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domingo, 23 de abril de 2017

El presente no es nada… @dealgunamanera...

El presente no es nada…


A la subestimación de la importancia del presente en las elecciones de octubre de Duran Barba se sumó la del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, a quien le aceptaron que subiera la tasa de interés para atacar más decididamente a la inflación.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 22/04/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En su columna del domingo pasado, Gustavo González sintetizó en una frase lo que el macrismo cree que se votará en octubre: “No es la economía sino la memoria”. Resumiendo también la estrategia de polarizar con el kirchnerismo de Duran Barba, quien, si lograra que Macri volviera a ganar otra elección después de una caída del producto bruto y del consumo, “merecería el Premio Nobel a la consultoría política”, como a él mismo le gusta presumir por haber hecho a Macri presidente.

A la subestimación de la importancia del presente en las elecciones de octubre de Duran Barba se sumó la del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, a quien le aceptaron que subiera la tasa de interés para atacar más decididamente a la inflación, aunque hoy enfríe el consumo, apostando a que una caída de la inflación más drástica en 2018 les permitirá ganar las elecciones de 2019.

Cada vez que imágenes de Venezuela muestran caos y muerte, crecen las posibilidades de que Macri gane en octubre.

Paradójicamente, el más transgresor en materia política del Gobierno y el más ortodoxo en materia económica se transformaron en absolutamente complementarios tras la idea fuerza que se podría sintetizar en “el presente no existe”.

En sus célebres Ensayos, Montaigne sostenía que el presente es nada, porque si fuera algo sería duración, y si durara se uniría al pasado. Peor aún, si pudiera reunirse con el pasado no sería tiempo sino eternidad, por lo que el presente es apenas lo que separa y une al pasado con el futuro. Pero quizás aquello que ya no es (el pasado) y lo que todavía no es (el futuro) sean lo único que nos permite sentir el tiempo, ese gran fugitivo que se escapa, se revela escurriéndose y sólo es dejando de ser.

Probablemente, Duran Barba leyó los Ensayos de Montaigne y, aunque se trate de tres tomos, quizá también Sturzenegger en su época de profesor en Harvard, pero más allá de ellos el tiempo es central para Cambiemos porque sólo puede existir en relación con el cambio: “No hay tiempo sin movimiento ni cambio”, escribió Aristóteles en su Física IV.

Duran Barba podría sostener que hay un “presente del pasado” por el que se votará en octubre de 2017, y Sturzenegger apostar a la existencia de un “presente del futuro” con el que se construirá la victoria electoral de octubre de 2019.

San Agustín decía que “el presente del pasado” es la intuición y “el presente del futuro” es la espera.

Porque es la conciencia la que constituye y despliega la existencia del tiempo, Sartre decía que el tiempo “sólo viene al mundo en la medida en que estemos (nosotros) aquí”. O sea: el tiempo es la memoria por la que Duran Barba apuesta a que el Gobierno gane las próximas elecciones de octubre, aun sin tener un ministro de Economía. En la época en que existían las fotos en soportes físicos, Kodak decía que su producto no era la película de los rollos sino que ellos vendían memoria. 

Tiempo y populismo. 

Desde una perspectiva opuesta, el verdadero tiempo que existe es el presente, que es el único disponible. El pasado y el futuro sólo subsisten en nuestra mente mientras que el presente se sucede a sí mismo en nuevos presentes, uno tras otro. Si “siempre es hoy”, la obligación del político consiste en procurar los mejores presentes a los votantes. La priorización del consumo sobre el ahorro, característica del populismo en sus distintas expresiones, es también resultado de esa diferente percepción del tiempo en la cual sólo hay ahoras.

Es que, de la misma forma en que el tiempo varía con la velocidad para el astronauta que envejece más lentamente en una nave espacial, también varía con la posibilidad económica del sujeto, porque a menor cantidad de recursos el tiempo parecería pasar más rápidamente y resultaría más lógico “consumirse” futuro.

