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domingo, 2 de mayo de 2021

Aniversario del hundimiento del A.R.A. Crucero General Belgrano (C-4). @dealgunamaneraok...

El Belgrano, Malvinas y las memorias… 

Sitio del hundimiento, 2003. Por: Leonardo Marcial García. Foto del Archivo del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.

El 2 de mayo de 1982 el Conqueror, un submarino británico, torpedeó al crucero A.R.A. General Belgrano (C-4). 323 marineros provenientes de todos los rincones del país murieron durante el ataque. Fue el fin de cualquier posibilidad de negociación. En este aniversario, el director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur elige recordar las vidas truncas y los tremendos testimonios de lo que significó sobrevivir a ese océano embravecido. Crónica de un momento clave en la historia de la Argentina. 

© Escrito por Federico Lorenz el domingo 01/05/2016 y publicado por la Revista Haroldo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

El 2 de mayo de 1982 el Conqueror, un submarino británico, torpedeó al crucero A.R.A. General Belgrano (c-4). Con este ataque, que Margaret Thatcher ordenó expresamente, Gran Bretaña puso fin al diálogo diplomático. Los británicos hundieron las negociaciones para evitar el enfrentamiento al precio de más de tres centenares de vidas argentinas.

 

A las 16:23 de ese día, el comandante Héctor Bonzo ordenó abandonar el barco. En menos de una hora, el Belgrano, que transportaba 1093 tripulantes, se hundió. Uno de los oficiales a bordo, el teniente de fragata Martín Sgut, registró con su cámara la secuencia fatal. La imagen de los cañones del crucero apuntando hacia lo alto entre un bosque de balsas anaranjadas, con un cielo gris de fondo, es uno de los emblemas de nuestra historia reciente. La historia de las fotos de Sgut, vendidas a un medio extranjero por un oficial de inteligencia naval, que fue condenado posteriormente, es una historia en sí misma. La historia del A.R.A. General Belgrano (c-4), sobreviviente de Pearl Harbour: comprado a Estados Unidos en 1951, rebautizo 17 de Octubre para ser una de las naves que se unió al golpe de 1955. La nave, hundida en 1982, era en sí una metáfora nacional.

 

323 marineros provenientes de todos los rincones del país murieron durante el ataque o después, en las balsas salvavidas, víctimas de la helada noche del Atlántico Sur. Los náufragos, heridos, quemados por la explosión y con hipotermia, fueron rescatados al día siguiente por aviones y barcos argentinos. Las operaciones de rescate continuaron hasta el 9 de mayo.

 

Quisiera detenerme, sobre todo, en las vidas truncas o que cambiaron para siempre ese día. En el Museo Malvinas elegimos para difundir nuestra iniciativa de homenaje, una foto que fue tomada en el sitio de hundimiento tres décadas después. Impresiona la altura de las olas; conmueve imaginar el frío letal de ese Atlántico que enfrentaron como náufragos.

 

La decisión política británica de hundir el crucero, cuando se alejaba de la zona de exclusión  dispuesta unilateralmente por los británicos, anuló cualquier posibilidad de negociación. Esto es innegable. 

 

Pero quisiera detenerme, sobre todo, en las vidas truncas o que cambiaron para siempre ese día. En el Museo Malvinas elegimos para difundir nuestra iniciativa de homenaje, una foto que fue tomada en el sitio de hundimiento tres décadas después. Impresiona la altura de las olas; conmueve imaginar el frío letal de ese Atlántico que enfrentaron como náufragos. Nunca nos podremos acercar lo suficiente a las situaciones vividas durante esas horas.

 

Cada balsa se transformó en un mundo frágil en un océano embravecido, habitadas por hombres que para enfrentar uno de los climas más hostiles del planeta sólo se tuvieron a sí mismos, y a sus compañeros. Veamos uno solo de los tantísimos testimonios:

 

Cada uno de nosotros se acomodó lo mejor que pudo y se cerraron las aberturas de la balsa, con lo que quedó convertida en una cápsula. En un primer momento las balsas se amarraron entre sí para no separarse y tener más posibilidades de ser halladas, pero al desmejorar las condiciones del tiempo, los tirones del oleaje obligaron a separarlas ante el riesgo de naufragar (...) Estábamos empapados, ateridos de frío. Tratábamos de acomodarnos como se podía. Sentados muy juntos, codo con codo, las piernas dobladas sobre el cuerpo acalambrado. Y el miedo. Y la desesperación. Y los heridos que luchaban por sobrevivir. Tendido sobre nuestras rodillas iba el suboficial Ávila, que había sufrido tremendas quemaduras. No daba más, gemía continuamente. Cada movimiento, cada gota de agua salada que apenas lo rozaba, era suficiente para que estallara en gritos de dolor. Nos suplicaba: ‘¡Tírenme! ¡Háganme cualquier cosa, ya no doy más!’ Pero, ¿qué podíamos hacer? No teníamos nada para ponerle sobre las sangrantes ampollas, ni siquiera podíamos mover las manos. Un soldado tenía quemada la cara, iba con la cabeza baja, tratando de taparse las heridas con el brazo como una forma de protegerlas y evitar más sufrimientos. Y también, sentado y sostenido por nosotros, llevábamos a un compañero que había muerto unos momentos antes (...) La noche se hizo eterna. Los rezos, los gemidos, los huesos entumecidos. Todo se confundía. Todo formaba parte de la agonía compartida. El viento arqueaba la balsa y la lluvia no cesaba de castigarla con fuerza. La fe era el único generador de confianza, pero por momentos flaqueaba. ¿Dios nos estaba mirando? La espera se tornaba interminable. ¿Dónde se encontraban los que nos tenían que rescatar? ¿Cuánto tiempo más podríamos aguantar? Nadie dormía, ni siquiera nos permitíamos cerrar los ojos. La tensión era total. Siempre atentos a cualquier ruido que nos pudiera indicar que habían venido por nosotros. La mirada fija en el techo de la balsa esperando una luz que nos manifestara que todavía era posible la vida[1] 

