El auge de la política sin partidos…
La política es oferta: de liderazgos, de
representación, de símbolos, de políticas públicas. Y también es demanda: de
esas mismas cosas, y de gobernabilidad, a veces de cambios, otras veces de
orden y previsibilidad. Tradicionalmente la oferta se generaba en los partidos
políticos y la demanda se expresaba a través del voto, y más recientemente se
expresa también a través de las encuestas. Lo nuevo en la vida política en casi
todas partes es la declinación de los partidos en la generación de la oferta.
Los partidos aparecieron
en los albores de la democracia en Estados Unidos e Inglaterra a fines del
siglo XVIII. Inicialmente tenían mala imagen, se los veía como males necesarios
–más que “partes” genuinas de un todo heterogéneo eran vistos como
“particiones” peligrosas de ese todo–. Pero lo cierto es que en muchas partes
del mundo, hasta no hace muchos años, la ciudadanía se ejerció articulada por
el sistema de partidos. Su declinación es un fenómeno relativamente reciente.
En la Argentina, en 1984, tres de cada cuatro ciudadanos argentinos se sentía
identificado con algún partido: dos de cada cuatro “simpatizando” con alguno,
uno de cada cuatro declarándose “afiliado”; hoy los afiliados son uno de cada
diez y los “simpatizantes” casi no existen. En otros países las cosas fueron
parecidas.
Los partidos cumplían
distintas funciones: generaban la oferta de candidatos y les transferían
legitimidad; para los simpatizantes, eran fuente de identidades políticas
bastante estables; para los afiliados, eran un canal de participación. Todo eso
estructuraba la vida política y generaba las bases de los consensos para la
gobernabilidad. El modelo alternativo no era la política sin partidos, sino la
política de partidos hegemónicos, que hoy todavía en muchas partes goza de
buena salud.
Los partidos declinaron
porque la gente perdió la confianza en ellos. Con la declinación de los
partidos sobrevino la “desalineación” de la ciudadanía. Con partidos vigorosos,
gran parte de los votantes votaba al candidato ofrecido por su partido. Los que
no se sentían cerca de algún partido votaban o por los temas planteados en las
campañas o simplemente sobre la base de atributos de los candidatos:
propuestas, confianza en la persona, simpatía. En la política de nuestros días
–por lo menos en la Argentina– ya ni siquiera los temas pesan mucho, porque es
difícil saber cuáles son los temas sobre los cuales los candidatos basan sus
propuestas.
Así se pasó a la política
mediática. Los candidatos elegidos por los partidos también ejercían la
comunicación mediática, pero ésta era menos dominante que ahora; además se
compensaba con otros canales de comunicación, los internos al partido y los territoriales.
Estos últimos pasaron a tener mala imagen; se les atribuye prácticas
“clientelísticas” y corruptelas, que desde luego siempre existieron, pero que
están lejos de agotar el fenómeno de la comunicación territorial persona a
persona. Hoy es común atribuir al clientelismo todo voto que a uno no le gusta.
El mundo viene
asistiendo, en muchos países, al fenómeno de los candidatos mediáticos, que no
provienen de la política y que despiertan en muchísimos votantes mayores
expectativas y más confianza que los políticos “de carrera”. Un caso
interesante, de hace pocos días, es el fenómeno del surgimiento en Israel de
Yair Lapid, que pasó a ser una pieza clave en los nuevos equilibrios políticos
en su país –lo que bien puede traducirse por “equilibrios en el mundo”–. Lapid
es líder de un partido nuevo, Yesh Atid, pero el fenómeno es esencialmente
personal y refleja el crecimiento en la política de un personaje
ultramediático. Su campaña se centró en dos temas –la paz, más foco en el
interior del país que en los conflictos externos–, lo que sugiere que la
política mediática puede sustentarse no solamente en “marketing” de imágenes
sino también en propuestas definidas. En muchas partes asistimos a hechos
parecidos, inclusive desde luego en nuestro país –donde lo que falta en todo
caso son más bien las propuestas–.
Es posible –pero no es
seguro– que los partidos todavía tengan una chance, si se actualizan y se abren
ampliamente a una participación ciudadana transparente. También es posible que
la política esté llamada a ser predominantemente mediática, con algunos ingredientes
menores de comunicación territorial. Lo que parece claro es que la política no
volverá a ser igual a como fue hasta hace dos o tres décadas.
© Escrito por Manuel Mora Y Araujo, Profesor de la
Universidad Torcuato Di Tella, el sábado 09/02/13 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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