La cara con orejas de ratón del consumismo…
Desde 1955, Disney acrecenta un imperio de negocios, hoteles y servicios que tienen en sus parques de atracciones, con Magic Kingdom a la cabeza, su puerta de entrada a un mundo de montañas rusas y productos de la franquicia, pero también de alimentos fritos, basura y empleados sin vello púbico. Una excursión a las zonas menos agraciadas del Magic Kindom, foco del imperio turístico de Disney: túneles para empleados, invasión nocturna de ratas, adolescentes obesos en andador, comida rápida hipercalórica y una zona dedicada al clan Bush.
La dispersión de la realidad es el mayor fuerte de Magic Kingdom, la
atracción central de Disney World, la base del imperio de 120 kilómetros
cuadrados en donde la iconografía de Mickey Mouse y la palabra “magia” en
inglés se repiten hasta niveles dignos de la propaganda política y muestran la
cara más extrema de un multimedio que es poseedor de Star Wars, entre otras
franquicias, y de ESPN y muchas más señales. Este territorio, comúnmente
denominado Disney, en las afueras de Orlando, es el resort turístico más grande
del mundo: un negocio planeado para que las visitas interesadas en los cuatro
parques temáticos de la marca (Magic Kingdom, Animal Kingdom, Hollywood Studios
y Epcot) dejen sus dólares siempre en el mismo lugar de los Estados Unidos.
Los hoteles, restoranes, estacionamientos, trenes, barcos y hasta los
boliches que forman parte del extenso territorio son propiedad de The Walt
Disney Company, un planteo monopólico que surgió a raíz del opacado Disneyland,
ubicado en Anaheim, California. El viejo Walt inventó su primer parque de
atracciones allí en 1955 y, al darse cuenta de que los hoteles ajenos ubicados
alrededor hacían el mejor negocio, compró tierras en Orlando para venderles a
los turistas un paquete que incluye estadía, entrada, tratamiento preferencial
y venta de merchandising. La idea tomó forma en 1971 y, aunque costó, con el
tiempo acabó funcionando. Por eso, hoy Disney World es uno de los puntos
turísticos más visitado del planeta y un parque de diversiones con historias a
medio contar, atracciones fascinantes, consumo desmedido y un montón de caras
conocidas de la cultura estadounidense.
En febrero, cuando la temporada baja y es fácil encontrar a argentinos
vistiendo camisetas de fútbol y a quinceañeras eufóricas de azúcar, todas esas
características se combinan en “el lugar más mágico del mundo”.
Un viaje de ida
David Koenig, un ex empleado del parque, es el autor de los libros Mouse
Tales y Realityland, que cuentan los secretos y características de las
atracciones de Disney y sus nefastas historias para salir adelante. El mayor
esmero de Walt Disney al crear estas atracciones de tamaños disparatados era, y
sigue siendo su herencia post-mortem, darle al visitante una experiencia
surreal, donde todos los elementos brinden armonía durante la estadía. Y el
consumo. El plan es fácil de comprobar al pagar los 90 dólares que cuesta la
entrada de adulto y cruzar los molinetes. La temprana sensación de que todo
está bien se hace evidente al ingresar a Magic Kingdom y dejar atrás un
complejo de estacionamientos y un viaje de diez minutos en barco.
La imagen de Mickey comienza a aparecer hasta el hartazgo, la música que
sale desde parlantes escondidos en los árboles es descontracturante y todo lo
que sucede en la Main St. está fríamente orquestado (carros alegóricos, muñecos
que saludan y breakdancers con “sonrisa Justin Timberlake”). La primera obra
faraónica que se ve es el castillo de Cenicienta, una fiel representación
escénica de uno de los cuentos que propulsó a Disney en los años ‘50. La
atracción permanece con las puertas cerradas hasta el mediodía, pero en su
frente, unos de los ángulos más vistosos del parque, hay shows cada media hora.
El final de la jornada tendrá epicentro en esta materialización de la fantasía
y el capricho cuando a las 21 una batería de fuegos artificiales se mezcle
entre las visuales que le dan vida al castillo con personajes tan familiares
como Simba de El Rey León o Buzz Lightyear de Toy Story. Disney es el mayor
consumidor de pirotecnia de Estados Unidos y uno de los mayores del mundo.
