La vida está
en otra parte...
En un reciente artículo (“Journalism by numbers”, publicado en la Columbia Journalism Review) Emily Bell –directora del Tow Center for Digital Journalism en Columbia University– enfoca un tema neurálgico de nuestro mundo: la infinidad de datos generados en la realidad cotidiana de cada día, la dificultad de capturarlos y sintetizarlos de alguna manera útil para comprender el mundo. Esa inmensidad informativa la generamos los seres humanos a través de lo que decimos y de lo que hacemos en cada momento. “Simples actos crean corrientes de datos” continuamente. Eso no es nuevo; lo que está cambiando el mundo es que se están desarrollando nuevas herramientas para estructurar, almacenar y resignificar esa información. (Y, agrega, el periodismo tiene un lugar relevante en esa tarea, observando, informando y proporcionando sentido a esos datos).
Pensemos en
la opinión pública. Esta no es otra cosa que el conjunto inconmensurable de
todo lo que los seres humanos decimos durante cada día de la vida. Cada ser
humano procesa continuamente la información que recibe de distintas fuentes: la
descarta o la almacena, o la usa para fabricar nuevas opiniones, o la
transforma en insumos para decidir o hacer cosas. Si un ser omnisciente pudiese
escuchar todo lo que se dice, y registrarlo, y dispusiese de un método para
procesar y sintetizar toda esa información, conocería el estado preciso de la
opinión pública en cada momento de la vida. Ningún ser humano dispone de esa
capacidad; como mejor sustituto se han inventado las encuestas de opinión, que
en lugar de escucharlo todo seleccionan algunos temas y algunas personas, les
preguntan qué tienen para decir de esos temas y a partir de ahí registran,
procesan y sintetizan esa información. No hay duda de que pronto aparecerán
nuevos métodos para recoger y procesar los datos de opinión pública, y la
encuesta se irá convirtiendo en una reliquia. Pero ese tiempo todavía no llegó.
La política
se inserta en esas innumerables corrientes de flujos de opiniones. Todavía hay
quienes piensan –como era habitual pensarlo en el siglo XIX, y era en gran
medida cierto– que los políticos son productores de ciertas opiniones que circulan
en la sociedad, que forman opinión. Lo cierto es que ya casi no es así; en
nuestro tiempo la política, lejos de eso, se vale de los medios de prensa para
navegar en algunas corrientes de la opinión pública, a veces logra salpicar a
algunas personas que ya están de todas maneras mojadas por la información
proveniente de la prensa, otras veces se aísla en ambientes estancos (no pocas
veces, literalmente, agua estancada), o se vale de la comunicación boca a boca,
que fue importantísima hasta hace algunas décadas y hoy cayó bastante en
desuso, siendo en parte sustituida por la comunicación en redes digitales
interactivas. Lo cierto es que la política ya escasamente forma parte del
mainstream de los flujos que conforman la opinión pública.
Es fácil
echarle la culpa a la prensa de las cosas que suceden y a uno no le gustan.
Personas conservadoras, inquietas ante los cambios culturales, achacan a la TV
una influencia perniciosa –cuando en realidad la TV sigue la ola de los cambios
que se generan en la espontaneidad de la vida social–. Personas que se sienten
más de izquierda hablan a menudo de la “prensa burguesa”. Muchos políticos se
lamentan porque los medios de prensa no colaboran con sus esfuerzos para
construir ofertas políticas viables –aunque lo cierto es que muchos medios son
más bien generosos dando bastante cobertura a noticias que a la mayoría de su
público no le interesan–. El Gobierno argentino culpa a la prensa por alimentar
un clima negativo en la población –aunque con esa misma prensa la Presidenta
obtuvo hace menos de un año el 54 por ciento de los votos. ¿Cuántos más votos
se piensa que podría haber obtenido si toda la prensa estuviera alineada con el
oficialismo?–.
Esos
enfoques pierden de vista lo esencial de los procesos actuales. La gente común
elabora la realidad en la que vive desde su propia capacidad de dar significado
a la información que recibe cada día y le parece relevante. La inmensa mayoría
ya no le pregunta a nadie lo que debe opinar; simplemente forma sus opiniones
sobre cada asunto que le interesa en medio de innumerables influencias que se
combinan entre sí y que en muchos casos se neutralizan unas a otras. Las
encuestas, algunas veces, captan algo de eso. Desde la mirada decepcionada o
impotente de quienes sienten que el mundo se les escapa, casi nada de todo es
registrado, y mucho menos interpretado.
Uno de los
grandes desafíos de nuestro tiempo, en todo el mundo, es que la política va
quedándose crecientemente aislada. Para la mayoría de la gente, la vida está en
otra parte.
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