lunes, 1 de octubre de 2012

Harvard fue La Matanza... De Alguna Manera...


Cuando Harvard fue La Matanza...


Las dos charlas que la Presidenta tuvo con alumnos de las universidades de Georgetown y Harvard no se destacaron por las definiciones políticas concretas que dejaron –más bien todo lo contrario–, pero han servido para marcar los límites de un estilo de comunicación política que al kirchnerismo le había resultado tremendamente eficaz.

Ese estilo, inaugurado por Néstor Kirchner y corregido y aumentado por Cristina Fernández, puede sintetizarse como el de la “presidencia inmediata”. Una presidencia en la que el Gobierno se comunica directamente con la gente, sin tipo alguno de intermediarios (mediáticos, políticos u organizativos), que en su peculiar visión “sólo podrían distorsionar lo que quiere transmitirse”.

Gracias a esa estrategia, el kirchnerismo convirtió la política en una disputa comunicativa por la “legitimidad del mensajero” y no por la “veracidad del mensaje”, que descentró del debate público a los políticos opositores, haciéndolos aparecer como personeros de los “intereses privados de las corporaciones mediáticas”.

Sin embargo, esa estrategia comunicativa dependía de una utopía sociológica: una perfecta comunión entre la gente y el Gobierno. Un simulacro de armonía total que funcionó mientras las movilizaciones fueron sólo oficialistas y del otro lado no había más que silencio. Sin embargo, la emergencia en este último mes de demandas “colectivas” y “espontáneas” ha puesto en jaque la eficacia de la “presidencia inmediata”.

Dos fueron los acontecimientos que, sucedidos con pocos días de diferencia, han sumido al dispositivo comunicacional del Gobierno, central en su estrategia política, en una profunda crisis. Uno fue la multitudinaria e inesperada participación de la “gente” en el cacerolazo del jueves 13 que reclamó con éxito eso de “si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”; el otro ocurrió lejos y protagonizado por un actor político tan impensable como puede serlo un inofensivo grupo de estudiantes de posgrado de dos prestigiosas universidades estadounidenses.

Las preguntas de los alumnos de Georgetown y Harvard fueron letales precisamente por que expresaron inquietudes, interrogantes y demandas que muchos de los argentinos hubieran querido formularle en persona a la Presidenta.

Más allá de la nacionalidad de esos “chicos”, más allá de formar parte de una “élite” estudiantil internacional, la queja de la Presidenta de que sus preguntas fueran más para la “Universidad de La Matanza que para la Universidad de Harvard” reveló su incomodidad política ante lo que no podía estar sucediendo, una vez más. Que lo “inmediato” se volviera en contra de la “presidencia inmediata” y que la “gente” fuera crítica de un “Gobierno de la gente”.

Todo cuando ya parece muy tarde para el kirchnerismo revalorizar esas mediaciones clave que en una democracia –y pese a la virtualidad imperante– siguen siendo los partidos, el periodismo y las organizaciones sociales.

© Escrito por Luis Tonelli, Politólogo y Director de la carrera de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA)  y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.


No quiere escuchar… De Alguna Manera...


No quiere escuchar…


¡Tema 1! ¡Tema 2! Presidenta Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes.

Intimidades de su llegada a Harvard. Contradicciones y reacciones destempladas. La ausencia de “estadismo”.

Ocurrió una tarde de 2011 en la Universidad de Salamanca. Estaba allí dando clases Alberto Fernández como profesor visitante de Derecho Penal. Se le acercó entonces un estudiante argentino, quien le dijo que su hermana, que estaba haciendo un posgrado en Harvard, quería contactar a la Presidenta para invitarla a disertar en la Facultad de Gobierno. El ex jefe de Gabinete se mostró abierto a colaborar y le indicó cómo llegar al secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, a fin de cursarle la invitación. Conocedor de la mecánica de Harvard, que incluye una sesión abierta de preguntas no acordadas por parte del auditorio, Fernández previno al estudiante sobre las chances nulas de lograr la participación de la Presidenta, siempre renuente a este tipo de circunstancias. La alumna de Harvard no se arredró; mandó la invitación y, para su sorpresa, un día de marzo de este año se encontró con un mail de la oficina de Parrilli que le confirmaba que Cristina aceptaba gustosa la invitación. Esa fue la génesis del electrizante acontecimiento del jueves.

El problema de lo que allí se vio no fueron las preguntas que los alumnos de Harvard le hicieron a la Presidenta, sino sus respuestas y la agresividad con que reaccionó ante el auditorio. El primer aspecto fue que Fernández de Kirchner dejó expuesta su incapacidad para soportar las preguntas que la obligaron a explicar asuntos críticos de su gestión. El segundo aspecto inquietante fue, además de la intolerancia, el creciente descontrol que experimentó la Presidenta a medida que se sucedían las preguntas, lo que la tornó agresiva. Y el tercer elemento que afloró fue la inexactitud de varias de sus respuestas.

