La vida es un tablero de ajedrez en donde los cuadros blancos son los días y los cuadros negros son las noches... Nosotros, somos las piezas que vamos de aquí para allá para caer al final en el cuadro de la nada... De Alguna Manera... Una Alternativa…
Tres cosas que los buenos
jefes nunca dicen a sus empleados…
Los matices que se producen en
función de quién emite un mensaje y a quién lo dirige pueden ser muy grandes,
dependiendo de si quien lo emite en un buen o mal jefe. Las situaciones que se
crean a raíz de estas buenas o malas maneras van a definir el tipo de relación
que se va a establecer entre los jefes de equipo y sus subordinados. Dentro de
estas cuestiones entra en juego las diferencias que hay entre lo que supone ser
un líder y un mero gerente.
Varios estudios han demostrado
que la confianza bidireccional entre un equipo y su director es
fundamental a la hora de afrontar los retos que, en la
actualidad, el mundo de los negocios está imponiendo a las empresas. Los
desafíos ligados a una alta competitividad en el mercado, la aparición de
nuevos modelos de producción y negocio y la transformación digital está
obligando a las compañías a mejorar sus procesos de
comunicación interna.
Estas conversaciones entre
directivos y empleados, sin embargo, se ven a menudo condicionadas por las
posiciones jerárquicas que tienen los interlocutores en la organización. De
hecho, un artículo
publicado en INC ha identificado las 3 situaciones que los jefes de equipo deben evitar y
que los grandes líderes no desarrollan en favor de la superación de los
objetivos marcados por su empresa:
1. Las
humillaciones
Ya sea con motivo o sin él,
humillar a una persona nunca es buena idea, ya que no va a producir ningún
cambio que no sea la creación de un sentimiento de
rechazo, frustración o resentimiento por parte de la
persona que la recibe. Si a esto le añadimos que se trata de un empleado, las
consecuencias de una humillación, pública o privada, pueden derivar a una bajada de la motivación y productividad, al
mismo tiempo que se intoxica el ambiente laboral.
Es cierto que la presión que
se ha creado en el mundo empresarial, sumado a los posibles errores que haya
podido cometer el trabajador, generan un nivel de estrés para los jefes de
equipo que puede conllevar un estadio de
irritación. Sin embargo, el sarcasmo o las respuestas
pasivo-agresivas impiden que la comunicación de ideas, plazos y soluciones no
favorezca esa relación laboral con el empleado en cuestión y acabe siendo pero
“el remedio que la enfermedad”.
2. Las
bromas
Un ambiente distendido dentro
del trabajo genera unas dinámicas mucho más positivas que si se desarrollan en
ambientes demasiado estrictos y serios. Sin embargo, hay que tener cuidado a la hora de medir el tono de jocosidad en
la oficina, ya que no todo el mundo va a reaccionar de la misma
forma ante un hecho u otro. El margen de humor de cada trabajador puede tener,
hace que se creen situaciones que impidan reforzar las relaciones en la
oficina, creándose situaciones incómodas que deriven en un sentimiento de
humillación.
3. Decir "No"
Aprender a rechazar las propuestas, proyectos o ideas que
nos ofrecen en fundamental a la hora de no meterse en “jardines” de los que
luego nos va a costar salir. Sin embargo, como líderes, tenemos que tener
cuidado a la hora de rechazar rápidamente una propuesta que provenga de
nuestros empleados. Aprender a evaluar y transmitir
la sensación de que se está tomando en cuenta el valor del trabajo de nuestro
equipo es fundamental a la hora de generar relaciones
laborales estables y duraderas. Por ello, es importante argumentar antes de
negarte a hacerte algo.
Macri, Messi y
Darin: tres cuestionados de la última semana. Fotografía: CEDOC / PERFIL
Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi es o no patriota, y Macri
es o no competente o bien intencionado, y luego construimos conceptos que
sostengan nuestra creencia.
