viernes, 19 de febrero de 2010

Ariel Ramirez... Hasta pronto Maestro... De Alguna Manera...

Falleció el maestro Ariel Ramírez

Ariel Ramírez dejó un legado inolvidable para la música. Foto: Cedoc

Autor de la "Misa Criolla", murió a los 88 años. Hoy lo velan en el Congreso.

Considerado uno de los máximos exponentes históricos del folclore argentino, el músico Ariel Ramírez falleció hoy a los 88 años. Creador de la obra Misa Criolla, el pianista y compositor había sido internado hace una semana en una clínica privada de la localidad bonaerense de Monte Grande, tras padecer una neumonía que se agravó por un problema renal. Sus restos serán velados en el Congreso nacional.

Ramírez nació el 4 de septiembre de 1921 en Santa Fe, y además de su extensa trayectoria musical presidió la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC).

La "Misa Criolla", compuesta en 1964 y basada en diferentes estilos folcóricos del país, se transformó en un éxito mundial y fue interpretada en 40 idiomas. Además, fue presentada en el Teatro Colón de Buenos Aires, en el Avery Fisher Hall y en el Lincoln Center de Nueva York.

La versión más recordada de la obra contó con la participación de Zamba Quipildor (voz), Jaime Torres (charango), Domingo Cura (percusión), Jorge Padín y el Coro Polifónico Nacional Argentino, dirigido por Roberto Saccente.

Además, Ramírez compuso junto al historiador Félix Luna el disco Mujeres Argentinas, cuyas canciones interpretó Mercedes Sosa. Entre otras canciones, se destacan allí "Alfonsina y el mar", "La tristecita" y "La hermanita perdida", escrita junto a Atahualpa Yupanqui.

El músico también padecía el Mal de Alzheimer, una enfermedad que le causó prácticamente la pérdida de la memoria en los últimos años.

© DyN. Publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 19 de Febrero de 2010.






A los 88 años falleció anoche el pianista Ariel Ramírez, autor de obras que se convirtieron en melodías universales, como La misa criolla, Mujeres Argentinas y “Alfonsina y el mar”.

Su padre, el director de la escuela de Gálvez, provincia de Santa Fe, en donde vivían, había sido claro: al patio de la escuela sólo podían ir a jugar los días domingos. Ariel tenía cuatro años, y aprovechó un domingo para entrar a uno de los salones del colegio. Había allí mapas, animales embalsamados y... un piano. Fue mágico. El chico puso las manos sobre las teclas y todo se aclaró para siempre: sería músico. Lo que nadie podía saber aún es que se convertiría en uno de los compositores fundamentales de la Argentina, y que su arte trascendería las fronteras nacionales.

Dos años después de aquel encuentro mágico, regresó con su familia a la capital provincial y a los 8 comenzó a estudiar piano con la señorita Angélica Velárdez. Estaba claro para él que sería músico, pero la consigna familiar era inflexible. Primero había que ser docente, como el padre, la madre, los abuelos, los tíos. Todos maestros. Ariel cumplió. Se recibió de maestro a los 18 años. Y ejerció como docente. Dos días. Le tocó cuarto grado, todos varones. El primer día, aprovechando la inexperiencia del maestro, los chicos se la pasaron pidiendo permiso para ir al baño. Les dijo que sí a todos. La directora le dijo que no fuera tan inocente, que los alumnos sólo querían zafar. Por eso, en el segundo día, cuando uno de los chicos le pidió ir al baño, se lo negó terminantemente. El chico, claro, se hizo encima. Allí se dio cuenta Ariel Ramírez de que eso no era para él.

Salido de la adolescencia se fue a vivir a Córdoba, a la casa de unos franceses de apellido Mothe, que estudiaban Medicina. Había un piano allí. La felicidad era completa.

Aparecería entonces en la vida de Ariel Ramírez algo más que un benefactor, casi un hermano mayor: Atahualpa Yupanqui, quien casi de casualidad lo escuchó tocar chamamés y milongas al piano pero le pidió una zamba. “Zamba no sé, para eso debería ir al norte a aprender”, dicen que dijo Ariel. Y para Atahualpa el deseo fue una orden: al día siguiente le envió un pasaje en segunda a Jujuy, diez pesos y el contacto con la familia de Justiniano Torres Aparicio, quien no tuvo problemas en acogerlo el tiempo que durase el aprendizaje: el año entero que pasó en Humahuaca, donde conoció no sólo los secretos de la zamba y el carnavalito, sino también sobre erkes, erkenchos, quenas y sikus. Ahí comenzó un recorrido vital para la música de Ramírez. Siempre ayudado por distintas familias, pasó y vivió en Tucumán, Santiago del Estero, Salta, La Rioja, Catamarca, Mendoza. Un mapa musical que lo configuraría para siempre. Era 1942.

Al año siguiente, otra vez, Atahualpa aparecería en la vida de Ariel Ramírez en un momento fundamental. El viaje a Buenos Aires.

Es que Atahualpa se había asociado con Pascual Carcavallo, por entonces dueño del Teatro Alvear para un ciclo de músicos del interior. Y no se olvidó del santafesino que conoció en Córdoba y había ayudado a que aprendiera los secretos del folclore en Jujuy. El ciclo, aunque era con entrada gratuita, fue un fracaso pero se convirtió en el semillero más fructífero del folclore argentino. Como muestra, baste decir que además de Ramírez salieron de allí Los Chalchaleros y Eduardo Falú, con quien el pianista forjaría una amistad duradera, que comenzó en ese mismo 1943.

En 1950 se fue a vivir a Europa, a un edificio del siglo XIX en el por entonces barrio bohemio de Roma, el Trastevere, junto con otros casi veinte argentinos de diferentes disciplinas artísticas. Por supuesto, había un piano. Y viajes a ciudades de Alemania, de Austria.

LA MISA CRIOLLA. Desde la ventana del convento, a cien kilómetros de Fráncfort, donde vivía en 1952, veía un paisaje que lo llenaba de paz. Hasta que supo, por boca de las protagonistas, la verdadera historia del lugar. Las hermanas Elizabeth y Regina Brückner le contaron que ese prado bucólico que veía había sido lugar de confinamiento de cientos de judíos. Y le contaron también lo que ellas hicieron en aquel momento. Ayudar a los prisioneros se penaba con la horca; sin embargo, ellas consiguieron noche a noche dejar un paquete con comida en un hueco debajo de un árbol. Durante ocho meses repitieron la rutina hasta que un día el paquete no fue retirado. Ni el siguiente, ni el siguiente. Cuando las hermanas terminaron de contarle la historia, Ariel Ramírez ya había tomado la determinación de escribir una obra que hablase de los sentimientos más profundos y universales. Estaba naciendo nada más y nada menos que La misa criolla, obra cumbre de la cultura nacional que lleva vendidos más de quince millones de ejemplares en todo el mundo.

Entre las obras más importantes del compositor figura el trabajo Mujeres argentinas, “Alfonsina y el mar”, “La tristecita”, “Navidad nuestra”, Los caudillos, Cantata sudamericana, “La hermanita perdida”, el “Tríptico mocoví” y “Antiguo dueño de las flechas”.


© Publicado en el Diario Crítica de la Argentina el viernes 19 de Febrero de 2010.

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