El beneficio de ser pobres...
Mi
vieja es una mina marginal. Toda la vida vivió fuera del sistema y ahí quedará.
Por un problema que tuvo al nacer, es muy pequeña: no llegó nunca al metro
cincuenta, y por los muchos embarazos que tuvo ya se le cayeron varios dientes.
Tiene 41, pero la falta de dientes sumada a su escasa estatura y marcada
delgadez, hacen que aparente mil años más.
© Escrito por Mayra Arena el sábado 10/03/2018 y publicado en su muro de Facebook en la Ciudad de Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires.
Mi
vieja dejó la escuela porque era al pedo. Vos le explicás algo y no lo
entiende. Incluso las cosas más simples, se las tenés que explicar despacio,
varias veces. Si querés enseñarle a ir al chino de la vuelta lo mejor es
acompañarla y que vaya, porque si le explicás el camino, no entiende. Mi vieja
nunca prendió una computadora, ni la va a prender. Apenas sabe leer y escribir,
y cuando digo “apenas” quiero decir, escribe como el orto y cuando lee no le
queda nada. Tiene que leer algo simple varias veces para que le quede. A veces
nos pide ayuda a las hijas grandes, y hay que explicarle despacio y con
palabras claras, sino no entiende.
Mi
vieja no laburó nunca, no se desenvuelve. Siempre que intentó tuvo laburos muy
malos, porque a los buenos, no pudo ni podrá acceder nunca. Siempre limpiando,
cada vez que le conseguíamos un trabajo la echaban al poco tiempo: la gente no
le tiene paciencia porque vos le explicás y no entiende. Mi vieja nunca aspiró
a tener nada, siempre sintió que hay cosas que simplemente no eran para ella.
Siempre sintió que ciertas cosas “son cosas de ricos” incluso cosas mucho más
sencillas de las que piensan. Mi vieja tuvo varios hijos, todos de distintos
hombres. En el hospital le explicaban que no tuviera más, que tenía que
cuidarse, pero ella no entiende. Nosotros llevamos el apellido de ella y salvo
el más chico, ninguno conoció a su respectivo padre.
Mi
hermana Gisella Marisol y
yo, tuvimos el beneficio de ser pobres. De pibas, mi vieja marginal nos mandaba
a pedir todos los días. Íbamos a las panaderías porque son los que mejores
cosas dan, y con lo que volvíamos se cenaba. Mate cocido con lo que hubiera.
Cuando no nos daban las del barrio, nos íbamos abriendo cada vez más hasta
llegar a las del centro. Por eso nunca compartí la filosofía de no darle
monedita al nene que pide: lo único que lográs es que tenga que caminar más,
porque ese pibe no va a volver a la casa con las manos vacías. Teníamos
hermanos más chicos, pero no quedaban en casa, salíamos todos juntos porque a
los más chicos siempre les dan más. Entonces salía mi vieja con nosotros y mi
vieja se quedaba afuera y nosotros íbamos al negocio y pedíamos. Cuando íbamos
con mi hermanito, la cosa era bastante rápida porque era muy chiquito y la
gente siempre te da lo que puede. Mi vieja no entraba porque a los grandes no
les dan casi nunca nada. Hay lugares que igual nunca dan nada y lugares que
siempre te dan aunque sea un pancito. La cosa es que siempre volvíamos con algo
para acompañar el mate cocido.
Mi
abuela estaba apenitas mejor que nosotros porque laburaba limpiando. No
teníamos a nadie que trabaje excepto ella, entonces lo poco que sabíamos de
trabajo era que era horrible: las patronas eran malas y siempre le hacían cosas
horribles, le pagaban menos de lo que le prometían y se hacían las
desentendidas. A veces se iban un mes a Europa y ese mes la dejaban totalmente
en banda. Cuando trabajaba, no le pagaban casi nada, incluso nosotras pidiendo
en la panadería, a veces conseguíamos cosas que ella no podía comprar ni
ahorrando.
Nuestra
casa era un cuadrado con un baño en la época que mi abuela podía pagar
alquiler, pero cuando mi vieja se peleó con mi abuela nos mudamos a una piecita
sin baño en Pampa Central. Las necesidades se hacían en un balde y la comida
del mediodía nos la daba un comedor que daba comidas riquísimas, polenta,
guiso, tallarines. A veces hasta había postre, una naranja o un flancito. A la
tarde tomábamos la leche en una iglesia en frente de casa y en esa época mi
vieja empezó a cobrar una cosa que se llamaba jefes y jefas y eran 150 pesos
por mes. Siempre que cobraba, los veintipico de cada mes, comíamos un yogur
cada uno y para nosotros era la gloria.