 

Recordar la guerra, claro, tiene mala prensa. La tenía entonces, en 1982, porque olía a asesinos y dictadores. Pero esa fue una generalización injusta cuyas consecuencias arrastramos hasta el presente. Si escribo “injusticia”, es porque el 80 por ciento, un poco más, de quienes combatieron en Malvinas, eran soldados conscriptos, hijos del pueblo cumpliendo con un deber cívico. Como si fuera lo mismo Verónico Cruz, el alumno de Juan José Camero en La deuda interna (1988) que conoce el mar como tripulante del Belgrano, que Chamorro o Astiz. 

Me pregunto cuánto de esa mala prensa que tenía entonces hablar de Malvinas, y por extensión todos los que habían combatido allí, la arrastramos hasta el presente. Cuánto de esa cerrazón a pensar en las experiencias de nuestros combatientes tuvieron que ver con las pésimas condiciones en la que regresaron a vivir a sus barrios, sus ciudades, sus provincias, los que sobrevivieron. 

Hay muchas marcas en la literatura reciente argentina que tienen que ver con el hundimiento del crucero. Pablo De Santis, en La marca del ganado, evoca una matanza de animales en un pequeño pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, que en la época fueron atribuidos a visitantes extraterrestres. El ganado aparece mutilado de modo extraño. 

Es llamativo el hecho de que muchas de estas historias tienen por protagonistas a las víctimas desaparecidas del Belgrano, hundido por los británicos. ¿Acaso porque su destino se asemeja al de las víctimas del terrorismo de Estado? En efecto, la inmensa mayoría de las 323 víctimas del A.R.A. General Belgrano (c-4) figuraron como “desaparecidos”: están en el fondo del mar.

Pablo Ramos, en “El alimento del futuro” narra la historia de Gaby, un marino sobreviviente del crucero A.R.A. General Belgrano (c-4) que ha regresado cubierto de quemaduras a su barrio: 

Llegó la noticia quiere decir que todo el barrio se conmocionó y empezó a salir a la calle espontáneamente para terminar en una especie de procesión frente a la casa de la familia de nuestro amigo. De golpe la gente se juntaba en silencio y sin bandera sin cantar nada y con unas caras de algo que a mí me pareció en un principio sólo preocupación y que después entendí como preocupación y culpa (...) Alguien real, alguien a quien solíamos ver todos los días del año, flotaba ahora perdido, vivo o muerto, en el mar helado del sur.  No era una noticia en el diario, no era un número anónimo y lejano, era “el Gaby”, el que me había puesto de titular en un partido contra Dock Sud. El que lloró cuando en el sorteo de la colimba le tocó la Marina, no por tener que hacer la conscripción, sino porque iba a tener que cortarse el pelo.[2] 

El cuento plantea la contradicción que vivieron los soldados cuando regresaron de la guerra: 

-Está arrasado –le dijo papá a mamá, luego, en casa —y encima estos estúpidos lo tratan al pibe como si hubiese sido una víctima. Es un héroe de  guerra. Los que lo mandaron a la guerra son unos asesinos y los ingleses, ya lo sabemos, la peor de todas las basuras de esta tierra. 

Pero ese chico es un héroe (…) Está quemado en el 60 por ciento del cuerpo y tiene la espalda rota. Ya no va a caminar ni a tocar la guitarra ni nada de lo que le gustó toda la vida. Y eso, porque se metió una y otra vez, entre el fuego y los fierros al rojo, para rescatar a sus compañeros.[3]  

Sobrevivientes, la novela de Fernando Monaccelli, también tiene por tema el hundimiento del crucero: evoca la reaparición de un muerto en una balsa, hallada entre los hielos de la Antártida. Con la novedad de que lleva entre sus ropas un cuaderno donde su madre lee que al momento de morir estaba esperando un hijo. La búsqueda de los nietos, la pelea por la identidad, pero en un campo que el sentido común puede considerar inhabitual. 

