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domingo, 20 de abril de 2014

Los demonios, la verdad y la justicia… De Alguna Manera...


Los demonios, la verdad y la justicia…


Hace ya treinta años, la presentación del informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) al primer presidente de la democracia recuperada, Raúl Alfonsín, marcó un hito insoslayable que, en materia de derechos humanos, dividió en dos la historia y la vida política de la Argentina. En 1984, y por primera vez, el Estado convocaba a un grupo de ciudadanos a investigar las acciones aberrantes cometidas por ese mismo Estado durante un período determinado durante el cual habían sido avasallados todos los derechos. Desde ese momento, la consigna “Nunca Más” se convirtió en estandarte de la convicción de la sociedad de que esos hechos –las persecuciones políticas e ideológicas, la desaparición de personas, la tortura, el exterminio de toda disidencia– no deberían volver a repetirse.

Espejo de los tiempos y de la fragilidad institucional de la renaciente democracia, el informe Nunca Más, al tiempo que reveló las atrocidades cometidas por la dictadura para buena parte de una sociedad que –por temor o por indiferencia– había mirado hacia otro lado, también propuso –e instaló en el imaginario social– un discurso que de alguna manera terminaría transformándose en un obstáculo para la recuperación de la verdad de los hechos, la construcción de la memoria colectiva y, como consecuencia, el sometimiento a la Justicia de muchos de los responsables y partícipes del terrorismo de Estado. Ese discurso –basal de la teoría de los dos demonios– quedó sintetizado en dos párrafos del primer prólogo del Nunca Más, redactado por Ernesto Sabato: “Durante la década del ’70, la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. 

Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al general Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: ‘Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura’. No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”.

La teoría de los dos demonios –compartida subterráneamente por buena parte de la clase política argentina– salía a la luz. El propio Alfonsín la había prefigurado con dos de sus primeras medidas de gobierno el 15 de diciembre de 1983. Una de ellas, el decreto 157, que ordenaba enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras ERP y Montoneros. En el segundo decreto, el 158, se ordenaba procesar a las tres juntas militares que detentaron el poder en el país desde el 24 de marzo de 1976 hasta después de la guerra de Malvinas. 

En otras palabras, los dos demonios debían ser juzgados, con lo que se equiparaban –judicial y políticamente– las acciones de las organizaciones revolucionarias armadas con el plan sistemático de exterminio aplicado por la dictadura. Al mismo tiempo, se dejaba fuera de la acción judicial a los responsables del terrorismo de Estado previo al golpe del 24 de marzo, en una clara señal de cierre de filas de la corporación política. En la entrevista que, para esta edición de Miradas al Sur, Francisco Balázs realizó a cuatro de los cien trabajadores anónimos que tomaron los testimonios para el informe de la Conadep queda claro no sólo con la premura y la falta de recursos con que trabajaron sino también la firmeza de este grupo de jóvenes que amenazó con renunciar si el gobierno de entonces no hacía públicos –como era su intención inicial– los nombres de los represores que habían registrado.

Más allá de esto, el juicio a las juntas resultó ejemplificador en términos jurídicos e históricos. Ningún otro país latinoamericano de los que había sufrido dictaduras similares y contemporáneas a la Argentina había llegado –ni ha llegado aún– a tanto en el juzgamiento de crímenes de lesa humanidad. Pero, para el gobierno radical, ése era el límite. Juzgar a los máximos responsables y dejar afuera de la acción de la justicia a sus subordinados. En ese sentido, el levantamiento de Semana Santa de 1987 –tres años después de la presentación del informe de la Conadep– fue en algún sentido una puesta en escena. No se trata en absoluto de minimizar su importancia ni su peligrosidad para las instituciones. Pero queda claro que no fue determinante para la decisión del radicalismo para promover y aprobar en el Congreso las leyes de Obediencia debida y de Punto final. 

En La casa está en orden –un libro del que se reproducen algunos párrafos en esta edición de Miradas al Sur–, el ex ministro de Defensa de Alfonsín, Horacio Jaunarena, dice que el presidente radical había decidido avanzar con las leyes de impunidad antes de que se produjera el levantamiento carapintada. Con ambas leyes, las causas por los delitos cometidos por el terrorismo de Estado pasaron a dormir el sueño de los (in)justos, con la sola excepción de las relacionadas con la apropiación de menores. Los indultos decretados por Carlos Menem al principio de su mandato vinieron a completar la escena de la impunidad. Al “Nunca Más” le faltaba el soporte de la Justicia, lo que hacía tambalear también a la memoria y a la verdad.