La presentación de Fernández de Kirchner ya comenzó mal cuando hizo que su discurso tuviera una duración que pareció hacerlo interminable. Durante su exposición, desplegó otra vez su deporte predilecto: querer mostrar que la historia argentina es una larga cadena de desgracias de la que ha sido redimida por el kirchnerismo. Condenó la convertibilidad y aludió a su creador, Domingo Cavallo. No dijo que en los denostados 90 ella y su esposo apoyaron tanto la convertibilidad como al ex ministro.

En ese discurso llamó la atención que la Presidenta, siempre memoriosa de las cifras, no supiera los valores mínimos del salario ni de la jubilación, dato que tampoco demostraron conocer los funcionarios que la acompañaban.

“Chicos, estamos en Harvard... esas cosas son para La Matanza”, fustigó la Presidenta a algunos que la silbaron cuando le reprochó a un estudiante de 20 años no tener memoria. Curiosa expresión ésta, que, de haber sido pronunciada por algunos de sus adversarios, habría dado pie a una larga cadena de descalificaciones de muchos de los acólitos del Gobierno, que –como no podía ser de otra manera– salieron a defenderla.

“Fui una abogada exitosa”, recibió como respuesta la estudiante estadounidense que dijo haber vivido en la Argentina y que le preguntó qué explicación tenía para justificar el espectacular crecimiento de su patrimonio producido a lo largo de los ocho años de gobierno. Fue una mala respuesta que dejó sin contestar la pregunta. La estudiante se refería al incremento del patrimonio ocurrido en los ocho últimos años y no a aquellos en los que había desarrollado su actividad abogadil.

“Yo hablo con millones de personas en Argentina, no puedo creer que se dejen llevar por lo que digan dos o tres periodistas”, le contestó la Presidenta al estudiante que le señaló que se sentía privilegiado por poder preguntarle. Otra vez, el comentario se desvió de la apreciación puntual que hizo el alumno. Primero porque es imposible que Fernández de Kirchner o cualquiera de nosotros pueda hablar con “millones de personas”, y segundo porque el estudiante no dijo sentirse un privilegiado por el hecho de poder hablarle, sino por el de poder formularle una pregunta.

“Me parece poco académico. Esperaba otro análisis de ustedes”, disparó la Presidenta a modo de “ninguneo” ante otra pregunta que la perturbó, demostrando desconocer el contenido programático de algunas de las carreras que allí se cursan y que incluyen, entre otros temas, los que estaban en los contenidos de las preguntas (corrupción, relaciones entre gobierno y prensa, gestión). A esa altura de la noche, lo único del manual kirchnerista que le faltó decir fue que, a los estudiantes, las preguntas se las había dictado Héctor Magnetto.

Cuesta entender cómo la jefa de Estado dejó al desnudo una notable falta de preparación para enfrentar la situación en Harvard. Algo le ha pasado a Fernández de Kirchner, a quien muchos periodistas recordamos como una muy buena polemista, siempre dispuesta a enfrentar situaciones controversiales con aplomo y un buen nivel de fundamentación, que hoy demuestra haber perdido. Alguno de los muchos integrantes del aparato comunicacional oficial debió acercarle a la Presidenta el video de la presentación que hizo en ese mismo lugar Dilma Rousseff, quien supo enfrentar preguntas incómodas con inteligencia, elegancia y calma.

La Presidenta no comprendió que estaba en un ámbito académico y que, en tales circunstancias, lo que se espera de un estadista es que haga docencia. Saber contestar una pregunta crítica mostrando respeto por quien la formula –lo que ni siquiera significa compartir esa crítica– es hacer docencia. Pero, como se recordará, alguna vez la Presidenta se enorgulleció por el hecho de no ser una estadista ni querer serlo, algo que se nota.

En Georgetown, Fernández de Kirchner había señalado: “Hablo todos los días con la prensa. Lo que pasa es que escuchan lo que ellos quieren escuchar”. Lo que dejó en claro lo sucedido ese día y, sobre todo, el jueves en la Universidad de Harvard, es que las cosas son exactamente al revés: es la Presidenta la que no quiere escuchar preguntas que la incomoden y para las cuales demostró no tener otras respuestas que el enojo y la descalificación, cualidades propias de quienes hacen de la intolerancia un dogma.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.

domingo, 30 de septiembre de 2012

All Blacks, los mejores del mundo... De Alguna Manera...


All Blacks, los mejores del mundo...


No vinieron a ver el Museo Dardo Rocha. No descubro nada diciendo que muchas de nuestras costumbres y convicciones tienen tanto más que ver con lo que mamamos de chiquitos que con cómo nos va condicionando el paso del tiempo. Desde ese lugar, sólo concibo ir a ver a Los Pumas, como un ritual entrañable lleno de emociones que no siempre tienen que ver con el partido en sí, y mucho menos con un resultado.

