Retazos...
Cómo hacer, con los retazos políticos,
una manta democrática? Es lo que me pregunto desde hace ya casi diez años,
cuando me subí por primera vez a una tribuna electoral, favorecida por la ley
que obliga elegir a una mujer cada tres candidatos hombres.
Antes, debí vencer los prejuicios con los que carga la política y los
juicios de los amigos que me criticaron duramente por aceptar una candidatura,
sin entender que en democracia la participación ciudadana es fundamental para
domesticar el autoritarismo, que nos atraviesa como cultura política. Entonces,
todavía vivíamos los estertores del estallido de 2001, que desnudó los pies de
barro de los partidos tradicionales, nos zarandeó con ese grito de furia del
“que se vayan todos” y nos obligó a participar, ya sea como asambleístas o
desde una banca en el Congreso. Pero rápido entendí que no se trata de que lleguen
caras nuevas a los partidos si no se cambian las reglas de juego de la
política, reducida entre nosotros a su estadio más primitivo, el del trueque.
Ese cambio de votos por favores que está en el corazón de una
concepción del poder antidemocrática, ya que reduce la democracia a las
elecciones y fortalece los individualismos, al extremo de que entre nosotros
sobreviven los “ismos” como expresión de la personalización del poder.
A treinta años de la democratización, el Nunca más fue el mayor
consenso que supimos construir. Sin embargo, a la luz de la incultura cívica,
la cancelación del diálogo institucional, la imposición de la mayoría, el
oscurantismo en el manejo de las cuestiones públicas y la exaltación del poder
como un fin en sí mismo demuestran que el diálogo está entrecortado, no tanto
por las características de los gobernantes sino por el malentendido en torno al
sistema democrático. No se trata, como en el mundo desarrollado, del debate en
torno a los nuevos problemas de la democracia, sino de la cancelación misma de
la idea democrática.
Se confunden elecciones con plebiscitos, consenso con unanimidad,
deliberación con obediencia, información con propaganda, derechos con dádivas y
presidentes con monarcas. Tal vez porque no reparamos en que el gran cadáver
que nos dejó la dictadura fue el de la política, ya que sin libertad no hay
política, pero sin política no hay democracia. Sin embargo, es la primera vez
en tres décadas que comenzamos a entender que lo que debería ser la solución a
los conflictos que dinamizan la libertad y la puja de intereses se ha
convertido en un problema: nuestra cultura política.
El kirchnerismo actuó como un catalizador, puso en evidencia lo que
anidamos como vicio y práctica en el manejo de las cuestiones de todos. Hizo de
las elecciones una legitimación del poder, pero no democratizó la práctica
administrativa del Estado. Canceló los mecanismos de control, la información
como derecho, domesticó al Parlamento y subordinó a la Justicia. La dominación
del gobierno y la economía vació el sentido democrático de la soberanía
popular.
Por eso, no sólo estamos en las vísperas de un cambio de gobierno sino
ante una bisagra cultural: o perpetuamos esa concepción de poder, basada en los
personalismos y la confusión de hacer del Estado un botín partidario que está
en la base de nuestras crisis recurrentes, o definitivamente encaramos la
construcción de lo único que nos resta probar: el respeto a la ley y el
gobierno de las instituciones. Y aun cuando la igualdad ante la ley se invalide
con la desigualdad social, la democracia sigue siendo un emblema de la sociedad
moderna. El único sistema que cambia con el tiempo, en el que el ejercicio de
un derecho abre las puertas a otras conquistas.
Nuestros retazos históricos, para seguir con la metáfora inicial, como
todos los retazos, alguna vez fueron nuevos. Como lo fueron lo mejor del
ideario radical, la República, lo mejor del peronismo, la justicia social, o lo
mejor del socialismo, los derechos. Si los vivimos como continuidad y los
unimos, bien podríamos hacer una manta. Siempre y cuando no utilicemos el
hilván que, como hilo vano, puede rasgarse al primer tironeo.
En cambio, si intentamos coser los pedazos de la fragmentada historia
de nuestro tiempo con los hilos firmes de los valores constitucionales, tal vez
finalmente consigamos la gran frazada democrática que cobije a esa pluralidad
de voces e intereses que es la compleja y contradictoria sociedad de nuestros
días.
© Escrito por Norma Morandini, Senadora de la Nación, el Domingo 27/04/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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