Conociendo esa diferente percepción del paso del tiempo en las personas, el populismo propuso siempre “ya” para los más humildes. Las cuotas, por ejemplo, son mucho más valoradas que un precio menor en quien no podría comprar sino a crédito, algo que, después de su Waterloo con las cuotas de los comercios en enero, Cambiemos remonta con las cuotas a treinta años para comprar propiedades.

El plan del macrismo es promover la inversión en el presente para que haya prosperidad en el futuro. Pero simultáneamente toma deuda que se deberá pagar en el futuro para morigerar el ajuste que sufre la población en el presente.

Consumo versus ahorro, populismo versus conservadurismo, con la variante ecléctica de desarrollismo, también tienen su relación con dos creencias acerca de la dirección de la “flecha del tiempo”. Unos suponen que el tiempo viene del futuro, donde todo comienza, llegando al presente, para pasar a acumularse en el pasado como un depósito. Y la inversa, la que cree que es el pasado lo que produjo el presente y el presente producirá el futuro.

Venga de adelante o de atrás, lo que a la mayoría de las personas les preocupa es “lo que pasa”, aunque pase. El tiempo no existe por sí mismo sino por los acontecimientos, y hoy pasa que el miedo al pasado tiene consecuencias electorales. Las imágenes de lo que pasa en Venezuela alimentan esa memoria en quienes temen el regreso del pasado hecho kirchnerismo.

Una inflación del 9% en 2019 podría ser el argumento electoral más contundente para la reelección de Macri.

La mente es la memoria, decir que se vota con la memoria es decir que se vota con la mente, la única que permite salirse del presente, una apuesta del Gobierno omnipotente y riesgosa. También Néstor Kirchner, en 2005 y 2007, ganó las elecciones con la memoria de la enorme mayoría que no quería volver a los 90.

El Gobierno merecería reconocimiento si pretendiera ganar las elecciones por el presente y el futuro más que por el pasado. Vivir el presente no tiene que implicar renunciar al futuro, porque no se trata de pensar en el futuro porque exista sino precisamente porque, al no existir, es lo que podemos construir y depende de nuestras decisiones, en cambio el pasado es insuprimible e irreversible.

Vivir un presente que no sea un instante sino un presente que transite su propia mejora, donde la evolución constante de la economía sea la protagonista y el paso del tiempo, sinónimo de progreso.





domingo, 8 de enero de 2017

Ver para creer: Kirchner lo hizo… @dealgunamanera...

Ver para creer: Kirchner lo hizo…


La crisis de 2001 llevó a la gente a descreer de todos. Pero en su necesidad de creer en algo, Néstor Kirchner le armó un paquete convincente.

© Escrito por Luis Alberto Romero, Historiador, el sábado 07/01/2017 y publicado en el Diario Los Andes de la Ciudad de Mendoza.

Como en el caso del apóstol Tomás, que necesitó palpar las heridas de Jesús resucitado, tanto el común de los argentinos como la Justicia necesitaron ver los fajos de dólares para asumir la magnitud y centralidad que tuvo el saqueo del Estado en el régimen kirchnerista.

Durante los últimos años fuimos muchos quienes, uniendo indicios, imaginamos que detrás de la punta del iceberg había un sistema de corrupción organizado por el presidente y sus allegados. Para subrayar su carácter sistémico, propusimos llamarlo “cleptocracia”.

Desde el caso Boudou, los indicios se acumularon de manera exponencial. Pero faltaba ver los billetes; y eso ocurrió con los dólares de la Rosadita, la caja de seguridad de Florencia o las valijas de José López: las imágenes transformaron las inferencias en verdad contundente, salvo para quienes, siguiendo el Credo ut intelligam de San Agustín -creo para entender- continúan dando prioridad a la fe por sobre la experiencia y la razón.

A esto se acaba de agregar un nuevo elemento: el juez Ercolini reunió distintas investigaciones parciales y procesó a Cristina, De Vido, Báez y otros por constituir una asociación ilícita en relación con la obra pública. Agregó un elemento importante: esta asociación ilícita se constituyó un poco antes de que asumiera el poder Néstor Kirchner, su organizador.

