Un patrimonio de la humanidad en
riesgo…
La iglesia Nuestra Señora de la Merced de Alta Gracia integra el circuito de la Manzana y Estancias Jesuíticas de Córdoba. Edificaciones que se convirtieron en un valor de cambio para atraer turistas. Las razones del dinero antepuestas al real compromiso con la conservación.
Un papa argentino, jesuita, insufla orgullo a la alicaída estima nacional.
Pero los cordobeses debemos llenarnos de vergüenza por la desidia frente al
mayor legado arquitectónico de la Compañía de Jesús, convertido desde el inicio
de este siglo en Patrimonio de la Humanidad.
Representan declaraciones que todos los gobernantes
pretenden para sus comarcas, pero son pocos los que cumplen con las exigencias
de las Naciones Unidas para la conservación del patrimonio mundial. Como
ejemplo incómodo, la iglesia Nuestra Señora de La Merced, de Alta Gracia,
permanece cerrada, sin que los feligreses, vecinos y visitantes puedan siquiera
asomarse a las obras de restauración y puesta en valor, por el secretismo que
la rodea, desde que dos años atrás estallara el escándalo de las osamentas y
las lápidas abandonadas de los fundadores de Alta Gracia.
Había responsabilidades compartidas entre el cura párroco
Marcelo Siderides, comitente de las obras de refacción; el Gobierno de la
Provincia, que financió los trabajos sin control, y la Comisión Nacional de
Museos, Monumentos y Lugares Históricos, autoridad que debe supervisar la gestión de los monumentos nacionales. Esta última
solicitó detener las obras demasiado tarde, cuando constató que el cura había
“abusado de la buena fe” de la Comisión por no haber presentado nunca el
proyecto integral y sólo remitir documentos parciales para su evaluación.
Impacto
desolador
Alertada por los vecinos y los Amigos del Museo de la
Estancia Jesuítica Alta Gracia, que tienen vedado el acceso al templo, fui
personalmente a la iglesia. El acceso no fue sencillo y me dejó la sensación de
intrusa, como si estuviera espiando por el ojo de la cerradura.
El impacto inicial fue desolador. Pude ver las imágenes
de los santos envueltas con bolsas de residuos y el contrapiso que tapó la
excavación y motivó el escándalo por la remoción de los restos óseos, hoy
depositados en dos cajas en la morgue judicial del ex hospital San Roque. Las
maderas originales deterioradas, cables trifásicos a la vista sujetos con
grapas.
Lo que me pareció irreversible en su deterioro fue la
destrucción de las pinturas de los muros y bóvedas, desdibujadas por la
filtración de humedad. Un daño difícil de revertir, ya que la iglesia permanece
cerrada desde hace más de dos años, sin ventilación y sin que los vecinos
puedan controlar u opinar sobre la obra que les pertenece como legado. Tienen
el derecho de saber cómo se hará la restitución de lo que jamás debió tocarse.
Este y no otro es el sentido de la conservación, el
resguardo de la identidad cultural que nos habla desde los muros que sobreviven
al tiempo y a la codicia. Precisamente, esa fue la intención de los más de
1.500 descendientes de la familia Lozada, fundadora de Alta Gracia, quienes en
2010 alertaron al párroco y al arzobispado, a la intendencia de la ciudad y a
las autoridades de la Provincia y de la Nación sobre la violación de “todos los
principios de conservación del Patrimonio de la Humanidad reglamentados para
todas las obras del mundo”.
La iglesia Nuestra Señora de la Merced de Alta Gracia
integra el circuito de la Manzana y Estancias Jesuíticas de Córdoba, declarado
en el año 2000 legado universal por la Organización de las Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Edificaciones que se
convirtieron en un valor de cambio para atraer turistas, las razones del dinero
antepuestas al real compromiso con la conservación.
Desde 1940, cuando se creó la Comisión Nacional de
Museos, Monumentos y Lugares Históricos, buena parte del acervo arquitectónico
cordobés está bajo el ala de ese organismo, que es el que finalmente tiene a su
cargo la custodia de los bienes, el que debe prevenir toda acción en detrimento
de su valor patrimonial, más allá de quién o quiénes posean el dominio de los
bienes declarados.
En esa condición, debe evaluar, aprobar, supervisar y
controlar toda obra de puesta en valor, refacción o rehabilitación en el bien
protegido. Sin embargo, ni la Comisión controla ni el Gobierno de la Provincia
cumplió con su obligación de solicitar el parecer de esa Comisión al momento de
destinar más de tres millones de pesos a un proyecto que, por lo menos, debía
conocer y evaluar.
Menos aún se permite la participación de la comunidad,
que es finalmente la que mejor vela por su patrimonio. Fue por su intermedio,
el de los vecinos comprometidos de Alta Gracia, que se consiguió que la
Comisión Nacional de Museos ordenara la detención de las obras y exigiera al
párroco la información necesaria para explicar el desastre.
¿Destruir para
valorizar?
No obstante, a esas alturas, la Comisión no podía alegar,
como lo hizo, su desconocimiento en torno del valor patrimonial que había sido
destruido. A fin de 2011, el ingeniero titular de la empresa contratada por
Siderides ya había suspendido las tareas después de que encontró en las
excavaciones “restos óseos de origen desconocido”, por lo que el cura debió pedir
la intervención de los arqueólogos de la Universidad Nacional de Córdoba, tal
como estipula la ley provincial 5.544.
Con el escándalo en la tapa de los diarios, la Comisión
fue lapidaria con relación a que las obras, coordinadas por la Directora del
Instituto Marina Waissman, de la Universidad Católica de Córdoba, provocaron lo
contrario de lo que prometían. Destruyeron lo que se pretendía valorizar. Y ese
es el punto: ¿cuál es el valor patrimonial de lo que nos enorgullece para
atraer turistas extranjeros, pero que debiera avergonzarnos ante nosotros
mismos por la desidia y los laberintos burocráticos de la conservación, donde
las responsabilidades se comparten pero terminan dañando lo que es de todos,
esa idea de bien común aplastada debajo de los escombros?
Así llegamos a hoy, un año más. Como si fuera
clandestina, la Virgen patrona de la ciudad el 24 de septiembre presidirá la
procesión, pero deberá regresar a un templo cerrado bajo las siete llaves de la
desidia y la improvisación.
© Escrito por Norma Morandini el
Martes 17/09/2013 y publicado en el diario La Voz del Interior de la Ciudad de
Córdoba.
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