"Seré candidato para luchar por el consenso"...
Régimen. "Me parece que el gobierno de Venezuela es muy
anticuado. Un régimen de dictadores populistas de la década del 50',
legitimados en elecciones. No eran democráticos en ejercicio".
A horas de anunciar que se postulará como senador por la
Ciudad de Buenos Aires en 2013, Rodolfo Terragno dice que la gente no cree en
las soluciones de los políticos, y que Hugo Chávez es un gobernante al que no
quisiera tener en la Argentina.
Regresando apenas de Boston, donde es parte de la Academia
de Artes y Ciencias, el doctor Rodolfo Terragno (ex senador, ex diputado, ex
ministro de la Nación por la UCR) ocupa un sitial como, en 1870, lo hicieran
Washington o Jefferson cuando ya entonces la idea dominante era vincular las
artes con la ciencia. Más tarde, Darwin o Einstein la enriquecieron con su
presencia y sus aportes mientras que los argentinos Bernardo Houssay (Premio
Nobel) o Federico Leloir (también Nobel) hicieron allí, de por vida, una
profesión de talento e inteligencia.
—En Public Affaires somos 18 –explica Terragno– y, guardando
las distancias –sonríe–, uno de ellos es, por ejemplo, Nelson Mandela. Pero,
sobre todo, la Academia es un ámbito para aprender. Para escuchar.
—Y en ese cenáculo, por ejemplo, ¿qué decían de estos
últimos tramos de la campaña presidencial norteamericana?
—No mucho. Pero lo que sacudió a todos fue el inesperado
fiasco de Obama en el primer debate con Romney. Al día siguiente, uno de los
comentarios fue: ¿quién es ese tipo que se hizo pasar por Obama? Es cierto.
Estaba irreconocible. Quedaron relativamente parejos y la discusión se centró
particularmente en pronosticar si la tendencia se revertiría o no en los
próximos debates. Muchos coincidían en que Romney no dijo la verdad y que se
muestra como un hombre bastante variable pero lo cierto es que Obama no
reaccionaba. Estaba contra las cuerdas.
—Un cambio absoluto con lo que vimos en el segundo debate de
esta semana, en el que Obama se alzó con las encuestas y se mostró fuerte como
siempre… Con su amplia experiencia política, Terragno, cómo ve las elecciones
norteamericanas?
—Las veo como comicios que van a dejar al futuro gobierno
norteamericano sin mayoría en el Congreso. Hay que pensar en una elección muy
pareja. Por supuesto que Obama ha sufrido un lógico desgaste y lo mismo que le
ocurrió en el primer debate puede ocurrirle en el ejercicio del poder. Una
estrella rutilante puede irse apagando. Pero, sin embargo, tiene un talento
personal y una energía que le permitirán recuperarse. Un gobierno de Romney, en
cambio, me parecería peligroso porque no sólo es un hombre variable (se lo ha
encontrado hablando mal del 47% de la población) sino que tiene ideas
reaccionarias que cambia cuando lo cree conveniente. Entonces, diría que es una
incógnita. No es previsible y lo probable es que, si gana, haga un gobierno que
se apoye en concepciones de derecha que no me parece que sean las que requieren
los Estados Unidos.
—Y usted, Terragno, que fue (durante su exilio en Venezuela)
asesor del presidente Carlos Andrés Pérez, ¿cómo evaluó el triunfo de Chávez?
—Yo estaba todavía en Boston en el momento de las elecciones
y me pareció revivir cosas muy ingratas como el golpe contra Carlos Andrés
Pérez…Para mí, Chávez fue siempre un hombre odioso e incluso me he abstenido de
abrir juicio sobre él porque reconozco que mi juicio podía ser sesgado. Sin
embargo, hoy en día, haciendo abstracción de los antecedentes y de mis
sentimientos, creo que es un gobernante que no quisiera tener en la Argentina.
—¿Usted calificaría al gobierno de Venezuela como una
democracia autoritaria?
—Creo que no se le puede poner un rótulo. Me parece que es
un régimen muy anticuado. Un régimen de dictadores populistas de la década del
50 que poseían estas características. Eran dictadores legitimados en
elecciones. Por lo tanto, eran de origen democrático pero, en el ejercicio del
poder, no aplicaban los beneficios de la democracia. La diferencia que yo
encuentro es que se podría criticar cualquier cosa de esos gobernantes de otra
época. Podría decir también que, por ejemplo, Perón no hizo un ejercicio democrático
del poder. Y hay muchos elementos que corroboran esto. Pero, al menos, Perón
desarrolló la industria liviana del país; creó un proletariado; confirió
identidad política al asalariado.