Se trata de una verdad judicial inicial suficiente para iniciar un proceso, pero nos sirve para entender la historia del kirchnerismo. Es fácil advertir que el modus operandi se practicó sistemáticamente en Santa Cruz, donde De Vido integraba el equipo de gobierno de la provincia y Báez colaboraba desde el Banco de Santa Cruz y como asesor de la constructora Gotti. Pocos días antes de la transmisión del mando, Báez fundó Austral Construcciones, centro de sus operaciones, que fueron las de Kirchner.

¿Cuándo concibió Néstor Kirchner el proyecto de extender el “modelo Santa Cruz” a todo el país? ¿Habrá sido durante las reuniones del Grupo Calafate, que tuvo distinguidos integrantes, cuyo nombre convendría recordar? Muchos de los apóstoles se apartaron del kirchnerismo, pero no reniegan de sus orígenes, y cargan las culpas sobre Cristina, lo que es históricamente injusto. Lo cierto es que fue una decisión de una audacia enorme, tomada en momentos en que la ciudadanía estaba convencida de que Kirchner era apenas el “Chirolita” de Duhalde.

Por entonces los analistas se preguntaban cómo haría para afirmarse en el gobierno un provinciano que nunca había salido del país, con pocos amigos en el peronismo e ignorante de los usos y costumbres de la Capital. Se conocían sus antecedentes santacruceños, incluyendo su despiadado autoritarismo, pero costaba imaginar que ese sistema, adecuado para una provincia con una sociedad civil escuálida, funcionara en la Argentina. Otra vez, hubo que ver para creer.

La obra pública estuvo en el centro de un sistema que fácilmente se extendió a otros campos por los que circulaban los fondos del Estado, como el Transporte. De Vido y Jaime fueron los ejecutores del plan de Kirchner, y Báez y Cirigliano los cómplices, como después lo fue Eskenazi en el caso de YPF, cuando la voracidad cleptocrática avanzó sobre empresas privadas. Fue un núcleo muy reducido; a su alrededor surgieron esquemas menores en los que muchos empresarios fueron partícipes obligados. ¿Cuál fue el monto total del botín?

Solo tenemos sospechas de una cifra que cada mes se incrementa en un dígito.

Estoy convencido de que el sistema kirchnerista se constituyó en torno de este núcleo cleptocrático -gobierno de, para y por la corrupción- y que los otros elementos fueron complementos, piezas funcionales de un proyecto que combinaba la acumulación de dinero y de poder.

En la cabeza de Néstor, ambas cosas eran una sola; así lo recuerda Cristina cuando, a mediados de 1976, le propuso irse a Río Gallegos “para juntar plata y poder hacer política”.

No habría habido ni régimen cleptocrático ni impunidad sin la eliminación de todos los controles institucionales. Kirchner no necesitó a Carl Schmitt para transformar, a la criolla, la democracia en autocracia. El “esquema Kirchner” era sencillo pero requirió de mucha destreza en la ejecución. La cooptación de distintos sectores, así como el enfrentamiento con otros, no fue el fruto de un designio ideológico sino un complemento práctico del aparato cleptocrático. Sus aliados eran desechables, por decirlo de manera elegante, y sus enemigos podían cambiar según las circunstancias. Pero la forma era inmutable.

Lo más notable fue el discurso, el relato. ¿En qué momento este político de provincia, sin experiencia en ese terreno, descubrió sus potencialidades? Creo que fue una construcción admirable, tanto o más meritoria que la máquina cleptocrática. ¡Chapeau!

No creer en nada -esa es mi impresión- lo ayudó en esta tarea artesanal consistente en descubrir las potencialidades de un imaginario político exacerbado y fragmentado por la crisis de 2001. Mucha gente no creía en nada pero quería creer en algo, y lo cierto es que Kirchner les armó un paquete convincente, combinando una pizca de la tradición peronista, mucho de setentismo, otro tanto de “derechos humanos” -básicamente un ánimo vindicativo y retaliativo- y todos los llamados “nuevos derechos”, desde los homosexuales a los “pueblos originarios”.

