domingo, 1 de julio de 2018

¿Nacidos para sufrir?... @dealgunamanera...

¿Nacidos para sufrir?...

La insoportable levedad del ser… Argentino. Dibujo: Pablo Temes.

Razones de un destino asumido que se apoya más en lo cultural que en lo estadístico. Efecto derrame negativo.

© Escrito por Carlos De Angelis el domingo 1º de Julio de 2018 y publicado  por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Si no sufrís no sos argentino”, lanzó el relator en un grito desgarrador finalizando el segundo tiempo cuando Argentina debía meter el segundo gol a Nigeria para no quedar fuera de la Copa del Mundo.

Creencias. 

Buena parte de los habitantes de este país suscribe a la idea de este relator y piensan que viven en un país donde se está condenado a sufrir. Esto se expresa en la queja e insatisfacción permanente como parte de cualquier conversación, con la convicción que somos una singularidad única en el planeta.

El filósofo griego Cornelius Castoriadis (1922-1997) planteaba que la realidad es instituida socialmente, producida y creada por lo imaginario. Esta realidad organiza las restricciones sociales ordenando lo factible y lo no factible, lo que se puede hacer y lo que es imposible. Esta construcción imaginaria se reproduce continuamente, transmitiéndose en las interacciones sociales, en la educación, en los medios de comunicación masiva y en las redes sociales.

“Irresponsables, impuntuales, incumplidores e irrespetuosos, siempre resolviendo todo en el último minuto. Pero a la vez únicos en el mundo, brillantes e inteligentes”. Este es el imaginario que ha construido la mayoría de los argentinos cuando se pregunta en los focus groups sobre cómo describiría a sus compatriotas. También la vida social ha contribuido a la formación de esta idiosincrasia: una sociedad con permanentes conflictos sin resolver, con una inseguridad urbana ya naturalizada, altos niveles de pobreza e indigencia invisibilizadas, un sistema de transporte sin ningún tipo de regulación, situaciones de agresión que se puede percibir en cualquier parte, una alta inflación que mina cualquier perspectiva económica, y la falta de cumplimiento en los contratos públicos y privados, son solo algunos obstáculos que se deben sortear a diario.

Este imaginario es palpable por ejemplo en la encuesta de la Corporación Latinobarómetro de 2017 cuando el 45,3% de los argentinos sostuvo que el país estaba estancado mientras el 32,3% expresó que estaba en retroceso. Argentina parece ser un país donde es difícil desarrollar un proyecto de vida. Lógicamente se trata de miradas subjetivas, pero estas creencias se transforman en expectativas y acciones sobre el mundo que nos rodea.

Lo objetivo. 

Sin embargo, algunas estadísticas ayudan a ubicar al país por fuera de las subjetividades. Argentina era evaluada por el Banco Mundial como la economía número 21 en el mundo para 2017 (http://databank.worldbank.org/data/download/GDP.pdf), es decir no de las más pequeñas. En tanto para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Argentina ocupaba el puesto 45 de desarrollo humano para 2016, posición calificada como muy alta.

La contracara de estos rankings es la distribución del ingreso. 

Para graficar esto se suele emplear el coeficiente de Gini donde cero indica total igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y 1 total desigualdad. Para el Gini informado por el Indec esta semana, Argentina tiene una puntuación de 0,440 y figura alrededor del puesto 112 en el mundo, cercano a Perú, Yibuti y Bolivia.

Evidentemente, se trata de un país con grandes de-sigualdades. En 1975 tenía un coeficiente de 0,35, uno de los más bajos del mundo para la época. El país más igualitario del mundo era en 2016 Noruega (0,241), y el país más desigual es Sudáfrica (0,630, dato de 2014).

Hipótesis. 

No es sencillo ni directo comprender por qué Argentina se ha transformado en una sociedad del sufrimiento y del desencanto. Una hipótesis provisional podría indicar que la permanente inestabilidad económica ha erosionado el “carácter de los argentinos” parafraseando al sociólogo estadounidense Richard Se-nnet, quien definió carácter como el valor ético que atribuimos a nuestros deseos y a nuestras relaciones con los demás centrado en el largo plazo de nuestra experiencia emocional. El largo plazo fue eliminado de la perspectiva subjetiva de la argentinidad, creando una nueva identidad: la del héroe que se salva solo cada día. 

