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lunes, 11 de julio de 2011

Pepe Eliaschev y Los porteños y sus las elecciones... De Alguna Manera...

Autodefensa...

Otra vez sopa. Una nueva oportunidad desperdiciada. Triturada por la codicia política más pedestre, la “campaña” para elegir al nuevo jefe político de la capital del país resultó poco menos que una inmundicia. A la ignorancia pavorosa que prevalece sobre cuestiones centrales que confronta Buenos Aires, se le sumó –para agravarla– una disputa asumida por casi todos los contendientes como pelea.

Se diseccionó lo hecho versus lo prometido, no como parte de una polémica fértil y superadora, sino en clave canibalística. Se comparó el número de kilómetros y estaciones de subte construidos, no en el marco de un amplio y exhaustivo debate sobre los conflictos abrumadores del transporte metropolitano, sino como mero objeto arrojadizo, granadas entre codiciosos jugadores del poder.

Recalentada sin tregua en su enfermiza pasión por afrontar los problemas como batallas emocionales, la Argentina muestra con la elección porteña sus lacras proverbiales. Casi nadie, por ejemplo, considera que deba haber coherencia entre palabras y hechos. Así, fuerzas políticas teóricamente preocupadas por mejorar la calidad de vida de esta ciudad, se abocaron afanosamente a vilipendiar el espacio público. Las pegatinas convirtieron una vez más en una gran roña urbana a la capital argentina. Esta grave disfuncionalidad no parece angustiar a varios de los protagonistas principales, entre quienes –de hecho– la Ciudad es apenas un soporte, una especie del hotel alojamiento al que se entra y del que se sale cuándo y cómo se quiere.

Pero no es que la escasa virtud civil de la mayor parte de los contendientes políticos contradiga una enorme nobleza republicana de parte de los ciudadanos. No existe tal discrepancia. Ya se sabe que entre los que gobiernan, los que aspiran a hacerlo y quienes no lo hacemos, hay enormes similitudes.

De modo que soy uno más de los que llegan a estas elecciones con una sensación pastosa y agria. Deberé terminar pronunciándome en base a un estricto y frustrante criterio de posibilidades. Es triste, pero estas quintas elecciones autonómicas para seleccionar al jefe de Gobierno, las de hoy y su segunda vuelta, el 31 de julio, no son una poderosa ocasión para manejarse con inteligencia civil. Quedan convertidas en fragmentos de una guerra, en la que las cuestiones específicas, para las que la aproximación ideológica casi nada significa, son tapadas por vociferaciones vacías. Se advierte este rictus en los principales temas de la agenda.

La necesidad imperiosa de una policía distrital fuerte, robusta, profesional y decente fue devaluada por el Gobierno nacional arropado sin escrúpulos en un “seudogarantismo” que sólo significó permisividad obscena para con variadas formas del delito. Con la misma impavidez, ahora pidieron “más seguridad” quienes negaban su deterioro y culpaban a “los medios” de crear ilusorias sensaciones térmicas. Ese fue un pecado de leso oportunismo. Pero, por otro lado, el Gobierno local consideró oportuno pintar la Ciudad de amarillo, como si gestión pública y parcialidad política no debieran diferenciarse.

Vistas las cosas desde el panóptico de 2011, sobraron otra vez los excesos disfrazados de posturas ideológicas y escasearon las aproximaciones sustentadas en mecanismos serios y evaluaciones realistas. Buenos Aires, una bella ciudad particularmente bendecida por su dotación de bienes urbanísticos de primer nivel internacional, languidece desde hace muchos años. Está colapsada por un tránsito de modalidad salvaje y es usada hasta la exasperación por infinitos emprendimientos privados, además de ser obligada a funcionar como salvavidas de quienes carecen de soluciones o paliativos a sus carencias en el multitudinario cordón suburbano.

En esta ciudad, que amasó una colosal infraestructura de calles, avenidas, plazas y parques, y un puñado de maravillosas joyas arquitectónicas, casi todo lo mejor que se ve hoy fue hecho entre 1890 y 1960. Dura, apretada, exasperada, áspera, la Buenos Aires de hoy no termina de opacar, afortunadamente, su rico legado, que brilla a pesar de los porteños y de sus administraciones.

Los porteños… ¿Quiénes son los porteños? ¿Esos ensuciadores seriales que arrojan sus desperdicios en las veredas a cualquier hora y sin discriminar yerba mate, pañales y cáscaras de mandarinas, de cartones, latas y envases de plástico? ¿Quiénes son? ¿Los que miran para otro lado mientras sus perros se alivian al lado de ellos, tras lo cual, orgullosos, siguen de paseo con el animal, dejando la mierda expuesta en la vía pública? ¿Quiénes? ¿Los que conducen sus autos por carriles para colectivos y estacionan donde no corresponde, apostando a zafar? ¿Son porteños los choferes de bondis que zigzaguean en calles y avenidas a 80 km por hora, para cruzar impunemente, protegidos por el Estado, semáforos en rojo?

Averiada por manteros que se reproducen sin cesar (clara demostración del éxito del “modelo de inclusión social con matriz productiva”), impotente para preservar fragmentos notables de un patrimonio arquitectónico dilapidado por la insaciable codicia inmobiliaria, la Ciudad no ha podido siquiera proteger su otrora envidiable colección de monumentos y fuentes, sistemáticamente saqueados, vandalizados y hoy enrejados, como fotografía implacable del empobrecimiento espiritual de quienes aquí vivimos o por aquí pasan.

El quinto mandato autonómico tendría que ser un quiebre. Su inminencia es una fornida oportunidad, que bien pudiera perderse. Esta ciudad, que cuando se la camina un domingo por la noche luce como un anciano maltratado y maldecido por todos los deterioros posibles, y en la que la miríada de tolerados abusos privados, el oportunismo grosero de los gobiernos nacionales, y las incompetencias de las gestiones locales parecen torpedear toda esperanza, podría tener todavía una chance. Se trata, por de pronto, de votar bien, aunque sigamos lamentándonos quienes no votamos lo quisiéramos, sino al mal menor, como quien vota en defensa propia. Como lo haré yo hoy.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfíl de la Ciudad Autónona de Buenos Aires el domingo 10 de Julio de 2011.