Grieta sin tregua. La política en el barro…
Gente de bien, José Luis Espert. Dibujo: Pablo Temes
El fallo por YPF, los cruces en Diputados y la
violencia política reavivan tensiones. Crispación a la orden del día.
El fallo de la jueza Loretta Preska sacudió al Gobierno, al kirchnerismo
y a todo el arco político. El caso YPF es una muestra de la incompetencia, el
oportunismo, la sinuosidad y la falta de conocimientos – es decir, ignorancia–
de gran parte de la clase política argentina. La privatización de YPF fue mala
y la reestatización fue peor. Los Kirchner apoyaron fervorosamente aquella
privatización que dejó a la compañía a merced de Repsol. “No venimos a esta
sesión arrepentidos de lo que fuimos, no sentimos vergüenza de lo que somos y
tampoco venimos a pedir disculpas por lo que estamos haciendo”, dijo en
septiembre de 1992 el entonces diputado Oscar Parrilli, uno de los secuaces
todoterreno del matrimonio Kirchner y actual senador de Unión por la Patria, en
el inicio de su alocución, para luego señalar que la privatización de YPF
serviría para “oxigenar a nuestro gobierno” y “representa una bocanada de aire
puro que fortalecerá al presidente Menem”. Qué importante es hacer memoria.
Como reza la letra
de Cambalache, todos revolcados en un merengue. Y en el
mismo lodo.
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Corría septiembre de 2009 cuando, en ocasión de la puesta en marcha de una
petrolera offshore en el Golfo San Jorge, Cristina Fernández de Kirchner dijo:
“Quiero agradecer al ingeniero Eskenazi y a su empresa por creer y seguir
apostando como siempre lo hizo por el país. Encontrar empresarios argentinos
que crean en su propio país no es fácil. Siempre ha sido mucho más rentable
colocar los activos afuera”. Un año más tarde, cuando la compañía anunció el
descubrimiento de yacimientos de gas y crudo no convencional, expresó: “Aquí,
la prueba del resultado exitoso de la incorporación del socio argentino”.
Notable laxitud discursiva.
Todo cambió en 2012, cuando los dólares escaseaban, motivo por el cual
la entonces presidenta enfureció ante el giro de dividendos que la empresa
Repsol realizaba a su casa matriz.
Una cosa es la batalla cultural y otra muy distinta es correr tras el fuego con un bidón de nafta en la mano.
Según indica un número importante de especialistas en el tema, la sentencia es
de imposible cumplimiento. Habrá, pues, no solo una apelación sino también una
negociación ardua con el Fondo Burford. En última instancia, es lo que los
acreedores buscaban. El foco de la atención estará puesto entonces en el daño
político que, en tanto y en cuanto siga vigente, le producirá al Gobierno en su
necesidad de generar confianza para atraer las inversiones que están lejos de
satisfacer sus aspiraciones.
Al gobernador de la provincia de Buenos Aires tampoco le hizo gracia el
timing político del fallo que lo convirtió en el blanco preferido de los
críticos a muy poco de las elecciones. Caprichos del destino. El pasado que
vuelve. Hablando de malas decisiones y complejidades de la historia, el caso
YPF no es lo único que asoma –peligrosamente– en el espejo retrovisor. Los
episodios de violencia política que se vivieron antes y luego de la
ratificación de la condena a la expresidenta por parte de la Corte Suprema en
la causa Vialidad comenzaron como aparentes hechos aislados que, a la luz de
las pruebas, han dejado de serlo.
Desde el ataque al canal Todo Noticias hasta
las acciones repudiables en el frente de la casa del diputado Espert, pasando
por las amenazas de la militancia K sobre “el quilombo que se va a armar” si
tocan a Cristina, han ido in crescendo. La lectura más fácil –y parcial– sería
señalar a los duros y fanáticos del kirchnerismo residual que, si bien tienen
una cuota de responsabilidad mayor por sus constantes apelaciones y
reivindicaciones a conceptos perimidos y de otras épocas como “la resistencia”,
han encontrado un terreno fértil en las provocaciones sostenidas de una parte
del oficialismo. Ni el presidente de la Nación ni el ejército de tuiteros que
lo acompaña han tenido la más mínima intención de pacificar el país. Una cosa
es la “batalla cultural” y otra muy distinta es correr tras el fuego con un
bidón de nafta en la mano.
También debemos hacernos cargo del rol de la
sociedad civil en esta democracia crispada. En las elecciones presidenciales de
2023, la gran mayoría del país realizó un voto progrieta. ¿Había otro remedio?
Difícil saberlo a estas alturas. El riesgo de una Argentina tan pendular que no
reconoce en el otro un adversario con el cual confrontar democráticamente y
convivir de manera pacífica está al rojo vivo. Desescalar esta concepción
política es y será tarea de todos. Aún estamos a tiempo.
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