Ningún mal es eterno…
Los medios argentinos poco eco se
hicieron de una efeméride trascendental: el 8 de mayo, se cumplió un nuevo
aniversario del tratado que le puso fin a la peor tragedia de la humanidad: la
Segunda Guerra Mundial.
Las fechas nunca cuentan toda
la historia. Recordaremos por siempre el día que el hombre había llegado a la
Luna. Recordaremos cuando Yuri Gagarin se convirtió en el primer cosmonauta. La
lista sería infinita. Las fechas condensan, los aniversarios simplifican, las
efemérides marcan, como si se congelara por milésimas de segundo un momento de
la historia que siempre tiene un antes y un después. Por eso, hablar hoy del 8
de mayo y evocar 1945 es, si se quiere, y en algún punto, una comodidad del
lenguaje. Porque hacía ya varios meses que la Alemania nazi estaba derrotada.
Pero al leer la copia
facsimilar del acta de rendición militar firmada el 7 de mayo de 1945, por los
triunfadores (el comandante supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas, y
el Alto Mando soviético) y el derrotado Alto Mando alemán, no puedo evitar una
profunda conmoción. La Segunda Guerra Mundial que, formalmente concluía un día
como hoy de 1945, fue en términos cuantitativos la mayor tragedia de la
humanidad.
El día en que se firma este acta
de capitulación dice claramente (traduzco del inglés las frases más
importantes) que “El Alto Mando alemán habrá de emitir ya mismo órdenes a todas
sus fuerzas militares, navales y aéreas, y a todas aquellas fuerzas bajo
control alemán, de cesar completamente sus actividades militares a la hora
23:01, tiempo del Centro de Europa, del 8 de mayo, y permanecer en las
posiciones que ocupaban en ese momento. Ningún barco navío o avión habrá de ser
desplazado y ningún daño podrá ser hecho a ningún tipo de maquinaria o
herramienta”. De esta manera, el acta de rendición pretendía evitar que los
propios alemanes derrotados destruyeran sus equipos. Pero en realidad, ya el 30
de abril había entrado a Berlín el Ejército Rojo, ocupando la capital del
imperio que había sojuzgado a Europa.
Ese 30 de abril, las Fuerzas Armadas
soviéticas entran, a sangre y fuego, en el Berlín inexpugnable de Adolf Hitler. Ése
es el día cuando el más furioso y despiadado tirano que haya conocido la
humanidad se pega un tiro en su búnker berlinés, junto con su mujer. Antes de
suicidarse, Hitler desplaza, delega el poder en un hombre de la armada, de la
marina alemana, el almirante Karl Doenitz, a quien le toca enviar delegados
para firmar la rendición ante los Aliados
Esto que terminaba hace hoy
59 años, tenía antecedentes importantes en las semanas previas.
La Segunda
Guerra Mundial comenzó en 1939, pese a que la semana pasada una conocida
historiadora profesional llamada Cristina Kirchner, anuncio que había comenzado
en… ¡1938! Comenzó el 1º de septiembre de 1939. En verdad, no terminó por
completo el 8 de mayo de 1945, porque en el teatro de operaciones del Extremo
Oriente, el tercer aliado del Eje nazi fascista que permanecía todavía de pie,
Japón, siguió combatiendo hasta que fue aniquilado por las bombas atómicas
norteamericanas lanzadas en agosto de ese año.
El 1º de septiembre de 1939
es el punto de partida que los historiadores reconocen como el arranque de la
Segunda Guerra, cuando las tropas alemanas cruzan la frontera con Polonia y se devoran
a ese país. El 16 de ese mes, el Ejército Soviético, en una operación de
pinzas, cuando todavía no estaba en guerra con los alemanes, entra también en
una Polonia que a lo largo de los siglos fue disputada y despedazada por
potencias rivales.
Esta guerra, continuación de
la no terminada Primera Guerra Mundial, que se había sellado con el tratado de
Versalles de 1918, puso en práctica los últimos inventos del cerebro humano
para la creación de sistemas masivos de destrucción. Precisamente, Hiroshima y
Nagasaki en agosto de 1945 fueron la demostración del poder mortal que teníamos
los seres humanos para aniquilarnos.
La alianza que se
configuró en esa Segunda Guerra Mundial entre las potencias nazi-fascistas, fue
claramente la configuración de un eje del bien, de la libertad y de la
democracia. Muchos se preguntarán si la Unión Soviética de Stalin era un país
democrático. No, no lo era. Era ya en 1939 una feroz tiranía. Sin embargo,
invadida y agredida por Alemania, la Rusia soviética de Stalin decide aliarse
con Occidente para librar la gran guerra contra el enemigo principal.
Pero del lado de Occidente,
del que la Argentina siempre estuvo deslindándose, las cosas eran claras: se
combatía un proyecto totalitario milenarista. El Tercer Reich se proponía como
un gobierno de mil años en base a la superioridad racial de una minoría
iluminada “pura”, la supuesta “raza” aria; con métodos abominables y letales
para destruir, conquistar y anexar naciones y pueblos.
La muerte de Hitler y la
capitulación de la Alemania nazi fueron un precio durísimo que se pagó al costo
de 60 millones de muertos, el saldo de la Segunda Guerra. Es notable que esto no haya tenido eco
hoy en los diarios argentinos; el 8 de mayo debería ser una fecha año a año
evocada, casi rutinariamente. No para mi generación, sino
para los más jóvenes que deberían tener la posibilidad de comprender que esa
fue la peor de las guerras, y que el mundo a partir de 1945 ya no sería el
mismo.
Esa alianza entre Estados
Unidos, Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética obviamente se rompió poco
después de 1945, cuando se inició la guerra fría. Pero esa es otra
historia. Es
importante marcar que el proyecto hitleriano en gran medida fue exitoso:
ejecutar la destrucción masiva de pueblos enteros. Hitler pensaba que era
indispensable “depurar” a Europa de minorías que él estimaba nocivas y tóxicas,
la judía en primer lugar, y procedió de esa manera. Más de
la mitad de los judíos europeos perdieron sus vidas en la Segunda Guerra
Mundial. Países enteros fueron ocupados, desde Escandinavia hasta el norte de
África. Los ejércitos de Hitler desfilaron por toda Europa; arrasaron la Unión
Soviética donde encontraron su tumba, porque, siguiendo la misma estrategia de
las guerras napoleónicas, Stalin los dejó entrar hasta que el “General
Invierno” impidió que zafaran de la nieve y el hielo, y ahí comenzó la derrota
de los alemanes en el frente oriental.
Se han escrito, literalmente,
centenares, quizás millares de libros, y se ha filmado igualmente una cantidad
desmesurada de películas, pero el mundo se seguirá preguntando cómo fue posible
tamaño horror. Es importante, por eso, recordar que existió. No fue un invento
de Hollywood ni un producto de las películas; el mundo estuvo en guerra y
millones de seres humanos dieron sus vidas para defender la idea de la
libertad. Si
hubiera triunfado el proyecto diabólico de Hitler y sus socios de entonces, el
mundo que hoy conocemos ni siquiera habría nacido.
Afortunadamente no fue así.
El precio fue enorme y el dolor ha sido y seguirá siendo infinito. La peor de
las guerras concluía en un día como hoy, pero el alma se regocija al leer el
acta de rendición. Esos caballeros siniestros que prometían durar mil años,
duraron apenas doce años, señal de que ningún mal es eterno.
© Escrito
por Pepe Eliaschev el Viernes 09/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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