De
piba, cuando sos pobre, lo que te salva de la marginalidad es creer. Creer que
algún día vas a tener todo eso que querés tener. Cuando conocés grandes que no
son pobres y que te preguntan qué vas a ser cuando seas grande, empezás a soñar
un poco. Todos los grandes te dicen todo el tiempo que no dejes la escuela, que
estudies mucho. Nosotras, mi hermana y yo, conocimos un grande en particular
que fue significativamente importante para nosotras: Marcelo General.
Seguramente no lo conozcan, no era más que un vecino nuestro. Él y su adorada
esposa siempre nos invitaban a su casa a jugar con su hijita, a pesar de que
nosotras no teníamos juguetes ni nada para llevar. Ellos tenían cosas que
nosotras no habíamos tenido ni visto jamás. La casa de ellos era una mansión,
aunque ahora que lo pienso no era más que una casa con comedor y un par de
dormitorios. Pero nosotras ahí adentro estábamos en nuestra salsa. Mi hermanita
jugaba con todos los juguetes de la nena, yo siempre pedía pasar al baño porque
era espectacular: tenía un espejo gigante y papel higiénico de esos con
dibujitos y los puntitos para cortarlo derechito. Cuando sos pobre, la riqueza
se mide en esas cositas. Ellos eran ricos. Todos los días la acompañábamos a la
cooperativa y ella nos dejaba elegir el yogur que quisiéramos. Todos los días
le preguntábamos de hasta qué precio podíamos agarrar, y ella nos decía que de
cualquier precio, que agarráramos el que más nos guste. Definitivamente eran
ricos.
La
mamá de la nena nos contaba que el marido a veces se levantaba a las 4, o sea,
trabajaba desde muy temprano. El hombre era muy bueno, siempre hacía chistes y
miraba la tele. A veces nos daban hielo para tomar agua fresca en casa, porque
nosotras no teníamos heladera, pero solo a veces porque otra vecina de la
esquina, Silvia, también nos daba hielo siempre. Hay vecinos que te ayudan
muchísimo.
Marcelo y Claudia, su
esposa, siempre nos decían que fuéramos a la escuela. Una Navidad nos dijeron
que había venido Papá Noel pero nosotras ya sabíamos que habían sido ellos. Los
regalos, mi hermana todavía los tiene guardados. Así de valioso es todo cuando
sos pobre.
En
la escuela, también éramos pobres, no marginales. No teníamos las cosas que
tenían todos, a mi hermana incluso una maestra no le corregía las tareas porque
no llevaba cuaderno tapa dura. Siempre la retaban por no llevar las cosas que
pedían y ella siempre lloraba. Pero éramos muy estudiosas, teníamos esa
ventaja. Era una escuela pública, los pobres éramos nosotros y los ricos eran
los que se compraban alfajores en el recreo, tenían mochila con carrito y
cartucheras de dos pisos. Todos los grandes que conocíamos nos decían que si
estudiábamos nos iba a ir bien, y nosotras lo creíamos de verdad. Mi hermana no
tenía la cartulina que pedían, pero jamás se olvidaba de hacer los deberes.
Hubo una asistente social que nos ayudó muchísimo y que siempre nos daba
mercadería, lo hacía delante de todos y eso nos daba vergüenza, por eso mi
hermana era medio tímida. No lo hacía de mala porque era buenísima, yo creo que
no se daba cuenta que es feo que te den mercadería cuando a nadie le dan, en el
aula todos te quedan mirando además. Hubo un invierno en que teníamos una sola
campera buena, la violeta, asique iba unos días mi hermana y unos días yo. Yo
decía que nunca tenía frío e iba igual pero después me recagaba enfermando
entonces era mejor así. Mi hermana odiaba faltar porque después no entendía las
cosas. Asique yo faltaba mucho. Mucho. Pero en casa había varios libros y los
leía, una y otra vez. Yo sabía que estudiando me iba a ir mejor, eso me decían
todos.
Éramos pobres, no
marginales. No queríamos dejar la escuela. Conocíamos gente que no era pobre y
era gente que trabajaba y había estudiado, entonces por ahí venía la
mano.
Pasaban los años, mi
vieja seguía sin laburar. A veces se afanaba queso de un supermercado, lo
sacaba entre la ropa o debajo de la axila. Una vez me afané un alfajor de un
kiosko y me dijo que si lo volvía a hacer me iba a hacer pasar la vergüenza de
mi vida: nunca más toqué nada. La vergüenza es a lo que más miedo le tenés
cuando sos chico, ni que te caguen a palos es tan fulero. No sé cómo
explicarles lo que deseás un alfajor o una milanesa. Los que pueden comerlo
cuando quieren, para uno son ricos. Yo ya tenía como 12 años y no quería salir
más a pedir: me daba vergüenza. Y ahí ocurrió algo que casi nos empuja a la
marginalidad, pero con el tiempo zafamos.