Consumo gusto
El paseo incluye diversos focos donde perder la atención y en el mar de
sonrisas de las treinta mil personas que, en promedio, visitan el parque cada
jornada siempre hay chances para gastar dinero. Los costados están rodeados de
todo tipo de negocios que venden desde ropa interior hasta artilugios para
cortar pizza. Todos los ítems representan algún personaje de la marca y el más
recurrente (siempre) es Mickey. El estudiante de marketing promedio puede
visitar Disney para entender de qué se trata el rubro, ya que todos los
negocios parecen estar diseñados para que los niños agarren y griten y los
padres paguen y puteen. Al final de cada montaña rusa, atracción colorida o
paseo fantástico siempre hay un local que vende chucherías al respecto,
posicionando al producto como un destino imposible de evitar. Así, la diversión
termina en consumo. ¿Y viceversa?
La gastronomía es otro tramo curioso: siendo las 11, el parque abrió sus
puertas hace dos horas y ya hay nenes menores de 10 años comiendo una pata de
cerdo casi cruda con la mano, una imagen justa para graficar por qué Estados
Unidos es el país con mayor tasa de obesidad en su población, luego de México.
El menú general para desayunar, almorzar, merendar o cenar no se corre mucho de
“hamburguesa, panchos, papas fritas, patitas de pollo o cerdo”, un combo
repleto de grasa mezclado con gaseosas de primera línea y altos niveles de
azúcar (en algunos restoranes ni siquiera sirven agua mineral). Comer sano no
importa en “el lugar más mágico de la Tierra”, la ilusión no se pierde
inclusive con un par de proteínas menos, pero en un breve paseo es fácil
encontrar a más de un pibe joven pasado de peso utilizando un andador o una
silla de ruedas para desplazarse mientras hace malabares para lamer su helado
de chocolate con forma de ratón.
Circo político
Las banderas de Estados Unidos aparecen a lo largo del parque. Ninguna
novedad en una tierra tan nacionalista, pero el amor patriótico de Walt
(reconocido amigo del ex presidente Ronald Reagan) llega un poco más lejos en El
Hall de los Presidentes, un sector ubicado en el área Liberty Square
(curiosamente, a metros de La Mansión del Terror) donde se puede presenciar un
show de robots animatrónicos de los distintos mandatorios estadounidenses. El
recorrido fuerza a recordar el capítulo de Los Simpson donde la familia visita
La Tierra de Tom y Daly, y Bart arruina el robot de George Washington al
intentar espiar su ropa interior.
La zona donde comprar chucherías en torno a la política (sí, todo esto
puertas adentro de Disney) está repleta de objetos tan graciosos como
indignantes: en la estantería donde hay fotos oficiales, las dos que más se
repiten son la de George Bush padre y George Bush hijo. El Partido Demócrata
tiene su espacio de productos, menor a su rival, por eso no faltan calzoncillos
con el lema “Hope” (esperanza) que hizo famoso a Barack Obama y una taza con la
sonrisa picarona de Bill Clinton.
Los subterráneos
Los más de 50 mil empleados de Walt Disney World están entrenados para
hacer solamente una cosa: su trabajo. La tarea de entrevistar durante o después
de sus jornadas a los ocupados de mantenimiento, staff de restoranes o técnicos
de atracciones es imposible desde un principio, al instante en que uno se sale
de las típicas preguntas como “¿Dónde queda el baño?” o “¿Cuánto cuesta este
abridor de botellas?”. Las evasivas se hacen presentes mediante sonrisas
forzadas. La lógica laboral de Disney es abrir vacantes laborales en diferentes
países para personas jóvenes que cumplan con los requisitos básicos: saber
inglés, no tener tatuajes visibles y estar dispuestos a afeitarse el vello
facial (una vieja regla de Walt para separar al parque de la imagen de una
feria). Teniendo en cuenta ese filtro, según relatan los libros de Koenig,
comienza el verdadero casting y sólo quedan los flacos, con aptitudes
pretenciosas, logros académicos y sonrisas de publicidad.