La persistente resistencia de los organismos de derechos humanos, coronada por la decisión de Néstor Kirchner de impulsar la derogación de las leyes de impunidad, reabrió las puertas a la memoria, la verdad y la justicia para los crímenes cometidos por la dictadura. Una dictadura que recién en los últimos tiempos se define por su carácter completo y complejo: cívico-militar.

En ese camino, el prólogo a la edición del Nunca Más de 2006 –coincidente con el trigésimo aniversario del golpe del 24 de marzo– develó, por primera vez desde el Estado, la falacia de la teoría de los dos demonios. “Es preciso dejar claramente establecido –porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes– que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas, como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado que son irrenunciables”, dice allí. Y se añade: “Por otra parte, el terrorismo de Estado fue desencadenado de manera masiva y sistemática por la Junta Militar a partir del 24 de marzo de 1976, cuando no existían desafíos estratégicos de seguridad para el status quo, porque la guerrilla ya había sido derrotada militarmente. 

La dictadura se propuso imponer un sistema económico de tipo neoliberal y arrasar con las conquistas sociales de muchas décadas, que la resistencia popular impedía que fueran conculcadas. La pedagogía del terror convirtió a los militares golpistas en señores de la vida y la muerte de todos los habitantes del país. En la aplicación de estas políticas, con la finalidad de evitar el resurgimiento de los movimientos políticos y sociales, la dictadura hizo desaparecer a 30.000 personas, conforme a la doctrina de la seguridad nacional, al servicio del privilegio y de intereses extranacionales”.

La falsa ecuación de dos demonios enfrentados –la guerrilla y los militares– queda despejada por la de la complicidad estratégica de los verdaderos dos demonios: los militares genocidas y sus socios civiles, en sus patas empresariales, eclesiásticas y mediáticas. Esta semana, la declaración de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) manifestando su “preocupación por el allanamiento realizado en la sede del diario La Nueva Provincia, hoy La Nueva, de Bahía Blanca”, en el marco del juicio por delitos de lesa humanidad que se le sigue a su director, Vicente Massot, es una muestra más de que –más allá de los avances realizados en los últimos años por la Justicia– hay muchos demonios civiles que siguen todavía al acecho. Libres. Y conspirando.

© Escrito por Daniel Cecchini el Domingo 20/04/2014 y publicado por Miradas al Sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


domingo, 3 de febrero de 2013

Reportaje a Quino... De Alguna Manera...


Quino: "No maté a Mafalda, dejé de dibujarla"...

 Mafalda y Quino.

El genio del humor, que cumplió 80 años en 2012, reveló que Felipe es el personaje más autobiográfico.

Cómo no sentir afecto y admiración por un hombre que ha sido traducido a 26 idiomas (y que, en Argentina, vende 20 millones de ejemplares) cuando dice en voz muy queda: “Yo soy más de dibujar que de hablar…”? Su modestia le impide observar que sus dibujos son, de por sí, una conversación y a lo largo de una tarde de invierno en el departamento al que sonríe desde lo alto la máscara insignia de la Casa del Teatro, Quino explica:
—Nunca tuve ayudantes. Siempre trabajé solo y… –aquí habla un poco para sí mismo como quien entreabre la puerta del tesoro.  Te cuento que tengo un dibujo muy viejo que publiqué en “Rico Tipo” en el que se ve a gente en el cementerio corriendo detrás de un ataúd. El ataúd tiene cuatro ruedas y un motorcito y los amigos que van corriendo dicen: “Nunca quiso que lo ayudaran”… ¡Bueno, ese tipo soy yo! Nunca pude trabajar en equipo. Con el único que trabajé fue con el cubano Juan Padrón que hizo los cortos de Mafalda y también otras peliculitas mías con páginas de humor. A él lo ayudé digamos a hacer el argumento de esa peliculitas pero… nada más! Te repito que fue la única vez que trabajé con alguien en equipo. ¡Lo conocí y nos enamoramos muchísimo! Ahora hace mucho que no lo veo porque no ando por Cuba pero fui allí 9 veces y estuve trabajando con él todo el tiempo y lo pasamos muy bien…

