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martes, 24 de marzo de 2020

Joaquín Abellán y la vigencia de Max Weber… @dealgunamanera...

Joaquín Abellán y la vigencia de Max Weber…

Joaquín Abellán García

Joaquín Abellán ha dedicado una vida de reflexión intelectual a la teoría política y, muy especialmente, a la obra de Max Weber. Sobre la vigencia del pensamiento del pensador alemán y otras cuestiones subyacentes hemos conversado con él.

© Escrito por Fernando Manuel Suárez el jueves 27/02/2020 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Joaquín Abellán García es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y especialista en teoría política, su obra, que consta de decenas de libros y artículos, ha recorrido diversos problemas y autores. Sin embargo, su nombre está asociado, más que a ninguna otra figura, a la del célebre sociólogo Max Weber, uno de los más relevantes teóricos sociales del siglo XX. Abellán ha editado, traducido y prologado en múltiples ocasiones al autor alemán, incluidos los seis volúmenes publicados por editorial Alianza, convirtiéndolo en uno de los difusores más destacados del pensamiento weberiano en Iberoamérica. Asimismo ha dedicado un exhaustivo y minucioso análisis a su pensamiento político en Poder y política en Max Weber (Biblioteca Nueva, 2004).

El interés y conocimiento de Joaquín Abellán por Weber debe leerse dentro de un marco más amplio, es decir el pensamiento y la historia alemana en general. A ella se abocó en una lectura de largo aliento en Nación y nacionalismo en Alemania. La «cuestión alemana» (1815-1990) (Tecnos, 1997). Por otro lado, su labor de traducción y edición al español también incluyó a autores tan diversos, y al mismo tiempo ineludibles, como Martín Lutero, Wilhem von Humboldt, Georg Friedrich Wilhelm Hegel, Immanuel Kant o los socialistas Eduard Bernstein y Ferdinand Lassalle.

En los últimos años, como corolario parcial de una prolongada carrera, se ha dedicado a publicar una serie de volúmenes con un cariz más divulgativo en una colección titulada «Conceptos políticos fundamentales». Esos últimos trabajos ratifican el interés de Joaquín Abellán por hacer accesible las nociones claves de la teoría política y difundir a sus más significativos autores. Esa vocación, así como su invaluable predisposición, hizo que accediera a conversar con La Vanguardia sobre sus investigaciones y, en especial, sobre la vigencia de la obra de Max Weber, un autor sin dudas fundamental.

Weber es un autor fundamental porque revisó en profundidad las “ciencias de la cultura” existentes hace un siglo no sólo desde el punto de vista metodológico, sino dando un nuevo concepto de las tareas y límites de la nueva ciencia social.

Ha trabajado gran parte de tu vida académica en la traducción y difusión de la obra de Max Weber. Si tuviera que sintetizar en pocas frases, ¿Por qué se trata de un autor fundamental? ¿Cuáles son las advertencias que le haría a un lector ignoto?
Weber es un autor fundamental porque revisó en profundidad las “ciencias de la cultura” existentes hace un siglo no sólo desde el punto de vista metodológico, sino dando un nuevo concepto de las tareas y límites de la nueva ciencia social. Fundamental ha sido su análisis de la modernidad occidental, señalando cómo su proceso de racionalización (secularización) ha desembocado finalmente en pluralidad de esferas de la vida (política, ciencia, religión, arte,), regidas por lógicas internas diferentes y opuestas entre sí, y en continua tensión entre ellas. La introducción de la perspectiva sociológica en la reflexión sobre el Estado y el poder ha conducido a ver la política desde otra dimensión, destacándose desde esta perspectiva fenómenos tan importantes –ligados al proceso de democratización– como el de la democracia plebiscitaria, es decir, el de la transformación de la democracia en una democracia de partidos, con una relación de nuevo tipo entre los líderes políticos y los aparatos partidarios.

