“Google nunca va a reemplazar a la memoria”...
Últimos
diez años. “Uno de los descubrimientos más fascinantes de la neurociencia es
que el cerebro jamás está verdaderamente en reposo”. Foto: Santiago
Cichero
El médico que lideró el equipo que atendió a la
Presidenta explica el impactante universo cerebral. Cómo lo afecta la
tecnología y el estrés crónico. Libro nuevo, desafíos, bipolaridades, traumas,
emociones. Un diálogo apasionante.
No es frecuente que un libro científico
como Usar el cerebro, de los doctores Facundo Manes y Mateo Niro, concite tanta
curiosidad entre los lectores. ¿Cuál es la respuesta en una sociedad en la que
los medios electrónicos parecen haber suplantado a la lectura? ¿Realmente nos
desvela saber cómo somos y cuál es el mecanismo de nuestros pensamientos?
—Creo que la Argentina, América latina y el
mundo en general están viviendo con mucho interés las novedades científicas
respecto de cómo funciona nuestro cerebro –responde
pausadamente el doctor Facundo Manes que, en el escritorio de su casa y rodeado
de sus libros, parece poder aislarse del rumor avasallante de la avenida 9 de
Julio. La idea de este libro surge a raíz del interés de la gente
que, en muchas oportunidades, luego de una conferencia simplemente pregunta:
“¿dónde puedo aprender algo más?” Yo sentí entonces que había una necesidad, en
el mundo hispanoparlante, de un libro que explicara los avances científicos y
también los límites en el estudio de nuestro cerebro. Es fascinante que la
ciencia haya avanzado en el estudio del cerebro que es, sin duda, el órgano más
complejo del universo.
—¿Y cuánto es lo que se
sabe realmente acerca de nuestro cerebro? Hay mucho misterio al respecto. No
conocemos el ciento por ciento de su funcionamiento.
—No. Para nada. Incluso las preguntas fundamentales sobre el cerebro todavía
quedan sin respuesta. Por ejemplo, aspectos básicos sobre nuestra conciencia.
¿Qué es la conciencia? No hay una teoría general acerca de cómo funciona el
cerebro. Sin embargo, la neurociencia ha avanzado bastante en algunos aspectos.
Por ejemplo, en entender los sistemas cerebrales que regulan el afecto. El
sistema cerebral que regula la toma de decisiones, los circuitos de recompensa,
diferentes aspectos de la memoria. También hemos avanzado en conocer qué ocurre
cuando nuestro cerebro vagabundea, no hace nada y, sin embargo, pasan muchas
cosas. Uno de los descubrimientos más fascinantes de la neurociencia en los
últimos diez años es que el cerebro nunca está verdaderamente en reposo.
Durante los períodos de vigilia, cuando nuestro cerebro no se centra en ningún
pensamiento en particular, una red específica del cerebro está activada. En
inglés se denomina default network. Sabemos que el cerebro dedica considerable
tiempo de procesamiento a conocimientos internalizados, no sólo procesando la
nueva información de los cinco sentidos.
—¿Qué pasa con nuestro cerebro en los
momentos afectivos? Por ejemplo, una pasión que podríamos llamar devoradora,
¿cómo se representa en nuestro cerebro?
—Bueno, las neuronas son las unidades anatomofuncionales del cerebro y se
conectan entre sí. Le aclaro: millones de neuronas están conectadas y no se
sabe exactamente cómo, pero estos circuitos cerebrales modulan todos nuestros
afectos. El miedo, la pasión, la ira, la alegría, la tristeza. Todavía no
comprendemos bien cómo estas conexiones entre las neuronas dan lugar a las
pasiones humanas. Pero, claramente, esas conexiones son las que producen las
pasiones.
—Entonces, usando palabras cotidianas,
¿quiere decir que una situación límite se refleja inmediatamente en las
neuronas?
—Todos los estados afectivos se reflejan en los sistemas cerebrales y hoy
tenemos técnicas que nos permiten investigar qué ocurre “en vivo” en el cerebro.
