El 2002 aún no terminó…
Carlos
Saúl y Cristina
Esta semana se cumplió un año del cepo cambiario. La
historia dirá si ese día lo que realmente hizo el Gobierno fue decidir que al
final de su mandato, o el día que se desactive el cepo, la Argentina vuelva a
vivir otro sacudón económico de magnitud.
Pedro Guerra. El hombre blanco.
Cristina Kirchner actuó como Menem: no quiso cambiar a
tiempo cuando Brasil torció su rumbo. En el caso de Menem fue en 1999, cuando
Brasil devaluó fuertemente su moneda después de haber mantenido el valor de un
dólar en alrededor de un real durante más de cuatro años. Que nuestro principal
vecino comenzara a recorrer un camino diferente fue la última señal que faltaba
en Argentina para decidir salir ordenadamente de la convertibilidad. Pero se
decidió lo contrario: profundizar el modelo proponiendo como plan superador
hasta la dolarización.
En el caso de Cristina Kirchner sucedió en octubre del año
pasado, cuando nuevamente la economía Argentina llegó a un cruce de caminos y
otra vez se tomó el opuesto a nuestro principal socio comercial. Ese mes Brasil
había decidido dar por concluida casi una década de revalorizaciones de su
moneda: excepto en 2009, la cotización del dólar en reales bajó año tras año
durante todos los que el kirchnerismo lleva en el poder: pasó de costar 3
reales en 2003 hasta llegar a casi 1,50 en 2011, hasta que hace un año Brasil
devaluó el treinta por ciento su moneda, llevando el dólar a los 2 reales
actuales.
Para la Argentina fue una indicación más de que llegaba la
hora de asumir el retraso cambiario que se venía acumulando desde hacía varios
años por la creciente inflación. Y como la inflación era la causa del problema,
había que implementar un plan antiinflacionario.
Es falso que se haya puesto un cepo al dólar, como sostiene
el oficialismo, porque había que asegurar un balance comercial suficiente para
pagar la deuda en dólares dado que la Argentina no puede acceder al crédito
internacional. El superávit comercial se obtiene –es una obviedad– con un tipo
de cambio competitivo.
Se instauró un control de cambio y no se quiso devaluar el
peso frente al dólar porque el Gobierno no quiere resolver el problema de la
inflación.
Para que una devaluación no se traslade a la inflación es
necesario compensarla con medidas antiinflacionarias que inicialmente enfrían
la economía, lo que le ha venido pasando a Brasil en 2012. Lo clásico es a
través de una reducción del gasto público.
El Gobierno argumenta que no quiso enfriar la economía
porque su premisa principal es combatir el desempleo, pero finalmente terminó
enfriándola igual y más que en ningún otro país sudamericano. Otro ejemplo de
la homeostasis de la economía es que con el control de cambio se frenó la fuga
de capitales, o sea su salida del país, pero también se frenó la entrada de
capitales. ¿Qué empresa haría nuevas inversiones si le avisan que, de tener
ganancias, no podría retirarlas ni acumularlas en una moneda que le garantice
su valor?
El Estado viene sustituyendo la caída de la inversión
privada con inversión pública. Pero un día descubrirá que finalmente termina
siendo el único capitalista. Y el día que el Estado sea el único capitalista,
quebrará.
Cuando se quiera salir del cepo se correrá el riesgo de que
el “efecto escasez” aumente la devaluación necesaria para satisfacer la demanda
de dólares por arriba de lo que habría sido necesario para recuperar el atraso
cambiario. Si hoy se diera por concluido el control de cambio al dólar, podría
haber una avalancha de compradores que impulse su cotización por arriba del
dólar blue. No pueden salir del cepo, y por eso cada vez tuvieron que
endurecerlo más. Como con la convertibilidad, fue fácil entrar pero es difícil
salir.
¿Aprendieron los políticos la lección de la crisis de 2001?
¿No es el endeudamiento creciente de los años 90 para financiar los déficits
algo parecido a una inflación creciente también para financiar el gasto
público? ¿No se trata del mismo modelo: sentarse sobre la olla a presión para
que aguante, hasta el día que no aguante más?
Resulta difícil para un extranjero comprender que un país
que tiene una de las mayores cantidades de recursos naturales y de territorio
por habitante del mundo se haya empobrecido continuamente desde 1930. Parte de
la explicación podría estar en su propia riqueza, la llamada “enfermedad
holandesa”, que explica que cuando se tiene una bonanza sin mucho esfuerzo la
tendencia al gasto lleva al error. Es probable que la Argentina haya acumulado
tantas malas políticas económicas durante décadas precisamente porque sus
recursos naturales siempre le permitieron sobrevivirlas. Desde esa perspectiva,
la supersoja de los últimos años sustenta ideas económicas sólo posibles para
ciclos de crecimiento, pero que más tarde o más temprano se harán
insostenibles. Como, por ejemplo, devaluar diez por ciento menos que la
inflación de manera repetitiva durante varios años.
En octubre del año pasado, Cristina Kirchner estaba en su
mejor momento. Acababa de ganar las elecciones por un amplio margen, hablaba de
sintonía fina y lo esperable era que aprovechara ese capital de imagen para
soportar la pérdida de popularidad que implicaban los costos políticos de
corregir las deficiencias de su modelo. Se especulaba con el ejemplo de Perón,
quien en su segunda presidencia en 1952 puso en práctica medidas económicas más
equilibradas.
De hecho, tras las elecciones de octubre pasado hubo señales
de que iban en esa dirección cuando comenzaron a bajarse los subsidios. Pero,
tras breves titubeos, rápidamente se arrepintieron.
Que el Gobierno elija convivir con los riesgos de una alta
inflación tiene una explicación más política que económica y se puede
sintetizar en la frase “inflación de poder”, que desarrollaré en la columna de
mañana.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el viernes 2 de Noviembre de 2012.
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