Los contextos económicos son centrales para comprender esto, y cada crisis produce evidentes secuelas sociales extendidas en el tiempo. La pérdida constante del valor de la moneda, la alta inflación por largos períodos de tiempo, la fuga de capitales –que no es otra cosa que riqueza acumulada– y la nueva pobreza estructural a partir del 2001 fueron minando este carácter, y permitiendo el desarrollo de otras facetas para crear estrategias para lidiar con las diferentes coyunturas, aunque en ese camino haya que dejar de lado las normas de convivencia, y todo atisbo de solidaridad: la derrota a la “gauchada”, y el triunfo de “la viveza criolla.

La segunda razón de peso estriba en los comportamientos de la clase dirigente. Buena parte de empresarios, políticos, sindicalistas, hasta dirigentes deportivos generan una ejemplaridad negativa, por algo los argentinos tienen una pésima imagen de sus empresarios. Se los supone con comportamientos tan opacos como los políticos, con vidas de ricos y con empresas pobres. Paradójicamente la mayoría de las grandes fortunas del país se hicieron asociadas al Estado, así como gran parte de las empresas de origen nacional fueron vendidas en los años noventa.

Otro tanto pasa con la clase gobernante, que se los supone usando los resortes del Estado para beneficio propio, y sin problemas para romper las reglas cuando resulta conveniente, como se observa en los funcionarios que se enriquecieron con la obra pública en los años del kirchnerismo, funcionarios que operan en paraísos fiscales actualmente, o como cuando utilizan su poder para beneficiar sus negocios. 

Cada pronóstico que no se cumple –como las metas de inflación– consolida la incredulidad del argentino medio, llegando a extremos cuando en el 2001 el gobierno de Fernando de la Rúa impulsó la ley de intangibilidad de los depósitos y días más tarde Domingo Cavallo los confiscó con el Corralito. Es un punto clave: si el que está “arriba” puede quebrantar las normas, por qué no lo haría quien está en la base social: el origen del drama argentino.



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sábado, 30 de junio de 2018

Lo que más se devaluó es la palabra… @dealgunamanera...

Lo que más se devaluó es la palabra…

2016-2018: Peña, en su primera y última presentación en el Senado. Fotograqfía: CEDOC / PERFIL

¿Miente cínica y doblemente este Gobierno, que se presentó como el más transparente? ¿Se miente porque negar la realidad es la única forma que tienen de soportar la angustia de sus responsabilidades?

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 30/06/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Federico Sturzenegger fracasó: no pudo mantener el valor del peso, que se devaluó frente al dólar y frente a las mercaderías por efecto de la inflación. En los treinta meses de Cambiemos, los precios y el dólar aumentaron el 100% si se toma el dólar blue de Cristina: de 14 a 29 pesos. Pero 70% de esa devaluación frente al dólar se produjo en solo seis de los treinta meses, proceso disparado a partir de la conferencia de prensa de diciembre pasado donde Sturzenegger, Dujovne, Caputo y Peña anunciaron el cambio de metas de inflación. Seis meses después, Caputo fue promovido a presidente del Banco Central y Dujovne, de ministro de Hacienda a ministro de Hacienda y Finanzas, sin que la remoción de Sturzenegger haya tranquilizado al mercado cambiario, lo que demostraría que no solo se había devaluado la credibilidad del anterior presidente del Banco Central sino la de todo el Gobierno.

¿Por qué los fondos Templeton y Blackrock vendieron dólares a $24 para comprar bonos en pesos con 20% de interés?

Desde aquella conferencia de prensa de diciembre, a nadie le quedó más duda: era del Presidente y de sus “ojos y oídos” de la Jefatura de Gabinete la decisión de devaluar en diciembre, y más tarde vender dólares a 20 pesos, y por último ofrecer 5 mil millones de dólares a 25 pesos.

Cuánta sospecha que generan los fondos Templeton y Blackrock vendiendo dólares a 24 pesos para comprar bonos en pesos a 20% de tasa anual. Y que nadie comprara de los 5 mil millones de dólares que ofreció el Banco Central a 25 pesos durante una semana y, después del anuncio con el Fondo Monetario, todos quisieran comprar a 28 y ahora hasta los 29,70 del viernes, mientras la demanda no afloja.