Contamos con neuroimágenes muy modernas y técnicas neurofisiológicas que nos
permiten saber qué se activa en el cerebro cuando experimentamos un sentimiento
o tenemos una actividad cognitiva.
—¿Han experimentado a través de imágenes
qué ocurre en el cerebro, por ejemplo, cuando a un paciente se le da una mala
noticia?
—Hay experimentos que reflejan lo que ocurre en el cerebro en los momentos de
tristeza y también hay estudios realizados acerca de qué pasa en el cerebro de
la gente con depresión. Hay, claramente, áreas del cerebro donde se observa un
funcionamiento anormal en estados de depresión.
—¿Y en los de euforia?
—También. Incluso tenemos estudios que muestran a pacientes que tuvieron
lesiones en lugares específicos o en circuitos específicos y que experimentan
euforia o lo que los ingleses llaman elation. Los primeros informes de los
trastornos emocionales asociados con daño cerebral (generalmente causado por
enfermedad cerebrovascular o traumatismo de cráneo) fueron realizados por
neurólogos y psiquiatras en descripciones de casos específicos. Por otra parte,
una de las cosas que conocemos hoy es la importancia del instinto o
“corazonada” (en inglés, gut feeling) en la toma de decisiones: muchas veces no
tenemos tiempo de analizar racionalmente los pros y los contras en la toma de
decisiones, y es entonces la intuición la que nos ayuda a sobrevivir en la
existencia diaria. Hay mucho debate acerca si la intuición supera al análisis
deliberado de la toma de decisiones. Muchos sostienen que la razón conduce a
conclusiones y la emoción lleva a acciones. Hoy sabemos que el cerebro produce
respuestas emocionales que llamamos “sentimientos”. Por ejemplo, un evento que
ocurre en nuestro entorno nos produce alteraciones fisiológicas (cambios en la
presión sanguínea, en la temperatura corporal, en la frecuencia cardíaca) que
el cerebro interpreta según el contexto.
—Entonces quiere decir que el famoso
perro de Pavlov (el que salivaba cuando veía su comida) no es una antigüedad
—No, no. Básicamente aquél fue un gran avance de la ciencia. Algunos eventos
pueden tener propiedades intrínsecamente afectivas (una descarga eléctrica es
intrínsecamente desagradable) o pueden haber adquirido valor emocional a través
de la asociación repetida (con el tiempo el sonido de la voz de un compañero
favorito puede generar emoción). Recién explicábamos que el contexto y el
ambiente o entorno pueden generar cambios físicos que se interpretan como
sentimientos, pero también los sentimientos pueden ser solamente producto de
los pensamientos. Le explico: si yo imagino que voy a ganar la lotería voy a
estar contento. En cambio, si estoy pensando permanentemente en que no voy
a terminar a tiempo el trabajo me sentiré mal. Pero los sentimientos
también pueden ser activados inconscientemente. Una corazonada no es un sexto
sentido místico. Es una respuesta neurológica real que se manifiesta
físicamente.
—Sí, doctor, pero a veces un determinado
paisaje, la tapa de un libro o el afiche de una película que nos vuelve al
pasado pueden ser tan movilizadores como lo que usted señala.
—A medida que el cerebro se encuentra con eventos, decisiones, gente, los marca
con un significado emocional. Luego, cuando vemos algo relacionado con esa
gente, esa decisión o ese evento —o tenemos experiencias similares—, el cerebro
genera un acceso directo a la producción del estado emocional original. Si yo
vi una víbora en un lugar determinado y me asusté, en el futuro si algo me
recuerda ese lugar puedo sentir nuevamente el miedo que experimenté cuando
realmente vi la víbora. Otro ejemplo: si comimos algo determinado que arruinó
nuestra noche. En una ocasión futura, ver, olfatear, hablar de esa comida (o
incluso recordar el restaurante donde comimos) hará que circuitos cerebrales
específicos produzcan sentimientos desagradables que nos lleven a
evitarla. Los cambios físicos (incluyendo el aumento de la frecuencia cardíaca,
el sudor, la producción de cortisol y otras hormonas, enrojecimiento de la
piel, etc) llevan a estos sentimientos. A menudo estos cambios ocurren
preconscientemente, antes de que los detectemos nosotros mismos. El punto
importante es que no tenemos que hacer un análisis racional para decidir si
comeremos esa comida la próxima vez que la tengamos enfrente. Como resumen,
muchísimas veces para sobrevivir la emoción facilita la toma de decisiones.