Para un lector nuevo, y también para alguien que ya conozca algo de la obra de Weber, haría una modesta advertencia general: que, yendo más allá de las palabra traducidas a nuestro idioma, se esfuerce por llegar a su contenido propio; que busque explicaciones de los contenidos, que huya de la libre asociación de ideas a las palabras que se suelen manejar con Weber; que sea consciente que el vocabulario no es de fácil comprensión y que sea consciente que muchos términos de los que utiliza Weber tenían sentidos controvertidos en su época. Un ejemplo: si Weber utiliza algún vez el término “Herrenvolk” y se ofrece la traducción literal como “pueblo de señores” sin ninguna explicación más, el lector puede entender hasta lo contrario de lo que significa realmente en Weber: pueblo soberano, pueblo dueño de sí mismo, personas sui iuris (en el sentido que había tenido en el derecho romano).

 Max Weber

Gran parte de la obra de Weber, incluida la conocida Economía y sociedad, permaneció inédita y hay muchas discusiones con respecto al modo en que estos trabajos fueron publicados. ¿Considera que esos problemas han distorsionado su recepción? ¿Qué reservas deberíamos tener para abordarlas? ¿Cuál debería ser la agenda futura de traducciones y ediciones en español en función de ello?
Sin duda se han dado esas distorsiones, pero la edición de las obras completas en alemán ya ha establecido los textos, las fechas de su composición, y el lugar que ocupan dentro de toda la obra. Economía y Sociedad tal como la conocíamos en la edición en español de los años 40 ya no existe en las Obras completas. Seis volúmenes integran ahora la vieja Economía y Sociedad.

Más relevantes son ahora, y para nuestro mundo hispánico, los procesos de distorsión derivados de la traducción y de la carencia de una explicación precisa de los conceptos fundamentales (por ejemplo: “neutralidad axiológica”, “racionalidad de acuerdo a valores”, “dominación” o “plebiscitario”) con lo que sugieren en un primer momento, no nos acercan al contenido, sino que más bien nos alejan.

Economía y Sociedad tal como la conocíamos en la edición en español de los años 40 ya no existe en las Obras completas. Seis volúmenes integran ahora la vieja Economía y Sociedad. 


Has dedicado varios trabajos, como por ejemplo el libro Poder y política en Weber, a analizar los escritos políticos de Weber. A pesar de ser una de las facetas menos sistemáticas de su obra, su perspectiva política ha tenido un enorme predicamento incluso allende las fronteras del mundo académico. ¿Por qué considera que esto ocurrió así? ¿A qué se debe la vigencia de, por ejemplo, una conferencia como La política como profesión? 
Una primera cuestión sería ¿Debemos hablar  de la política como vocación o de la política como profesión? Pero no entremos ahora en detalle en esta cuestión, que nos conduciría a clarificar lo que significa el término profesión (Beruf) en alemán, el cual contiene dos elementos –la actividad laboral y la “llamada” interior a realizar esa tarea como una “misión”–, mientras que en español no la usamos con ese doble contenido, y tenemos para ese contenido doble dos términos que distinguimos e incluso contraponemos: profesión y vocación. Pero yendo ahora a la continuación de la vigencia de la La política como profesión, yo diría que es debida a que Weber aborda ahí problemas centrales del concepto y de la práctica de la política, poniendo en conexión distintos fenómenos históricos. 

La conferencia resulta actual porque aborda un problema fundamental de la política en la  democracia de partidos, como es el de la relación entre los líderes y los aparatos partidarios, o la relación entre la política y la ética. Es actual porque plantea la naturaleza de la acción política, y, desde ahí, aborda la relación entre la política y la ética, criticando con rotundidad la “ética de convicciones” como inadecuada a la política y explicando por qué la “ética de la responsabilidad” es la única que resulta compatible con el concepto de “política como poder” que se realiza en un mundo que no es racional desde el punto de vista moral.

Los “usos de Weber” entre los académicos han producido muchas discusiones, desde la cuestionada traducción de Parsons hasta el debate más reciente entre Schluchter y Käesler, entre una lectura más rígida y una más abierta. ¿Cuál es su posición al respecto? ¿Considera que se ha hecho un “mal uso” de Weber en algunos casos?
Sí, en efecto. Se ha usado a Weber de manera distorsionada cuando se le ha querido entender con términos y categorías de perspectivas sociológicas funcionalistas o cuando se le ha visto como portador de una fe positivista en el papel de la ciencia, y despreocupado de la cuestión de los valores. Esas valoraciones no han contemplado su dimensión antropológica, su preocupación básica por el tipo humano que estaban requiriendo los cambios producidos en el mundo moderno, algunos de cuales eran a su vez resultado de las nuevas actitudes y modos de vida –en el caso del creyente religioso (protestante), o del empresario o del profesor académico ante los cambios en la ciencia  y en la universidad, o del político en una democracia de partidos–.