La diferencia entre el éxito
colectivo y el individual ya quedó presentada en esta columna el domingo
pasado. Mientras en Argentina Macri tiene cada vez más en riesgo su reelección,
incluso si le tocara ir a un ballottage con Cristina Kirchner (el escenario
ideal para Jaime Duran Barba), porque la ex presidenta mejora en las encuestas
en proporción a lo que empeora la economía, en Estados Unidos todos los
presidentes del último cuarto de siglo fueron reelectos, incluso George Bush, y
ahora se cree que lo sería hasta Trump. Que sea más fácil tener éxito como
presidente –y en cualquier función– en un país poderoso como Estados Unidos que
en otros más débiles como Argentina promueve muchas reflexiones
La relación con el éxito como con el
fracaso está condicionada por la memoria. ¿Cuántas veces nuestra sociedad se
ilusionó con la llegada de un nuevo presidente y revivió la esperanza de “ahora
sí, la Argentina despega”? No es la misma relación con el éxito de los
norteamericanos, ni con los exitosos, sea Trump o su más famoso deportista y
artista, como en Argentina es con Macri, Messi y Darín, las tres mayores
celebridades de la política, el deporte y los artistas, quienes simultáneamente
fueron cuestionados esta semana: donde el éxito no abunda, se es menos
tolerante con los exitosos.
Que MSCI nos pase de mercado fronterizo a emergente fue vivido igual que el
triunfo de Nigeria ante Islandia.
Estoy subinformado sobre fútbol pero
me resultó paradójico ver cómo los analistas deportivos el día antes del
partido con Croacia hablaban con mucho optimismo y explicaban por qué eran
lógicos los pronósticos positivos y al terminar el partido en derrota,
explicaban lo contrario. De la misma forma que hicieron los economistas en
diciembre con las proyecciones sobre inflación, precio del dólar y crecimiento
del producto bruto, y lo opuesto en mayo/junio. El método de juicio emocional
era el mismo, solo cambiaba el objeto de análisis. Se podría decir algo
parecido sobre las consecuencias posteriores al debate sobre el aborto en el
Congreso y cómo sus efectos en las cuestiones de género pueden hacer pasar el
simbólico falo del hombre a la mujer con la misma fuerza del sunami que aumentó
el dólar o cambió el humor sobre la selección de fútbol.
Hay un texto, viralizado en las
redes, en defensa de Darín, cuyos argumentos son tan plausibles como los que se
usan en su contra, y demuestra el grado de emocionalidad exaltada que nos
caracteriza. Su autor es Coni Cherep, quien se define como “periodista en
licencia” y “opinador serial”, calificación esta última que representa a tantos
argentinos (ver: No, con Darín no).
Idéntica subjetividad hiperbólica
pasa del espectáculo a la política y al deporte, tres actividades unidas por la
misma matriz de la fama. Cuando Morgan Stanley Capital International subió la
calificación de los mercados de acciones de Argentina de fronterizo a emergente
después de la megadevaluación, fue sentido como el triunfo de Nigeria ante
Islandia tras la derrota de nuestra selección de fútbol con Croacia. “Ahora sí,
nuevamente, podemos”.
Un párrafo aparte merecen las
calificadoras de riesgo y Morgan Stanley Capital International (MSCI), cuya
arbitrariedad no es una excepción, al igual que los consultores económicos
argentinos. En junio del año pasado, la economía argentina y la popularidad de
Macri estaban mejor que hoy; sin embargo, el año pasado MSCI no aprobó la
mejora de calificación porque “había que esperar a ver que las reformas que
había producido Macri no fueran reversibles”, o sea: que no volviera el
populismo, riesgo que hoy no es menor. Son calificaciones tan discutibles como
que ya éramos país emergente mientras estábamos en default antes de 2009,
cuando nos bajaron de categoría. En todos los casos por cuestiones políticas.
“Lo verdadero es solo conveniente
respecto de nuestro pensamiento, exactamente como lo correcto es solo
conveniente a nuestra conducta”, escribió William James en Pragmatismo y El
significado de la verdad. O como lo hizo Hilary Putnam en Realism with a Human
Face: “Lo que llamamos realidad es el proyecto de vernos a nosotros mismos como
cartógrafos de algo”.
Paradojas tan viejas como la
humanidad, como la vieja lucha por reducir sensaciones a conceptos, o la
reducción inversa que intentó el empirismo. Opinadores de todo lo que sentimos,
somos malos alumnos de Aristóteles, quien sostuvo que el “conocimiento de” era
anterior al “conocimiento de que”; y de Kant, para quien “las intuiciones sin
conceptos son ciegas”. Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi es o
no patriota, y Macri es o no competente o bien intencionado, y luego
construimos conceptos que sostengan nuestra creencia. Viendo el comportamiento
de los mercados y las opiniones de los economistas, habría que disculpar al
público y a los opinadores mediáticos por una carencia que también afecta a las
“mentes más elevadas”.
