En defensa de idiotas útiles y estúpidos progresistas (I)
Acusadores. Carrió,
Lanata y Pablo Sirvén. Fotografía: CEDOC/PERFIL
Esta semana volvió a agregar su contribución a la elocuencia prosaica tan
de moda en los medios y las redes Elisa Carrió.
Esta semana volvió a agregar su contribución a la elocuencia prosaica tan
de moda en los medios y las redes Elisa Carrió, al calificar de progresismo
estúpido a quienes no compartían su punto de vista durante un debate
parlamentario del que se fue acaloradamente.
La progresista estúpida de Carrió en el debate en
Diputados era Margarita Stolbizer, quien insiste en no alinearse con alguno de
los dos grupos en pugna de la grieta, y en ella significa a todas las personas
no K que no son pro Macri. A los ojos de Carrió, Stolbizer es estúpida también
porque prefiere pagar el precio de la insignificancia electoral a sumarse a la
ola amarilla, que cuenta hoy con el apoyo de la mayoría. Un planteo que, aunque
no sea populista, es igualmente demagógico que el del kirchnerismo en sus
primeros años.
Carrió fue progresista, como
muchos periodistas que se han corrido a la derecha
Cuando Néstor Kirchner era
presidente, les decía a periodistas como Ernesto Tenembaum, que se resistían a
sumarse acríticamente al relato mayoritario de época, que se quedaban en la
cosa chiquita del periodismo y no en lo grande de la política. Estúpidos que se
conformaban con ser periodistas o ser progresistas y no se daban cuenta de que
lo que importa es ganar, y bastante menos cómo se lo hace.
Estúpidos progresistas que se
preocupan por la libertad de expresión de medios con ideologías contrarias a
las propias, de medios con los que no están de acuerdo o incluso por la
libertad de expresión de aquellos que fueron sus adversarios y hasta los
combatieron con formas que un progresista estúpido nunca usaría.
Idiotas útiles, como fuimos
calificados por columnistas de los diarios La Nación y Clarín quienes firmamos
una solicitada en defensa del diario Página/12. Escribió Pablo Sirvén en
Twitter el 16 de octubre: “Firmar una solicitada por Verbitsky una semana antes
de las elecciones no es síndrome de Hubris, sí de Estocolmo. Perón diría:
‘idiotas útiles’”. Antes, el 25 de junio, ya había titulado “Cristina se
apalanca en idiotas útiles” una columna en La Nación que comenzó diciendo: “La
fascinación de los medios de comunicación con Cristina Kirchner es inversamente
proporcional a la simpatía que le tienen”.
Y en su columna de Clarín titulada
“La mafia tiene buena prensa”, Lanata calificó a los firmantes de la solicitada
en defensa de Página/12 como “casi todos kirchneristas, un par de
independientes, algún ingenuo y muchos idiotas útiles”.
Estúpidos progresistas e idiotas
útiles que se preocupan porque la ministra Patricia Bullrich no separó
provisoriamente al responsable de Gendarmería ante la desaparición de Maldonado
mientras que sí se hizo con Gómez Centurión ante una denuncia tampoco probada,
para reponerlo al frente de la Aduana una vez que se hubiera comprobado falsa,
demostrando que a Macri le preocupa enviar a la sociedad mensajes de que estará
más preocupado por cualquier delito económico que por posibles delitos de
integrantes de alguna fuerza de seguridad mientras cumplan órdenes del Estado.
Discrepo totalmente con la línea
editorial del diario La Nación en materia de derechos humanos pero valoro que
no nos llame “idiotas útiles” o “estúpidos progresistas”, probablemente porque
su posición fue siempre la misma y no tiene la furia del converso.
Dos de sus últimos editoriales
reflejan esa línea. En el del 31 octubre titulado “Gendarmería: las cosas por
su nombre”, escribió: “Desde los primeros momentos, la ministro de Seguridad,
Patricia Bullrich, fue fuertemente atacada cuando apoyó incondicionalmente a la
Gendarmería a sus órdenes, aun cuando muchos sostienen que habría sido una
buena medida desafectar a los gendarmes involucrados hasta tanto se clarifican
los hechos” (...) “Nos preguntamos si quienes produjeron tanto daño y dolor, de
modo artero o equivocado, no deberían expresar públicamente: ‘Perdón
Gendarmería’”.