Luego sí le encontramos una explicación racional a la decisión que tomamos.
—En el libro de ustedes “Usar el
cerebro”, es muy interesante el capítulo en el que toca “el efecto Google”.
Como dicen los analistas, ésta es una situación que sucede “aquí y ahora” y no
en el pasado. Textualmente ustedes señalan que “…desde hace un tiempo los
titulares del mundo se hicieron eco de supuestos efectos amnésicos de internet
como si ‘Google’ fuera una maldición en el hipocampo”. Una acusación hacia
cerebros que se habrían vuelto perezosos frente a tantos adelantos.
—No, eso no es así. Algunos opinaban que Google nos iba a sacar la memoria. Que
los sistemas de memoria no iban a trabajar más porque ahora teníamos a Google.
Y, le repito, eso no es así porque tampoco los humanos perdimos la memoria
cuando aparecieron las bibliotecas, cuando se inventó la imprenta. Entonces
¿por qué Google va a hacernos perder la memoria?
—¿Sabe por qué, doctor? Porque Google se
borra de la pantalla (si pensamos que la pantalla es nuestro cerebro) y el
libro no.
—Pero en las dos situaciones estamos buscando información, tanto en Google como
en el libro. Google puede ser una buena base de datos pero nunca va a
reemplazar a la memoria humana. Y algo más: vamos a tener espacio en nuestra
memoria para recordar cosas que ya no necesitamos recordar porque están en
Google. Existe un aspecto fundamental de nuestra conformación biológica: la
naturaleza limitada de la propia memoria. Como con todo bien limitado, actuamos
en consecuencia protegiéndolo y utilizándolo con un sentido de la oportunidad.
Si aprendemos que la capacidad para acceder a un dato está tan sólo a una
búsqueda de distancia en Google, decidimos entonces no destinar nuestros
recursos cognitivos a recordar la información, sino a cómo acceder a la misma.
—¿Y cómo observa usted el efecto en el
cerebro de los chicos de todo el aparataje que usan constantemente como iPods o
celulares, todo lo que es pantalla? Es cierto que leen mucho menos.
—Aquí hay un gran debate acerca del impacto de la tecnología en el cerebro de
los niños y de los adolescentes justamente porque durante esa etapa el cerebro
todavía está moldeándose. Es más: termina de madurar entre la segunda y la
tercera décadas de vida. Hay un gran debate: aún no sabemos bien cuál es el
impacto de la tecnología en las redes cerebrales, pero estamos comenzando a ver
que si se usa en forma racional no debería constituir un problema para el desarrollo
de un niño. El tema surge cuando se tienen conductas obsesivas, compulsivas. El
uso de la tecnología puede ser entonces una adicción.
—Por ejemplo, cuando ustedes hablan de
los sistemas cerebrales que regulan los estados de ánimo normales, ¿qué ocurre,
por ejemplo, cuando se presenta un trastorno bipolar?
— Nuestros cerebros han evolucionado para ser capaces de seleccionar entre un
amplio abanico de respuestas anímicas a los desafíos que nos presenta la vida:
por ejemplo, en algunos momentos necesitamos aumentar nuestra actividad
laboral, tener más contacto social e incluso hacernos más audaces en la forma
en que tomamos nuestras decisiones; en otras ocasiones, por el contrario,
debemos responder a nuestro entorno bajando nuestra actividad y tomando
decisiones más conservadoras. En las personas que sufren trastorno bipolar,
estos mecanismos están afectados de manera tal que presentan estados anímicos
patológicos por su amplitud y/o duración o se realizan en un contexto
inadecuado afectando su capacidad de adaptación y generando conductas
inconvenientes.