Es que lo que verdaderamente más se devaluó es la palabra del Gobierno y del mayor representante de su discurso, el jefe de Gabinete Marcos Peña, quien tiene a su cargo la comunicación. En su presentación mensual en el Congreso, el miércoles pasado durante 34 minutos, expuso todas las mejoras económicas de Cambiemos. Aun basándose en datos ciertos, lucía como una gran mentira, un recorte solo de una parte de los hechos omitiendo lo que había empeorado, resultando así una falsificación de la realidad.

¿Miente cínica y doblemente este Gobierno, que se presentó como el más transparente? ¿Se miente porque negar la realidad es la única forma que tienen de soportar la angustia de sus responsabilidades? ¿Le mintieron sus allegados del mundo financiero para poder ganarse en seis meses 70% en dólares, inflándole primero un globo de sobrevaluación del peso para luego devaluar de golpe lo acumulado, sorprendiendo a todos menos a ellos mismos? Es paradójico que al gobierno más pro mercado de las últimas décadas sus aliados lo ejecutaran así.

Sea por una u otra motivación, la sociedad ya no le cree al Gobierno y, como la fábula del pastor y el lobo, ni siquiera las verdades que anuncie serán creíbles. Este es el gran problema de la política argentina actual: quienes van a comprar el dólar a casi 30 pesos volvieron a ser, aterrados, la mayoría de los pequeños ahorristas y no ya los especuladores, que hicieron su negocio y se fueron. Es la clase media la que perdió su fe en el futuro de la economía de Macri, y sin futuro no hay política.

Un gobierno o un partido político son la expresión de una representación de la realidad. Como siempre suceden varias cosas al mismo tiempo, gobierna quien logró seleccionar más convincentemente que su antagonista parte de los hechos, dándole un sentido. Ese sentido explica el pasado y promete un futuro con la misma dirección de una línea en el tiempo. La narrativa del Gobierno es la que se devaluó dejando desnudo al Presidente y a todo su gabinete. El problema no se solucionaba cambiando a Sturzenegger. 

Las Lebac no son la causa del problema sino su consecuencia. ¿De cuánto hubiera sido la inflación en 2016 sin retirar del circulante con Lebac el aumento de pesos que cubría el déficit fiscal, que aumentó en 2016 sobre 2015? Si, como dice Macri, la inflación de 2015 no era del 28% sino del 50%, porque había 20% de inflación adicional reprimida en las tarifas congeladas durante años, probablemente en 2016, en lugar del 40%, como fue, podría haber sido del doble.

Durante la última conferencia del G30 que se hizo en Argentina, en mayo, participaron los ex presidentes del Banco Central de Estados Unidos (Fed) Janet Yellen y Ben Bernanke, y dos ex ministros de Economía (secretarios del Tesoro), Timothy Gueithner y Larry Summers. Este último tuvo una reunión a solas con Marcos Peña, donde el principal economista de Clinton y Obama le advirtió a nuestro jefe de Gabinete las graves consecuencias que tenía que los actores económicos percibieran que el Banco Central no tenía autonomía cuando se aplicaba un sistema cambiario de libre flotación y sin limitaciones al flujo de capitales. Desde la perspectiva de Larry Summers, a quien había que despedir no era a Sturzenegger sino al gabinete económico del Poder Ejecutivo por lo que hizo en diciembre.

Los 3 mil millones de dólares que vendieron a 24 pesos Templeton y Blackrock gracias a la gestión de Caputo, ¿fueron una inversión para que Caputo pasara a presidir el Banco Central?

¿Por qué nadie compró de los 5 mil millones de dólares que el Banco Central ofertó a $25 y luego sí a $28 y $29? 

Al ver los 34 minutos de la exposición de Marcos Peña en el Senado (ver aquí) se percibe que el Gobierno aún no comprendió que lo que se devaluó es su palabra. Tiene que cambiar su discurso y elaborar otra narrativa. El problema no es del jefe de Gabinete sino del Presidente, que repite cada vez que puede que ratifica el rumbo. Aun si fuera así, tendría que explicarlo de otro modo porque después de “lloverán dólares”, “el segundo semestre”, “los brotes verdes” y “lo peor ya pasó”, promesas del mismo tipo generan el efecto contrario: la gente comprará de a 10 dólares. 