Un progresista cree que, por el
contrario, se hubiera mejorado la valoración social de la Gendarmería y se
hubieran ahorrado ataques a muchos de sus integrantes y al propio Gobierno si
se hubiera desafectado transitoriamente a quienes condujeron el operativo y se
hubiera colocado al frente de la comunicación al ministro de Justicia, Germán
Garavano, más sensible y ponderado.
Las defensas no pueden ser
“incondicionales”, como elogia La Nación de Bullrich, y no se le debe pedir
“perdón Gendarmería” como no se debe castigar a las Fuerzas Armadas o de
seguridad como instituciones por el mal proceder de algunos de sus integrantes.
Alfonsín, un verdadero progresista, nunca acusó a las fuerzas de seguridad sino
a los hombres que las deshonraban. Hay posibilidad de mala praxis en todas las
instituciones y profesiones cuyo juzgamiento no denigra a la institución sino
que la fortalece, potenciándola cuando se prueba su inocencia.
Y en el editorial del 9 de noviembre
titulado “Una comisión que se arroga derechos que no tiene”, se refiere a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a la que el Gobierno supone
cooptada por el kirchnerismo y, en su paranoia, cree que hasta Amnistía
Internacional es K porque cobijó al hermano de Maldonado, olvidándose de que
Amnistía fue la que más luchó contra el cercenamiento de los derechos humanos
en la ex Unión Soviética.
Quien no envejece bien se
vuelve recalcitrante porque sus ideas dejan de progresar
Al igual que Leandro Despouy, ex representante especial para Derechos
Humanos de la Cancillería, la ex ministra de Relaciones Exteriores Susana
Malcorra no habría renunciado principalmente por los problemas de salud de su
marido, sino también porque no quería ser la defensora internacional de una
posición que no comparte sobre los derechos humanos y sus organismos
internacionales.
El progresismo y el periodismo están ligados no sólo en
Argentina: en Estados Unidos, más del 70% de los periodistas adhiere al Partido
Demócrata, por lo que muchos de nosotros somos al mismo tiempo idiotas útiles y
estúpidos progresistas.
En defensa de idiotas útiles y estúpidos progresistas (II)
Se cruzaron Fernando
Iglesias y María O´Donnell. Fotografía: CEDOC
Nuestra más importante función es ayudar a la audiencia a superar sus
propios prejuicios amortiguando así la fuerza embrutecedora del cono del
silencio.
La agresividad aumenta el rating, la
violencia oral atrae en Twitter o frente a un micrófono. La altisonancia y el
insulto agregan contundencia cuando lo que se expresa carece de ella. Es barato
porque requiere menos esfuerzo cognitivo que una idea demoledora.
Que personas muy formadas y con
recursos intelectuales de sobra apelen a la oratoria vulgar propia de otros
géneros discursivos se explica por el veneno que sigue introduciendo en la
sociedad la grieta y la ansiedad que genera en comunicadores y políticos (cada
vez más la misma profesión) la hiperinmediatez de las redes sociales y el
minuto a minuto de la televisión.
En la columna precedente se analizó la
calificación de Carrió de estúpido progresismo a quienes se oponían a su
posición, principalmente la diputada Stolbizer, y que los periodistas Lanata y
Sirvén llamaron idiotas útiles a los colegas que firmamos una solicitada en
defensa de Página/12.
Ser apodado el D'Elía de Macri ofendió al
diputado electo que hizo de lo tajante su sello
Continúa ahora con otra persona que
escribió en las publicaciones de Editorial Perfil, Fernando Iglesias, en su
caso columnista de la revista Noticias hace una década, que nos envió a Gustavo
González, a Edi Zunino y a mí este mail: “Queridos ex amigos: Es para
comentarles que la actual forma de hacer periodismo de Perfil también me parece
desastrosa. Lo hago ahora, que todavía no soy funcionario. Hay que caer muy
bajo para lo de ‘el D’Elía del PRO’”.
La “actual” forma de hacer periodismo
de Perfil es la misma de una década y dos atrás, cuando coincidíamos con
Carrió, Lanata, Sirvén e Iglesias en criticar a cada gobierno mientras estaba
en poder y no sólo al anterior, que ya se había ido.