Entre los muchos conceptos weberianos que han calado en el sentido común y entre los analistas, se destaca uno: líder carismático. Dados los recaudos epistemológicos que Weber manifiesta en la construcción de tipos ideales, ¿te parece que su utilización, incluso en literatura académica, viola algunos de los preceptos de su autor? ¿Qué recaudos deberíamos tener para utilizar las definiciones weberianas?
Como es sabido, los tipos ideales no son conceptos esenciales, sino son los instrumentos analíticos construidos por los científicos sociales para describir, tipificar, comparar fenómenos sociales o históricos. Y en su Sociología del poder, Weber analiza, juntos a los otros tipos, el tipo de poder legítimo carismático y una variante, el de legitimidad carismática antiautoritaria (con el que se corresponde el liderazgo de los partidos políticos modernizados, centralizados).

Y dentro de este último tipo analiza la relación entre un líder de partido elegido y su aparato (compensaciones a su aparato por los éxitos electorales y reparto de cargos, disciplina por parte del aparato respecto al líder, el  “sacrificio de la inteligencia” de sus seguidores que se produce con esta disciplina, etc.). Con esto quiero decir que su exposición de los tipos de poder legítimo cuenta con estas construcciones mentales para el trabajo científico-social. Y, en torno al liderazgo carismático, se ha generado una atención especial que ha conducido abiertamente a errores de interpretación.

Se ha hablado mucho de la preferencia de Weber por un líder  plebiscitario tras la primera guerra mundial para la nueva Alemania Y se ha llegado a asociar a su propuesta de un Presidente plebiscitario para la nueva República a planteamientos no democráticos. Sin embargo, creo que las alarmas y dudas que algunos han lanzado sobre el Weber de los últimos años de su vida no parecen justificadas si atendemos a lo que el propio Weber escribe en sus artículos de 1918-1919.

Dice allí que, durante la monarquía, él había escrito a favor de la parlamentarización del sistema de gobierno del Deutsches Reich (es decir, fortalecimiento del papel Parlamento y de los partidos políticos), y que después, ya sin el Emperador, estaba a favor de la República, abogando en concreto por un sistema presidencialista, en el que el Presidente fuera elegido directamente por los ciudadanos (plebiscitariamente). Para este Presidente prevé, por tanto, que tenga una “legitimidad” directa procedente de los ciudadanos, en vez de que fuera elegido por el Parlamento, como había ocurrido en las primeras sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente de Weimar.

Y en el artículo dedicado a esta figura de la Presidencia de la República expone sus funciones fundamentales, sus límites (que tenga siempre presente “la soga y la horca”) y la necesidad de un Presidente con poder para que se pudiera realizar mejor la “socialización” de la economía, es decir, la reestructuración y estabilización de la situación económica después de la derrota de la Guerra. Junto al Presidente estaría el Parlamento igualmente elegido por los ciudadanos y una “Cámara de los Estados federados”.

En torno al liderazgo carismático se ha generado una atención especial que ha conducido abiertamente a errores de interpretación.

