jueves, 11 de marzo de 2021

Laureano Segovia, hombre sabio del Pilcomayo... @dealgunamanera...

 Adiós a un libro viviente… 

Compartimos una breve semblanza de Laureano Segovia, hombre sabio del Pilcomayo, recientemente fallecido, un cronista de su gente que supo cultivar la memoria de la cultura wichi, resguardada en una colección oral sin precedentes. 

© Escrito por Daniel Canosa el domingo 19/02/2021 y publicado por El Orejiverde de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Tengo una imagen de Laureano Segovia, en un video que lo muestra caminando al costado del Río Pilcomayo, es recurrente, el paisano miraba la orilla, como buscando respuestas, sabía que, del otro lado del monte, existían ancianos y ancianas que juntaban memorias en medio del silencio. Es el único que ingresaba a ese lugar, y que llegó a rescatar para la historia local, cientos de testimonios sobre la propia cultura. Cuando Laureano Segovia volvía para su casa con un casete grabado en su morral, la vida detrás suyo no cambiaba, lo ocurrido era una simple conversación perdida en los recónditos del olvido, pero entre sus manos, de alguna manera estaba protegiendo, desde el conocimiento, una forma de entendimiento que lentamente, al paso de los años, va desapareciendo. 

Su partida es de aquellas que provocan un profundo lamento, no hay forma de dimensionar esta ausencia, porque todo lo construido desde la cultura por este hombre puente, tuvo por interlocutores a quienes caminaron descalzos esos senderos, que acaso sin saberlo, tuvieron el registro de un tiempo presente en medio de un pasado cargado de resonancias. 

Como bibliotecario siempre lo sostuve, el modo en cómo contribuía Laureano Segovia al registro documental de su cultura, es el que debería seguir cualquier biblioteca indígena que se precie de tal, esa clase de documentos eran los pertinentes para una colección representativa del saber familiar originario, eso que hizo Laureano Segovia formaba parte de la identidad, un modo de comprensión orgánico y a la vez dinámico, que se sustenta en quehaceres y aprendizajes, algo único, que cruza desde la oralidad hacia el misterioso resguardo de una cinta magnética, para luego ocupar un lugar en el patrimonio cultural de una comunidad. 

Las historias reconstruidas por este libro viviente, quedaron grabadas en más de 300 casetes que guardó celosamente en su Taller de Memoria, en Misión La Paz. Cuánto podríamos decir sobre la necesidad de trabajar ese invaluable fondo oral, cuántas afirmaciones realizadas por los abuelos y abuelas, no figuran en los libros de historia ni en las enciclopedias, cómo es posible después hablar de la identidad del ser nacional argentino, si no se integran en las aulas de las escuelas los entendimientos de los pueblos indígenas. Articular la verdad y el conocimiento, bien lo supo este wichí del Pilcomayo. 


Quiero creer que la palabra de este hombre sabio, historiador, escritor, cronista de su gente, que puso en un papel las raíces de sus antepasados, llegará lejos de cualquier noción de tiempo y espacio, allí donde las huellas permanecen. Anhelo que su colección forme parte de una casa de la memoria de quienes compartieron los montes y los ríos, los silencios, las carencias, los recuerdos, el fuego y la tierra, que todo eso lleve su nombre. 

Fuente:

Misión La Paz. Documental de Gianfranco Quattrini y Sebastián Antico. 

https://www.gianfrancoquattrini.net/documental/mision-la-paz/

 

 

Laureano Segovia, memoria escrita de los Wichi… 


El escritor y docente logró recuperar el conocimiento oral de sus paisanos, haciendo visible la cultura originaria de los ancestros, grabando sus voces en medio del monte, dando cuenta de una época en donde aún era posible beber el agua de los ríos. 

Tewok ihanej makta iwohiyela (El río tiene su vida, él sabe que va a hacer) 

© Escrito por Daniel Canosa el domingo 08/05/2016 y publicado por El Orejiverde de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos. 

Un libro que camina 

En el país aún quedan personas que atesoran conocimientos ancestrales, tiestos de una cultura oral que representan el patrimonio de un pasado lejano, recuperado a fuerza de testimonios por quienes incursionaron en los montes, buscando verdades en la memoria de los ancianos, artesanos, caciques, músicos y chamanes. En ellos ha sido posible tender un puente hacia otras formas de conocimiento, en ocasiones han sido los últimos hablantes de una lengua en extinción, conservaron destrezas heredadas de los abuelos, o tejieron mantos con las palabras, hilando relatos alrededor de un fuego. Se los conoce como libros vivientes, viven anónimamente en comunidades, de vez en cuando son visitados por periodistas e investigadores, comparten lo que saben y luego callan por un tiempo prolongado, llamándose a silencio. 

Uno de esos libros que caminan es Laureano Segovia, escritor wichi que ha logrado recuperar, en base a testimonios de pobladores de diferentes comunidades, un patrimonio cultural compuesto de relatos, leyendas, biografías, cuentos populares, crónicas y mitos de la cultura, resguardados en 333 casetes, en donde algunos de los entrevistados –muchos de ellos ya fallecidos– habían vuelto a pronunciar sus antiguos nombres, contando historias que por alguna razón permanecían latentes, a la espera de que alguien motivara el feliz encuentro entre la memoria y la oralidad. 