Es llamativo el hecho de que muchas de estas historias tienen por protagonistas a las víctimas desaparecidas del Belgrano, hundido por los británicos. ¿Acaso porque su destino se asemeja al de las víctimas del terrorismo de Estado? En efecto, la inmensa mayoría de las 323 víctimas del Belgrano figuraron como “desaparecidos”: están en el fondo del mar. 

Tanto que la familia de uno de los muertos desaparecidos en el hundimiento del buque, cuando comenzó a funcionar la CONADEP, pensó que debía presentar su caso allí. 

Recuerdo hace unos cuantos años, una entrevista que le hice a David “Coco” Blaustein. Versaba sobre la militancia y el exilio, pero de repente, para mi grata sorpresa, Malvinas irrumpió de un modo potente: “Malvinas me agarra en parte en Nicaragua haciendo un documental que nunca se terminó sobre los indios Misquitos (...)  Me acuerdo perfectamente estar en Nicaragua y enterarme del hundimiento del Belgrano, en pleno rodaje de la película... Y me acuerdo que debe haber sido de las pocas veces en el exilio que lloré, porque de repente se me juntaron las imágenes de los pibes del Belgrano, hundiéndose, con la figura de Augusto Conte”. 

Augusto, el Motudo, el africano, era su amigo y compañero de militancia, y lo habían secuestrado mientras hacía el servicio militar en la Armada, el 7 de julio de 1976.  “Coco” Blaustein remataba diciendo: “Y me acuerdo que la imagen que yo tenía mientras lloraba es que... si el Motudo hubiese sobrevivido, probablemente podría haber perdido en Malvinas, que era como absurda la asociación, pero era evidentemente una especie de doble duelo”. 

Quiero pensar en esa idea de “doble duelo” porque creo que ahora que están de moda las grietas, esa es una más grande. Grande por añeja y, pienso cada 2 de mayo, cada vez que estamos en “los meses de Malvinas”, grande por  injusta.

·         1. (Waispek, Carlos, Balsa 44. Relato de un sobreviviente del crucero ARA General Belgrano, Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1994, pág. 101 y ss.)

·         2. Pablo Ramos, “El alimento del futuro”, en Marcelo Birmajer y otros, Las otras islas. Antología, Buenos Aires, Alfaguara, 2012, pág. 107.

·         3.  Idem, pág. 108.





domingo, 14 de junio de 2020

Malvinas: la extraña derrota… @dealgunamanera...

Malvinas: la extraña derrota… 


Hoy se cumple un nuevo aniversario de la rendición argentina en las islas, que se produjo el 14 de junio de 1982. Una mirada sobre el trasfondo de una tragedia histórica. 

© Escrito por Federico Lorenz el domingo 14/06/2020 y publicado por el Diario La Capital de la Ciudad de Rosario de Santa Fe, Provincia de Santa Fe de la Veracruz.

El 16 de junio de 1944, después de tenerlo cautivo y someterlo a torturas, los nazis fusilaron a Marc Bloch, miembro de la Resistencia francesa. Cayó en las afueras de Lyon, a manos de miembros de la Gestapo que comandaba Klaus Barbie, apodado el Carnicero. Había combatido en dos guerras mundiales, y es un modelo para generaciones de historiadores por la forma en la que concibió la disciplina.

Casi cuatro años antes, el 14 de junio de 1940, Bloch vivió un día de humillación y derrota: la entrada triunfal de los alemanes en París. Allí quedó su biblioteca, saqueada y malvendida por las fuerzas de ocupación. Me gusta imaginar que ese día germinó en la mente de Bloch un libro extraordinario: La extraña derrota. Un texto perturbador y riguroso, indignado y melancólico en el que el historiador hizo lo que mejor sabía hacer: se preguntó el porqué del estrepitoso fracaso de su país; indagó en sus causas históricas, políticas y morales. La derrota lo afectó con tanta fuerza que tituló la tercera parte de su libro Examen de conciencia de un francés.

Escribe Bloch: "Tarde o temprano vendrá el día, lo espero ardientemente, en que Francia verá florecer de nuevo, sobre su viejo suelo bendecido por tantas cosechas, la libertad de pensamiento y de juicio. Entonces se abrirán las carpetas ocultas; las brumas, que comienzan a tejer una malla de ignorancia o mala fe en torno al desmoronamiento más atroz de nuestra historia, se disiparán poco a poco". Para Bloch, ese desmoronamiento atroz fue la humillante derrota del país que amaba.

Reparé en una coincidencia de fechas en estos días grises: París cayó en manos alemanas un 14 de junio; las tropas argentinas en Malvinas se rindieron a los británicos en la misma fecha, pero en 1982. Lejos de mí comparar a la Argentina con Francia, como a tantos les gustó y les gusta hacer. Pero sí, en cambio, rescatar la invitación del acto intelectual de Marc Bloch: a la humillación de la derrota frente a un país extranjero, lo más evidentemente comparable, le debemos agregar en nuestro "examen de conciencia" el hecho de que la Argentina derrotada en 1982 era un país que había construido campos clandestinos de exterminio para su propia gente, y que a la conmoción de la rendición en las islas se agregó, socialmente, el reconocimiento de lo que había sucedido antes en el continente. Una doble herida al orgullo nacional que por comodidad hemos tendido a separar antes que a unir.