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miércoles, 27 de junio de 2018

Reportaje a Gabriel Brazenas… @dealgunamanera...

“Hasta el último día de mi vida voy a decir que no fue foul”…


Enganche encontró a Brazenas en el medio de Moscú y, gaseosa de por medio, charló durante una hora con el ex árbitro sobre aquella mítica acción que lo marcó en el Vélez-Huracán y que quedó en la historia.

© Escrito por Sebastián Varela del Río el sábado 23/06/2018 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Cuenta que habló apenas tres veces en su vida con Julio Grondona. Una mañana de 2010, el árbitro tocó a la puerta del mandamás y le dijo que quería dejar todo. El Don le respondió dos palabras: “¿Estás seguro?”. Brazenas le insistió. El entonces presidente de la AFA, como un apóstol, dudó hasta tres veces. Finalmente, ante la certeza del referí, levantó el teléfono, llamó a recursos humanos y dictaminó: “Va Brazenas. Arreglale todo al pibe”. Se saludaron. La reunión duró, como mucho, cinco minutos. Gabriel Vito Brazenas asegura que ni ese día ni en los anteriores, Grondona le preguntó jamás por Vélez-Huracán.

En los suburbios de Moscú, donde el ex árbitro vive el Mundial de Rusia junto a su hija, Brazenas habla con Enganche y, lejos de ser un hombre rodeado de los misterios que dejó aquel mítico partido, se sienta durante una hora a comentar su historia sin tapujos. “Decime, ¿cuánto me pagaron?”, suelta, un poco en broma, un poco en serio, como para sacar solemnidad a su caso. Gran parte del fútbol argentino, ese permanente constructor de mitologías aparentes, cree, con firmeza, que este hombre sancionó con malicia el aquel encuentro que definía al campeón del torneo Clausura 2009. Él, que dice que se sentaría a hablar del partido con Ángel Cappa, se aguanta todas las preguntas y no se mueve un milímetro de su relato.

“Hoy mi vida está perfilada fuera del fútbol. Me dedico al manejo administrativo de una inmobiliaria grande del barrio de Palermo. Nosotros, los árbitros, vivíamos en vivo. Uno en una oficina está encerrado, no es lo mismo. Eso no lo voy a recuperar nunca”, suelta, mientras un camarero ruso vuelve a hacer de las suyas y trae, en vez de tres gaseosas sin azúcar, la misma cantidad de cafés con hielo. “¿Qué habrá entendido?”, pregunta Brazenas. Y pone play: “Arranquemos”.

-¿Cómo se lleva un árbitro con el engaño?

-Es difícil, porque el origen de los jugadores es el potrero, no este fútbol de teatro al que quieren llevarnos. Es complejo. ¿El fútbol perdió el potrero o lo vamos a seguir dejando ser eso? El origen de los grandes jugadores es el potrero. Si hay menos tolerancia, también hay más engaño. ¿El jugador saca ventaja para lograr su objetivo? Es difícil. Hay jugadores que entrenaban mirando la posición del árbitro para tirarse en el otro costado. Y lo entrenaban. Eso es profesionalismo. Había técnicos que lo practicaban, porque, claro, desde el ángulo más difícil el árbitro puede tener jugadores delante y confundirse. El fútbol es un juego de engaños. ¿Y cuál es el juego de cartas más preponderante de Argentina?

-El truco.

-Claro. ¿Y el truco qué es? El engaño constante. El jugador trata de engañarme a mí y yo trato de que no me engañe.

-¿Te molestaba el engaño?

-Hay que saber que el jugador te quiere sacar ventaja en todo. ¿Vos viste a algún jugador que diga algo cuando le dan un gol que no es? Es así. El fútbol es así. En Argentina te dicen que hay que ser honesto y festejamos todos el gol con la mano de Diego. Hay un mensaje ambiguo. Entonces, o somos pícaros o somos honestos. ¿La trampa es picardía o es engaño? Es bravo, eh.

-¿Por qué a los árbitros se les cuestiona la honorabilidad?

-El árbitro tiene un problema: cuando se equivoca es un corrupto. En cambio, cuando un jugador se equivoca, no pasa nada. Por ejemplo, cuando un jugador (Palermo) erró tres penales, siguió jugando. ¿Te imaginás un árbitro que cobre mal tres penales en un partido? Lo matan. El problema es la falta de credibilidad.