La trayectoria política de Weber fue uno de los puntos más controvertidos para los estudiosos posteriores, entre los que lo identifican como un antecesor del nazismo hasta los que lo ven como un liberal progresista. ¿Si tuviera qué caracterizarlos políticamente, cuál sería su parecer? ¿Hay más de un Weber en términos políticos o los analistas han caído en llanas distorsiones?
Como antecesor del nazismo no lo veo en absoluto, no hay ningún fundamento para mantenerlo. Si por liberal progresista se entiende al defensor de una democracia de partidos, en la que los ciudadanos pueden elegir a sus gobernantes y pueden exigirles cuenta y cambiarlos, puede ser una definición apropiada. En los meses de la Revolución alemana, tras el final de la Primera Guerra Mundial, Weber sí fue un decidido crítico de los revolucionarios, a los que veía como “políticos de convicciones”, inadecuados por tanto para la política porque no toman en cuenta la realidad ni las consecuencias de las acciones políticas, En su intento de entrar en la política, en las elecciones generales para la Asamblea Constituyente, estuvo con el partido DDP (Partido Demócrata Alemán), que fue un partido de centro, creado después del final de la Guerra, y colaboró con el Gobierno de Berlín en las semanas anteriores a las elecciones generales en la redacción de los primeros borradores de Constitución. Antes de ingresar en el Partido Demócrata, había tenido dos intervenciones en el Partido Progresista, en las que habla de “nosotros los radicales” (noviembre de 1918) cuando están discutiendo sobre la nueva situación de Alemania. Creo que “liberalismo democrático” podría ser otra etiqueta para Max Weber.


Yendo a otro tema, también ha traducido y editado a autores como Eduard Bernstein y Ferdinand Lassalle, figuras centrales del pensamiento socialdemócrata y reformista. Frente a la situación actual que vive el socialismo democrático: ¿Cuáles fueron sus principales aportes? ¿Pueden ser útiles hoy en día para renovar las bases de un progresismo en crisis?  
El socialismo de estos autores, especialmente el de Bernstein que desarrolló una obra más amplia dentro del partido socialista, mientras que Lassalle murió muy joven, aunque había sido el fundador del primer partido socialista alemán (el ADAV), es un socialismo que se entiende a sí mismo como continuación y profundización del liberalismo y que entiende que, desde el Estado, se puede hacer mucho para avanzar hacia la sociedad socialista.

Lo que ahora ha ocurrido con el Estado de bienestar es que su triunfo, en donde se han recogido las herencias del liberalismo y del socialismo, ha generado al mismo sus dificultades para su propio mantenimiento y se encuentra ante nuevos retos antes no previstos, como es el sostenimiento del medio ambiente y la aceptación de los movimientos migratorios hacia países democráticos y con bienestar económico. No parece, sin embargo, que se puedan hacer frente a estos nuevos retos sin mantener el Estado social de derecho.

En el último tiempo se han hecho muchos paralelismos entre el actual reflujo de las derechas y el período de entreguerras, en particular en Alemania. ¿Te parece productiva esta comparación entre la actualidad y la experiencia de la república de Weimar o el anacronismo es un riesgo innecesario? ¿La relectura de autores como Weber, Heller o Schmitt gana otro sentido en base a esas posibles similitudes?
La experiencia de Weimar en Alemania sigue siendo un laboratorio para el análisis.  Y por eso  se podrían también añadir a esos autores Kelsen y Smend. Ahora los populismos de derecha e izquierda pueden estar apuntando a nuevas formas de totalitarismo, que fue lo que se produjo en esos años de entreguerras –en torno a la raza, la clase o la nación–. Estamos avisados, por tanto, aunque parece que los populismos tienen especial interés en ocultar los riesgos de totalitarismo y destrucción de la democracia.

Quién es Joaquín Abellán García

Joaquín Abellán García es Licenciado en Filosofía y Letras, Derecho, y Ciencia Política, así como Doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid. También se desempeña como catedrático de Ciencia Política en la misma casa de estudios. Dedicado básicamente a la historia de los conceptos políticos, ha realizado numerosas ediciones de textos clásicos de teoría política, en especial a Max Weber.

Sobre este último ha publicado Poder y Política en Max Weber (2004) y ha editado Conceptos sociológicos fundamentales (2006), La Ética protestante y el «espíritu» capitalista (2006), La política como profesión (2007), Sociología del poder (2009), Escritos políticos (2008), La ciencia como profesión (2009), La «objetividad» del conocimiento en la ciencia social y en la política social (2009), y El sentido de «no hacer juicios de valor» en la Sociología y la Economía (2011).




domingo, 10 de julio de 2016

El tercer siglo… @dealgunamanera...

