“El barra goza de un amplio
prestigio en la zona donde vive”...
Docente en la Unsam e investigador
del Conicet, Garriga Zucal convivió cuatro años con la barra brava de Huracán
para entender la dimensión simbólica de la “cultura del aguante”. Aquí, analiza
qué significa ser barra, sus modos de ascenso, la violencia como prestigio.
Advierte sobre los mitos y prejuicios en torno del fenómeno. Y critica por
simplistas e ineficaces las medidas como la prohibición de la hinchada
visitante.
Analizar a esos sujetos que se ganan
un prestigio en base al ejercicio de la violencia que ejercen cuando siguen al
equipo de sus amores era una tarea que merecía un abordaje académico que fuera
más allá de la mera estigmatización. Es lo que se propuso el antropólogo José
Garriga Zucal, que durante cuatro años convivió junto a la barra brava de
Huracán para realizar una investigación de campo. Así nació Haciendo amigos a
las piñas, un libro que explica cómo los hinchas caracterizados construyen
legitimidad entre los socios de un club o los vecinos de un barrio. “El barra
quiere respeto, reconocimiento de la gente, y en eso hay una dimensión simbólica
muy fuerte”, asegura en una charla con Página/12 este docente de la Universidad
Nacional de San Martín e investigador del Conicet. Desde su experiencia,
Garriga Zucal considera como un error que los aficionados visitantes tengan
vedada la concurrencia a los estadios y propone alternativas “a largo plazo”
para erradicar la violencia del fútbol argentino. “Hay que abrir espacios de
participación para los hinchas. Se debe escuchar y empoderar a las personas que
asisten a las canchas”, propone.
–Su libro Haciendo amigos a las
piñas es el resultado de una investigación de campo que llevó a cabo junto a la
hinchada de Huracán. Al terminar la investigación ¿notó que el mundo de los
barrabravas era en realidad muy diferente del que se había imaginado?
–En rigor, sí. Había realizado
algunas investigaciones anteriores en la hinchada de Colegiales, un club de
ascenso de Munro. Allí, la noción de la violencia que había podido abordar era
más folklórica, simbólica. En cambio, en una hinchada más numerosa como es la de
Huracán, la violencia adquiere una dimensión más fáctica y concreta. Y eso es
lo que en alguna medida me sorprendió. Me encontré con un sentido de la fuerza
propio de la tribuna, que es un factor de inclusión en el mundo masculino. Para
pertenecer a una barra hay que pelearse con los otros, dentro y fuera de la
hinchada. Es la mejor forma de hacerse respetar y de escalar posiciones en una
barra. El que manda es el que más se la aguanta. Y otra cosa novedosa que
encontré es que ser integrante de una hinchada les otorga a sus integrantes una
amplia red de protección social a nivel barrial. El barra goza de un amplio
prestigio en la zona en la que vive. Es un tipo que gestiona cosas. Consigue
favores como una cama en el Hospital Penna, facilita la realización de algún
trámite en el CGP local o es capaz de apretar a alguien que molesta a los
vecinos. La mirada convencional tiende a describir a los hinchas caracterizados
como seres marginados, aislados del común de la sociedad, pero en verdad no es
así. Son actores sociales integrados que cumplen funciones bien concretas en
las comunidades en las que están insertos. Muchos miran el mundo del aguante y
creen que la violencia excluye, y en realidad sucede todo lo contrario. El
barra se incluye mediante el uso de la violencia que ejerce. Muchas veces, es
un gestor de soluciones en la zona en la que vive a través del empleo de sus
contactos políticos y sociales. Por ejemplo, si uno sale a caminar por Pompeya
con un tipo de segunda línea dentro de la hinchada, Huracán va a notar que lo
saluda todo el mundo. La violencia les da prestigio a estos sujetos.
–¿Eso explica la vinculación de los
barras con determinados aparatos políticos?
–Es más profundo. La política hoy se
profesionalizó bastante y ya no necesita tanto de los barras. Hasta hace unos
años, un dirigente necesitaba pintar el barrio con su nombre y recurría a los
pibes de la hinchada, pero en la actualidad eso no sucede tanto. Los partidos
contratan gente para pintar e incluso personal de seguridad para custodiarlos.