—Cuando usamos el término “bipolar” nos
referimos obviamente a dos polos. ¿Cuál sería cada extremo?
—Básicamente las personas afectadas por trastornos bipolares presentan tres
tipos de crisis anímicas:
1) episodios maníacos (un sentimiento de
bienestar, estimulación y grandiosidad exagerado; el paciente se siente muy
activo y con mucha energía) y/o hipomaníacos (estado de ánimo
elevado, expansivo o irritable –sin la intensidad que tendría en una fase maníaca–
pero diferente al estado de ánimo habitual del individuo).
2) episodios
depresivos.
3) episodios mixtos. Estas crisis se pueden dar en sucesión
y separadas por años, meses, semanas, días u horas.
—¿Se conocen los mecanismos que llevan a
uno u otro extremo, o se encuentran en estudio?
—Si bien aún no se conocen con exactitud los mecanismos neurobiológicos íntimos
de esta condición, sí se sabe que los mismos están determinados en buena
medida por una predisposición genética. Se calcula que más del 70% del origen
de la enfermedad está establecido por cuestiones hereditarias ligadas a los
genes que se combinan con elementos ambientales. Es muy importante saber que
los trastornos bipolares no dependen del estilo de crianza, ni de traumas
psicológicos de la infancia, ni mucho menos de cuestiones vinculadas a la
voluntad de las personas que los padecen. Por otra parte, aunque una
persona tenga familiares directos afectados por la enfermedad, no quiere decir
que inexorablemente la va a padecer.
—Por ejemplo, el estrés produce una
especie de sordera. Me refiero a que cuando la persona está muy estresada no
puede conectarse con lo que oye, no entiende lo que le dicen.
—El estrés es un mecanismo fisiológico normal que tenemos los seres humanos. Si
usted debe cumplir una tarea en tiempo récord estará estresada. Esto es normal
y producirá cambios físicos en la frecuencia cardíaca, en la temperatura
corporal, etc. El asunto es cuando ese estrés se prolonga y se vuelve crónico.
No se puede vivir con ese nivel de estrés en forma permanente. Y hoy sabemos
que, cuando el estrés es crónico, produce no sólo cambios afectivos sino
cambios en áreas cerebrales específicas, por ejemplo en el hipocampo, que es
clave en la memoria y se afecta con el estrés crónico.
—¿Por qué?
—El estrés crónico puede producir atrofia de algunas áreas del cerebro.
—Por ejemplo, en casos de muerte súbita
en los que la familia cercana queda como envuelta en una niebla espesa. ¿Es
así?
—Es una pregunta interesante porque podemos ver en gente que ha vivido hechos
muy traumáticos como genocidios, el caso del Holocausto, que hay quienes pueden
recordarlo todo perfectamente y otros, en cambio, tienen una negación de la
situación que se traduce en cambios físicos. Y esto es porque evaden: no pueden
recordar ese evento porque les produce cambios corporales como si lo estuvieran
viviendo. Hay sobrevivientes del Holocausto que relatan perfectamente lo que
ocurrió. Otros, igualmente testigos del horror, no pueden contarlo. No hablan.
