicio de red cloacal. Esa cifra se
incrementa en el caso del Conurbano Bonaerense, donde el 55,3 por ciento de los
hogares se encuentra en una situación de déficit. ¿Esto al cabo de un cuarto de
siglo de gobierno popular? La pregunta viene a cuento porque el peronismo
kirchnerista no se ha caracterizado por falta de decisiones políticas y económicas.
Cancelar la deuda de diez mil millones de dólares con el FMI fue presentado
como un acto de soberanía que presuntamente ponía fin a la dependencia. ¿Fue
realmente así? ¿No había otras prioridades internas para resolver antes que
quedar bien con el organismo internacional? ¿Cuántas viviendas decentes se
podrían haber construido con esa suma?
“En la actualidad el Estado paga por una vivienda de 55
metros cuadrados, con infraestructura mínima, muy mínima, aproximadamente 220
mil pesos”, responde el ingeniero e historiador Israel Lotersztain, quien
trabajó en la construcción de barrios populares.
Si multiplicamos esa cifra por mil, concluiremos que con
200.000.000 de pesos se pueden construir mil viviendas que albergarán a igual
cantidad de familias. Si continuamos la progresión veremos que con dos mil
millones de pesos se levantarían cien mil viviendas. ¿Hace falta seguir los
cálculos?
Si con ese dinero se resolvía el derecho de los argentinos a
una vivienda digna, ¿no era más justo priorizar a los pobres que satisfacer a
los bancos del Fondo Monetario Internacional?
Sigamos con los ejemplos: para Fútbol para todos se
destinaron 900 millones de pesos por año. Y para la construcción de viviendas a
cargo de la organización Madres de Plaza de Mayo se entregaron 675 millones.
Esto significa 225 millones menos, más allá de la falta de controles que
culminó con una estafa que el juez Oyarbide no se atreve a destapar porque
salpicaría a más de uno. Fútbol para todos es dinero volcado en propaganda oficial
mientras pobladores de asentamientos siguen viviendo a la intemperie. Esto da
cuenta de las prioridades del oficialismo: distraer al soberano con deporte
antes de brindarle servicios elementales.
Cuatrocientos millones costará el Automovilismo para todos.
¿Cuántas viviendas, servicios sanitarios o de energía se podrían construir con
ese dinero? ¿O con los dos millones diarios que cuesta mantener Aerolíneas
Argentinas, una empresa que usan quienes pueden pagar esos pasajes, más allá de
que es una línea quebrada, insegura y mal administrada?
El peronismo perdió su antigua vocación de justicia social,
más allá de la buena voluntad y honestidad de muchos que vuelcan sus energías
en la lucha contra la pobreza.
Las transformaciones no se logran con propaganda. Se
consiguen con recursos, con políticas públicas efectivamente inclusivas y con
voluntad de cambio. Los recursos desbordaron en estos ocho años las arcas del
Estado, pero faltó el impulso de terminar con la miseria en la que viven varios
millones.
De otro modo, no se explica que el crecimiento de la
población residente en las villas miseria del área metropolitana haya crecido
en cinco años el 57,6 por ciento. Sin duda, ese crecimiento refleja también las
migraciones internas. Pero ellas se producen, entre otros motivos, por la falta
de perspectivas de vida digna en las provincias.
Si agregamos los subsidios que han enriquecido a empresas
que brindan pésimos servicios el cuadro es desalentador: solo para Aerolíneas
Argentinas el Estado desembolsó 2.439 millones de dólares entre 2008 y 2011.
Ferrocarriles ineficientes, colectivos y subterráneos obsoletos son un ejemplo
del despilfarro de recursos.
“En los últimos ocho años se ha construido un promedio real
de viviendas de 32.500 por año -dice Lotersztain- lo que significa entre 15 y
20 por ciento menos que durante el menemismo. Si se suma a esto el natural
crecimiento vegetativo y las migraciones en ese lapso tendremos un cuadro
real”.
“Lo notable –agrega- es que con fondos genuinos, me refiero
al Fonavi, se destinaron para viviendas, en total, tres mil millones de pesos.
En el período de Alfonsín se gastó, en ese rubro, siete veces más”.
A estos datos debemos sumarle los aportes del Plan Federal,
aproximadamente cinco mil millones de pesos anuales. Sin embargo, debe
considerarse el alto grado de discrecionalidad en la utilización de esos
fondos, ya que son manejados por los intendentes de acuerdo con la lealtad al
poder y los favores que realizan.
El peronismo ha dilapidado la riqueza que Argentina recibió
gracias a una situación internacional favorable. Cuando esta crítica se
explicita, la respuesta oficial surge de inmediato: los programas sociales son
numerosos y para ellos se destina una buena porción del presupuesto. Y es
cierto.
La asignación por hijo es elogiable, el programa Argentina
Trabaja es muy importante, todos los programas de ayuda son fundamentales y
bienvenidos. Pero los funcionarios deben comprender que esos son paliativos,
medidas que resuelven momentáneamente la situación de pobreza e indigencia.