De todos modos, quiero remarcar que la vocación de integrar una hinchada no
está asociada sólo a lo material y las redes de negocios que pueden llevarse a
cabo en una tribuna o alrededor de los estadios. Además de hacer plata, el
barra busca otras cosas, que tienen una dimensión simbólica. Quiere el respeto
y el reconocimiento de la gente. La imagen que mejor ilustra esto que digo es
la gente de Boca pidiéndoles autógrafos y fotos a tipos como el Rafa Di Zeo o
Mauro Martín en La Bombonera. En la cancha de Huracán pasa lo mismo, con la
diferencia de que hay menos glamour.
–¿Las barras bravas son todas
iguales?
–No, hay muchas particularidades en
función de cada club o barrio. Lo que funciona igual en casi todas las
hinchadas es la lógica del aguante, que es diferencial según cada barra. No es
lo mismo la hinchada de Huracán que la de River o Boca, que son equipos más
grandes en cantidad de simpatizantes y también en recursos económicos. Pero más
allá de las diferencias jerárquicas que puedan producirse, todas están
emparentadas en la necesidad de demostrar aguante, y esto es, en definitiva,
pelearse para ganar un lugar, un espacio, en términos individuales y grupales.
–¿Cuáles son los códigos que
prevalecen en el mundo de las barras?
–Es interesante analizarlo porque en
ese sentido hubo una evolución. Hasta hace 30 años, la norma era arreglar todo
a las piñas, sin armas de fuego. Con el tiempo eso se perdió y prevaleció la
idea de defender a todos los que ocuparan la misma tribuna, aunque hubiera disidencias
internas. Hoy, el código que mayormente prevalece es el pelearse. Si un hincha
se sube a un paraavalancha para sostener un trapo tiene que ir al frente cuando
sea necesario. Si no lo hace, no puede volver nunca más a una barra brava. Y
otra cosa que pesa es el hecho de pelearse contra los otros barras o con los
policías. Medir fuerzas contra hinchas comunes no está bien visto. Pegarle a la
gilada no suma. Eso es algo que todavía se respeta.
–¿En el fútbol argentino siempre
hubo violencia?
–Sí, y lo prueban las estadísticas y
los documentos periodísticos. Desde que hay fútbol, hay violencia. Lo que pasa
es que con el correr de los años las prácticas violentas adquirieron cada vez
más legitimidad. Y es a partir de mediados de los setenta, cuando surgen los
grupos de hinchas organizados, que la violencia se instala como algo central en
el mundo del fútbol. Y la legitimidad de la violencia tiene que ver en muchos
casos con percibir al otro como una amenaza. Veinte años atrás, plateístas de
Boca y River podían presenciar un clásico juntos, en un espacio común. En la
actualidad eso es imposible.
–¿Las barras bravas surgen a
mediados de los setenta como un reflejo de la violencia política que se vivía
en el país?
–Puede ser, pero hay algo más
profundo. La conformación de las barras bravas se emparenta con la
desarticulación del mundo del trabajo en función de determinados cambios
económicos. Pasa entonces que el trabajo pierde valoración simbólica y
sucedáneamente lo mismo con la educación, la familia y la política. Las
instituciones que organizan la vida pierden densidad. La gente no construye su
identidad en ellas. Se referencia en otros lugares, entre ellos, las hinchadas
de fútbol. Las barras son el resultado de la desestructuración laboral que
comienza a darse en los setenta.
–¿El barra es un producto de la
posmodernidad?
–No, al contrario, es un fenómeno de
la modernidad. El barra busca ser alguien a través de una pertenencia, quiere
ascender y tener prestigio. Hay una idea de carrera, de progreso muy fuerte en
la cultura del aguante. Y eso es algo que no se encuentra en muchas
actividades.
–¿Se puede emparentar la violencia
en las canchas con la pobreza?
–No, para nada. La violencia no
explica ni justifica este fenómeno. Si decimos lo contrario nos equivocamos. Si
creemos que los pobres son los violentos arrancamos de un perjuicio de clase
que nos impedirá entender el fenómeno. La violencia no tiene condición social.
Los grupos de hinchas son socialmente heterogéneos. Hay barras que vienen de
barrios pauperizados, de clase media, o incluso de sectores acomodados, si no
recordemos lo que sucedió en River con los hermanos Schlenker, que tenían un
origen empresarial y durante años manejaron una parte importante de la
hinchada. Relacionar la violencia en el fútbol con la pobreza es un error
garrafal.
–¿Un club puede prescindir de la
barra brava?