No es poco el talento necesario para armar este conjunto, aunque sobre el núcleo originario han de haberse sumando los aportes espontáneos de todos quienes tenían alguna acreencia con el pasado. A partir del conflicto con “el campo” -o “la oligarquía terrateniente”- este conjunto se ordenó definitivamente en el esquema clásico del enfrentamiento entre el pueblo y su líder contra “los poderes concentrados”: se hizo comprensivo y gelatinoso y alcanzó su máxima eficacia evangelizadora, una tarea en la que, luego de la muerte de Néstor, Cristina cumplió una función importante.

Nos queda una pregunta: ¿Cómo una sociedad relativamente organizada, culta y con tradiciones políticas pudo “comprar” este paquete?

Queda para otra ocasión desarrollar la idea de Agustín. Aquí me quedo con lo más importante: el núcleo está en la asociación ilícita que Ercolini ha procesado. Y si bien hoy Cristina encabeza la carátula judicial, Kirchner lo hizo.



domingo, 4 de diciembre de 2016

“Una mala persona no llega nunca a ser buen profesional”... @dealgunamanra...

Científico de Harvard: “Una mala persona no llega nunca a ser buen profesional”...


Howard Gardner es un prominente neurocientífico estadounidense, psicólogo, profesor de Harvard y autor de la teoría de las inteligencias múltiples. Ha recibido innumerables reconocimientos por su trabajo entre ellos el Premio Príncipe de Asturias. Lo entrevistó el diario La Vanguardia de España sobre sus teorías y sus concluyentes planteamientos invitan a la reflexión.

“Aprender es el único antídoto contra la vejez y yo lo tomo cada día en Harvard con mis alumnos. Es tonto clasificar a los humanos en listos y tontos, porque cada uno de nosotros es único e inclasificable”, sostiene.

¿Por qué cuestiona que la inteligencia es lo que miden los test?
Porque yo soy un científico y hago experimentos y, cuando mido la inteligencia de las personas, descubro que algunas son muy buenas solucionando problemas pero malas explicándolos. Y a otras les pasa lo contrario. ¿Y si hay personas diversas es porque también tiene que haber diversos talentos?

Por eso he dedicado 400 páginas a describir siete tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, musical, espacial, cinético-corporal, interpersonal e intrapersonal.

¿Y por qué no muchas más: la culinaria o la mística o la teatral o la ecológica?
Porque no cumplen los requisitos que sí cumplen esas. Y espero acabar demostrando que además hay una inteligencia naturalista, otra pedagógica y otra existencial para plantearnos preguntas trascendentes. Pero no más.

Hoy los colegios ya plantean sus programas según esas inteligencias múltiples.
Y yo no me dirigía a los pedagogos, pero fueron ellos los primeros que adoptaron mis teorías.

Tipos de inteligencia
Hay siete tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, musical, espacial, cinético-corporal, interpersonal e intrapersonal.

¿Por qué?
Porque comprobaban cada día en las aulas que las categorías de tonto o listo no cubren la diversidad del talento humano. Y, por tanto, que los test de inteligencia no miden realmente nuestras capacidades, sino sólo la de resolverlos.

Su teoría, además, era cómoda para consolar a niños con malas notas y a sus papás.
Se abusó de ella al principio porque no se comprendió bien. En Australia, la administración la manipuló para explicar que había grupos étnicos que tenían inteligencias diferentes de otros.

¡Qué peligro!
En ese punto, empecé también a preguntarme por la ética de la inteligencia y por qué personas consideradas triunfadoras y geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u otros campos hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para ellas mismas.

Esa ya es una pregunta filosófica.
Pero yo soy un científico e inicié un experimento en Harvard, el Goodwork Project, para el que entrevisté a más de 1.200 individuos.

¿Por qué hay excelentes profesionales que son malas personas?
Descubrimos que no los hay. En realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.