Mientras no existan políticas de redistribución efectiva de la riqueza social
estos programas seguramente serán necesarios. Sirven para responder a una
situación de emergencia que –y este no es un dato menor- se ha prolongado tanto
en el tiempo que afecta a varias generaciones de argentinos. Pero no permiten
superar y salir de la emergencia permanente. Y este, repetimos, ha sido el
panorama de estos últimos ocho años, donde los ingresos nacionales fueron
cuantiosos.
“Para el ideario republicano –explica Rubén Lo Vuolo- los
gobiernos deberían aplicar políticas que promuevan la independencia económica
de la ciudadanía, por ejemplo, promoviendo el acceso universal a las
condiciones materiales necesarias para existir sin tener que estar pidiendo
permiso y autorización a ningún poder arbitrario (…) Lo que tiene que hacer el
gobierno es establecer mecanismos para que las personas accedan a esos derechos
de forma igualitaria, universal y lo más incondicional posible”.
Sin embargo, “el poder político y económico ha profundizado
su potestad para decidir quién recibe y quién no recibe servicios sociales,
asignaciones familiares o asignación por hijo, subsidios por servicios
públicos, beneficios de los programas de empleo”.
No es republicana esta forma de organización de la sociedad.
Tampoco progresista. Al respecto, Roberto Gargarella señala que
“filosoficamente, dejaría de lado el tema progresismo, porque mas allá del auto
discurso eso no existe. Me parece que encaja muy bien con lo que se puede llamar
conservadurismo popular, o populismo conservador”.
A esto se suma un problema que está estrechamente vinculado
con la injusticia: la corrupción. No son temas disociados entre sí; el modelo
instrumentado desde el gobierno no cierra sin un alto nivel de corrupción que
lo sustenta.
¿Cómo explicar el desmesurado enriquecimiento de los
empresarios del transporte sin relacionarlo con funcionarios como Jaime,
secretario del área durante la presidencia de Néstor Kirchner, hoy procesado
pero en libertad gracias a una justicia que no es ajena a maniobras de esa
naturaleza?
¿Cómo explicar las millonarias ganancias que producen los
casinos y el Hipódromo entregados a Cristóbal López, un amigo personal del
poder que apenas pocos años atrás era desconocido para la opinión pública y que
ahora, además, acaba de comprar un banco en una carrera ascendente que no tiene
límites?
¿Cómo entender el formidable patrimonio que exhiben quienes
dirigen los destinos de la nación, dueños de propiedades en las zonas más caras
del país? Carecen del mínimo pudor y adquieren, a la vista de todos,
departamentos en Puerto Madero y usan vehículos ostentosos mientras ejercen
funciones públicas. Dirigentes políticos, dirigentes sindicales, empresarios
que viven del Estado, dueños de casas de juego, de empresas aéreas que nunca
tuvieron ni un solo avión, se mueven en un mundo de riquezas mientras
propagandizan un modelo popular y nacional.
El peronismo se ha vuelto millonario. Hace rato que se ha
vuelto millonario: los Menem, Duhalde, Scioli, Kirchner, De la Sota, también
los Cafiero, los Ruckauf, por nombrar apenas un puñado, nada tienen que ver con
Frondizi, Illia, Cámpora o Alfonsín, que murieron dejando casi vacías sus
cuentas bancarias.
La justicia, en tanto, mira para otro lado mientras algunos
jueces imitan la ostentación de riqueza de aquel peronismo menemista. ¿Cómo un
juez puede comprar un anillo de 250.000 dólares sin que sus pares le quiten sus
fueros y lo juzguen? ¿Cómo otros jueces pueden servir de fuerza de choque para
beneficiar a monopolios oficialistas que compiten contra otros monopolios no
oficialistas, violando jurisdicciones? ¿Cómo funcionarios pueden recibir
salarios que superan los salarios del llamado primer mundo?
El proceso de degradación de la política ha llegado a
límites alarmantes y es tolerado por una opinión pública que cree que eso es
inherente al Estado. Que nunca se va a cambiar, porque así es la vida.
El aeropuerto de Miami desborda de argentinos que compran
artículos electrónicos, igual que en épocas de Martínez de Hoz, igual que en
épocas de Cavallo.
Quizá sea ese el secreto de una sociedad complaciente.
Pero a esa sociedad, a la clase dirigente, a los militantes
honestos y de buena voluntad, hay que recordarles una pregunta sencilla que
parece haber sido olvidada: ¿Cuál es el principal objetivo de la acción
política en el marco de un sistema democrático?
Hay solo una
respuesta posible: que los pobres vivan dignamente, que sean efectivamente
sujetos de derecho y accedan a educación y salud de calidad, vivienda digna, a
un medio ambiente sano, a un transporte eficiente, que se les garantice
seguridad ya que son las primeras víctimas de la violencia y el gatillo fácil.
La política debe servir para que todos los miembros de una sociedad tengan
asegurada una vida digna de ser vivida y para esto no se necesita retórica,
patrioterismo y propaganda, se necesitan buenas políticas, buenas decisiones,
buena voluntad y adecuada asignación de los recursos.
No existe ningún otro objetivo que supere esta premisa. Y
aquel viejo peronismo igualitario parece haberlo olvidado.