–Por la forma en la que está organizado
en el fútbol argentino, eso –lamentablemente– es imposible. Todos los clubes,
hasta los más chicos, tienen un grupo organizado de hinchas que va al frente y
manda en una tribuna. Es que entre las barras se desarrolla una competencia y
todos los hinchas quieren formar parte de ella, lamentablemente. Hay que
demostrar quién se la banca más en el campeonato del aguante. Pasa incluso en
clubes creados recientemente y que compiten en ligas regionales o en la B
Nacional. Es una práctica que genera una suerte de radicalización en el
sentimiento y que se expresa por la fuerza. Se trata, en definitiva, de lo que
está hecha la cultura del aguante.
–Desde hace diez años se verifican
enfrentamientos intestinos en el seno de las barras bravas que incluso son más
violentos que los choques entre los hinchas de otros equipos. ¿Es consecuencia
de la radicalización de la cultura del aguante a la que hace mención?
–Sí, absolutamente. Aunque no es un
fenómeno nuevo. Siempre hubo grupos que desplazaron a otros en el manejo de las
barras y lo hicieron de forma incruenta, pero hoy estamos ante un
recrudecimiento de ese fenómeno. La mayoría de las últimas víctimas fatales
como consecuencia de la violencia en el fútbol son personas que murieron en
enfrentamientos de hinchas de un mismo club. Lo que pasa es que la forma en la
que se organizan las barras hace que las disputas por los liderazgos sean cada
vez más violentas. Pero es algo que se produce también como consecuencia de
algunas políticas de seguridad, como la prohibición de que concurra público
visitante a las canchas.
–¿Por qué?
–Básicamente porque lo que guía a la
organización de los grupos de hinchas es la idea del aguante, y al no haber
adversarios en la tribuna de enfrente hay que buscarlos entre los propios. Es una
situación que se da muy fuertemente en el ascenso, donde los visitantes están
vedados desde hace seis años. Fijémonos lo que sucede en equipos como Chicago o
Almirante Brown, donde conviven dos o tres grupos de hinchas que se disputan el
poder y el manejo de la barra.
–¿Quiere decir que si sigue la
prohibición vamos a un incremento de esa lógica violenta?
–Creo que sí. Y la verdad es que no
sirve de mucho la prohibición a los visitantes. Son medidas que se toman en
base a situaciones coyunturales y muy puntuales, y después generan efectos
estructurales. Lo malo es que no se discuten alternativas, se opta por prohibir
y punto. Me parece que es un error.
–Sin embargo, muchos dirigentes
parecen estar de acuerdo con esta medida.
–Es verdad, aunque no se animan a
decirlo. Sin público visitante, los dirigentes se ahorran el costo de los
operativos y los problemas que surgen con la organización de los viajes. Pero
insisto, ésa no es la solución. Debemos debatir otras alternativas y discutir
qué tipo de espectáculo deportivo queremos tener en el fútbol argentino.
–¿Cuáles serían esas alternativas?
–Hace unos años, junto con un grupo
de académicos que estudiamos esta problemática elaboramos una serie de
propuestas. En primer término, lo que debemos hacer es escuchar a los hinchas e
impulsar la formación de instancias que los representen. Es hora de empoderar a
los espectadores para que sean ellos los que regulen en buena medida la
seguridad en los estadios. Nadie conoce mejor que ellos lo que implica ir a las
canchas, así que hay que darles voz. La creación de un estatuto del hincha, que
contenga derechos y obligaciones, sería un gran paso. También se podría
incentivar la conformación de ámbitos como las subcomisiones de hinchas,
espacios en los cuales se pueden gestionar asuntos comunes de las canchas y a
los clubes. Son iniciativas que permitirían desalentar las iniciativas
violentas, ya que las energías se concentrarían en cuestiones más útiles. Es un
trabajo a largo plazo, pero creo que se debería comenzar a transitar por ese
camino en vez de crear supernormativas o prohibiciones estrictas.
–¿Y qué se hace con la Policía?
–En el fútbol argentino, las fuerzas
policiales terminan siendo parte del problema. No resultan confiables por la
calidad de los operativos que organizan. Los espectadores son colocados detrás
de vallas, rejas, alambrados y de esta forma se los incita a la transgresión.