A mí se me ocurren algunas excepciones...
Lo que hemos comprobado es que los mejores profesionales son siempre E CE: excelentes, comprometidos y éticos.

¿No puedes ser excelente como profesional pero un mal bicho como persona?
No, porque no alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia. Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética.

Para hacerte rico, a menudo estorba.
Pero sin principios éticos puedes llegar a ser rico, sí, o técnicamente bueno, pero no excelente.

Resulta tranquilizador saberlo.
Hoy no tanto, porque también hemos descubierto que los jóvenes aceptan la necesidad de ética, pero no al iniciar la carrera, porque creen que sin dar codazos no triunfarán. Ven la ética como el lujo de quienes ya han logrado el éxito.

“Señor, hazme casto, pero no ahora”.
Como san Agustín, en efecto. Otra mirada estrecha lleva a estudiantes y profesionales comodones a ser lo que consideramos inerciales, es decir, a dejarse llevar por la inercia social e ir a la universidad, porque es lo que toca tras la secundaria; y a trabajar, porque es lo que toca tras la universidad..., pero sin darlo todo nunca.

Sin ilusión, la vida se queda en obligación.
Y otros son transaccional es: en clase cumplen lo mínimo y sólo estudian por el título; y después en su trabajo cumplen lo justo por el sueldo, pero sin interesarse de verdad limitan su interés y dedicación. Y son mediocres en todo.

¿No descubren algún día de su vida algo que les interese realmente?
Algunos no, y es uno de los motivos de las grandes crisis de la madurez, cuando se dan cuenta de que no hay una segunda juventud. Otra causa es la falta de estudios humanísticos: Filosofía, Literatura, Historia del Pensamiento...

¡Qué alegría! Alguien las cree necesarias...
Puedes vivir sin filosofía, pero peor. En un experimento con ingenieros del MIT descubrimos que quienes no habían estudiado humanidades, cuando llegaban a los 40 y 50, eran más propensos a sufrir crisis y depresiones.

¿Por qué?
Porque las ingenierías y estudios tecnológicos acaban dándote una sensación de control sobre tu vida en el fondo irreal: sólo te concentras en lo que tiene solución y en las preguntas con respuesta. Y durante años las hallas. Pero, cuando con la madurez descubres que en realidad es imposible controlarlo todo, te desorientas.

¿En qué país influyó más su teoría de las inteligencias múltiples?
En China editaron cientos de títulos sobre inteligencias, pero las entendieron a su modo: querían que su hijo único fuera el mejor en todas.

Pues no se trata exactamente de eso.

Cada sociedad y persona entiende lo que quiere entender. Cuanto mayor te haces, más difícil es adaptar tu vida a un descubrimiento y más fácil adaptar el descubrimiento a lo que ya creías que era la vida. Por eso, voy a clase a desaprender de mí y aprender de los jóvenes.


domingo, 1 de julio de 2012

Entre San Agustín y Santo Tomás de Aquino... De Alguna Manera...

Entre San Agustín y Santo Tomás...

San Agustín y santo Tomás de Aquino.

Lo del obispo Bargalló demuestra que la castidad que la Iglesia impone a sus súbditos es una agresión a la condición humana. Un cerrojo a la naturaleza del cuerpo, que tiene tantos derechos como el espíritu. Pero la cosa ya es irremediable, de tan lejos viene. ¿Por qué tanto empeño en proteger y demostrar la virginidad de María? Otros hombres de la Iglesia (muy superiores al obispo de Merlo-Morón) han sentido la tentación del pecado, de la lujuria. Y no se han ido a esconder a una playa exclusiva, carísima de México, para realizarlo y luego callar, sino que lo han confesado abiertamente, incluso con una prosa que suele sorprender por su belleza. Otros hombres –más consagrados a su Dios que el obispo Bargalló– sufrieron la tentación carnal y se entregaron a ella y lo dijeron valientemente, sin andar fraguando mentiras, tonterías escasamente creíbles para salir del paso. Me voy a referir a uno de ellos, al autor de las Confesiones, a San Agustín, a quien el obispo de Merlo habrá leído seguramente tanto como yo, que no he dejado de hacerlo desde muy joven, desde que cursaba en Viamonte 430, en la vieja Facultad de Filosofía y Letras, la materia Fenomenología e Historia de las Religiones.