—Puso en funcionamiento el Estatuto del Docente y el
Estatuto del Peón.
—Por eso mismo. Hubo allí una obra, y lo que queda en
definitiva es la obra. Lo demás sólo afecta a la coyuntura pero no trasciende.
Y podríamos decir que Pérez Jiménez dejó, en Venezuela, toda una enorme
infraestructura. Eso no lo exime de la crítica por un ejercicio autoritario del
poder pero, al menos, algo queda. Yo creo, en cambio, que de Chávez no va a
quedar nada. Si analizamos su obra, ni siquiera encontramos una redistribución
del ingreso. De haberla, por lo menos podríamos decir que hay un ejercicio
populista… Volviendo a Perón, por ejemplo, Perón terminó su segundo mandato
(mejor dicho la revolución de 1955 se lo quitó) con la distribución del ingreso
más equitativa que había conocido el país. No es, repito, el caso de Chávez. De
modo que yo no veo en él ninguna trascendencia positiva. Ahora bien, lo que sé,
porque conozco Venezuela, es que hay toda una enorme clase social que vive en
condiciones de pobreza y que nunca se sintió representada por los partidos
políticos tradicionales (aun cuando tenía que votarlos). Esos partidos no eran,
en general, arquetipos representativos de una clase media urbana y más o menos
ilustrada que no aparecía como tratando de reivindicar los derechos de esos
sectores más marginales. Entonces, aunque Chávez efectivamente no haya hecho
nada, yo he visto a mucha gente que lo considera como “uno de nosotros”. O como
a alguien que, aun no siendo de “nosotros”, “nos representa”. Quiero decir que,
en política, importan tanto las razones subjetivas como las objetivas. Y tanto
los intereses subjetivos como los intereses objetivos. Fíjese que Chávez tiene
esa relación de modo que a mí no me parecía probable que Capriles ganara las
elecciones. Pienso también que Venezuela (en cualquiera de los dos casos)
habría estado en condiciones difíciles. No pueden hacerse pronósticos médicos
pero creo que hay elementos como para pensar que, por lo menos, no está
garantizado que Chávez pueda terminar su mandato. Por otra parte, es el típico
gobernante que no deja crecer la hierba y su desaparición crearía una
confrontación dentro de las fuerzas armadas y dentro del aparato político del
chavismo.
—¿Por qué dentro de las fuerzas armadas de Venezuela?
—Porque él, en definitiva, también es un exponente de las
fuerzas armadas. No sólo porque es militar y surgió inicialmente de un golpe
militar (también tuvo que contrarrestar uno contra él mismo), sino que se ha
ido cuidando de eliminar sospechosos de la cúpula castrense logrando así tener
un ejército disciplinado. Pero, reitero, la desaparición de Chávez podría
provocar grietas y, como le decía, no hay nada en marcha como para continuarlo.
A la vez, un triunfo de Capriles hubiera sido muy, muy revulsivo en cierto
sentido. No sé, por ejemplo, cómo hubiera asegurado Capriles la gobernabilidad.
En primer término, porque las fuerzas armadas venezolanas están “ahí” aun
cuando eso no significa necesariamente que vayan a dar un golpe de Estado.
Mire, un gobierno que no controle a las fuerzas armadas sufre una debilidad
importante. Luego, en ese caso, el chavismo hubiera quedado en la oposición y
Capriles representa a un mosaico que se une cuando hay que votar contra Chávez
pero cuando, después, hay que gobernar… ¡eso es otra cosa! Aquí la
heterogeneidad tiene un papel importante. De modo que soy bastante pesimista
acerca del futuro inmediato de Venezuela. Tampoco veo que Capriles tuviera una
idea del tipo “hay que impulsar a Venezuela”. Pero es un país que quiero mucho
y querría que, de una u otra manera, las cosas salieran bien.
—¡Qué interesante también su historia personal, Terragno…
recordamos que por su revista “Cuestionario” usted tuvo que exiliarse en
Venezuela durante la dictadura.
—Eramos contemporáneos con Galeano, y cuando nos encontramos
en el exilio él me dijo textualmente: “Nosotros estamos aquí porque no
confundimos cobardía con estupidez”. A pesar de que su revista Crisis y la mía
eran diferentes, trabajamos mucho juntos.