Muchas veces, la policía es percibida como una barra brava más por la forma en
la que confronta con los grupos de hinchas organizados. Hay que capacitar a las
fuerzas policiales para que brinden una seguridad efectiva. Un primer paso es
que los efectivos concurran a las canchas sin armas. El número de víctimas que
está relacionado con el accionar o la impericia policial en el fútbol es muy
alto.
–¿Y los medios de comunicación?
–Muchas veces reproducen mensajes
que contribuyen a generar violencia. Sobre todo en los medios partidarios que
cubren las campañas de los equipos. Me parece que la creación de observatorios
que fiscalicen la labor del periodismo deportivo permitiría desalentar la
difusión de algunos contenidos que sirven para propiciar los climas de
enfrentamiento que rigen la relación entre algunos clubes. Sería una manera de
quitarle dramatismo al fútbol.
–Desde hace años, se difunde el
ejemplo del fútbol inglés como un modelo a imitar para terminar con la violencia
en el fútbol. ¿Le parece que Argentina puede transitar ese camino?
–Lo dudo. En Inglaterra, lo que se
hizo básicamente tras las tragedias de Heysel y Hillsborough fue hacer del
fútbol un divertimento caro y exclusivo. Eso es la Premier League. Es difícil
que en el fútbol argentino pueda hacerse algo similar. Por eso, es necesario
debatir sobre cuál es el tipo de espectáculo deportivo que queremos.
–¿Cómo evalúa la experiencia del
presidente Javier Cantero en Independiente, que aplicó el derecho de admisión a
los barras, pero luego dio marcha atrás con algunos de ellos?
–Lo de Cantero fue una experiencia
quijotesca. Una cruzada de tipo personal porque no contó con el respaldo de sus
pares. Los dirigentes lo dejaron solo, en parte porque no supo trazar alianzas
en el mundo del fútbol y se dedicó a visibilizar los contactos de sus colegas
con las barras bravas. Y después hubo una cuestión deportiva que terminó
mellando la lucha que él emprendió. Si Independiente hubiera estado mejor
acomodado en la tabla, Cantero habría tenido más fuerzas para afirmarse en la
pelea, pero sucedió todo lo contrario y el equipo terminó descendiendo. Fue una
lástima que una decisión de ir contra lo establecido haya tenido un final tan
frustrante. Lo que prueba este caso es lo difícil que puede resultar para los
dirigentes la relación con los barras. Tienen que lidiar con una institución
dentro de la institución, que además posee una influencia muy grande. Es una
relación tensa, conflictiva; por más que se otorguen concesiones, como hizo
José María Aguilar en River, nunca se llegará a establecer un vínculo armónico
entre directivo y barras. Los dirigentes saben que deben ocuparse de los grupos
de hinchas organizados, más allá de que la relación en el último tiempo entre ambos
actores haya cambiado un poco.
–¿Cómo es eso?
–Es que cambió un poco el perfil del
directivo. Antes, hasta hace diez años, aproximadamente, dirigir un club y
ganar títulos era el comienzo de una carrera exitosa que podía desembocar en la
política. El presidente de una entidad deportiva mantenía una relación aceitada
con la barra brava porque en ella podía establecer las bases de un aparato
político. Por eso, le convenía llevarse bien con los muchachos. Hoy, el
dirigente es un empresario, y concibe al barra como algo que debe controlar
para que no dificulte sus negocios en el fútbol. Aunque es un vínculo distinto,
ello no significa que las barras bravas hayan perdido influencia.
–Durante cuatro años convivió con
los barras de Huracán, ¿generó un vínculo afectivo con ellos?
–Sí, sobre todo porque compartí
muchas cosas con ellos, aunque crea que son equivocadas algunas de sus
acciones. Pero me acerqué a ellos para entenderlos. Quedarse en la
estigmatización es lo más sencillo frente a un fenómeno complejo como éste. Me
costó entrar porque no era de Parque Patricios ni tampoco hincha del club.
Llegué con el contacto de un dirigente que está relacionado con el mundo
académico y que conocía a gente de la hinchada, eso nos puede dar una noción de
lo errada que es esa visión que tiende a describir a los barras como sujetos
marginales y aislados de la sociedad. Al principio me miraban como un bicho
raro, creían que era policía, pero con el tiempo me gané la confianza de ellos
y logré incluso que me protegieran frente a situaciones violentas. Y al final
terminé siendo fana del Globo. ¿Cómo no sentir cariño por algunos de ellos?
© Escrito por Leonardo Castillo el
lunes 23/09/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.