Nada nuevo: Richard Rorty, en La
filosofía y el espejo de la naturaleza, explica cómo los problemas son los
mismos, solo que se renuevan modificando las palabras, porque no cambian las
creencias sino el vocabulario ya que no existe una relación permanente entre lo
correcto e incorrecto, como entre los electrones y los protones. No pocas veces
los problemas parecen nuevos solo por desprendernos de una terminología
obsoleta: lo que hay son mitos antiguos para prejuicios modernos. Siempre se
refuerzan las maniobras intelectuales que permitan la conservación del mito,
tan difícil de erradicar (también para bien) como las enseñanzas de nuestros
padres.
Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi patriota o no, y Macri
bien intencionado, y luego argumentamos.
Jaime Duran Barba, simbólico
presidente del club de fans latinoamericanos de Yuval Noah Harari, es él mismo
tan especialista en mitos como su admirado historiador israelí, autor de best
seller mundial Sapiens: de animales a dioses. La política, el deporte y el
espectáculo, que comparten el mismo sistema conceptual mitológico, son ideales
para los traficantes de paradojas, que mantienen en vilo a la audiencia para
que crea que suceden situaciones diferentes.
(Fuente www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra
propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir
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Presidentes del
BCRA: Sturzenegger y Caputo. Fotografía: CEDOC/ PERFIL
Las hipótesis a priori deben ser susceptibles de verificación en la
realidad, por lo menos tendencialmente. Tantos pronósticos incumplidos ponen en
duda la credibilidad de todos los economistas del Gobierno.
Milton Friedman, en The Methodology
of Positive Economics, escribió: “Los supuestos de una teoría deben juzgarse en
función de su idoneidad para suministrar predicciones suficientemente
ajustadas”. No hay ciencia sin algún tipo de posibilidad predictiva. Las
hipótesis a priori se deben confirmar en el testeo posterior, ser susceptibles
de verificación en la realidad, por lo menos tendencialmente.
Obtener resultados predichos,
esencia del apriorismo, es el fin del conocimiento. En una columna de la semana
pasada, escrita con el mismo clima de escepticismo que hoy, poniendo en duda
que muchos economistas argentinos cumplieran con ese estándar, recibí a pocas
horas de ser publicada dos reclamos de dos economistas celosos de su profesión
que por su extremadamente opuesta adscripción ideológica pintan la singularidad
del Gobierno.
Un pronóstico tras otro se revela equivocado en un clima generalizado de
escepticismo.
Ambos coincidían en que hubo
injusticia en la generalización porque ellos habían pronosticado en diciembre
lo que viene sucediendo, no como la calificadora de riesgo Fitch, que suelta de
cuerpo esta semana bajó de un día para el otro (no escalonadamente) su
pronóstico de crecimiento del producto bruto argentino en 2018 a la mitad de lo
que había previsto en diciembre.
Con razón, Carlos Melconian me
recordó la cantidad de advertencias públicas que hizo sobre cómo se subestimaba
la herencia, se erraba en el diagnóstico y se cometía mala praxis. Desde la
perspectiva opuesta, Axel Kicillof, a quien no conozco, en su argumentación me
envió su discurso de diciembre pasado, cuando se aprobó el Presupuesto y, otro
anterior donde dice expresamente: “Esto termina en el Fondo Monetario
Internacional”.
Que Kicillof, que tiene aversión a Macri, y Melconian,
que tiene justificados motivos para sentirse maltratado por el Gobierno, fueran
de los pocos notables, junto a alguna otra excepción, que advirtieran en
diciembre un futuro económico tan distinto al que preveía el Presupuesto
aprobado en el Congreso no quita la importancia de que la mayoría de los
pronosticadores no lo haya advertido. Ni las consultoras de economistas
argentinos, ni las calificadoras de riesgo como Ficht, ni tampoco el Fondo
Monetario Internacional, previeron una megadevaluación.
Una respuesta posible es porque los pronósticos siempre
están guiados por intenciones, conscientes o inconscientes, lícitas o ilícitas.