Nosotros los Wichi 

En el libro “Nosotros los wichi” (Olhamel ta ohapehan Wichi) que don Laureano Segovia presentó hace dos años, se puede leer este relato recogido de un paisano:

Tewok tañí hap ta wichi isej, hap ta talho olhamel olhak (el río y el monte mantenían a la gente, porque de ahí nosotros sacábamos nuestros alimentos, y así era). Se trata de uno de los más de 100 testimonios que conforman un verdadero patrimonio bibliográfico cuyo contenido podría representar la fortaleza de una eventual biblioteca indígena. 

Podemos imaginar el contexto, un hombre de conocimiento entrando con su bicicleta en el monte profundo, recorriendo las comunidades salteñas del lote fiscal número 55, en Rivadavia Banda Norte, con su grabador de periodista. Con el tiempo, a medida que las cintas se iban acumulando, el autor consideró implementar un método de trabajo que consistía en transcribir al wichi las desgrabaciones, contando con la ayuda del antropólogo Juan Palma y traduciendo al castellano con la colaboración del escritor Carlos Alfredo Müller. Las publicaciones en formato libro contaron con la colaboración de la fotógrafa Guadalupe Miles (cuyas bellas imágenes ilustran este informe). Muchos de esos relatos conforman la propia versión de la historia en donde Segovia oficia de historiador y compilador. Documentos bilingües que recuperaron el saber popular de quienes vivían aferrados a sus costumbres, algunos de ellos narrando recuerdos en torno a la Guerra del Chaco, lo cual constituye un material de consulta valiosa para historiadores y antropólogos. 

Probablemente se trate de un caso único en Argentina, la de un escritor y docente indígena que ha rescatado un importante acervo cultural logrando publicar textos en ambas lenguas sobre la cultura originaria de sus ancestros, dando cuenta de una época en donde aún era posible beber el agua de los ríos. 

Ifwalas ta pajche wichi iyayej tewok wet wichi iyayej pelhathi, hap that ta wichi iyayej wichi ihaniyejtha chi tinayaj talhe inhat (antes tomábamos agua de río y agua de lluvia y con eso nomás siempre vivíamos y nunca nos enfermaba el agua). 

Un taller de la memoria... 

Laureano Segovia proviene de Misión La Paz, (Salta, noroeste argentino). Durante años, con la ayuda de un grabador portátil, se internaba en el monte buscando historias entre las 35 comunidades wichis, que habita a orillas del río Pilcomayo, en el límite con Formosa, Paraguay y Bolivia, la cantidad de casetes que utilizó –realmente un patrimonio de incalculable valor– le permitió contar con un material que la Secretaría de Cultura de Salta terminaría editando con publicaciones traducidas al castellano, entre ellos los libros “Otichunaj Ihayis tha oihi tewok” (memorias del Pilcomayo, 2005), “Olhamel Otichunhayaj” (Nuestra memoria, 1998), “Lhatetsel” (Nuestras raíces-nuestros antepasados, 1996) y “Och’a tilhis Ihamtes” (Raíces del Chaco Salteño). Este escritor ha trabajado desde 1986 en la Escuela Puerto La Paz como auxiliar bilingüe (wichi-castellano) traduciendo las enseñanzas del maestro titular. 

Asimismo ha coordinado el Taller de la Memoria desde el año 1992, dedicándose a la grabación y posterior transcripción al lenguaje escrito de los relatos obtenidos en las diferentes comunidades del área del Chaco salteño, contando con el aporte de hablantes wichi, chorote y nivaclé. Su trabajo ha sido reconocido en la Argentina e internacionalmente, y el Taller de la Memoria ha recibido la Beca del Fondo Nacional de las Artes a través del Concurso de Becas Nacionales para Proyectos Grupales. 

Experiencias de esta naturaleza permiten la colección de un tipo particular de biblioteca que estará supeditada a la unión de escritores indígenas y maestros bilingües, con el objeto de trasponer narrativas orales en forma escrita, orientándose hacia el letramiento. Por tal motivo se plantea el viejo paradigma que aún resulta imperativo analizar: si una biblioteca indígena (tal como lo mencionó José Bessa Freire, bibliotecario brasileño), no tiene materiales en lenguas indígenas, estaría contribuyendo al proceso de extinción de esas lenguas. El feliz ejemplo de Segovia justifica el sentido de esta apreciación, o como bien lo expresan en el libro: 

Olhamel neche owen olhamel onayij talhe olhamel ochumet ta ihi makta olhamel olhaichufwenej (Nosotros ya tenemos un camino en el trabajo de recuperación de las historias)

Fuentes: Lha hámnhayhaj. Nuestra sabiduría

http://www.nuestrasabiduria.com/su-gente.html

Olhamel ta ohapehen wichi. Nosotros, los wichi

http://www.nuestrasabiduria.com/nosotros-los-wichi.html

 




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