domingo, 15 de diciembre de 2013

Entrevista a Leonardo Boff, Teólogo… De Alguna Manera…


“Llegó la primavera con sus frutos”...

“Después de 500 años, nuestras iglesias latinoamericanas se han convertido en iglesias fuente,” analizó el ex sacerdote brasileño.   

Leonardo Boff está convencido de que, con el papa Francisco, llegó mucho más que un hombre que viene de lejos: en su visión, con él llegaron al Vaticano otra filosofía de la vida, de la política, otra práctica pastoral, otra sociología y otro cristianismo.

La ternura y la inteligencia juntas son armas muy disuasivas. Escuchando hablar al teólogo brasileño Leonardo Boff se entiende rápidamente por qué su amigo Joseph Ratzinger lo apartó de la Iglesia cuando se publicó uno de los libros fundadores de la Teología de la Liberación escritos por Boff, Iglesia, carisma y poder. Mucho antes de ser papa, Ratzinger fue amigo de Leonardo Boff, pero en cuanto el severo teólogo alemán empezó a trepar la escalera del poder vaticano no dudó en levantar la mano para sentar a Leonardo Boff en el mismo sillón donde, muchos siglos antes, la Santa Sede juzgó a Galileo Galilei. Leonardo Boff pagó el tributo de sus ideas. Perdió el derecho de ejercer el sacerdocio.

Han pasado muchos años y muchos combates y Leonardo Boff no perdió ni un ápice de esa inteligencia que envuelve las cosas en una mezcla de racionalidad y revelación juvenil. El paisaje que rodea su casa de Petrópolis es idílico, frondoso y absorbente como las ideas que este intelectual de 75 años va exponiendo con la frescura de un adolescente. Con el título “El papa del pueblo”, la revista Time eligió al papa Francisco como personalidad del año. “Lo que hace a este Papa tan importante es la rapidez con la que capturó la esperanza de los millones de personas que habían abandonado toda esperanza en la Iglesia”, escribe Time.

Leonardo Boff no está lejos de pensar lo mismo. Se acaba el año de la elección de Bergoglio como primer papa no europeo de la historia. En esta entrevista con Página/12, Leonardo Boff hace un balance de las esperanzas suscitadas por Francisco, de las perspectivas de transformación que se levantan en el horizonte, de los actos ya cumplidos y de los que vendrán. El teólogo brasileño está convencido de que, con Francisco, llegó mucho más que un hombre que viene de lejos: en su visión, con él llegaron al Vaticano otra filosofía de la vida, de la política, otra práctica pastoral, otra sociología y otro cristianismo inspirados en la raíz misma del continente.

–Pasan los meses y, a su manera, el papa Francisco sigue dando sorpresas. ¿Cómo analiza usted este momento particular del catolicismo a través de una figura que está desplazando casi todos los centros de gravedad del Vaticano?
–Estamos en una situación totalmente nueva. Nosotros venimos de un invierno muy duro y riguroso con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora sentimos la primavera con sus flores y sus frutos. Francisco es un papa que sorprende, que cada día inventa cosas nuevas. Es la primera vez que un papa no viene de la vieja cristiandad europea, sino de la periferia, o sea de América latina. Las iglesias de América latina eran iglesias espejo mientras que las iglesias de Europa eran iglesias fuente. Ahora, después de 500 años, nuestras iglesias se han convertido en iglesias fuente. Nuestras iglesias tienen sus tradiciones, sus reflexiones, sus liturgias, han creado un estilo de cristianismo ligado a la liberación, al compromiso social. De ese caldo espiritual, político y religioso viene el papa Francisco. El nuevo papa tiene otro tipo de mensaje, no es el cristianismo viejo, doctrinario, disciplinar. Se trata de un cristianismo de profunda comunión con todas las personas, libre de doctrinas castradoras, con un mensaje basado en la sencillez y la pobreza. Eso es inédito en la historia del papado. Hay que tener en cuenta que sólo 24 por ciento de los cristianos está en Europa, 62 por ciento en América latina y los demás en Asia y Africa. Esto significa que, hoy, el cristianismo es una religión de Tercer Mundo. Tuvo sus raíces en el Primer Mundo, pero eso ya pasó. Francisco es muy consciente de esto. Por eso tiene la fantasía creadora y es capaz de decir “hay que cambiar”. Y creo mucho en su fantasía, en su libertad, en su corazón, en su libertad espiritual. La Iglesia necesita corazón, no poder. Donde hay poder no hay amor ni compasión. Francisco tiene amor y compasión. Y no quiere saber nada de poder ni de tradiciones.