El Gobierno y los legisladores de Cambiemos impulsaron un Presupuesto optimista
(dólar a 19 pesos en diciembre de 2018 e inflación anual entre 10% y 12%)
porque deseaban que así fuera, y con su deseo quisieron contagiar las
expectativas de la sociedad para que contribuyera a la realización del
pronóstico: la vieja idea de que el oráculo cumple una función performativa, no
adivina qué va a pasar sino que dice lo que tiene que pasar. El mismo argumento
se podría utilizar para los pronósticos de Kicillof y, de forma muy diferente,
de Melconian: que con su sola formulación contribuyeron a que sucediera lo que
pronosticaron.
En el caso de los estudios de economistas locales, la
explicación puede ser esta: venden sus pronósticos a las empresas cuyos CEO les
piden que por favor sean optimistas con sus proyecciones para que los
accionistas no reduzcan las inversiones y no tener menos presupuesto para todo,
incluso para seguir contratando los informes de los economistas.
En el caso de las calificadoras de riesgo puede deberse a
que no cuentan con más recursos de análisis que el periodismo especializado,
incluso algunas surgieron de editoriales de publicaciones económicas, y siguen
en sus vaticinios lo que dice la mayoría, sin pensamiento propio.
Finalmente, respecto del Fondo Monetario Internacional,
salvo que se trate de un país en beligerancia con las principales potencias que
integran su directorio, sus informes tienen en cuenta el ámbito político y
entonces tratan de no generar la profecía autocumplida.
En un contexto
donde hay crisis de representación, porque las instituciones políticas
perdieron autoridad y legitimidad, el descrédito también afecta a la economía,
que genera una sensación de vacío en los ciudadanos. A Macri se le reclama que
tenga éxito en la economía o que se vaya en 2019, pero en cualquier caso la
sociedad precisará volver a creer en los que saben de economía y creer
que ellos la guiarán hacia el progreso. Sin credibilidad no hay economía ni
política que resistan.
Si lo que se dice que va a pasar reiteradamente no se
cumple, la pregunta a formularse es: ¿“es la economía, estúpido”, como se le
dijo a George Bush padre cuando competía contra Clinton por la presidencia de
los Estados Unidos y perdió, o “es la política, estúpido”? Puesto en otros
términos, ¿el problema era Sturzenegger o en su momento Prat-Gay y hasta el
mismo Melconian promoviendo autocrítica desde dentro del Gobierno, o el
problema es que el propio Presidente perdió credibilidad?
La pérdida de
credibilidad no es solo de Sturzenegger sino del equipo del Gobierno
Otra forma de escaparle al tema de fondo es criticar la comunicación, el
clásico “matar al mensajero”. El error de usar para el día a día del Gobierno
las mismas técnicas con las que Jaime Duran Barba hace ganar las elecciones no
es una explicación válida. No es lo mismo que el Gobierno recién asumido no
haya explicado por cadena nacional la pesada herencia recibida que más tarde
haya anunciado que lloverían dólares, que en el segundo semestre se despegaría
o que ya habían aparecido los “brotes verdes”. Esto no habla de comunicación
sino de una percepción distorsionada de la realidad, probablemente potenciada
por los economistas argentinos y extranjeros que le pronosticaron a Macri un
futuro mejor para poder venderle deuda y servicios de consultoría. En síntesis,
no es ni la economía ni la política, “estúpidos”; es el deseo.
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Agua. Macri
valoró el jueves en Corrientes el debate en Diputados que consagró la
despenalización del aborto. Sin embargo, no quiere discutir el acuerdo con el
FMI. Fotografía: NA
Un buen político
sabe que es peligroso liberar fuerzas que no se está en condiciones de dirigir.
En general, Macri no lo hace, por eso hasta hoy no ha puesto en debate público
lo que ha firmado con el FMI.
“Hemos acordado un stand by de acceso privado
por 50 mil millones de dólares. Esto es un reflejo del apoyo de la comunidad
internacional al país”, publicaron los diarios el 7 de junio. Antes de
eso, el Gobierno no había dado pistas sobre tal acuerdo. Ni los partidos
aliados en Cambiemos conocían lo mínimo como para responder sin trastabillar
las preguntas del periodismo. El acontecimiento que definirá los próximos años
no fue discutido.
El secretismo del Gobierno contrasta con la decisión de
habilitar, en Diputados, la discusión sobre la despenalización del aborto. Uno
y otro tema definen, a su manera, el futuro. Pero, a diferencia de la bruma que
rodeó el acuerdo con el FMI, el Gobierno le dio la bienvenida a ese debate
parlamentario, que trasladó el centro de atención hacia otra parte.