No pueden contarles a sus hijos y nietos qué ocurrió. Y esto es porque si lo
relatan empiezan a revivir. En otras palabras: luego de vivir un acontecimiento
traumático en el cual la vida de una persona o un ser querido peligraron puede
desencadenarse un trastorno por estrés postraumático (TEPT). En éste el suceso
traumático se reexperimenta de alguna de las siguientes formas: recuerdos
repetitivos, pesadillas, sensación de que el suceso está ocurriendo, malestar
intenso al enfrentarse a cosas que recuerden el trauma. Dado que el malestar es
muy intenso, las personas que padecen este trastorno intentan evitar todo
aquello que tenga alguna relación con el acontecimiento traumático:
pensamientos, lugares y personas. En ocasiones no pueden recordar parte de lo
sucedido. En algunos casos el interés por las cosas se reduce y la persona
puede llegar a tener la sensación de que “ya no puede sentir”. Por otro lado,
pueden presentarse trastornos del sueño, irritabilidad, problemas para
concentrarse, alerta constante, sobresalto. Estos síntomas suelen provocar un
marcado malestar que afecta todas las áreas de la vida.
—Una de las cosas que ustedes tocan en
este libro son los límites y los riesgos de lo que se llama “neuromarketing”.
Es decir, se refieren a los que tocan temas específicos y delicados sin la
seriedad necesaria para hacerlo.
—Pero además hay que tener cuidado con la gente que usa las neurociencias para
explicarlo “todo”. La neurociencia no puede explicarlo todo. Hay gente que
quiere decirles a las empresas qué pasa en el cerebro cuando la gente compra
uno u otro producto. Y si bien la neurociencia puede saber qué circuitos se
activan cuando hay un producto con un determinado logo, no sabemos qué
significa esto. Por eso mi cautela y la de Mateo Niro cuando escribimos el
libro, al analizar el llamado neuromarketing. Esto es muy interesante y
atractivo pero, por ahora, es muy riesgoso tomar las neurociencias para
explicar los secretos de la compra de un producto y demás. Y la gente que hace
neuromarketing tiene la obligación de que los datos que analizan de las
respuestas cerebrales a algún producto posean realmente seriedad científica.
Muchas veces estos datos quedan en las empresas que hacen neuromarketing y la
comunidad científica no puede evaluarlos. Entonces, nuestro punto aquí es que
aun cuando es muy atractivo saber qué ocurre en el cerebro cuando compramos
algo o nos llama la atención un logo importante hay que tener mucho cuidado con
la interpretación de los resultados.
—También una de las preguntas muy
interesantes que ustedes plantean en este libro es: ¿a qué edad los chicos
empiezan a tomar decisiones guiados por un patrón de conducta como puede ser la
emoción o la razón?
—Esto me lleva a algo clave como es la amnesia infantil: uno se olvida de todo
lo ocurrido antes de los 5 años. Algunos dicen: “Yo recuerdo cuando tenía 4
años…” pero, a lo mejor, lo que recuerda realmente es una foto o una historia
que le contaron sus padres. Le reitero: hay algo así como una amnesia acerca de
los primeros años. Como adultos no recordamos nada de lo ocurrido antes de los
5 años.
—¿Es una forma de autodefensa?
—No se conoce bien la causa. Y si bien hay varias explicaciones, no tenemos una
que sea concluyente
acerca de por qué se produce esa amnesia infantil que, sin embargo, está muy
bien estudiada. Le repito: no tenemos una causa clara. Hay sólo hipótesis. Una
de ellas es que antes de los 4 o 5 años tenemos un hipocampo (área clave para
la consolidación de memorias) muy dinámico que no puede almacenar información
de forma estable. En la medida en que se generan neuronas nuevas, la memoria
puede verse comprometida en ese proceso.
—Qué notable. Porque si hay un gesto
materno amoroso es el de amamantar a un hijo y, sin embargo, no podemos
recordar esa sensación.
—Absolutamente. En la vida olvidamos casi todo: ninguno recuerda la primera vez
que caminó. La primera vez que habló. Entonces, ¿qué recordamos? Cuando somos
adultos, principalmente lo que nos emociona. Y resulta obvio que los hechos que
producen un impacto emocional en el cerebro son recordados con mayor facilidad
que aquellos que nos han resultado indiferentes
© Escrito por Magdalena Ruíz Guinazú y publicado el Sábado 08/03/2014 por el Diario Perfil de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.