El tercer siglo…

Los presidentes y el Papa, principales actores. Fotografía: Cedoc

Bergoglio, Cristina y Macri son los principales significantes de la pugna ideológica entre dos modelos: uno supuestamente anticuado y otro supuestamente moderno.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 10/07/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Bergoglio se siente tan incomprendido en su país como Messi. La cancelación de su visita en 2017, adelantada por Perfil el domingo pasado, y el mensaje conciliador que le envió a Macri en el reportaje de Joaquín Morales Solá en La Nación ese mismo día, fueron interpretados en el Gobierno como un replegarse de Francisco al constatar que su propia tierra es el único lugar donde lo que dice el Papa genera conflictos políticos.

Es lógico, Bergoglio, Cristina y Macri son los principales significantes de la pugna ideológica entre dos modelos: uno supuestamente anticuado y otro supuestamente moderno, con el que comienza este tercer siglo de vida del país al celebrarse ayer en Tucumán el Bicentenario del 9 de Julio de 1816.

Lo de Macri no es nuevo, el conflicto siempre fue entre modernización y tradicionalismo

Las causas del afecto que Francisco le dispensó a Cristina y la frialdad con que trató a Macri, en contraste con el maltrato que recibió del kirchnerismo siendo cardenal en Argentina, son una buena síntesis de las contradicciones entre esos dos modelos en pugna, que se recrearon con distintos nombres este segundo siglo de nuestra patria que dejamos atrás pero que en el fondo fueron siempre los mismos.

La teoría general de la acción, del sociólogo Talcott Parsons, explica que los valores compartidos modelan la conducta individual y motivan la acción social. Hubo en nuestro último siglo como país dos pares dicotómicos que orientaron el sentido de la acción: el polo de lo racional-impersonal-universal (el liberalismo, el socialismo, la mayor parte del radicalismo y ahora el PRO) por un lado, y el polo afectivo-personalista-particularista (el peronismo) por el otro. El conflicto siempre ha sido entre la modernización y la tradición.

Violencia epistemológica. La mirada anticapitalista cree que este sistema produce “especialistas sin espíritu” y “vividores sin corazón”; los primeros saben todo de su pequeño mundo sin querer saber cómo afecta a los demás; y el segundo, empobrecido sentimental y emocionalmente, sólo busca placeres momentáneos e inmediatos. Y que como “los ricos no sólo quieren ser felices, sino que quieren tener el derecho a ser ricos y felices”, para legitimar sus privilegios convierten a la economía en algo sagrado para justificar sus privilegios como algo  funcional al bien común. Usando la ciencia y la palabra del especialista para producir una violencia epistemológica que enmascara las relaciones de poder que permiten la reproducción de ese statu quo.

Para hacer ingresar a la Iglesia Católica en esta tensión de valores vale introducir el pensamiento de Max Weber y su célebre La ética protestante y el espíritu del capitalismo, el mayor tratado sobre la relación del desarrollo económico con la religión, donde se plantea al catolicismo como un entorno menos favorable al capitalismo. Y también el libro Max Weber en Iberoamérica aún no editado en Argentina pero sí en México por Fondo de Cultura Económica, donde se profundiza en el papel de la Iglesia Católica y la cultura hispánica en la evolución económica de Latinoamérica.

El conflicto de fondo entre Bergoglio y Macri (o lo que Macri representa más allá de su propia conciencia) reside en la característica “a-ética” del capitalismo al que Max Weber llamaba esclavitud sin amo: “Toda relación personal entre individuos, incluso la más completa esclavitud, puede ser éticamente reglamentada”, mientras que el carácter racional de las relaciones puramente de negocios dentro del cosmos capitalista crea dependencias impersonales. Hay afinidad negativa porque la ética católica –donde la piedad, la solidaridad  y especialmente la fraternidad (que sólo puede darse entre quienes comparten vínculos) ocupan un lugar central– se desestructura en las relaciones impersonales que se contraen en la economía capitalista, arrancándole a la Iglesia su posibilidad de influencia en la relación entre personas. Esa es la causa originaria de su aversión y su antipatía cultural. La Teología de la Liberación latinoamericana sublima ese rechazo al capitalismo de la Iglesia Católica que en su conjunto no pretende abolir el capitalismo pero sí corregir sus aspectos más negativos. El peronismo tampoco aspira eliminar el capitalismo, pero sí a reformarlo.