Mi
vieja había tenido un marido golpeador, un alcohólico hasta los huesos que
había vivido con ella cuando éramos mocosas. De nuestros padrastros y otros
horrores, no voy a hablar. Este tipo estaba preso hacía varios años, era el
papá de mi hermanito, el único que tuvo padre. Estaba por salir de la cárcel y
nosotras sabíamos que mi vieja iba a volver con él. Mi hermana, ante el terror
de volver a sufrirlo, se fue a vivir con mi abuela y no volvió. Ella tenía 9
años cuando lo decidió, todo para no volver a ver a mi padrastro. Yo me quedé,
porque quién iba a cuidar a mi vieja y a mi hermanito, si no yo. Salió mi
padrastro de la cárcel y me di cuenta de la triste realidad: yo no podía contra
él. Entonces me metí de novia con un tipo 30 años mayor que yo y me pasaba todo
el día en la casa de él. Lo importante era no volver a mi casa. Hasta que me
tuve que ir definitivamente, a los 13. Confié que a mi hermanito no le iba a
pasar nada porque era hijo, no hijastro.
Dejé
la escuela porque si se descubría mi relación, mi pareja iba a terminar en la
cárcel y yo iba a ir a un colegio o con mi padrastro. No me hubiera arriesgado
a eso por nada del mundo asique dejé de estudiar y me alejé de todo el que me
conociera. Por supuesto, quedé embarazada. Y como nadie te da laburo siendo una
cría de 14 años embarazada, yo me volví, por un tiempo, marginal, no pobre. Ya
no podía estudiar porque eso era un peligro para el papá de mi hijo, y nadie me
daba trabajo porque… era menor y tenía un hijo. De nuevo y siempre, los vecinos
me ayudaron mucho. Ya no eran los mismos vecinos porque yo vivía más abajo,
pero acá también me ayudaron, y no saben cuánto. Mi hermana seguía siendo
pobre, siempre estudiando, siempre esperanzada de salir adelante.
Pasaba
el tiempo, vivíamos como podíamos y yo accedía a los laburos que te dan cuando
sos menor. Vendía perfumes en la calle, puerta a puerta o hacía campaña de
socios para algún hogar, esos que te pagan el 10 por ciento de lo que recaudás.
No existía la asignación y para todos los planes existentes, yo era menor. Todo
me empujaba a ser marginal, porque ni siquiera podía acceder a los laburos o
planes de pobres. A los 15 hice un curso de peluquería, pero en esa época no
existía internet y era muy difícil ir haciéndote conocido en un oficio. Además
yo tenía 15 y se me notaba en la cara, nadie se iba a dejar cortar el pelo por
mí. A los 16 mentí diciendo que tenía 19 y accedí a mi primer laburo con sueldo
mensual: tenía que cuidar a un abuelo hemipléjico. ¡De nuevo pobre! Ya no
marginal. Es abismal la diferencia. Cobraba un sueldo por mes que no era más
que un sueldito, pero podía comprar comida y cositas para mi hijito. Mi abuela
me había regalado un lavarropas automático que le regaló una patrona, ese
lavarropas lo vendimos y lo cambiamos por unas garrafas, y esas garrafas las
vendimos y juntamos dos mil pesos. Con eso compramos el ranchito que se ve en
la foto. Dos mil pesos nos costó, un rancho de chapa con piso de tierra, y
estábamos en la gloria. Tiempo después las cosas no anduvieron con el papá de
mi hijo, la verdad es que yo hacía rato no lo quería más. Entonces me fui con
mi nene y de ahí en más cuidamos viejitos siendo cama adentro, o cuidábamos
alguna abuela de noche y yo de día trabajaba de otras cosas. Entonces teníamos
casa, comida y un pequeño sueldo. A los 21 años aprendí un oficio y gracias a
internet y la facilidad de promocionar tu laburo gratis, pude laburar menos
horas durante el día y empezar a estudiar. Pobres, no marginales.
Los
años de laburo siendo joven, estudiante y pobre, son durísimos. No es nada
fácil este ambiente, se vive siempre al día, y muchas veces te gastás los
últimos veinte pesos que tenés en fotocopias del currículum, vas al centro
caminando para no gastar en boleto y uno tras otro te dicen que lo dejés, que
después te llaman. Los días se hacen eternos cuando nadie llama. Pero la
diferencia crucial entre nosotras y mi vieja es que, nosotras teníamos la
esperanza de que alguien iba a llamar. Todos los días salís a patear
esperanzada, deseando que alguien te diga “venite el lunes a primera hora”. Y
tarde o temprano ese día llega.
Mi
hermana empezó laburando a los 16 para un tipo que le pagaba “según como
trabajara ese día” o sea, le pagaba lo que se le cantaban las pelotas. Como es
mucho más desenvuelta que mí vieja no sólo no pierde los laburos, sino que
tiene cada vez más. Alquila un departamentito y labura todo el día para poder
pagar su alquiler y comer. Yo la he visto llorar de cansancio y frustración,
pero como todo pobre, al otro día se levanta y sale a ganarse el mango igual.