–Para usted entonces Francisco es un papa de combate.
–Creo que Francisco combina dos cosas: la ternura de Francisco y el rigor del jesuita. Es franciscano en la forma de vivir humilde, popular, pero es un jesuita de la racionalidad moderna: analiza los fenómenos, identifica la causa principal y, cuando descubre, interviene con mucha determinación. Creo que el Papa es una combinación feliz entre ternura y vigor. Eso es lo que necesitamos en la Iglesia. Hacia afuera es un pastor, hacia adentro es muy riguroso. Cuando estuvo en Río de Janeiro, el discurso más duro que pronunció fue para los obispos y cardenales. Les dijo que no eran pobres ni interiormente, ni exteriormente, que eran duros con el pueblo y que no fueron capaces de hacer la revolución de la ternura, de la compasión, de la compenetración con el pueblo. En Roma dice lo mismo: los ministros de la Iglesia tienen que salir de la fortaleza hacia el pueblo, y el pueblo debe poder venir y sentirse en su casa. La Iglesia no está para condenar a nadie sino para acoger, perdonar, suscitar esperanzas y tener compasión con quienes tienen problemas. Esa es la característica más bella y evangélica de Francisco.

–Usted cree que Francisco puede realmente reformar la Iglesia.
–Yo creo que Francisco, antes de reformar la curia y la Iglesia, ya reformó el papado. El estilo del Papa es otro. El papado tiene un ritual, en las vestimentas, en los símbolos del poder. Francisco renunció a todo eso e hizo el trabajo contrario: logró que el papado se adaptara a sus convicciones, a sus hábitos. Por eso renunció a todos los símbolos de poder. Dijo: “la Iglesia tiene que ser pobre como Jesús”. ¡San Pedro no tenía un banco y Jesús no entendía nada de contabilidad! Jesús era un profeta que traía fe, esperanzas. Francisco rescata la tradición más vieja de la Iglesia y rehúsa llamarse papa. Papa es un título de los emperadores. Francisco se considera un obispo de Roma que gobierna la Iglesia en la caridad, no en el derecho canónico. Eso cambia todo. Francisco es más que un nombre: es un proyecto de Iglesia, de una sociedad más sencilla, solidaria, es el proyecto de una simpleza voluntaria, de una sobriedad compartida. Posiblemente, esto va a crear una crisis entre los obispos y cardenales. Ellos se creen príncipes de la Iglesia y el Papa no quiere nada de eso. Francisco quiere que se renueve el pacto de las catacumbas cuando, al final del Vaticano II, 30 obispos se reunieron en las catacumbas e hicieron votos de vivir en la pobreza, abandonar los palacios y vivir en el medio del pueblo. Esa es la propuesta para toda la jerarquía de la Iglesia. Esa será para mí la gran revolución de Francisco.

–¿Con qué fuerzas Francisco podrá cambiar las malas tendencias profundas de la Iglesia? Por ahora hemos oído un mensaje pastoral muy entusiasta, pero para llegar a la trasformación completa hay un gran paso. ¿Acaso se apoyará en la Teología de la Liberación, tan reprimida por Juan Pablo II y Benedicto XVI?
–Es un papa muy inteligente. Francisco criticó mucho a los conservadores. El 11 de septiembre aceptó encontrarse con Gustavo Gutiérrez (el otro inspirador de la Teología de la Liberación). Eso me parece muy importante para apoyar esa teología que es, además, en cierta forma, el lugar de donde él viene. La Argentina tiene una Teología de la Liberación propia, que es la teología de la cultura popular. Francisco se apoyó en esa teología que se diferencia de la teología de la liberación común porque no trabaja en torno del conflicto de clases, sino en torno de la cultura dominante, la cultura dominada, cultura del silencio que hay que liberar. El está en esa línea. Y de allí viene su novedad. Ya eligió ocho cardenales de todo el mundo para crear una instancia de decisión. Sería fantástico si Francisco invitara a mujeres a dirigir los destinos de la Iglesia en la perspectiva de la globalización. Hasta hoy, el cristianismo era algo occidental que se fue convirtiendo en algo cada vez más accidental. Tiene que ser ahora globalizado. Para ser global, tiene que tener otras dimensiones. La Iglesia no encontró su lugar en la globalización. La Iglesia es muy romanizada, eurocéntrica. Pero Francisco tiene la visión del jesuita San Francisco Javier, misionero de China, según la cual la Iglesia tiene que salir. Para mí la mejor manera es crear una red de iglesias y comunidades que se encarnen en las culturas y tenga rostros chinos, japoneses, africanos, latinoamericanos. Es otro tipo de presencia de la Iglesia, no como poder, sino como una instancia de apoyo a todo lo que es humano. El cristianismo se suma a otras religiones, a otros caminos espirituales, y renuncia así a su privilegio de excepcionalidad, como si fuera la única Iglesia verdadera, la única religión válida. No. El cristianismo está junto a las demás para alimentar valores humanos, para salvar a nuestra civilización, que está amenazada.

