sábado, 11 de julio de 2015

El mediocre argentino… @dealgunamanera...

El mediocre argentino…

Lionel Messi, el capitán de la Selección. Foto: AFP

Desde que la Selección tiene el placer visual, la ventaja comparativa y el milagro inmerecido de tener a Messi, las discusiones están menos ligadas a él que a una versión maníaco depresiva de la argentinidad.

El día después de la derrota de Argentina ante Alemania por la final de Brasil 2014, veo al borde del shock nervioso una escena de teatro nacional callejero ocurrida en un kiosco de revistas cercano a la Plaza de Mayo. El canillita recibe debidamente encuadrado en su box de hojalata a un taxista al que parece estar unido por cierta confianza y, no cabe duda, por una tolerancia a prueba de misiles nucleares anticanillitas.

El descendiente de Rolando Rivas sale de su máquina fumando y de frente al chaperío rectangular, como el goleador que nunca será, recrea la jugada inolvidable en la que Higuaín define con flaccidez su malogrado mano a mano contra Neuer. El canillita hace las veces de arquero, mientras el taxista genio hace crujir su artrosis acompañándose de las siguientes palabras autocomplacientes: “Cuchame, papá. ¡Dejate de joder! ¿Cómo te vas a comer ese gol? Te cae la pelota de arriba, la controlás con el ojo y hacés, ¡pim!, de primera, allá. Pega en el palo y entra. Cuchame: lo meto yo”.

Desde que la Selección argentina tiene el placer visual, la ventaja comparativa y el milagro inmerecido (como todos los milagros) de tener a Messi, las discusiones sobre Messi están menos ligadas a él que a una versión maníaco depresiva de la argentinidad. Se la puede reconocer por la exigencia perfeccionista y una conciencia nula sobre las dificultades de obtener la perfección. El punto de vista desde el cual esta escuela cuestiona a Messi es el de la mediocridad. Existe una larga tradición por la que la mediocridad cuestiona la excelencia, que es la misma por la que los hombres contemplativos han cuestionado toda la vida a los hombres activos. Se trata de espíritus para los cuales mejor que hacer es decir.

Por cuestiones de populismo de mercado y debilidad emocional, la mediocridad tiene su emergente en la masa crítica del periodismo deportivo que, ante la derrota, ni más ni menos que como el taxista de Plaza de Mayo, levanta presión hasta fisurar su pozo ciego del que comienza a escaparse un río de excrementos. La extrapolación es muy clara, y sustituye todos los elementos del juego comercial y a veces artístico llamado fútbol –del que por lo general se excluye increíblemente el hecho de que se enfrenta a rivales competente–, por el único que queda en pie: el éxito y su bestia negra (el fracaso).

Recordemos que hace un tiempo unos periodistas criticaron a Messi porque no cantaba el himno. Entonces se juzgaba el patriotismo y no el juego. Ahora lo que se condena –ya no es un juicio sino una sentencia– es que no haga todo, que no sea él sólo el equipo, que no produzca lo imposible, que no se transforme en el superhéroe de la Argentina Potencia, olvidando que el fútbol es un juego cooperativista, es decir una sociedad con pactos internos y combinaciones  elásticas a cargo de un director técnico y filtrada por el azar.

Esa Argentina contemplativa que ha hecho de la exigencia de perfección una enfermedad social, sólo es capaz de aceptar el triunfo individual resumido en dos frases por las que empieza y se acaba el mundo: “es un genio”, o “somos un desastre”. En el medio de ambas hipérboles, el vacío total.

© Escrito por el Escritor Juan José Becerra el sábado 11/07/2015 y publicado por el Suplemento Deportivo 442 del Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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