Empujando la vacuna…
Es posible que los
lectores ya estén familiarizados con los nudges, esos leves empujoncitos
inducidos por las autoridades para contribuir a tomar mejores decisiones a
nivel personal, y también social. Si bien su origen tiene que ver con la
subdisciplina llamada Economía de la Conducta, muchos de esos nudges escapan a
las cuestiones puramente económicas. Hoy en día, cualquier buena idea puede
terminar siendo una contribución para que nuestras elecciones sean más
beneficiosas para el conjunto.
La pandemia ha producido una catarata de recomendaciones y de
nudges, y varios de ellos ayudaron a sostener algunos cambios de hábitos
necesarios para cuidarnos. Pero hoy la atención giró hacia la noticia estelar,
que es la llegada de las vacunas, y aquí también hay recomendaciones para dar.
Como sucede con todo lo que se espera ansiosamente, su llegada provoca
reacciones sociales intrincadas. Para anticiparse a ellas, el premio Nobel de
Economía y creador de los nudges, Richard Thaler, escribió recientemente una
columna en The New York Times donde propone una serie de sugerencias para que
la transición del proceso de vacunación sea el más eficiente posible.
El primer problema es quién se vacuna primero. Todos entendemos
que hay grupos de riesgo que son prioridad, pero después de ellos, ¿a quién le
toca? Un fan de la teoría económica tradicional bien podría insinuar que sea el
mercado el que decida. Si hay faltantes, que suba el precio. Pero dado que las
preferencias por vacunarse son infinitas (o algo así), esto provocaría el
efecto poco simpático de que el precio aumentara demasiado en lo inmediato, y
que fueran los ricos los primeros en inmunizarse.
El
Estado, con criterio, evitará mercantilizar la vacuna y la repartirá
centralizadamente. Pero para ser realistas, el “mercado” puede eludir
fácilmente los controles, y es muy probable que los ricos se vacunen muy
rápidamente de todos modos, gracias al poder de su dinero. Cuando el Titanic se
hunde, ya sabemos quiénes tienen asegurados los salvavidas.
Dada esta realidad inevitable, Thaler propone que se lleve a
cabo una subasta pública de vacunas a precios lo más altos posibles, y usar
luego lo recaudado para solventar, por ejemplo, una mejor logística de
inoculación. Los ricos se llevarán la mejor parte, como siempre, pero al menos
el dinero obtenido servirá para mejorar en parte la situación del resto.
Más
aún, Thaler sugiere que los participantes sean celebridades. El objetivo
principal es que los famosos induzcan a más gente a vacunarse, pero además
podría ser posible que al pagar grandes sumas por la vacuna estas personas (o
instituciones) mejoren su imagen pública, de la misma manera que, durante los
períodos de guerra, sus donaciones producen sentimientos positivos en la
sociedad.
El
otro gran desafío es el opuesto: lograr que se vacune la gente que no se quiere
vacunar. Sabemos que hay grupos que se resisten, sea porque la vacuna se
produjo en el país X, porque le da impresión, o porque cree que le inyectarán
un virus que les volverá un ser razonable que en el futuro se quiera volver a
vacunar. Si bien los casos más extremos no podrán resolverse fácilmente, hay
que asegurarse que nadie deje de vacunarse por la dificultad de hacerlo,
apelando a un buen diseño logístico y la disposición de turnos bien
organizados, para evitar largas colas.
Para
los que tienen dudas, Thaler propone emitir un certificado electrónico de
difícil falsificación que opere como una suerte de “pasaporte” para que los
vacunados tengan ciertos privilegios al asistir a lugares donde se junta gente,
como los cines, los restaurantes o las canchas de fútbol.
Los nudges son ideas ingeniosas, pero el diablo está en los
detalles y su implementación exige cualidades técnicas, políticas y sociales no
menores. Lamentablemente, en los países menos desarrollados muchas de estas
recomendaciones inteligentes se topan con las dificultades naturales de no
disponer de recursos apropiados en un sentido amplio.
La dificultad de coordinar diversos factores de dudosa efectividad suele provocar que, finalmente, las autoridades terminen por elegir las opciones más directas y seguras, y es entendible que esto suceda. Pero algún día deberíamos intentar romper este círculo vicioso y llevar adelante algunas pruebas pequeñas de nudges, al menos para determinar si funcionan o no.