—¿Y usted cómo llegó a Venezuela?
—Sonia, mi mujer, es hija de republicanos españoles que
tuvieron que exiliarse cuando Franco ganó la Guerra Civil de España. Recalaron
en Caracas. Allí quedó parte de la familia, y cuando nosotros tuvimos que salir
de Argentina el primer destino fue justamente Venezuela. Fuimos a vivir a la
casa de los padrinos de Sonia e inicialmente las cosas fueron difíciles, como
le ocurre a cualquiera que tenga que marcharse imprevistamente de su país. Yo
era abogado pero para poder ejercer en Venezuela no podía revalidar sin cursar
la carrera completa. Tampoco era periodista puesto que también el periodismo
era una carrera terciaria y estaba colegiado. De modo que tampoco podía hacer
periodismo. Tuve que inventar entonces un diario y ser su director. Para
director no hacía falta un carnet–acota, riéndose–. Se llamó El Diario de
Caracas. Trabajé mucho como oferente: ofrecía cosas que no lograba vender
nunca: libros, ventonita para uso petrolero, etc. Hasta que llegó el momento en
el que me convocaron desde el gobierno venezolano y allí se inició una relación
que fue muy fructífera con el área del Ministro de Información y Turismo y
logramos armar y financiar un diario, lo cual era una empresa integral puesto
que, desde la impresión hasta la distribución, era todo propio.
—¿Y cómo llegó a ser asesor del presidente Carlos Andrés
Pérez?
—Esto ocurrió porque el ministro de Turismo había sido
gobernador de Caracas hasta poco tiempo antes. Creamos, de la nada, el nuevo
ministerio. Había que organizarlo todo. Un trabajo muy interesante ya que, en
aquel momento, Carlos Andrés Pérez tenía una relación muy especial con el
presidente Jimmy Carter y me tocaba prepararle todos los memorandos sobre
desaparecidos para poder así transmitirle la información necesaria al
presidente Carter. Era también una manera de sentir que uno estaba haciendo
algo desde afuera del país.
—Volviendo al presente, doctor Terragno, son muchos los que
señalan que el gobierno de Cristina Kirchner tiene una gran semejanza (en
aumento) con el gobierno de Chávez. ¿Cómo analiza la relación entre los dos
países? Más bien, entre los dos gobiernos.
—En muchos aspectos, como le decía, veo a Chávez como a un
mero imitador del general Perón. Tiene que haber entonces ciertos elementos en
común… El Perón antiguo (por así decirlo).
—Estamos hablando del coronel Perón…
—No. Hablamos del Perón de 1973, el hombre que vuelve
descarnado. El hombre que convoca a todos los sectores a un gran proyecto
nacional. Realmente era una prenda de paz. Y no era marketing político. Ese
Perón, efectivamente, no sólo era un hombre poco respetuoso de las normas
democráticas y de los principios institucionales sino que tenía esa convicción.
Quizás era más lógica en la época de la posguerra que hoy en día. Hablamos de
la idea de la estatización, por ejemplo. Pero hay una cosa que creo que no se
comprende bien: cuando termina la Segunda Guerra Mundial, se pensaba que habría
una tercera. La segunda contienda mundial había sido una guerra de ocupación y
de apropiación de ciertos recursos básicos: las comunicaciones, la industria
pesada… ¿Por qué se dice que la telefonía o la electricidad son estratégicas?
Porque se les da un sentido militar. No era entonces una guerra con misiles
sino una contienda de ocupación física. En aquel momento, entonces, la
estatización tenía ese sentido. Y también por eso, estatizaban la derecha y la
izquierda. Lo hacían tanto De Gaulle como Clement Attlee. Cuando en los 90 se
ve que no es necesario que sea el Estado el que maneje todo esto porque no se
lo considera estratégico en el sentido militar, como había ocurrido años antes,
comienza el proceso de privatización. Recuerde que, en Europa, estatizar o
privatizar no son decisiones ideológicas sino decisiones prácticas que tienen
que ver con el momento. Y el momento del Perón estatizador se vincula con una
situación mundial.
—En ese sentido, ¿cómo analizaría a la sociedad argentina?
—Yo creo que la sociedad argentina no tiene un perfil
capitalista. Como sabemos, la ley básica del capitalismo es la oferta y la
demanda. A mucha oferta, precios bajos, etc. Pero la idea de que el precio lo
determinan la oferta y la demanda no es una idea generalizada entre nosotros.