-¿La falta de credibilidad en los árbitro está bien fundada?

-Es el país. Es Argentina. En nuestro país nadie le cree al presidente, ni al ministro de economía, ni a nadie. ¿Cómo le voy a creer a un árbitro? Mirá la justicia ordinaria. La justicia es cuando te favorecen. Cuando no, decís que te perjudicaron.

-¿Cuánto tiempo fuiste árbitro?

-Muchos años.

-¿Cuántas veces te ofrecieron plata?

-Ninguna. ¿Cómo arreglás a 22 tipos? ¿Cómo le decís a todos que tiren la pelota afuera? Yo tuve una conversación con un jugador de primer nivel en la que me dijo: “Si vos me querés cagar, yo te hago tres goles”. Es imposible. No se puede arreglar de esa manera.

-En la mitología del fútbol se dice que hay árbitros que te van empujando. Dos tiros libres por acá, un par de amarillas por allá y te ponen contra tu arco. ¿Es así?

-Eso es una payasada. Primero, si el árbitro logra hacer eso, pierde plata, porque tiene una inteligencia con la que podría ganar mucho más en otra cosa.

-¿Nunca escuchaste algo raro? ¿De verdad?

-Yo he escuchado que tal partido está arreglado y después termina para el otro lado. Lo que sí puede pasar es que haya tipos que se sienten a tomar un café con un árbitro y le digan al dirigente que arreglaron el partido. Yo te voy a contar cómo es esto, porque es interesante. El tipo va, es amigo o conocido de un árbitro, le dice al dirigente: “Che, tal los dirige el fin de semana y voy a ver si puedo hacer algo”. El tipo viene, se sienta a tomar un café con el árbitro, el dirigente lo ve y después le dice que está todo listo. Si el equipo de ese dirigente gana, pasa por caja a cobrar.

-¿Te pasó?

-Si me pasa, lo mato. Pero sé que pasó. Ahora, ¿cómo es la historia? ¿El corrupto es el árbitro o es el dirigente? A mí no me pasó, pero a otros árbitros sí.

-¿En la Libertadores tampoco escuchaste nada raro?

-Fui a todos lados y no me pasó jamás. Por mis hijos te lo juro. Una sola vez, en Colombia, fuimos a dirigir con el Sargento (Daniel) Jiménez y nos regalaron ropa antes del partido. Jugaba el DIM. Y es normal que te regalen remeras los jugadores o ropa. Fuimos al partido, el DIM perdió y cuando volvimos al hotel, nos habían sacado toda la ropa. Parece que no merecíamos tener la camiseta del DIM porque el equipo no ganó.

-¿Por qué te fuiste del fútbol?

-Por un problema físico. No por otra cosa. Fue eso.

-¿No te cansaste de ser Gabriel Brazenas, el tipo más puteado?

-No me podría cansar de ser yo, porque tendría que terminar con mi vida. Yo conozco el mundo gracias al fútbol. Fui un privilegiado. Por eso, hay que entender a la gente. Las puteadas me las como, porque, primero, no voy a hacer famoso a nadie. Por suerte, el fútbol me dio un nivel de tolerancia tremenda. Si un tipo me insulta, le pego una piña mal dada y pasa algo, después tengo una vida para pagarlo. Y no cambia nada. En vez de diez, elijo contar hasta cincuenta. En el fútbol y en la vida, todo lo que construiste podés perderlo en un segundo. También lo malo vende más que lo bueno. Yo hoy abro los diarios y veo cosas triviales, que no son importantes. Lo bueno nunca vende. Vende el lío.

-Te putearon en el Mundial hace poco. ¿Cómo lo viviste?

-Un hecho menor. Yo prefería dirigir los partidos importantes, no quedarme abajo de un escritorio dirigiendo partidos seis puntos y pasando desapercibido. Si querés estar arriba, tenés que estar preparado para eso y para los precios que hay que pagar.

-¿Volviste a jugar Vélez-Huracán en tu cabeza?

-Jamás. Nunca. Partido jugado, partido terminado. Para mí pasó y si decidí las cosas que decidí fue porque en ese momento tenía los elementos para decidir así.