Sostiene Bloch: "Únicamente los verdaderos combatientes tienen derecho a hablar del peligro, del coraje y de las vacilaciones del coraje". Coincido: el irreductible espacio de la experiencia de los actores debe ser respetado. En cambio, no resigno mi derecho a hacer lo que hacen los historiadores: pensar críticamente para interpretar las consecuencias de la guerra y argumentar sobre la necesidad de estudiar nuestros vínculos con las islas y con la historia de esa región austral de otra manera.

A pesar de que la guerra sucedió hace más de treinta años, en ocasiones parecería que aún estamos conmocionados por la noticia de la derrota; que vivimos en el mismo clima de desconcierto de esos días tristes de junio de 1982, donde además muchos que hoy gritan "patria" bien alto eligieron mirar para otro lado ante el paso de los combatientes. La Argentina de 1982 vivía en una burbuja arrogante y autosuficiente. Miles cantaron en las plazas "tero/tero/ hoy les toca a los ingleses/ y mañana a los chilenos". Y esa algarabía escondió frustraciones y pérdidas, así como dificultó que se conocieran después los dramas familiares y personales que la guerra planteó a millares de compatriotas. 

Acusa Bloch: "Muchos errores de diversa índole, cuyos efectos se acumularon, condujeron a nuestros ejércitos al desastre. Por encima de todos ellos se yergue una gran carencia. Nuestros jefes o quienes actuaron en su nombre no supieron pensar esta guerra. Dicho de otro modo, el triunfo de los alemanes fue esencialmente una victoria intelectual, y eso fue quizá lo más grave”. Los vencedores “creían en la acción y en lo imprevisto. Nosotros habíamos hecho profesión de fe en el inmovilismo y en la tradición”. No quiero aquí hacer una revisión crítica de la guerra de Malvinas sino del espíritu con el que fuimos a ella y lo que hicimos después. Y quiero reivindicar el coraje cívico e intelectual del francés de reflexionar sobre las causas de la derrota de Francia, el país que amaba (“he nacido en ella, he bebido en las fuentes de su cultura, he hecho mío su pasado, solo respiro bien bajo su cielo”), mientras combatía por él en la clandestinidad.

Por supuesto que hay salidas más cómodas. Una es dejar las cosas como están (el “inmovilismo y la tradición”). Sólo que eso no permite pensar qué forma de país, qué forma de entendernos como nación –y en consecuencia, cuál es nuestro vínculo con las Malvinas y con sus habitantes– había fracasado allí como consecuencia de la decisión de un gobierno de facto, sí, pero que tuvo un amplio respaldo social. Un ejemplo de tales caminos es una circular del Ministerio de Educación del 15 de junio de 1982.

Mientras aún había muertos insepultos en las islas, ofrecía la clave para explicar la derrota:

• “El heroísmo es valor superior a la victoria”.

• “La ocupación del 2 de abril fue un acto de recuperación, como afirmación de derechos y no de provocación o agresión”.

• “Afirmación de la unidad latinoamericana”.

• “No buscamos la guerra sino la afirmación del derecho y la justicia”.

• “No hemos buscado ayudas ajenas a nuestra identidad nacional”.

• “La Argentina, reserva moral y cultural de Occidente”.

• “Es más difícil la entereza ante la adversidad que la celebración ante el triunfo”.

• “El sacrificio y el dolor nunca son estériles”.

• “No obstante Vilcapugio, Ayohuma, Huaqui y Cancha Rayada, la emancipación de las Provincias Unidas del Río de la Plata fue una realidad hecha de heroísmo y de coraje”.

• “La historia señala muchas noches aciagas precursoras de días venturosos y sus héroes no fueron únicamente los vencedores de batallas”.
• “La síntesis final es la unidad demostrada en la convivencia de juventudes, que superando todas las diferencias se redescubrieron en el verdadero sentir argentino”.

• “La recuperación de las Malvinas es sello de una profunda unión nacional. Esto es realidad demostrada y no euforia transitoria”.

Mucho de este documento, fechado en 1982, reconocería dataciones más recientes: la apelación a la unidad nacional lograda ante la recuperación de las islas, y reivindicada tras la derrota, es un tópico que atravesó los gobiernos desde 1982 hasta el presente. Y sin embargo, cada año el aniversario de la rendición en Malvinas debería obligarnos a pensar la patria de otra manera. Me pregunto hasta dónde hemos sido capaces de cuestionar este tipo de relatos por autocomplacientes, de relativizarlos por inexactos, de indagar qué posibilidades de pensar las tensiones de nuestra sociedad quemamos en el fuego sagrado del pasado intocable. El ministerio recomendaba equiparar la rendición en las islas con desastres que las fuerzas patriotas del siglo XIX supieron revertir. Ahora bien, ¿es posible hablar de la guerra de Malvinas en la misma clave que para las guerras de independencia con el terrorismo de Estado de por medio?