—No sé si es una leyenda pero por ahí corre la historia de una agencia de publicidad que te encargó un personaje “con familia” para un producto comercial y que luego no lo quiso. Ese producto era Mafalda y vos la dejaste en un cajón durante varios años…
—Sí, sí, era para una campaña… Además en esa agencia trabajaba Norman Briski. Pasó algo muy curioso: me avisó Miguel Brascó que estaban buscando quién dibujara a una familia para lanzar las heladeras Siam con la marca Mansfield. Entonces había que buscar un nombre que tuviera la M, la F etc. Bueno, y ¡así salió Mafalda! La idea era regalarle la tira a los periódicos como si fuera una historieta “normal” en la que se usaban electrodomésticos de esta marca. Los diarios entonces dijeron “¡Ah, no! ¡Esta publicidad la tienen que pagar!”. Así es que nunca se hizo nada y a mí me quedaron esas 12 tiras de historieta. ¡Así empezó Mafalda!

—Entonces ¿qué hiciste?
—Como te conté fueron a dar a un cajón hasta que un amigo, muy amigo, Julián Delgado (desaparecido durante la dictadura) y que era director de “El Cronista Comercial” y de la revista “Mercado”, me preguntó si, además de la página de humor que hacía para “Mercado”, no tenía alguna otra cosa distinta. Y así fue que le di las tiras que me habían quedado y ¡él comenzó a publicarlas en la primera página del diario! No me dijo nada y yo me encontré, de pronto, con un personaje que no conocía (diez o doce tiras no son suficientes para conocerlo). Entonces, bueno, me puse a imaginar (ya que tenía que seguir con esa historieta) cómo iba a ser el personaje. En aquel momento había un movimiento feminista tan grande en todo el mundo que pensé: “¡esta niña tiene que ser una protestona. Tiene que proponerse reivindicar los derechos de “las chicas!” Y así empecé con ella. ¡Después nacieron Manolito y toda esa gente! ¡El asunto era que las primeras tiras de Mafalda eran hechas con el mecanismo en el que Mafalda leía el diario o escuchaba un noticiero y entonces les preguntaba a sus padres por qué había guerras y todos los desastres que hacemos los humanos! Hice otras treinta o cuarenta tiras hasta que me cansé de esa rutina y pensé que había que poner a alguna otra persona. Dibujé entonces primero a Felipe que era lo contrario de Mafalda. Felipe fue la caricatura de otro amigo, un periodista, Jorge Timossi. ¡Así fueron surgiendo todos porque me cansaba tener sólo a dos protagonistas! Entonces puse a Susanita, a Manolito y… ¡bueno, con personajes sacados de la vida real fui avanzando… –se ríe quedamente– Manolito era el padre de Julián Delgado que era panadero y no quería que su hijo fuera periodista! Un día entonces Julián se peleó mucho con su padre y se vino a vivir a donde yo vivía. Era en lo de una señora que alquilaba dos piezas en una casa muy linda de Belgrano, frente a la casa de los Alsogaray… ¡en aquellos tiempos María Julia era muy chiquitita y aún no se había puesto a limpiar el Riachuelo!, termina en una carcajada.

—Bueno… qué barbaridad… –sigue recordando Quino– y luego añadí a Migue que era un sobrino mío que hoy es flautista y tiene cuarenta y tantos años y toca con la Sinfónica de Chile… y de la vida real, creo que no hay más…

—Los libros de Mafalda son diez ¿no?
—En la edición argentina, sí. En España, con una división un poco distinta son once…

—Pero cerraste la historia. ¡Qué lástima! Hubiéramos querido ver a Mafalda abuela o divorciada o enamorada… ¡qué sé yo!
Quino se ríe: —¡No! ¡No! Para mí es un dibujo. Hay gente que me dice “¡Cómo, un dibujo!, si nos ha acompañado tanto! Es una persona...” Pero para mí, no. Es sólo un dibujo como cualquier otro de los que hago en humor… Leí una vez un libro de Pirandello en el que decía que, una vez que uno crea un personaje después ¡la gente se lo apropia! Y hace con el personaje ¡lo que se le da la gana! Sí, ocurre eso con la gente. Se lo toman como… Te reitero: he oído mucho eso de “¿por qué mataste a Mafalda?” Y yo no me canso de contestar: “No la maté. ¡Dejé de dibujarla!”