-¿No cambiarías ninguna decisión en tu carrera?

-Ni una. Las decisiones tomadas en ese momento son así. Es el vivo. Uno no tiene la posibilidad de editar y volver para atrás. Los que trabajan en vivo son los mejores, hablo de locutores, famosos y figuras. El vivo te obliga porque no tenés marcha atrás. Por eso Mirtha Legrand es la uno, Marcelo Tinelli es el uno y Susana Giménez también. Ahí hay adrenalina pura.

-¿Manejaste mal el post Vélez-Huracán?

-En este país, todo lo que diga puede ser usado en mi contra. Las cosas tienen que ver con un contexto. Me fui porque la parte física predominaba sobre lo técnico, porque así lo empezó a dictaminar la FIFA. Yo nunca fui un dotado físicamente. Me han criticado que no corría, pero siempre trataba de estar al lado de la jugada. Después, sobre ese partido, si la gente quiere pensar que atrás de todo eso hubo otra cosa, es un problema de cada uno. Sabés la cantidad de cosas que yo pienso de todos y no las digo. Cada uno hace lo que quiere con sus actos y sus ideas.

-¿Cómo lo tomó tu familia en ese momento?

-Nunca me dijeron nada de ese partido. Mi señora falleció hace dos años. Mi viejo, también. En el mismo mes que mi mujer. Mi hijo tiene el mismo nombre que yo y, cuando le han dicho algo, le respondió que vengan a hablar conmigo. Mi hija, igual. Yo a mis hijos los preparé. Sabíamos que teníamos que cambiar el número a cada rato. Pero todo existió desde siempre, aunque hoy las redes sociales lo agranden. Hoy viene un muchacho, me saca una foto, pone algo y se hace el piola. Me parece bien. Pero internet no se creó para eso. La gente puede creer alguna decisión desacertada y me parece bien. Cada uno es libre.

-¿Te sentarías a tomar un café con Ángel Cappa?

-Yo tomo un café con cualquiera. No tengo nada que decirle, porque él defiende su postura y yo la mía. Es el contexto. Cada uno sabe lo que hizo y lo que pasó. Hace unos meses me llamó la producción de Coco Silly, que es hincha de Huracán, para que hable con él. Y hablé. Yo tomo un café con cualquiera. Son ellos los que tienen problemas conmigo, yo no tengo nada con ellos. Tengo la tranquilidad por cómo obré.

-¿Pensás que te van a preguntar muchos años por esto?

-Seguramente. A Guillermo Nimo le preguntaron por el penal de Gallo hasta que se murió.

-¿Volviste a ver esa jugada, la de la supuesta falta de Larrivey a Monzón?

-Una o dos veces. Pero nada más. La verdad, la decisión que tomé, la tomé tranquilo de lo que hacía. Y lo sigo pensando.

-¿Qué significa la palabra “corrupto” para vos?

-Es alguien que no aplica la ley. Y no es sólo conseguir dinero. Puede ser tener favores, o algún puesto mejor, o alguna ventaja, o un beneficio...

-Para cerrar, ¿fue falta de Larrivey?

-Para mí no. Sigo insistiendo en lo mismo. Para mí no y por eso no lo cobré.

-¿Hasta el último día vas a pensar igual?

-Sí, hasta el último día de mi vida voy a decir que no fue foul. A veces las cosas son así.






lunes, 25 de junio de 2018

Sh... Cuento de Alberto Szpunberg... @dealgunamanera...

Sh... Por Alberto Szpunberg...


Lo conocí una tarde que entré al Bar León a repartir volantes. Yo habré tenido entonces quince años y una fe inquebrantable. Hoy el Bar León no existe, y muchas cosas más tampoco.

Me llamó con un vení, pibe, y un gesto de la mano, como si me agarrase desde el aire y me acercase, aunque su mirada seguía clavada en el tablero. Yo apuré el paso, imbatible.

No ocurría todos los días que alguien me pidiese un volante sin que yo se lo tuviese que ofrecer.

–Dame unos cuantos –me pidió sin mirarme y, sin decir gracias ni nada, levantó con dificultad sus más de 100 kilos y los paseó por entre las mesas hasta alcanzar el baño.