Finalmente, la ley de despenalización tuvo media sanción.
El mérito debe reconocerse a la masiva participación juvenil y a la tenacidad
de un grupo de mujeres que, desde hace décadas, sostuvieron el reclamo. El
debate fue excelente y aquí no cabe diferenciar por partidos. Fernando Iglesias
y Daniel Filmus, Gabriela Cerruti y Silvia Lospennato, Fabio Quetglas y Facundo
Suárez Lastra fueron tan elocuentes a favor de la despenalización como lo fue
el silencio (¿religioso?, ¿narcisista?) de Lilita Carrió, que se expidió por
Twitter desde la capilla de la sede parlamentaria. Buscó ese silencio porque se
la sabía contraria a la despenalización y lejos de lo que declaró en un
documental filmado por Raúl Beceyro que, en 1994, la mostraba dispuesta a
defender ese derecho.
Preguntas. Las razones que impulsaron a Macri para
habilitar el debate todavía deben conjeturarse. ¿Lo hizo para abrir un
escenario que compitiera con el del acuerdo con el FMI? Viendo los resultados,
poco importa. La ocasión es buena para que el Presidente aprenda lo que quiso
decir Marx cuando se refirió al “viejo topo”, que cava su túnel hasta emerger
inesperadamente a la luz. Marx pensaba en las revanchas de la historia y en la
potencia invisible de la revolución. Lo que Marx escribía en el 18 Brumario
sobre el viejo topo hoy puede servir de lección a Macri. Los jóvenes topitos
del cambio, si no se los detiene, pueden horadar túneles hacia el futuro.
Un buen político sabe que es peligroso liberar fuerzas
que no se está en condiciones de dirigir. En general, Macri no lo hace, por eso
hasta hoy no ha puesto en debate público lo que ha firmado con el FMI. Hubo que
esperar a la mañana del último viernes para una deslucida exposición y
conferencia de prensa del ministro Dujovne, que agregó algunas precisiones.
Primero se firmó el acuerdo con el FMI. Luego, a las cansadas, el Gobierno se
refirió a sus imposiciones, sus límites y sus consecuencias. Hay palabras que
los argentinos preferimos no volver a usar. Pero el pacto fue un blindaje y
significa un severo ajuste, esa dupla semántica y económica que nos marcó en
los comienzos de este siglo.
Como si se tratara de una obra jugada en otro teatro, el
pacto con el FMI fue todo lo contrario a los apasionados debates de las últimas
semanas. Sobre la despenalización del aborto, lo que sucedió en el Congreso fue
un modelo de polémica. Una sociedad deliberativa en funciones. Los diputados y
las voces de las organizaciones sociales tenían, en la mayoría de los casos,
argumentos a favor y en contra. No simplemente un amontonamiento de consignas y
prejuicios, sino razones. Hubo esfuerzo intelectual, razonamiento elaborado y
movilización discursiva. Hubo deseo de convencer al otro. La ley ha sido
aprobada en Diputados. Los que estamos a favor del aborto ganamos, pero no se
impuso la humillación sobre los que perdieron, porque tuvieron también su
oportunidad de resultar vencedores. La movilización dejará sus enseñanzas entre
los más jóvenes, que ocuparon la calle quizá por primera vez.
Necesitamos de políticos que se hagan cargo de achicar la distancia entre
complejidad y amplitud, dos cualidades a veces opuestas.
Efectos.
Una consecuencia se percibe de inmediato. La política ha
sido siempre una esfera compleja de la vida social y, al mismo tiempo, los demócratas
deseamos que sea lo más colectiva posible. Complejidad y amplitud son
cualidades no necesariamente complementarias. Y muchas veces se manifiestan
como opuestas. La democracia necesita de políticos que se hagan cargo de manera
permanente e intensa de achicar la distancia entre estas dos dimensiones, y que
reduzcan el indomable principio de contradicción entre lo complejo y lo
colectivo.
Precisamente, el acuerdo firmado con el FMI es un ejemplo
de opacidad extrema, no porque el periodismo no acerque los datos de las
obligaciones contraídas, sino porque esas mismas obligaciones son complicadas y
solo el discurso político democrático puede restaurar un nivel aceptable de
inteligibilidad. Macri firmó primero y todavía no abrió la boca ni siquiera frente
a sus aliados políticos, mucho menos frente a sus opositores. Reclama un
acuerdo en un páramo discursivo. En este caso, la falla política no afecta solo
a los excluidos sino a vastos sectores sociales más organizados y,
probablemente, mejor preparados para comprender de qué se trata y, en
consecuencia, para apoyar u oponerse razonadamente.