—Lo notable es que el mundo se apropió de Mafalda –me equivoco– Tiene una mentalidad que encontrás ¡en todos lados!
—¡Pero, no! –protesta Quino– ¡Vas a Rusia y no la conoce nadie! ¡Vas a cualquier país africano y, tampoco! En lengua inglesa nunca anduvo demasiado bien. En un momento se publicó en Australia pero nada más. En los países de América latina, sí. En muchos es conocida. Lo mismo ocurre con los países más latinos de Europa: Grecia, Portugal, España, Italia… También es cierto que los sindicatos anarquistas franceses la han lanzado como volante de protesta. Las feministas italianas, muchísimo y, de vez en cuando, ¡la usan para protestar en algún país de América latina!

—¿Países asiáticos no?
—Sí, está en China. En realidad, en China primero la piratearon pero el editor era un inglés que publicaba en China… ¡No es raro que un inglés sea pirata! –se ríe con ganas–. Luego, se publica sin ser pirateada ¡pero ésos no pagan nada! ¡Tampoco sé cuánto venderán! No creo que demasiado. Y luego en Japón se editó alguna vez… Y te explico: que se haya editado en determinados países no quiere decir que se publique porque en los estados nórdicos, por ejemplo, se publicó en todos y anduvo bien en los periódicos pero no como libro. Se vendió poquísimo. También hay una edición en lengua gallega que tampoco se vendió nada. En la edición catalana ocurrió lo mismo. Se sigue vendiendo pero muy poquito. ¡Bueno, yo nunca imaginé que se podía transformar en un fenómeno tan extraño! ¡Bah, extraño, no. Porque las cosas que yo decía ahí siguen sucediendo hoy exactamente igual o peor! Por eso, cuando me preguntan a qué atribuyo el éxito de este personaje yo creo que hay que atribuirlo ¡justamente a que esas cosas siguen sucediendo! Mirá, Sabato me dijo una vez que los problemas que yo trataba en esa tira eran simplemente los problemas humanos siempre presentes en la historia del hombre: la relación entre padres e hijos; la escuela; el trabajo; las broncas y los amores que uno se agarra con los amigos… ¡Supongo que será por eso! Ahora, cuando los chicos de hoy vean que en mi historieta no hay computadoras y esas cosas creo que, dentro de poco, van a dejar de leerla! ¡En realidad son los padres quienes los inducen a leerla!

Sin embargo, en la Feria del Libro Infantil, los chicos no pararon de sacarse fotos con vos?
—Sí, es cierto. Ayer había mucho público infantil. La semana pasada, en cambio, en gran parte eran mayores.

—Quizás Mafalda es más un personaje para los padres que para los chicos…
—En el diario “El Mundo” se publicaba en la página de los editoriales y no en la de las historietas. Siempre fui…Mirá, también siempre me consideré un periodista que dibuja pero, en realidad, muchas veces, ¡de humor no tengo nada! Soy medio trágico…

—Diría que, más bien, tenés un humor corrosivo… le tomás el pelo a medio mundo…
—Eso, sí –acepta Quino–. Bueno, lo he admirado a Gila. Los dibujantes españoles siempre me han atraído mucho.

—Pero, ahora, que ya la has matado a Mafalda ¿cómo es tu día?
Con serenidad, Quino explica su vida diaria:
—Estoy luchando con la vista. Tengo una cantidad de problemas en ese sentido. Por lo tanto me cuesta mucho dibujar. Estoy tratando de hacerlo pero hace ya cinco años que no dibujo nada… O sea que mi vida es… Leer, con bastante dificultad. Escuchar música y mirar libros de humor… Estoy leyendo ahora a Baremboim que me encanta como persona y como músico. Y también como político. Ha logrado algo que nadie había hecho: reunir a Palestina con Israel. Esa orquesta tiene todo un significado político. El que estaba por lograrlo era Rabin cuando lo mataron.