Para mí fue toda una decepción política, acaso la primera, pero, sin duda, como un tatuaje, me marcó para siempre. Tal es así que, en momentos de desaliento, siempre que pienso que todo se vino abajo, y cuando digo todo el Muro es lo de menos, me acuerdo de esa tarde. Días después me enteré de que su nombre era Shloime Shapiro. Me lo dijo él mismo, otra tarde que volví a entrar al Bar León y dejé volantes en todas las mesas menos, por supuesto, en la suya. Fue entonces que me llamó, con el mismo gesto:

–¿Vos no jugás, pibe? –y me señaló la silla. Me senté y, mientras ponía sus manos atrás, se presentó:

–Soy Shloime Shapiro. Como verás soy silencioso por naturaleza... Mi nombre y apellido empiezan con sh...

Luego puso sus dos puños delante de mi nariz.

–La izquierda –elegí.

–Lo sabía, pibe... –se sonrió–, a mí me da lo mismo, yo ya no creo en esas cábalas... El tablero estaba descolorido, las piezas gastadas, todo el Bar León olía a rancio, pero me lancé al ataque.

El me comió un peón y yo le comí un caballo. Así empezó mi venganza. No me imaginaba que Shloime Shapiro fuera tan fácil. A un costado del tablero se empezaron a amontonar su alfil, su otro caballo, una torre y tres peones.

–Tampoco creo en las damas... –afirmó.

Su reina pasó a engrosar mis trofeos y no sé por qué me conmoví:

–¿Tablas?

–¿Tablas? –se rió–, Moisés las escribió y él mismo, bajoneado por la poca fe, fue el primero en destrozarlas...

Y su alfil, el único que le quedaba, me desconcertó:

–¡Jaque! Moví el rey, porque no tenía otra y, cuando me di cuenta, ya era tarde.

–¡Mate! –exclamó Shloime Shapiro, y me tendió la mano. Yo iba a estrechársela, como hacen los caballeros, pero ni llegué a rozar sus uñas sucias de mugre y tabaco.

–No, pibe, unos volantes... No tuve agallas ni tiempo para ofenderme. 

Agarró unos cuantos volantes y, con dificultad, jadeante –era su manera de respirar– sacó de la silla sus más de 100 kilos y volvió pasearlos entre las mesas hasta alcanzar el baño. Se tomó su tiempo, como es lógico.

Cuando volvió, encajó como pudo sus más de 100 kilos en la silla y me miró con sus ojos claros y eternamente húmedos.

–Ahora sí –me tendió la mano–, con el estómago en paz la gente ya puede saludarse...

Se la estreché. Era una mano sudorosa, de esas que dejan su huella donde tocan.

–No es cuestión de atacar, pibe –me guiñó–; para ganar, lo importante es no aflojar...

Cuando desprendí mi mano de la suya vi que por debajo del puño sucio de su camisa asomaba un número tatuado.

–¿Y eso? –le pregunté.

Shloime Shapiro se cruzó un dedo sobre los labios y sólo me contestó:
–Sh...

Que este silencio sea mi homenaje a aquel maestro.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/1998/98-12/98-12-/contrata.htm

Alberto Szpunberg

Buenos Aires, 1940. Licenciado en Letras. En 1973 se desempeñó en la Universidad de Buenos Aires como director de la carrera de Lenguas y Literaturas Clásicas y como profesor de las materias Literatura Argentina, y Medios de Comunicación y Literatura. Como periodista fue redactor del diario La Opinión de Buenos Aires, donde dirigió el suplemento cultural de 1975 a 1976, año del golpe de estado. En 1977 se exilió a Barcelona.

Desde 2001 es profesor de Literatura y Política en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo.

Participó en varias antologías, como Los Nuevos (1968) y Poesía social del siglo XX (Centro Editor de América Latina, 1971).

Obra

—Poemas de la mano mayor.
—Juego limpio.
—El che amor.
—El paso atrás.
—Su fuego en la tibieza.
—Apuntes.
—Luces que a lo lejos.
—La encendida calma.
—Notas al pie de nada ni de nadie.

Premios

—Mención en Premio Casa de las Américas, por El che amor.
—Alcalá de Henares de Poesía, 1983, por Su fuego en la tibieza.

—Internacional de Poesía Antonio Machado 1993/94, por Luces a lo lejos.