San Agustín vivió entre los años 354 y 430. Las Confesiones es el más íntimo y hermoso de sus libros y seguramente uno de los más auténticos que el catolicismo ha hecho nacer. Se trata de un libro fascinante, sobre todo en sus primeras partes, en las que un joven demasiado joven no puede sobrellevar las exigencias de la pubertad y a la vez adorar a su Dios aceptando las exigencias terribles que éste le impone a su cuerpo. De esta forma, el libro se convierte en una amarga queja (como si Job surgiera otra vez ante Dios, cuestionándolo) que un ardiente pecador le presenta a su Creador. “Quiero acordarme ahora de mis fealdades pasadas y de las carnales torpezas de mi alma. Y lo hago, no porque ame estos pecados, sino para amarte a ti, Dios mío (...) Pues en mi adolescencia ardía en deseos de hartarme de las cosas más bajas. No dudé en embrutecerme con varios y oscuros amores” (Libro II, Capítulo I). Y sigue adelante el que luego será recordado como el Santo de Hipona. Pero decir “sigue adelante” es injusto con él. Porque cualquiera que se pone a escribir puede adelantar en su tarea. Agustín, por el contrario, inicia el Libro III con un texto digno de la mejor literatura, erótica. No sólo la prosa es subyugante, sino el ambiente que, en pocas palabras, pinta: “Llegué a Cartago y me encontré en medio de una crepitante sartén de amores impuros” (Libro III, Capítulo I). ¿Leyeron eso? “Una crepitante sartén de amores impuros.” ¿Qué se freía en esa sartén? ¿Qué comida exquisita, irresistible? 

El texto pareciera extraído de la mejor prosa de un autor caribeño. García Márquez lo aceptaría. Sigue: “Pues aunque mi verdadera necesidad eras tú, Dios mío que eres alimento del alma, yo todavía no sentía tal hambre (...) La salud de mi alma no era buena y, llena de úlceras, se lanzaba desesperadamente fuera de sí, restregándose con el contacto de las cosas sensibles” (Ibid.). A los dieciséis años, ¿quién puede contener a este púber que se desboca tras la lujuria? Agustín compara el deseo con las marejadas, con las corrientes profundas de un mar incontenible que lo lleva a playas que no desea y, a la vez, desea sin poder frenarse, sin nada que le dé la fuerza para hacerlo. Sigue: “Pero una vez más volvía a preguntarme: ‘¿Quién me ha hecho a mí? ¿No me ha hecho mi Dios, que no sólo es bueno, sino la misma bondad? ¿Pues de dónde me vino a mí el querer el mal y no querer el bien? (...) ¿Quién puso esta voluntad dentro de mí? (...) Y si la puso el diablo, ¿quién hizo al diablo?” (Libro VII. Cap. III. Subr. nuestro). 

Y aquí nos arrostra su texto decisivo: “Pero entonces, ¿dónde está el mal? ¿De dónde viene y por qué se ha colado en el mundo? ¿Cuál es su raíz y su semilla? (...) ¿De dónde viene, pues, el mal, si Dios hizo todas las cosas y siendo bueno las hizo buenas? (...) Pero tanto el Creador como su creación son buenas. ¿De dónde procede el mal? ¿Es que, acaso, era mala la materia de dónde sacó el universo? (...) ¿Y por qué esto? ¿Acaso Dios no tenía poder para transformarla y cambiarla de todo modo que no quedase de ella rastro del mal? ¿No es acaso omnipotente?” (Libro VII. Cap. V). La formulación es extrema, la queja alcanza su mayor densidad: ¿Por qué existe el mal? Si Dios es pura bondad y es omnipotente, ¿por qué no destruye el mal? Si no lo hace, ¿Dios quiere el mal? ¿Hay mal en Dios, ya que tanto lo tolera? ¿Se solaza Dios con el mal? En suma, las quejas de Agustín se resumen en afirmar que no puede evitar el pecado de la carne, huir de la lujuria, que su pubertad es una marejada impura que lo ahoga y, en esas aguas, él es un pecador que goza. Y si eso que a él le ocurre es, para Dios, el mal, ¿quién lo creó? Sólo El pudo hacerlo. ¿Por qué lo hizo? Y si es totalmente bueno y omnipotente, ¿por qué no lo elimina? ¿Acaso tolera el mal porque también está en El? ¿Con qué derecho su Dios lo lleva a decir algo tan desgarrador como: “Pobre de mí, ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte”? (Libro VIII. Cap. V).