Antes de este presente tan federal como politizado, Los Pumas pasaron por emblemáticos escenarios futboleros. Si bien hay registros de partidos entre argentinos y sudafricanos en una cancha de Ferro tan vieja que ni siquiera salían las torres de Morixe en la foto –por los años 30–, la primera auténtica “casa Puma” fue la famosa cancha de Gimnasia y Esgrima sección Maldonado, muy ligada al atletismo y nada al fútbol.

Para las profundidades de mi recuerdo, Ferro es “el” lugar. Acepto a los que claman por Vélez, algunos más jóvenes hablarán de River y hoy no faltará quien diga que el Ciudad de La Plata le da más brillo a estos tiempos de por si brillantes de nuestro rugby.

Pero mi bondi vuelve siempre a Caballito.

Ferro es el templo de mis emociones rugbísticas. Ansiedades que en este momento soy capaz de sentir. La de conseguir estacionamiento. La de cerciorarme de tener esa entrada que mi viejo escondía casi hasta el momento de mostrársela al control del acceso sobre Avellaneda. La de esperar que Diego se cruzara con la menor cantidad de conocidos posibles –sus previas duraban tanto como el partido en sí aunque no tanto como el post– porque sólo llegar al asiento relajaba mis nervios. Si hasta creo haberme salteado varias veces el increíble flan mixto que ofrecían de postre en el bodegón a tres cuadras de la cancha, uno de esos en los que la baranda a estofado duraba en la bufanda hasta el miércoles.

Eran tiempos en los que las únicas camisetas que se veían en las tribunas eran las de los pibes de los clubes que venían en colectivo con sus entrenadores, se instalaban en la popular y exhibían su orgullo de ser jugadores de las inferiores de Lomas y de San José, de Matreros y de Los Tilos, de Sitas y de Mariano Moreno. Algo de esto aún sobrevive en estos tiempos de entradas caras y costumbres diferentes. Tal vez no en el Cuatro Naciones, pero aún es posible detectar estas nubecitas de ilusión rugbística en test matches de convocatoria menos impactante.

No recuerdo que en aquellos tiempos uno pudiese comprar la camiseta de Los Pumas en las casas de deporte. Sospecho que, en realidad, cuando yo era chico la celeste y blanca no era una pieza comercial sino que, como también me decía Diego, para tener una de esas había que ganársela. Está claro que, si para tener una había que ser Puma, jamás llené ese hueco en mi ropero.

Lo autorreferencial –tan poco aconsejable como inevitable para mí en estos días de reblandecimiento– y la nostalgia ocupan en esta columna el espacio reservado para la crónica de un partido en el que, finalmente, los All Blacks le explicaron a los Pumas que, sin ignorar todo lo bueno que hicieron desde aquel debut en Ciudad del Cabo, lo que sucedió en La Plata fue lo que muchos imaginábamos que ocurriría desde el mismísimo debut.

La Argentina perdió todos sus partidos ante los All Blacks menos uno, que se empató a centímetros de poder ganarlo. Perdió casi siempre de manera justificada, varias veces por paliza y hasta estuvieron cerca de recibir 100 puntos en contra. Los neozelandeses, además de ser los campeones del mundo y de este primer Cuatro Naciones, suelen jugar al rugby sustancialmente mejor en estos torneos que en el Mundial mismo.

Y después de haberse visto sorprendidos y desordenados por Los Pumas en sus dos últimos choques –cuartos de final del Mundial y el 21-5 de hace un mes en Wellington– decidieron que era tiempo de mostrarse en plenitud.

La traducción de enfrentar a los All Blacks en plenitud sería algo así: sabés que vas a perder y, si no cometés errores, te irás a las duchas frustrado con una derrota razonablemente categórica. Eso corre, hoy por hoy, para Los Pumas tanto como para Australia, Sudáfrica, Inglaterra o Francia.

La tarde noche platense empezó para fiesta pero pronto quedó claro que los All Blacks no vinieron hasta aquí para visitar el Museo de Dardo Rocha sino para, cuando no les bastara con el mérito propio, cobrarse cada error que cometiese el rival. Nueva Zelanda le dio una cátedra a la Argentina y a puro try se impuso 54-15 en La Plata y se coronó campeón del Rugby Championship.

Fueron cuarenta minutos lapidarios a los que sólo el enorme corazón Puma evitó que se cayera en el desánimo. Aún así, en un segundo tiempo más terrenal de los visitantes, tuvieron respuestas contundentes ante cada acierto argentino. Y un poco más también.

Los Pumas crecieron de manera descomunal en este mes y medio de competencia. Y al de anoche no se lo debe considerár como un retroceso en un camino que debería llevar, dentro de pocos días, al primer triunfo en este torneo.

De todos modos, en honor a la imponencia del rival y a la dureza de la derrota, prefiero replegarme nuevamente en los recuerdos. Ya que no pude llorar un triunfo abrazado a mi Fermín de cuatro meses, me voy a la cama abrazado al recuerdo de aquel llanto compartido con Diego, cuando Los Pumas le ganaron a los franceses por primera vez. En Ferro, claro. Hace casi treinta años.

© Escrito por Gonzalo Bonadeo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.