Todo el mundo está preocupado por alcanzar acuerdos. Debo
decir que a mí me preocupa otra cosa: cómo se llega a ellos y cómo se los
garantiza. Por eso, los acuerdos antes de firmarse deben ser públicos y
debatidos. Lo que Macri y su ministro Dujovne hicieron respecto del FMI fue
ciertamente lo contrario. Una falla en lo político que no asegura un buen
futuro. La mencionada conferencia de prensa de Dujovne no fue más explicativa
que declaraciones anteriores. Mientras tanto, con leyes y con acuerdos, los
sectores excluidos son un agujero negro.
Posdata.
Pido a los lectores que disculpen mi prescindencia de la
doble mención de masculino y femenino: “diputados y diputadas”. Y que también
evite la pintoresca conversión del castellano en una rara especie de catalán
rioplatense lleno de “e” finales: “les diputades”, “les alumnes”. Solo a veces
coincido con la Real Academia pero, en este caso, le encuentro razón.
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A los 74 años, el excanciller de Raúl Alfonsín, Dante
Caputo, falleció este miércoles. Fue el único ministro del presidente radical
que se mantuvo en el cargo durante los seis años de gobierno entre 1983 y 1989.
Su figura cobró notoriedad cuando firmó
el Tratado de paz y amistad entre Argentina y Chile que dio fin
al conflicto del Canal del Beagle, en cuyo curso mantuvo un histórico
debate televisivo con el senador Vicente Saadi.
Durante su gestión se
concretaron los acuerdos con Uruguay y Brasil que constituyeron
la base del Mercosur y en 1988 fue electo presidente de la 43.ª
Asamblea General de Naciones Unidas.
En 1989 fue electo diputado
nacional por la Unión Cívica Radical, y se desempeñó como
vicepresidente de la Comisión de Relaciones Exteriores. En 1995 abandona
la UCR y crea el partido Nuevo Espacio, agrupación que se suma
al FREPASO y es electo diputado nacional. En 1997 fue expulsado del
radicalismo.
Durante 2005 fue enviado especial de
la OEA en Nicaragua para restablecer el diálogo entre el Gobierno,
los liberales y los sandinistas con motivo de a las elecciones
presidenciales del año siguiente. Fue condecorado por el
presidente Bolaños con la orden "José de Marcoleta en el grado
de Gran Cruz", máxima distinción que otorga el Estado a un diplomático. De 2006 a 2009 fue
Secretario para Asuntos Políticos de la OEA.
Desde 2011 a 2013 fue columnista
semanal en asuntos internacionales del Diario Perfil. En 2016, Caputo
propuso suspender el reclamo de soberanía argentino sobre las islas
Malvinas hasta 2033, año en que se cumplen 200 años de la ocupación
británica del archipiélago.
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Mi nombre es Cecilia María Ousset. Soy católica, médica, especialista en
Tocoginecología, madre de cuatros hijos. Trabajo actualmente en el Sistema de
Salud privado, aunque me formé y trabajé en el Sistema Público en la Ciudad de
Mendoza.
Nunca estuve y tal vez no estaré de acuerdo con el aborto en sí; es por
esa razón que nunca me hice un aborto y tampoco se lo hice a nadie; a pesar de
conocer la técnica perfectamente y ser muy buena (perdón por no ser modesta),
en la realización de legrados.
Muchísimas veces tuve que hacer legrados en el Hospital para “terminar”
abortos clandestinos. Mi récord personal son dieciocho legrados en una
guardia.
Vi morir mujeres (a veces madres de varios
chicos), que pasaron lamentablemente sus últimos minutos lúcidas conmigo y una
policía preguntándole “quién le había realizado el aborto porque era un
delito”. Sinceramente, nunca jamás escuché a alguna decir el nombre del que o
la que había cobrado por sus inexpertos servicios.