El conflicto con la tecnocracia macrista no es por ateísmo o la existencia de Dios, sino por la eventual adoración de falsos dioses expresada en la idolatría del mercado o de la ciencia. Un combate entre el verdadero dios de la vida y el dios del dinero. En esa lucha de dioses la economía pasa a ser una teología del mercado y el capitalismo, una especie de falsa religión.

El peronismo también es una “religión”. Que las sociedades se hayan secularizado durante el último siglo no quiere decir que el pensamiento religioso se haya reducido en esa proporción, sino que desplazó las emociones religiosas a la política y en especial al sistema de liderazgo carismático populista, donde se apela más recurrentemente a los sentimientos.

El líder carismático pareciera tener capacidades sobrenaturales que permitirán la redención del pueblo bajo la guía de un salvador. El propio mesianismo marca el carácter religioso de este tipo de liderazgos que no precisa de la mediación de las instituciones para llegar al pueblo, generando una democracia inorgánica y movimientista.

Los líderes carismáticos no son vistos como políticos normales sometidos a las reglas del sistema y limitados por un período determinado, sino que son portadores de una misión mítica. El peronismo fue la forma que tomó en la Argentina, pero en toda Latinoamérica se dieron fenómenos comparables durante el último siglo. Tampoco es una cualidad única del peronismo la maleabilidad doctrinal que le permitió hacer populismo de “derecha” y de “izquierda” mientras articuló demandas dispersas. Hubo un populismo clásico hace más de medio siglo con Perón, Velazco Ibarra en Ecuador, Gaitán en Colombia y Getulio Vargas en Brasil. Un neopopulismo neoliberal con Menem y Fujimori en Perú. Y un populismo radical con Chávez, Morales, Correa y Kirchner recientemente. El Papa no sólo mostró consideración por Cristina, sino también por Maduro, Dilma, Morales y Correa, y cuando visitó México puso énfasis en visitar la rebelde Chiapas.

Lo que tienen en común los populismos es su anti institucionalismo, son ajenos a rendir cuentas y a los tribunales porque sus conductores no se ven a sí mismos como el político tradicional que estará un tiempo limitado en el poder, todo conflicto es dramatizado como una lucha moral y no creen en los derechos de las minorías. Perón dijo: “El pueblo nos ha elegido, por tanto se hace lo que decimos”. Y Cristina provocaba a sus críticos llamándolos a hacer un partido político y ganar las elecciones o mantenerse callados. En su reportaje el domingo pasado en C5N dijo que no se puede liderar aquello que el pueblo no quiere, explicando por qué no volvió a la conducción.

Para el populismo, el pueblo, debido precisamente a sus privaciones, es el depositario de la virtud, de lo auténtico y de lo moral. Que se enfrenta a la oligarquía, que también debido a su riqueza, es lo injusto y lo malo (en ocasiones asimilado también a lo extranjero de países ricos). Otro punto de contacto con Francisco, quien pone especial foco en la Iglesia de los pobres siguiendo la tradición de esperar más virtud en la pobreza y viceversa en la riqueza.

El populismo asume la política como un sacerdocio, un darse a los otros, y no pocas veces el líder pareciera consumir literalmente su vida atribuyendo la causa de enfermedades a ese suplicio, como fue en los casos del cáncer de Evita y Chávez o el infarto de Néstor Kirchner: alguien que muere para que otros renazcan. Chávez, el año antes de su muerte, dijo por cadena nacional: “Dame tu corona, Cristo, dámela, que yo sangro. Dame tu cruz. Cien cruces, que yo las llevo”.

El discurso político es distinto al discurso de la técnica porque las argumentaciones son menos útiles a la hora de impulsar la acción que las apelaciones emotivas. Pero si el líder populista no les aporta bienestar a sus seguidores, más tarde o más temprano su autoridad se disipará. Por eso el populismo surge en los momentos en que la economía permite mejorar contundentemente la calidad de vida de las personas y se agota al acabarse esas condiciones.