Hay un breve silencio en el que llegan, lejanos, los rumores del tráfico en la avenida Santa Fe.
—Me gustaría volver a dibujar… –retoma Quino–. Me he comprado una mina muy blanda que tiene la línea más oscura y logro verla mejor. Pero mi problema fue siempre dibujar primero con lápiz y luego pasar a tinta. Nunca fui capaz, como Fontanarrosa, que agarraba la lapicera de tinta y dibujaba directamente! A mí siempre me costó bastante dibujar. En las tiras de Mafalda yo copiaba de un cuadrito al otro para que me salieran los personajes porque, ¡si no, no era capaz de hacerlos iguales! –se ríe–.

—Modestamente no querés reconocer ahí tu genialidad. Pero sigamos con tu historia, Quino. ¿Cómo era tu casa cuando eras chico?
—En su aspecto era la típica casa romana partida al medio como han construido los italianos por todos lados. La mía, en Mendoza, era una casa estrecha, con zaguán. Una casa chorizo que en el fondo tenía un patio de tierra. Había allí múltiples hormigas. ¡De varias tribus! Y como vivíamos al lado de un aserradero ¡había lauchitas en la casa! Pero lauchitas de las bonitas, simpáticas. Las grises, muy chiquitas y con el hocico rosado. Yo jugaba mucho en ese patio. Jugaba solo. Mi hermano mayor me llevaba siete años y, el otro, cuatro. Por eso siempre jugué como un solitario. Nunca por ejemplo, en la calle, a la pelota, con otros chicos. Esas cosas que hacen los chicos ¿no?

—¿Pero tu papá y tu mamá dibujaban o pintaban?
—No. El que era de dibujar era mi tío Joaquín con el que me crié bastante. Era dibujante y pintor acuarelista. Trabajaba en el diario “Los Andes”. Hacía los avisos de los cines y como trabajaba parte en el diario y parte en su casa, para mí se volvió muy normal que alguien dibujara en su casa y que, luego, apareciera ese dibujo ¡en el periódico! Cuando le dije que quería ser dibujante me dijo que ¡no, que me iba a morir de hambre! Esas cosas que suelen decir los padres de familia! Pero también me ayudaron muchísimo. Cuando me vine a Buenos Aires mi hermano mayor me mantuvo hasta que yo empecé a publicar…

—Una familia en la que se quisieron mucho. Algo muy importante.
—Sí, sí. Eso sí. Y ahora que estuve en Mendoza para mi cumpleaños fue toda la familia y el hermano que vive en Chile, también. Muy lindo… fue muy lindo… –recuerda pensativo–. Y, sí…Nos queremos mucho todos…

—Los que te conocemos poco o sólo a través de tu obra, pensamos que sos un hombre feliz, Quino. ¿No sé si es así?
—Tengo tendencia a amargarme. Desde chiquito me amargaba ¡porque sabía que tenía que hacer el servicio militar! En la escuela me amargaba durante las vacaciones pensando ¡cuándo iban a empezar las clases otra vez! ¡Mirá, lo de Felipe es absolutamente autobiográfico. La timidez y amargarme con el colegio! Y luego… sí, en el servicio militar salía los sábados de franco y el domingo a la mañana ya estaba con un terrible mal humor de sólo pensar que tenía que volver al cuartel. Así es que siempre he tenido esta tendencia… ¡bah, el sentido trágico de la vida!

—Bueno, la vida “es” generalmente trágica ¿no es cierto? Lo que pasa es que quizás hay gente que la sabe mirar de una determinada manera…
—Claro. Sí, sí… Pero tampoco mi objetivo fue hacer reír como Fontanarrosa que comentaba: “el mejor piropo es decirme que se han reído muchísimo con mis libros”. Yo quise, en cambio, hacer pensar más a la gente. Y siempre sentí como una tarea el que la gente se diera cuenta de lo que eran la sociedad y la política.