Recuerdo esas guardias donde armábamos las
partes fetales en la mesita quirúrgica para asegurarnos de que no le quede nada
adentro a la madre. Siempre la parte más difícil de sacar del útero era la
cabeza, porque al ser redonda, rodaba cada vez que la quería “atrapar” con la
pinza. Estas mujeres se enteraban tarde del embarazo e intentaban el aborto con
más de doce semanas de gestación.
Muchas veces esas chicas estaban en mal estado
clínico y con el útero o el intestino destrozado.
Esas mujeres que ingresaban mintiendo que
“habían levantado un fuentón con la ropa de los chicos” y habían empezado a
sangrar, eran para mí y mis compañeros de guardia, el inicio de una jornada
violenta, y la suma de esas jornadas deben haber herido mi alma profundamente:
Abortos con perejil, con agujas de tejer, con permanganato de potasio, con
Oxaprost en cantidades insuficientes.
Todos servicios pagados en la medida de las
paupérrimas posibilidades al inexperto o inexperta del barrio. La mayoría eran
mujeres jóvenes, pobres, algunas con otros hijos; que llevaron el dolor, la
fiebre, el olor a podrido y el secreto del nombre del “abortero” hasta la
tumba.
Estoy segura que es la primera vez que me
expreso sobre todo esto. Creo que algunas veces lloré en la intimidad de mi
casa y en los brazos de mi esposo. Pero no por el dolor de esas chicas, sino
por la impresión que me había dejado el hecho de haber terminado esos
“trabajos” con la mayor objetividad y pericia posible.
Esas chicas fueron objeto. En todo momento
fueron deshumanizadas y juzgadas. Como lo que habían hecho era ilegal, eran
repudiadas desde que entraban al hospital hasta que se iban (vivas, muertas o
con una causa judicial).
¡Estoy tan arrepentida de no haberlas
comprendido, de no haberlas amado, de no haberlas acompañado amorosamente en un
momento tan terrible!
¡Estoy tan arrepentida de haber tenido mi
cerebro y mi alma tan limitada decidiendo quién tenía más o menos moral y quién
merecía más o menos mi respeto!.
¡Estoy tan arrepentida que siento que las
palabras para expresarme todavía no se inventaron!.
Después comencé mi práctica privada. Y ahí
empecé a ver la otra cara de la moneda.
Las chicas que me pedían un aborto “porque mi
mamá me va a matar”, “porque quiero terminar mis estudios”, “porque se borró mi
novio”, “porque me van a correr del trabajo y mi marido se fue de la casa”,
“porque soy catequista y esto es inadmisible...”.
Siempre intenté con la palabra y el respeto de
que sigan con su embarazo, buscando alguna salida. Porque muchísimas veces
después de un aborto, hay arrepentimiento y dolor. Pero claro, cada uno tiene
sus momentos de desesperación y sencillamente se iban (y se siguen yendo), a
cualquier otro médico que les practique un aborto seguro en una clínica que les
permite después seguir vivas para llorar, confesarse, y tener más hijos con una
pareja continente o en una mejor situación emocional o económica.
Lo sé porque a esos partos yo misma los asisto.
Lo sé porque vuelven conmigo a los controles porque aprendí a no juzgar sino a
acompañar.
Por todo eso, por dieciocho años en la práctica
ginecológica, por mujer, por católica, por trabajar permanentemente mi interior
para lograr la coherencia y abandonar en la mayor medida posible la hipocresía,
digo: QUIERO ABORTO LEGAL, SEGURO Y GRATUITO para todas las mujeres que se
encuentren en una situación desesperante e íntima.
Me repugna un país donde después de un aborto
las ricas se confiesen y las pobres se mueran, donde las ricas sigan estudiando
y las pobres queden con una bolsa de colostomía, donde las ricas hayan tapado
la vergüenza de su embarazo en una clínica y las pobres queden expuestas en un
prontuario policial.
La discusión no es aborto sí o aborto no. Eso lo
dejemos para las discusiones de los creyentes y para tomar nuestras decisiones
personales.
La discusión en el Congreso de la Nación es si
esta sociedad desea que entre las mujeres que indefectiblemente se van a
practicar un aborto, se pueden lograr las mismas seguridades clínicas para
hacerlo. Para que las pobres no sean mujeres de segunda o tercera categoría.
Para que las pobres también sigan vivas para arrepentirse, confesarse, tener un
hijo con una pareja continente o en una mejor situación económica o emocional.
Para que la sociedad sea menos hipócrita y haya en la realidad de la muerte, un
poco más de amor.