Es necesario despertar por completo a la idea de que fue una derrota, producida el 14 de junio de 1982, la que aceleró la recuperación de la democracia. ¿Podemos decir que allí comenzó el final de la dictadura, aunque los que murieron en Malvinas no buscaban ese fin, sin que nos midan con la vara sagrada del “verdadero sentir argentino”? Porque la precipitada salida de los dictadores se debe también a los muertos que descansan en Darwin. Identificados muchos de ellos, paradoja de paradojas, gracias a las mismas técnicas desarrolladas por el Equipo Argentino de Antropología Forense (Eeaf) para conocer la identidad de las víctimas de la represión ilegal.

La edición de La extraña derrota incluye el testamento de Marc Bloch, que concluye de esta manera: “Me he sentido toda la vida ante todo simplemente francés. Unido a mi patria por una tradición familiar ya dilatada, nutrido de su legado espiritual y de su historia, incapaz en realidad de concebir otra en la que pudiera respirar a gusto, la he amado mucho y la he servido con todas mis fuerzas (…) No he tenido la ocasión de morir por Francia en ninguna de las dos últimas guerras. Al menos puedo, con total sinceridad, rendirme el siguiente testimonio: muero como he vivido, como un buen francés”. Sin embargo, ese amor por su país no le impidió ejercer su crítica. Todo lo contrario: lo guió hacia ella, como el mejor aporte que podía hacer. 




jueves, 2 de abril de 2020

"No se puede pensar Malvinas como dos macetas que te robaron"… @dealgunamanera...

Federico Lorenz: "No se puede pensar Malvinas como dos macetas que te robaron"…


El historiador propone un ejercicio simple: pensar qué haríamos si Argentina recupera las Malvinas. La propuesta no parte de una imposibilidad sino de asumir el riesgo de pensar desde una perspectiva integradora, regional y suratlántica. Un historiador llamado a cuestionar los rituales que desde 1982 marcan el discurso sobre las islas. Y en torno a una guerra que todavía buscamos asimilar.

© Escrito por Daniel Giarone el  miércoles 01/04/2020 y publicado por la Agencia Télam de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

El primer recuerdo “en colores” que tiene Federico Lorenz es de 1982. Tenía once años e iba camino a la escuela 24, en el barrio de Balvanera, cuando el 2 de abril la Argentina ocupó las Islas Malvinas. “La novedad para mí fue ver gente en la calle, que en esa época era muy novedoso. Ver gente con banderas en la calle, gente contenta, fue muy impactante. Uno de los pocos recuerdos en color que tengo de entonces”.

Después Federico iría al Nacional Buenos Aires y obtendría la licenciatura en Historia en la Universidad de Lujan. Investigador del Conicet, se especializó en Malvinas, sobre la que escribió numerosos artículos y libros. Entre los que se destacan “Todo lo que necesitás saber sobre Malvinas” (Paidós, 2014), “Las guerras de Malvinas” (Edhesa, 2012) y “Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes” (Eterna Cadencia, 2008).

Lorenz “recibe” a Télam por teléfono, acorde a los tiempos de pandemia y cuarentena. “Con mucho cuidado con la analogía, porque ahora vivimos en democracia, la dictadura militar planteaba la represión ilegal casi como una cuestión biológica y quirúrgica, donde también había que aislar a un sector de la sociedad”, reflexiona al comienzo de la charla.

Y agrega que ahora el asilamiento es para salvar vidas no para sesgarlas, al tiempo que lo vive como una oportunidad: la “pensar” la historia argentina para interpelar lo que somos y el mundo en que vivimos.


Después Federico iría al Nacional Buenos Aires y obtendría la licenciatura en Historia en la Universidad de Lujan. Investigador del Conicet, se especializó en Malvinas, sobre la que escribió numerosos artículos y libros. Entre los que se destacan “Todo lo que necesitás saber sobre Malvinas” (Paidós, 2014), “Las guerras de Malvinas” (Edhesa, 2012) y “Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes” (Eterna Cadencia, 2008).
Lorenz “recibe” a Télam por teléfono, acorde a los tiempos de pandemia y cuarentena. “Con mucho cuidado con la analogía, porque ahora vivimos en democracia, la dictadura militar planteaba la represión ilegal casi como una cuestión biológica y quirúrgica, donde también había que aislar a un sector de la sociedad”, reflexiona al comienzo de la charla.

Y agrega que ahora el asilamiento es para salvar vidas no para sesgarlas, al tiempo que lo vive como una oportunidad: la “pensar” la historia argentina para interpelar lo que somos y el mundo en que vivimos.



- ¿Cuál fue la apuesta de la dictadura al recuperar las Islas Malvinas, cuál era el plan?
- El origen es un acuerdo interno entre (Leopoldo) Galtieri y (Jorge) Anaya, que era Jefe de la Armada, para desbancar a Viola y que Galtieri asuma como presidente. La recuperación de Malvinas fue parte de un acuerdo político en el seno de la dictadura. Esto no implica desconocer que existía un anhelo histórico de recuperar las Islas, del que los militares no estaban exentos. Además, una recuperación exitosa colocaba a la dictadura en otro lugar frente a la sociedad.