—En las librerías de viejo aún se encuentran los libros de chistes que publicó Lino Palacio con el seudónimo de Flax acerca de la Segunda Guerra Mundial…
—Sí, el hacía los dibujos y el texto…–Quino recuerda–. Por ser hijo de republicanos españoles yo le tenía un poco de idea! Yo era bastante de izquierda y ¡me molestaba que no le cayeran realmente mal Hitler y Mussolini! Por lo menos no los criticaba demasiado. Pero tenía muchos otros personajes. Ramona, por ejemplo. A mí me gustaba el Cocinero y su sombra. Era algo muy difícil de hacer: todos los gags eran entre el cocinero y su sombra. Había un litigio permanente entre ellos.

—Tuvo una muerte trágica…
—Espantosa… realmente atroz…

Recordamos el asesinato de Palacio y su esposa. Un episodio terrible. Pero también volvemos a una época en la que las revistas tenían una gran importancia.
—En mi casa –explica Quino– se compraban El Tony, Patoruzú, Rico Tipo y creo que el Tit-Bits. A mí me sorprendía el hecho de que mi padre, que trabajaba en una tienda en Mendoza, comprara todas esas revistas cuando para comprarse un traje tenía que pedir un crédito a diez meses y buscar a un amigo que le diera la firma etc. Siempre pensé entonces que, o las revistas eran muy baratas o la ropa, ¡muy cara! Además era el único jefe de sección que no tenía coche, ¡por ejemplo! Siempre alquilamos casa. Nunca tuvimos una propia. Cuando aparecía el dueño de casa y aumentaba el alquiler ¡era todo un problema! Una preocupación que se repetía siempre.

—¿Y vos?
—Bueno, Alicia mi mujer es muy buena administradora, así es que apenas pudimos… Cuando nos casamos vivimos durante dos años en la pieza de servicio del departamento de sus padres y luego compramos un departamentito en San Telmo donde han puesto una figura de Mafalda en la esquina. Ahí vivimos siete años y luego nos mudamos a Almagro. Finalmente, vinimos para aquí…
Un departamento muy bien ubicado en el que la luz y el sol entran a raudales e iluminan los preciosos recuerdos que ellos han atesorado con un enorme buen gusto.

Seguimos recorriendo el fascinante mapa de vida de este hombre que creó a Mafalda.
—Para mí el ídolo era Divito! –confiesa–. Mi máxima aspiración era ser su ayudante! Además de haber creado “la chica Divito” (todo un estilo), era un playboy para la época! Siempre tenía mujeres muy lindas. Como Amelia Bence, por ejemplo. Además Divito era muy elegante. Era la época del pantalón-chaleco… –recuerda risueño–. Yo lo quería muchísimo. El hacía los dibujos en lápiz, yo los pasaba a tinta…

—¿Llegaste a ser su ayudante?
—No. Yo dibujaba muy mal pero las ideas me gustaban realmente. Sufrí mucho cuando, después de cinco accidentes, se terminó matando en Brasil al chocar con un camión…. –Quino se sumerge en los recuerdos–. Fijate que, incluso, yo le había comprado un libro de Sempé (el famoso dibujante francés) y él me dijo que se lo guardara para cuando volviera de Brasil… “Me lo das cuando vuelva…” dijo. Me quedé entonces con el libro, claro, y regalé el que ya tenía…

—¿Sempé era el dibujante extranjero que más te gustaba?
—No. También Bosc y Chaval. Excelentes. Los conocí en Paris-Match cuando yo tenía 18 años. Fue ahí cuando me dije: “Tengo que dibujar. Este es el camino a seguir.” Y así empecé. Bosc y Chaval publicaban una página entera cada uno y aquí, entre nosotros, dos dibujantes los siguieron pero, me parece, demasiado de cerca. Te hablo de Basurto (que dibujaba exactamente igual que Chaval) y luego Viuti que hacía lo mismo con Bosc. Pero, bueno… son cosas que pasan!