Iglesias se ha dedicado a la política y
logró, con una retórica provocadora, instalarse como vocero confrontativo de
Cambiemos en los medios. Y gracias a esos servicios, ser candidato a diputado,
electo en octubre y en ejercicio a partir de diciembre. Pero no fue Perfil la
que lo calificó de “D’Elía del PRO” sino que surgió de la polémica por Twitter
que se citó en la nota de Perfil.com: “Todo comenzó con un mensaje del usuario
David Vincent (@davidvincent97) que tuiteó: ‘Qué desastre el programa de O’Donnell’”.
Minutos más tarde, provocando como suele hacer en Twitter, Iglesias agregó:
“‘El programa de’ está de más”, para dejar en claro que le parecía un desastre
todo lo que hace la autora de numerosos libros de investigación. “Señor
diputado electo de Cambiemos ¿por qué agrede así?”, preguntó O’Donnell. Un
comentarista (@lecalo37) salió a defenderla y le dijo: “Porque es el D’Elía de
Cambiemos”, a lo que ella agregó: “Un poco sí”. Iglesias arremetió: “No es una
agresión. Es una opinión. Creo que tu forma de hacer periodismo es desastrosa.
La vara de Africa por doce años. La de Suiza, hoy”, dijo, para cuestionar las
críticas de O’Donnell hacia el show mediático que se montó sobre la detención
de Amado Boudou.
María O’Donnell, como Romina Manguel o
Reynaldo Sietecase, entre tantos otros, integran el grupo de periodistas que en
los medios audiovisuales enfrentan la grieta en su propia audiencia. Es más
fácil para los periodistas de gráfica, que no estamos expuestos a los llamados
de los oyentes o al rating minuto a minuto de la televisión, sentirnos menos
influidos por el fanatismo del momento.
Hasta en programas como Animales
sueltos, cuando Fantino comenzó a criticar a Aranguren por los Paradise Papers
esta semana, el rating le bajó a la mitad. Pero lo que más les duele a los
periodistas son las críticas personales que reciben en las redes sociales,
donde los insultan y acusan ante la menor diferencia con el gobierno de
Cambiemos. Si por firmar una solicitada los propios colegas califican a sus
pares de idiotas útiles, lo que dice la gente amparada en el anonimato no tiene
límite.
La autocensura que están generando en
los periodistas las críticas inmediatas que recibe su trabajo en las redes
sociales está llevando al paroxismo la espiral del silencio descripta por la
politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann a fines de los 70, cuando era la
televisión el medio de masas. El temor al aislamiento hace a las personas
reprimir sus ideas y adaptarlas al pensamiento predominante. Los vibrantes
activistas del relato de época enmudecen al resto ejerciendo una forma de
control social sobre los que opinan distinto, disciplinando a la mayoría, que
se rinde frente a la fuerza superior del “clima de opinión”.
Si Hubris fue la teoría de ciencias sociales
con Cristina, el cono del silencio lo es con Macri
Como sucede hoy con las lecciones de
medio turno con Macri y sucedió en 2005 con Kirchner y en 1993 con Menem,
cuando se percibe que el gobierno será reelecto dentro de dos años y tendrá
seis años más en el poder, la espiral ascendente hace que las ideas de una
minoría suban y se conviertan en mayoría aplastante por la autocensura de las
demás. Esto fue así desde la aparición de la televisión y se potencia ahora con
las redes sociales.
Las redes sociales facilitaron la
creación de la mayor policía ideológica de todos los tiempos porque con
retuiteos se puede linchar mediáticamente a cualquier periodista en pocas
horas. Un periodismo que no pueda ser crítico de su gobierno o sobre
determinados temas tabú no podrá cumplir una de sus funciones esenciales. Me
refiero a un periodismo ponderado y no al fanático de lo opuesto, que en su
exageración se transforma en un espectáculo poco verosímil que, al caer en lo
cómico, se hace intrascendente, como sucede en algunas radios y canales de
noticias.
Los periodistas debemos desarrollar una
piel más resistente a los insultos y críticas personales porque el actual
ecosistema comunicacional hace estrellas mediáticas a quienes construyen con la
diatriba su notoriedad.
Nuestra más importante e insustituible
función es ayudar a la audiencia a superar sus propios prejuicios y a mantener
ejercitada su mente con ideas que contradigan sus creencias, amortiguando así
la fuerza embrutecedora del cono del silencio.