La singularidad del peronismo entre todos los populismos latinoamericanos está en su durabilidad fundada en la organización sindical que creó. Pero los cambios en la forma de producir de este próximo siglo, sumado a que la mayoría de los líderes sindicales emotivamente peronistas conforman una gerontocracia que la sola biología superará, ponen en duda la perdurabilidad de ese sistema en el futuro.

El populismo se asume como portador de una ética caritativa, por tanto la distribución de la renta es más importante que la creación de valor. Y su conflicto con la economía se hace inevitable en la medida en que se acaban los recursos.

Manejar los fondos públicos para mantener la lealtad de sus seguidores le impone no tener en cuenta la racionalidad económica cuando escasean los recursos y lo obliga a instrumentar medidas cada vez más cortoplacistas e inviables a largo plazo.

Pero religiosidad no quiere decir irracionalidad, y éste es el punto donde el pensamiento carismático y mítico en la política se separa netamente de la Iglesia. Max Weber no representó a la ética religiosa como irracional en contraposición con el racionalismo económico del capitalismo, sino que distinguió dos tipos diferentes de racionalidad: una formal y otra material, lo que décadas después la escuela de Frankfurt llamó “sustancial” e “instrumental”. Este puede ser el punto de encuentro de la tecnocracia que representa Macri con el Papa, siendo el PRO instrumento de lo material al servicio de lo sustancial y formal, dejando espacio para alguna forma de metafísica que vaya surgiendo de un nuevo relato nacional que le quite la levedad que hoy tiene el macrismo. Y viceversa, la Doctrina Social de la Iglesia podrá ir mutando con las décadas, adecuándose a las problemáticas de la economía de cada época, pero manteniendo inalterable el fin de promover la fraternidad de los que tienen con los que no tienen.

Macri dijo que si terminara su mandato sin haber reducido la pobreza se consideraría fracasado. A la Iglesia le preocupan aquellos que estén en el decil más bajo de la pirámide, no importa cuánto haya progresado el promedio de todos los deciles.

El populismo carece de la previsibilidad y la calculabilidad que el capitalismo precisa para desarrollarse.

El patrimonialismo.

Para Max Weber había tres formas legítimas de dominación social: la tradicional, la carismática y la legal-burocrática. Estos tres tipos ideales se podrían resumir en dos: el patrimonial y el legal-burocrático. Simplificadamente, distintas formas del tipo patrimonialista se dan en los países en vías de desarrollo, mientras que los países desarrollados lo son, en gran medida, porque alcanzaron el tipo legal-burocrático.

En el patrimonialismo hay una expectativa de cierta reciprocidad en el vínculo, mientras que el legal-burocrático es impersonal. El capitalismo requiere la calculabilidad de las reglas y la previsibilidad que no son capaces de sostener los sistemas basados en una resolución de conflictos no mediados por instituciones. La democracia sería esa competencia civilizada entre intereses.

Una de las características de la dominación carismática (populismo) es la poca profesionalización de su burocracia, donde no existen criterios de carrera, jurisdicción, competencias o reglamentos, lo que hace menos efectiva la administración de sus gobiernos. Cuando Macri coloca tanto énfasis en “el equipo”, el “mejor” equipo, y hace gala de su propia falta de carisma, contrapone el carácter efímero y extraordinario del líder irremplazable frente a la estabilidad de lo rutinario y de la continuidad en una especialización del experto. Un sistema patrimonialista es pre burocrático porque no obedece a reglas abstractas puestas al servicio de una finalidad objetiva e impersonal sino que se entrega a la arbitrariedad del momento. Imperfecciones que, entonces, sólo pueden terminar siendo resueltas por un líder paternalista. Si no se puede delegar, el poder se centraliza.

El patrimonialismo se apoya en un ejercicio del poder propio del clientelismo, donde se producen relaciones verticales y asimétricas. Ese sistema de intercambio de favores difusos e informales incluye también al Estado con los más poderosos produciendo ineficiencia ante la falta de competencia por calidad/precio y hasta la más temida corrupción estructural. 

Lo que hoy vemos en  Argentina más que nunca y que se promete cambiar.