—¿Y las tiras como “Hogar, dulce hogar” con el bueno de Dagwood como padre de familia?
—Sí, yo en Mendoza la leía siempre en “Vosotras” que compraba mi tía. Era una historia muy buena. Además, como mi tío era dibujante publicitario compraba muchas revistas norteamericanas para documentarse. Siempre recuerdo las tapas del “Saturday Evening Post” ¡que dibujaba Norman Rockwell! Creo que los dibujantes norteamericanos me influenciaron mucho. En “Patoruzú” también había gente talentosa como Domingo Masone (dibujaba Capicúa) y en cuanto a dibujantes de historietas, digamos, más serias, está José Luis Salinas. Por ejemplo hacía “Ednam, el corsario” con unos dibujos estupendos. Aquí, en Argentina, ha habido dibujantes buenísimos. Yo lo quería mucho a Oski. Fuimos muy amigos. Lo mismo con Landrú. Ibamos mucho a Mar del Plata los fines de semana. Como tenía una Estanciera yo aprovechaba para que me llevara. Durante toda la época de “Tía Vicenta” la pasé muy bien con Landrú (Juan Carlos Colombres) y con Carlos del Peral que era el vicedirector. Claro… ¡hasta que Onganía la cerró! Carlos del Peral tambien hizo “Cuatro patas” que duró cuatro números ¡y que también fue cerrada por Onganía! –se ríe quedamente–. ¡Qué barbaridad! Las cosas que hemos visto en este país! Cuando, desde Mendoza, llegué a Bs. Aires con mi carpetita debajo del brazo empecé a recorrer redacciones y me decían “¡de política ¡nada!”; “de sexo ¡nada!”. Así es que me crié como dibujante aprendiendo a autocensurarme! Muy feo. Trataba de hacer metáforas con algunas ideas…

—Bueno, hoy, en democracia, en el más alto nivel, se han referido a los dibujos de Menchi Sábat como “cuasi mafiosos”!
—Sí, me acuerdo. Qué barbaridad! Se está poniendo fea la cosa con la prensa. He visto una sola vez el programa de Lanata pero parece que entrevistó a una señora que tiene una panadería en Tucumán y después de eso le cayó la AFIP…

—Como al de la inmobiliaria por haber hecho un informe que molestó a la Presidenta que ¡gentilmente le mandó también la AFIP por cadena oficial!
—Qué cosa! –suspira Quino.

—Bueno, hay que estimularse con otras conductas. Por ejemplo veo sobre tu escritorio las “Obras poéticas” de Borges…
—Sí, me gusta muchísimo Borges. Como todo lo que ha hecho. Es la primera vez que me regalan un libro de poesía. Y me encanta. Eso de “…fue por este río que vinieron las naves a fundarme la patria…” ¡me parece una maravilla! Te repito que todo lo de él me parece una maravilla. Me gusta mucho leer. También Sabato, también Cortázar. Y siento una gran admiración por Alfonsina Storni. Me emociona muchísimo. También hemos sido muy amigos con María Elena Walsh. –Quino se ríe silenciosamente:– Fuimos muy amigos hasta que… no sé qué cosa dijo que me cayó mal. Se lo comenté y ¡no le gustó mucho! Pero, bueno, yo la quería mucho.

—Y si, mágicamente, volvieras a ser chico ¿elegirías dibujar?
La respuesta es inmediata:—Sí. Nunca me hubiera imaginado haciendo otra cosa. Bah… me hubiera gustado, sí, tocar algún instrumento. El piano, por ejemplo. Me gusta mucho la música. Me hubiera gustado… bueno, toqué la armónica cuando era chico… Te diré que cuando la música es buena y está bien hecha, ¡me gusta todo! En cuanto al folklore, aunque te parezca extraño, lo que más he escuchado es música turca.

—¿Por qué?
—Mirá, por razones familiares también me gusta el flamenco pero la música turca nunca repite la melodía cantada sino que los instrumentos de la orquesta van haciendo variaciones sobre el tema. Entonces, no te cansa nunca!

—Y, a propósito de cansancio ¿vos no creés que los jóvenes se han cansado un poco del humor?
—Sí, creo que ha desaparecido bastante. Cuando yo era chico había muchísimas películas humorísticas: el Gordo y el Flaco, Chaplin que era de llorar y reírse pero también estaban Danny Kaye, Red Skelton, Jacques Tati… y ese cine ha desaparecido completamente.