Además estudia, cuando sos pobre siempre te dicen que estudiar es la salida y
vos lo creés. Ya le falta poco para ser maestra, cagate de risa. Capaz hasta se
cruza con la que no le corregía las cosas por llevar esos cuadernos que te daba
el gobierno que si borrabas dos veces se transparentaba la hoja. Andá a
saber.
Mi
vieja sigue siendo marginal. Tiene un solo laburo de limpieza hace algo de un
año y nunca sabemos cuánto le va a durar. Ya pasó los 40 y es muy joven como
para jubilarse, pero grande como para encontrar un laburo fijo. Gracias a la
asignación que cobra de los dos más chicos, sumada al laburito, la miseria no
es tan espantosa como la de mi infancia en los 90. Las hermanas más grandes nos
independizamos hace ya mucho, entonces ayudamos a los más chicos. Ellos no
tienen la vida que nosotros, no salen a pedir y pueden ir al colegio con útiles
comprados, no esos lápices de porquería que a nosotros nos daba el gobierno y
que los pasabas por la hoja y no pintaban. Siempre hay que darle una mano a mi
vieja con los trámites de la asignación, porque a ella le explican, pero no entiende.
Cuando
sos marginal, como mi vieja, aceptás que tu único futuro es la pobreza. No te
interesa tener nada porque estás segurísimo de que nunca vas a poder tener
nada. A los ricos los mirás con bronca, son unos miserables que no te dan nada,
ni trabajo. A mi vieja nunca le dieron ni trabajo. En cambio, cuando sos pobre,
lo que te salva de caer en la marginalidad, es la esperanza de salir de esa
pobreza. Es muy dificultoso, porque labures de lo que labures, empezás ganando
muy poco, y tenés muchas, pero muchas necesidades para cubrir. Además, siempre
tenés en la familia alguien que está peor, y ayudás. En lo poco que podés
ayudás. Entonces todo crecimiento se hace más lento, porque le comprás
zapatillas a tu nene, pero no podés dejar de comprarle a tu hermanita. Y mi
hermana vuelve a cenar el mate cocido con un mignoncito, para comprarle una
campera buena a la más chica. Entonces sos sostén tuyo y de tu familia, porque
sos pobre, pero tu vieja es marginal y sabés que no va a conseguir laburo. Ni
siquiera uno de limpieza como el de mi hermana, o en geriatría, como yo.
No
es lo mismo ser marginal que ser pobre: el mundo es de un color distinto.
Cuando sos pobre sentís, sabés, la gente te dice constantemente que si te
esforzás mucho vas a salir adelante. Mi vieja es marginal, no espera nada del
mundo. Sabe, siente, percibe que el mundo es de los otros. Tiene una capacidad
cognitiva bajísima y tiene mal aspecto: la gente no le dice nada y si le
dijeran, no entiende.
Cuando
sos pobre y venís de familia pobre, no marginal, aunque no lo creas ya tenés un
montón de ventajas. Tenés otra forma de ver la vida de entrada: son tus propios
padres los que te dicen que con esfuerzo vas a lograrlo. Y salís, por supuesto
con muchísimo esfuerzo, pero tarde o temprano salís adelante. Con ganar un buen
sueldo ya vivís mejor, cubrís tus necesidades y vas mejorando, poco a poco, tus
posibilidades.
Una
vez leí, en esta carrera que estudio con la esperanza de descubrir cómo hacer
que los marginales puedan llegar a ser pobres y que los pobres dejen de serlo,
una frase que me voló la cabeza. La frase dice “la diferencia entre un marginal
y un pobre es que el pobre tiene claro su lugar en el mundo”. El que lo
escribió lo hizo, claro, analizando desde afuera. Pero no le erra. El beneficio
de ser pobres es que entendés rápido que tenés que adaptarte al medio para
sobrevivir. A un marginal como mi vieja, le expliques como le expliques, no lo
entiende.
Cuando
los leo odiando a ciertos pibes porque sus padres o ustedes mismos fueron
pobres y salieron adelante, no puedo ponerme a explicarles esto de que ser
pobre es infinitamente menos malo que ser marginal. Es muy largo, es muy
complejo, y además no sé si me van a querer escuchar. Por eso estudio ciencia
política y por eso estoy segura de que mi hermana estudia para maestra. Para
poder explicarles mejor a los marginales, a los pobres y a los que no entienden
por qué los pobres siguen siendo pobres. Igual sabemos que estudiemos lo que
estudiemos hay gente que no nos va a querer escuchar. Hay gente que no es
marginal, pero igual le explicás, y no entiende.