Una vez realizada una capacitación, comienza el proceso work and travel:
unos meses de residencia en el país, laburo arduo en la semana y obtener
dólares a cambio de “la experiencia”. Los que trabajan en Disney tienen áreas
designadas con indumentaria acorde y, en algunos casos, acting con respecto a
su personaje o situación. De ninguna manera puede verse a un tipo disfrazado de
Pluto paseando por la atracción de Lilo y Stitch; es por eso que debajo de
Magic Kingdom hay una red de túneles secretos para que los humanos encargados
de llevar a cabo la “magia” se desplacen sin ser vistos por el público
expectante.
Los edificios administrativos también tienen un efecto de invisibilidad: la
mayoría están dentro del parque, pero pasan desapercibidos al estar pintados de
un tono celeste confundible con el cielo o empapelados con fondos acordes con
la cercanía de las atracciones donde se encuentran. La “magia” no se mancha.
Muchos ratones y pocas ratas
Magic Kingdom (y el resort entero) cerró sus puertas en sólo cinco
ocasiones a 42 años de su inauguración: la primera fue en 1999 debido al
huracán Floyd; luego sucedió la amenaza de atentado del día del ataque a las
Torres Gemelas; y las últimas fueron a modo de prevención ante amenazas
climáticas o apagones eléctricos. Durante más de cuatro décadas, las puertas de
este submundo famoso por excesos y enigmas abrió casi ininterrumpidamente para
todos los turistas que se acercan a las 9, llenos de expectativas y ganas de
vivir la “magia”, y se retiran a las 21, con los bolsillos vacíos y exhaustos
de tanto caminar.
Pero cuando se hace de noche, y por Magic Kingdom no caminan más
visitantes, ocurre lo más divertido del resort: las ratas atraídas por la
cantidad de basura y de comida ídem acumuladas se hacen un festín en cada
rincón, y un ejército de gatos (castrados y entrenados) salen a cazarlas para
que, mañana, ningún niño se encuentre una rata sucia en el castillo de Cenicienta.
El dato inusual llama la atención: en Disney, durante el día, repiten hasta el
hartazgo la imagen de un roedor; y de noche lanzan un montón de gatos para
atrapar y matar al mismo animal.
Atracciones
Space Mountain
El juego más extremo del parque, teniendo en cuenta que la caída libre de
Splash Mountain permanece cerrada. Es una montaña rusa a toda velocidad por el
espacio, inaugurada en 1975 y que, tras varias refacciones, sigue operando a
toda marcha. Lo increíble, más allá de la adrenalina al atravesar a 45
kilómetros por hora y una altura de 30 metros sus diez cuadras de extensión, es
la fiel recreación de las constelaciones, los agujeros negros y los
transbordadores de la NASA, todo ubicado dentro de un hangar blanco en el
sector oeste del parque, el área denominada Tomorrowland.
Pirates of the Caribbean
La atracción que muestra las andanzas de Jack Sparrow entre piratas,
cañones y canciones de cantina es un paseo en barco que recrea una noche en
alta mar. Lo interesante de este juego es que, a diferencia del resto del
parque, es un tanto más sombrío y picarón (hasta hay robots animatrónicos de
señoritas livianas de ropa). El mejor merchandising del parque se consigue al
final de esta atracción: banderas piratas, espadas de plástico y abridores de
cerveza con forma de calavera.
Big Thunder Mountain Railroad
La otra montaña rusa de Magic Kingdom es un poco más liviana que la Space
Mountain en cuestiones de velocidad y ángulos, pero tiene a su favor que opera
bajo la luz del sol por una mina abandonada y, gracias a su altura, se puede
tener una buena vista del complejo.
Monsters Inc. Laugh Floor
Los adorables monigotes de Monsters Inc. tienen su propio show en vivo (sí,
en vivo) en un teatro. La idea es poner a diferentes monstruos haciendo stand
up, interactuando con el público y generando la suficiente cantidad de risas
como para que haya electricidad (igual que en la película). Los monólogos son
divertidos y hasta entendibles para los que no incorporaron el inglés en su
baúl de idiomas.
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