Pequeño obispo de Morón, ése es el coraje. Usted, sugerimos, debió decir: “Sí, pequé. Yo, un hombre entrado en la cincuentena, me vi arrastrado al pecado de la carne. ¿Qué podemos pedirles a nuestros jóvenes curas? Yo, al menos, incurrí en la lujuria con una mujer, divorciada y con una vida hecha. ¿Qué tiene de malo? ¿No es peor arrastrar a nuestros jóvenes curas, a los púberes que alojamos tras las paredes de nuestros monasterios, a vejar niños? ¿No es peor que viejos sacerdotes de vieja y ajada fe también lo hagan?”. Así habría sido respetado y hasta tendría un lugar en la historia de la Iglesia. Pero no: usted sucumbió a Santo Tomás de Aquino, que aún es el Padre de la Iglesia y cuya Summa Teológica es la verdad suprema. ¿Qué dice el santo de Aquino? La Summa consiste en una serie enorme de preguntas que el Santo responde. Formula la pregunta, luego las objeciones y por fin la solución. Todo está resuelto ahí. Se ocupa de cuestiones que el obispo de Morón debió consultar antes de irse a México a bañarse en aguas de lujuria. Por ejemplo: La abstinencia, ¿Es la abstinencia un mal? La castidad, ¿es la castidad una virtud? La virginidad, ¿consiste la virginidad en la integridad de la carne? ¿Es ilícita la virginidad? ¿Es la virginidad una virtud? ¿Es la virginidad más excelente que el matrimonio? Las especies de la lujuria: ¿Es pecado mortal la fornicación simple? ¿Es la fornicación el pecado más grave? ¿Existe pecado mortal en los besos y en los tocamientos? ¿Es pecado mortal la polución nocturna?

Bien, nos detenemos aquí. El obispo Bargalló sabía todas estas cosas. Sabe que la Iglesia cree en Santo Tomás. Entonces, ¿por qué abandonó la abstinencia? La castidad. ¿Ignoraba que la virginidad es una virtud? ¿Cómo se entremezcló con una divorciada? ¿Ignoraba que la fornicación simple y la compleja y vaya a saber cuántas más son pecado? ¿Ignoraba que los besos y los tocamientos son lujuria? ¿En cuántos besos y tocamientos incurrió con esa divorciada? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Acaso por evitar el pecado mortal de la polución nocturna del que sólo se huye por medio de la fornicación simple?

Entre San Agustín y su corazón desgarrado y Santo Tomás y sus leyes inquisitoriales se mueve la Iglesia. El cardenal Bergoglio dijo que había “tristeza en la Iglesia” por las acciones del obispo de Merlo. El cardenal Bergoglio debe tener la Summa de Aquino clavada en el centro de su corazón, aniquilándolo. La Iglesia debe volver a la angustia agustiniana y –con ella– entrar en el siglo XXI. Debe también volver a la humildad del profeta de Nazareth y su desdén por las riquezas y decidirse a luchar contra la pobreza y la injusticia. De lo contrario morirá. Y si persiste en seguir como hasta ahora sería deseable que lo haga o que, al menos, se vuelva impotente y deje al mundo seguir su rumbo, hacia el desastre o hacia la vida, pero sin castradores medievales.

©Escrito por José Pablo Feinmann y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 1º de Julio de 2012.