- ¿Las convocatorias a Plaza de Mayo que se produjeron durante el conflicto bélico buscaban promover ese nuevo lugar?
- Malvinas fue un hecho público por antonomasia, lo contrario a lo que la dictadura quería. Con eso sacaron a la gente a la calle. Durante la segunda plaza que hizo Galtieri, organizada cuando vino Alexander Haig, el negociador de los E
stados Unidos, Galtieri sale al balcón, levanta la mano para saludar y hace todos los gestos del arco político: la V, levanta el puño, el dedito. No sabía qué hacer en realidad. Entonces se ven dos cosas emblemáticas. En la primera plaza la gente cantaba “hoy le toca a los ingleses / y mañana a los chilenos” y después, cuando Galtieri dice “yo soy el presidente de los argentinos”, la gente chifla. Esto marca que Malvinas abrió la posibilidad de volver a hacer política en la calle.

- Tituló uno de sus libros “Las guerras de Malvinas”. El plural sugiere varias guerras ¿Cuáles fueron?
- Por un lado la interpretación de qué fue la guerra: una maniobra de la dictadura, una gesta, un aspecto más de la lucha antimperialista… Bueno, fue todo eso. Malvinas tuvo un resultado no buscado ni por los militares ni por los combatientes, que es que permitió impugnar a la dictadura. Otro aspecto de lo que llamo “las guerras” es el de los soldados que fueron a las islas. Por un lado los culpables de la derrota, los militares de profesión, y por el otro los conscriptos, los llamados “chicos de la guerra”. Los combatientes en Malvinas pasaron a ser víctimas de la dictadura tanto como los desaparecidos. Y eso también es una guerra por el significado. También fue una guerra por un territorio irredento, donde la cuestión nacionalista atraviesa cualquier interpretación y establece una vara para medir lo que se dice.

- ¿Hablar de “guerras” permite dar cuenta de la complejidad de lo ocurrido?
- Solemos pensar Malvinas desde una visión ‘porteñocéntrica’. Son los grandes medios nacionales los que construyeron los relatos públicos sobre Malvinas, pero la guerra fue muy diferente en distintos lugares del país. No fue lo mismo en la Patagonia que en Buenos Aires, no fue lo mismo para quien combatió que para alguien al que no le tocó hacer el servicio militar, para las mujeres que para los hombres, para una madre con alguien allá que para la madre de un desaparecido, etc. Hay una cantidad de matices que las explicaciones simplistas desconocen.

- ¿Por qué sostiene que “ritualizar” Malvinas es contraproducente para lograr la recuperación de las Islas?
- Desde el punto de vista psicológico no podés quedarte pegado al trauma. La gran cantidad de ex combatientes que se quitaron la vida tiene que ver con la imposibilidad social de procesar la guerra. Alguien que se suicida cuando vuelve de la guerra es alguien que, entre otras cosas, no encontró un lugar social para compartir lo que había vivido, en nombre de todos. Políticamente tampoco sirve quedarse atado al ritual, porque supone imaginar la disputa por Malvinas como una fotografía, como algo fijo, pero a partir de 1982 sucedieron un montón de cosas en Malvinas, y entre Malvinas y el continente.

- ¿En qué se puede observar esto concretamente?
- La semana pasada hubo dos noticias que sirven para pensarlo. Una fue que el gobierno argentino ofreció asistencia al embajador británico ante un posible caso de coronavirus en Malvinas. La otra es que las autoridades de las islas dijeron que iban a mandar las muestras a Gran Bretaña. Esto es un símbolo del retroceso. En la primera mitad de la década del 70 lo automático hubiera sido subir a esa persona a un avión de LADE y hacerle los estudios en Comodoro Rivadavia. Es decir, la guerra para la Argentina fue un retroceso formidable. Y todavía no nos hacemos cargo de eso.

- ¿Qué tipo de política puede romper con la ritualización?
- Desde el final de la guerra para acá hay una constante y varias idas y venidas. La constante es que la Argentina nunca abandonó el reclamo, algo que en realidad se mantiene desde 1833. Pero hay problema grave: el subibajas de las políticas de “acercamiento”. En la primera mitad de la década del 70 las Islas estaban logísticamente atadas al continente, había maestra bilingüe, la pista de aterrizaje la había construido personal argentino, había vuelos a Comodoro, becas en establecimientos educativos argentinos, todo lo que ahora se presenta como novedad ya se había hecho, y lo rompimos. Quienes viven en las Malvinas necesitan de la Argentina cada vez menos.

- ¿Cómo cree entonces que hay pensar Malvinas hoy?
- Más en lógica regional suratlántica que en lógica “nacional-pampeano-oligárquica”. No se puede pensar Malvinas como dos macetas que te robaron sino como parte de un espacio más complejo que es el espacio suratlántico. Argentina es uno de los países con mayor litoral atlántico pero también de menor conciencia marítima. Hay que reconstruir la historia en clave más compleja, no en clave de un hito de despojo. Todo el tiempo hablamos de negociar con el Reino Unido, lo que implica estar dispuesto a ceder. Yo no sé cuán está hecha carne esa idea. En una lógica del todo o nada llevamos las de perder.