—También en Italia, Sordi y Gassman no han tenido herederos…
—De acuerdo. Porque Benigni… no, no… Bueno, me gustaba mucho cuando lo empecé a ver en Italia por televisión pero, luego, las películas que ha hecho…Inclusive con “La vita é bella” me chocó un poco que tomara un tema así en solfa… Después, la vi otra vez y la cosa no me pareció tan grave… Y volviendo a la época del humor fijate que aquí en radio, por ejemplo, estaban Codecá, Niní Marshall, Sandrini, el Zorro, los Cinco Grandes del Buen Humor… había para elegir. Desgraciadamente esto ha desaparecido.

*Publicado el 29 de julio de 2012.

© Escrito por Magdalena Ruíz Guiñazú el sábado 02/02/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 


 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Sobre prólogos y Sabato… De Alguna Manera...


Sobre prólogos y Sabato…
 

En estos días hubo algunas discusiones sobre Sabato y el prólogo de Nunca más. Me parece, sin ser muy sagaz, que detrás hay otra polémica. En realidad no es una polémica, sino más bien una impugnación: los derechos humanos en serio vinieron después, en 2003, con los verdaderos juicios, las condenas sin indultos, sin puntos finales ni obediencias debidas.

En ese espíritu, el episodio de la firma de Ernesto Sabato en el prólogo no es un tema de bibliófilos sino, más bien, un intento de apropiación histórica.

La ley de facto de “autoamnistía” de la dictadura (Ley de Pacificación Nacional) acababa de ser divulgada. Yo estaba con Alfonsín, quien –como solía hacer en los momentos en que tomaba decisiones con consecuencias serias– giraba en torno a la pequeña mesa de nuestra oficina. “Vamos a oponernos; escriba algo y tratemos de sacarlo antes del cierre de los diarios”.

Así sucedió. Luego de la consulta a unos pocos amigos salió el comunicado, que sostenía la nulidad de la pretendida ley y advertía que, en caso de acceder a la presidencia, se promoverían juicios contra los responsables de las violaciones de los derechos humanos.

En cambio, el candidato Luder apoyó la posición de los dictadores y la mantuvo durante toda la campaña.

Supongo que quienes impugnan el prólogo de Sabato votaron a Luder. Alguna vez explicarán por qué, luego de escapar a la responsabilidad en tiempos de peligro, se convierten en héroes de batallas sin guerras. Aquel 1983 era el momento en que se dividían las aguas en Argentina. Si el tema hubiese quedado oculto, tapado, habría sido imposible volver atrás. Claro, era peligroso hacerlo, y no hay dudas de que veinte años después las cosas estaban algo más tranquilas.

Esta historia es conocida por casi todos, y curiosamente olvidada por muchos. De todos modos, más allá de las grandes imposturas, hay otras más pequeñas que es útil desmontar, sobre todo cuando se ha sido testigo de los episodios que se discuten.

Jorge Federico Sabato, hijo de Ernesto, fue mi gran amigo, hermano, durante muchos años. Un accidente de auto en 1995 terminó con su vida. Compartimos la actividad intelectual y política de la Argentina. Me deleité con su música y su excepcional conocimiento de la historia.

Jorge había escrito una enciclopedia para ayudar a su padre, un renegado de la física, atrapado por la exploración de sí mismo y la transformación de sus búsquedas en palabras escritas. Jorge siempre parecía estar escribiendo esa enciclopedia,
que solía complicar con la creación teórica.

Recuerdo cuando Jorge me comentó que Alfonsín le había pedido a Ernesto Sabato que presidiera la Conadep y, luego, que escribiera el prólogo del informe que presentaría la comisión.

Tengo un recuerdo preciso de ese prólogo porque Jorge hablaba mucho con su padre cuando se trataba de textos que incursionaban en el mundo político. El me comentó varias veces cómo Ernesto encaraba la redacción del prólogo, y así conocí su texto.

No sé cuál fue la decisión con la firma; Ernesto pudo perfectamente decidir no incluirla a último momento, iba y venía cuando tenía que decidir. Lo más probable es que le haya dicho a Ruíz Guiñazú que lo firmaría y luego, Dios sabe por qué, cambió de idea.

Pero ése no es el problema ni el tema principal. La cuestión no es la firma impresa, sino el autor. Si alguien quiere insinuar que no fue Sabato, es ignorancia o mentira.

Sé que ese texto lo escribió Ernesto, simplemente porque lo vi.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 3 de Septiembre de 2012.