Más bien se piensa que el precio debería ser costo de producción más utilidad
razonable. Entonces, se plantea el concepto de que es el Estado el que tiene
que manejar la economía. Directa o indirectamente, aun cuando ya haya pasado la
época de estatización de empresas, que prolongan los gobiernos actuales.
Entonces, comparar a Chávez con la señora de Kirchner es quizás un poco
arbitrario. Pero entender que hay elementos comunes en los procesos de los dos
países es algo indudable.
—Volvamos al tema apasionante de las democracias
autoritarias: “El que no piensa como yo es un enemigo” cuando, en realidad, es
un adversario. ¿Usted no cree que los gobiernos de Argentina y Venezuela tienen
muchos puntos de contacto en esta clase de conceptos?
—¿Si tienen comunes denominadores? Sí, claro. Por supuesto.
Vuelvo a decirle que esto es una imitación. Reproduce el enfrentamiento entre
peronistas y gorilas. Cosas que han dividido fuertemente a la sociedad
argentina. Esto es aún más intenso hoy en Venezuela. Pero entre nosotros se
está produciendo una peligrosa confrontación social. Intolerancia. Negación a
comprender las razones del otro aunque uno no las comparta. En esto Venezuela ha
ido más lejos que nosotros. El odio es muy fuerte y muy militante.
—¿Y la captación de la juventud a través del voto a los 16
años o de asociaciones como La Cámpora en las escuelas?
—Ese no es un monopolio de los gobiernos populistas, aun
cuando lo llevan al paroxismo. Grupos de jóvenes siempre los ha habido, aunque
de distintas características. La Juventud Peronista, la Coordinadora, con
distintos métodos, han sido asociaciones de jóvenes. La Cámpora no me asusta
aunque hay cosas que hay que analizar. Por ejemplo, el voto a los menores de
edad. Incomprensiblemente, se habla de “voto joven”. Los jóvenes de 18 o de 19
años votan pero no hablamos de menores de edad. Creo que, cuando se reforman
leyes que están en relación con la creación de poder, nunca pueden ser de
vigencia inmediata. Las reformas de las que se sabe a quién benefician son
jurídicamente muy débiles. La ley tiene que ser ciega para que sea realmente
justa. Cuando tiene nombre y apellido o cuando se sabe que favorece a uno en
contra de otro, es muy peligroso reformar el sistema institucional con ese
criterio. En cuanto a la Constitución Nacional, yo no veo razones para
reformarla y sí, en cambio, muchas razones para cumplirla. En realidad, lo que
se está planteando el la re-eligibilidad del presidente o de quien lo sea. Y si
esto se planteara hacia adelante, es decir, “creemos que conviene que el pueblo
pueda reelegir y, a partir de 2019, tenga esa oportunidad”, bueno… ése es un
argumento jurídico con el que se puede estar de acuerdo o no pero no se sabe a
quién va a favorecer. Cuando se pretende que favorezca a quien detenta el poder
esto es absolutamente criticable.
—Son temas de gran importancia y, diría también, casos de
conciencia en determinadas oportunidades. ¿Es por eso que usted acaba de
anunciar su postulación como senador cuando no lo esperábamos?
—Mire, yo he llegado a esta conclusión: la gente está
angustiada por la inseguridad y la inflación y no cree que los políticos
vayamos a darle solución. Ni espera nada del Congreso. Y entonces sale a la
calle a protestar. Como salió en septiembre y como va a salir el 8. Está muy bien pero la catarsis tampoco va a
resolver esto ¿no? Y fue entonces cuando se me ocurrió lo siguiente: dentro de
unos meses hay que elegir nuevos senadores y diputados y es necesario que los
candidatos discutan mil cosas. Pero también que en esto tiren todos para el
mismo lado y vayan sentando las bases de leyes que ayuden a contener justamente
la inseguridad y la inflación. Usted se dará cuenta que si yo proponía eso en
un artículo o en un libro no pasaba nada. Era sólo la opinión de un señor bien
intencionado y nada más. Entonces decidí ser candidato para hablar con todos
mis rivales. De todos los partidos. Y, ahí sí, luchar por el consenso. Ya sé
que a algunos les parecerá ingenuo pero yo le propongo que hablemos dentro de
unos meses. O cuando yo sea senador. ¿Qué le parece?
© Escrito por Magdalena Ruíz Guiñazú y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de
2012.