- ¿Esto no puede dejar afuera la discusión sobre la soberanía?
- Es que ya lo están haciendo de hecho. Cada vez que se instala el tema lo que responden los británicos es que no van a hacer nada en contra de los deseos de los isleños. Desde el 82 te corrieron la cancha, más allá de las resoluciones de Naciones Unidas. Hasta el 82 vos disputabas por el territorio. Y ese sigue siendo el argumento argentino. Hay que pensar el problema de otra manera para encontrar otro tipo de soluciones. Hay que pensar regionalmente la historia del espacio suratlántico y de los vínculos entre la personas que allí habitan. Quién dice que en la paleta de grises no haya resquicio para avanzar en la posición argentina.


- ¿Qué nuevas herramientas son necesarias para pensar la recuperación de las Islas?
- Estamos denunciando una situación imperialista pero lo hacemos con las herramientas del imperialismo, que es la lógica estatal-regional. Y hoy hay varias cosas que son transnacionales. Dos fundamentalmente: el capitalismo y la pandemia. Uno de los principales factores que condujeron a la expansión del coronavirus es la lógica con que se condujeron los estados para un problema que es transnacional. A esto me refiero con la necesidad de pensar de una manera nueva el problema, que no quiere decir abandonar el reclamo.

- En una nota en Revista Anfibia se preguntaba qué vamos a hacer cuando recuperemos las Malvinas. Lo planteaba casi como un juego pero formulando un interrogante que suena extraño, no por lo cerca o lejos que podamos estar de esa situación sino porque nadie parece hacerse esa pregunta.
- Es que para mí siempre fue una pregunta central. Tantos esfuerzos, tantas vidas por Malvinas merecen un mejor destino a que hagamos siempre lo mismo. Qué pasa si revisamos nuestro vínculo no sólo con Malvinas sino nuestro vínculo federal. Qué pasa que seguimos pensando el Atlántico Sur desde Buenos Aires. Tenemos un problema enorme ahí. Basta con que te alejes un poco de Buenos Aires, vayas a la Patagonia, ni hablar si pisás Malvinas, y el mapa con el que llegaste se te da vuelta, lo tenés que quemar y hacer otro. Y eso no quiere decir tener menos derechos sobre el territorio, quiere decir que lo tenés que pensar diferente.

- Entonces: ¿Qué vamos a hacer cuando recuperemos las Islas Malvinas?
- No lo sé. Sí sé que sería una Argentina completamente diferente. Una Argentina mucho más federal, mucho más marítima, una Argentina que se mire desde el mar hacia la costa y no al revés. Si una forma de entendernos como Nación nos llevó al terrorismo de Estado y a la guerra mal hacemos en sostener esa forma. Nadie piensa hoy qué haríamos con las Malvinas recuperadas. Sí se pensó en los primeros 70, cuando se diseñó toda una política de vinculación, de logística para incorporar a los isleños “a la vida argentina”, ofreciéndoles espacios en las escuelas, en los medios sanitarios, etc. Todo eso por distintos motivos retrocedió. Creo que hay que trabajar más sobre los grises que sobre las posiciones binarias, que son mucho más autosatisfactorias pero inconducentes.




¿Por qué las Islas Malvinas pertenecen a la República Argentina entre otras tantísimas causas? 


Las Malvinas son argentinas porque antes fueron españolas, y nuestro país se liberó del dominio español al declarar su independencia luego de muchos años de lucha armada contra sus ejércitos. Esa independencia le otorga derecho sobre toda posesión que perteneció a España, ya que las islas eran parte del dominio del virreinato cuyo territorio heredaron las provincias unidas.

Las Malvinas forman parte de nuestro territorio y son un fragmento de Tierra del Fuego. La situación es un ejemplo de colonialismo, una política por la cual estados más poderosos se apropiaron de territorios de las naciones más débiles o nuevas.

Porque el reino Unido usurpó las islas cuando ya éramos una Nación independiente y soberana, con dominio sobre ellas. No pueden argumentar que estaban vacías o en un limbo legal.

Porque están dentro de la plataforma submarina del Atlántico Sur, en el Mar Continental Argentino, y son una prolongación natural de la Patagonia.

Porque Inglaterra aceptó la pertenencia de las islas a nuestro país en el Tratado de Paz y Amistad de 1825.

Porque ninguna nación del mundo puede presentar mejores títulos que la Argentina para su posesión y dominio.

Porque Inglaterra no protestó ante los actos de posesión, afirmación nacional y soberanía cumplidos en la isla Nuestra Señora de la Soledad por la fragata Heroína en 1820 y por el bergantín Belgrano en 1825.

Porque Inglaterra no protestó por la promulgación de la ley de Buenos Aires sobre la caza de animales anfibios en las costas patagónicas e islas adyacentes.

Porque tampoco se opuso a los contratos de explotación y pesquería firmados por el gobierno argentino con el comerciante Jorge Pacheco y su socio Luis Vernet. Este último, primer gobernador de las Malvinas. Pacheco firmó en 1823, y Vernet en 1828.

Porque todavía existen allí reliquias toponímicas y folklóricas del antiguo dominio argentino en las islas. Por ejemplo, los nombres criollos de muchos lugares y de todos los pelajes y aperos de los caballos.

Porque lo dice claramente nuestra Constitución: "La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur, y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional".

Porque la Argentina las reclamó desde siempre, jamás aceptó la usurpación, y por lo tanto los británicos no están en posesión de ningún documento que acredite su dominio o nuestra renuncia al mismo.

Porque ni el acta de rendición de Puerto Argentino del 14 de junio de 1982, ni los acuerdos debatidos en España a partir del 17 de octubre de 1989, ni la declaración (o tratado) de Madrid del 15 de febrero de 1990, cerraron el debate relativo a la soberanía nacional sobre las islas, ya que el 5 de noviembre de 1982 la ONU declaró que la cuestión de la soberanía debía resolverse mediante negociaciones, e instó a las partes a hacerlo.


Porque fueron usurpadas por la fuerza el 3 de enero de 1833, tomando más de un centenar y medio de prisioneros y enviados a Inglaterra. Un claro acto de guerra que ha cumplido 187 años.


  


viernes, 13 de marzo de 2020

Pandemia, Conciencia, Solidaridad... @dealgunamanera...


PANDEMIA, CONCIENCIA, SOLIDARIDAD...


A riesgo de ser antipático, una pequeña reflexión a partir de las noticias y varios comentarios que me encuentro por aquí. Es mi opinión, por supuesto, pero es la que va a organizar mis acciones, por la cuestión básica de que en una emergencia sanitaria le tengo que hacer caso a los que saben.
Es decir, tengo que confiar, para que de ese modo confíen en mí. Soy padre, profes. Tengo menores a cargo, que dependen de mí. Y están nuestros pares, y los mayores. ¿Cómo no esforzarme por estar a la altura?

Y estar a la altura, significa cumplir las normas sanitarias que diseñaron personas mucho más preparadas que yo.

Resulta que un virus que aún no conocemos bien vino a recordarnos que somos mortales. También llegó para mostrarnos la importancia del Estado, la educación, las consecuencias de desinversión en esos territorios. Hay que ser tremendamente corto de miras para centrarse en eso ahora.
Que si es desde hace cuatro años, o desde hace más tiempo. Quién sabe si alguno de los que se mete con eso ahora no será un infectado o un fallecido después. Priorizar dónde poner el foco, eso creo. Sobreactuaciones que distraen, y que seguimos como cardumen.

El virus vino para mostrar cómo el poder social traducido en el dinero da impunidad: muchos de los casos de personas que se niegan al aislamiento son personas de recursos, con plata, que acaban de llegar de un viaje por placer o trabajo. Son la materialización del sistema en el que vivimos, sería raro que hubiera sucedido otra cosa. Hasta dónde ese individualismo derrama sí que no es una pregunta menor.

Lo cierto es que no serán los únicos. El egoísmo y la desaprensión son transversales a las clases. Esencializar conductas es fascista. Así de sencillo. Entonces, en cambio, habrá que prestar atención a lo siguiente: a la desinformación se agregará un importante desprecio por las normas, que ya existe socialmente. Las normas preventivas que solo son entendidas como control, como un avance sobre nuestros derechos, cuando también son formas de convivencia legitimadas socialmente y sostenidas por los poderes del Estado. Más aún, son las formas que tenemos para proteger a los más débiles. Eso es el Estado.

Es una pena que esté cerrada la Biblioteca Nacional, que se restrinjan los encuentros públicos, que probablemente estemos un tiempo sin clases. Que no podamos ir al cine, a un recital, vaya a saber a dónde más. ¡Que no nos podamos ir de viaje! ¡Hay que ser tan egoísta para pensar así! Millones de compatriotas no tienen idea de lo que es eso. Y dependen en cambio de que cumplamos unas reglas sencillas, y las que vayan surgiendo...

Las medidas actuales y las que se vayan a agregar no son tomadas para naturalizar el control, la vigilancia. Resulta que a veces los controles, por vía del Estado, son la forma de ser solidarios. La solidaridad se aprende, a veces, de esta manera: cuando un virus te recuerda que sos mortal. Es cómodo, además: ni siquiera te tenés que comprometer, solamente cumplir tu parte.

La actual crisis pandémica nos recuerda la cantidad de palabras, conceptos y políticas que con el rótulo general de autoritarismo y control los “progresistas” le hemos regalado a los “autoritarios”. El enorme individualismo que a veces puede solaparse, como otro virus, en la defensa de las libertades individuales. Seas “progre” o no.

Creo que todo esto es una enorme posibilidad de afilar las armas, eso sí, mientras afrontamos la pandemia y nos cuidamos. Es probable que inconscientemente le tengamos un miedo enorme a la introspección, sea que tengamos que estar aislados, o no.

Tal vez ya lo estábamos.

Del muro de Federico Lorenz. Facebook 13/03/2020