–Sin embargo, el discurso tradicional del Vaticano aún se mantiene.
–Sí, yo creo que él seguirá manteniendo el discurso tradicional de defensa de la vida, contra el aborto, pero con una diferencia: antes, los temas de la moral sexual, familiar, del celibato de los sacerdotes o del sacerdocio de las mujeres, eran temas prohibidos, no se podían discutir. Ningún cardenal, obispo o teólogo podía hablar de esto. Francisco no, él dejó abierta la discusión. El va a abrir una amplia discusión en la Iglesia y va a recoger elementos que se pueden tornar universales. Francisco abrió muchos espacios. No sé hasta qué punto podrá avanzar con esto, pero sí habrá una amplia discusión en la Iglesia. Posiblemente se logre permitir que las iglesias locales, por ejemplo en Africa, donde hay otras culturas tribales, otra relación con la sexualidad, puedan actuar de otra forma ante la utopía cristiana, una forma que no sea sólo la occidental. Ahora tenemos una sola manera de ser cristiano, pero hay otras. En América latina estamos demostrando que es posible un cristianismo afro-indígena-europeo, una mezcla de tres grandes culturas. Por eso aquí la Iglesia tiene otro rostro, es más abierta, más comprometida con los cambios que benefician al pueblo. Tenemos que universalizar esto porque la injusticia mundial es muy grande. Y este papa es muy sensible ante los últimos, los invisibles. Ahí está su centralidad.

–Ya ha pasado cierto tiempo luego de la renuncia del papa Benedicto XVI. Ese hecho fue un enorme terremoto para los católicos del mundo. ¿Cuál es hoy su análisis sobre ese momento de fractura sin el cual el papa Francisco no hubiese llegado al sillón de Pedro?
–Yo creo que cuando Benedicto XVI leyó el informe de más de 300 páginas sobre la situación interna de la Iglesia, sea lo que concernía los problemas del banco del Vaticano, sea los escándalos sexuales que implicaban a obispos y cardenales, creo que eso lo golpeó profundamente. Benedicto XVI sintió que no tenía fuerza física, ni psíquica, ni espiritual para enfrentar un lío semejante. Ese problema no venía desde afuera, del mundo, de la sociedad, no: el problema venía desde dentro de la Iglesia, de su parte más central que es la curia romana. Eso lo escandalizó. Benedicto fue muy humilde al reconocer que otra persona debía venir con más fuerza, con más y determinación y otra visión de la Iglesia para crear un horizonte de esperanzas y credibilidad que la Iglesia había perdido totalmente.

–El banco del Vaticano y todos los escándalos ligados a él fueron uno de los desencadenantes de la renuncia de Benedicto XVI. Apenas asumió, las primeras medidas que adoptó el papa Francisco atañen justamente el banco. ¿Cree usted que podrá llevar a cabo la reforma final de esa institución financiera comprometida con la mafia y la circulación de dinero opaco?
–En el banco del Vaticano hay mucho dinero de la mafia, apoyada y comprometida con altas figuras de la curia romana. En este sentido, hay un riesgo que pesa sobre el Papa. Cuando la mafia se siente agredida es capaz de cometer crímenes, de eliminar personas. Por eso es muy inteligente que el Papa no viva en los departamentos pontificiales sino en una Casa de Huéspedes, es muy inteligente también que no coma solo, sino con muchas personas. Francisco dijo en broma que así era más difícil envenenarlo. Pero más allá de esto, creo que Francisco va a inaugurar una dinastía de papas del Tercer Mundo, de Africa, de Asia, de América latina. Con eso se enriquecerá el catolicismo con valores de otras culturas que nunca fueron respetadas sino colonizadas. El cristianismo de América latina es un cristianismo de colonización. Hicimos muchos esfuerzos para crear un cristianismo nuestro, con nuestros santos, nuestros mártires. Nuestro cristianismo tiene su propio rostro, que no es el viejo rostro europeo. Esto va a facilitar que el cristianismo sea una propuesta buena para la humanidad, no solamente para los cristianos. Nuestro cristianismo tiene otro elemento de ética, de humanidad, de espiritualidad para un mundo altamente materializado, tecnológicamente sofisticado. Francisco encarna ese contrapunto, esa dimensión. Su propuesta tiene futuro.

© Escrito por Eduardo Febbro el domingo 15/12/2013 y publicado en el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires


El antídoto... De Alguna Manera...


El antídoto…

CUENTA. De la Policía de Córdoba en Twitter (Captura de la cuenta).

La inclusión social y el control político de las fuerzas de seguridad son el antídoto prescripto por el gobierno nacional para la descomposición de las policías provinciales. El Estado Nacional está limitado por las autonomías provinciales, pero aun así tiene un amplio campo de actuación para confrontar con el modelo vertical y jerárquico y el modo de relación con la sociedad, como fuerzas de ocupación. El rol de la Justicia para desbaratar las redes de ilegalidad con participación policial.

Inclusión social y control político de las fuerzas de seguridad para incorporarlas a los procesos democráticos en cada una de las jurisdicciones, como ya se hizo con las Fuerzas Armadas. Ese fue el antídoto contra la extorsión policial que la presidente CFK prescribió en su discurso del 10 de diciembre. Pero mientras las Fuerzas Armadas y las intermedias, como la Gendarmería y la Prefectura, son estructuras nacionales, las policías están en la jurisdicción de cada provincia. Una cultura institucional anquilosada se amalgama con el mensaje represivo y autoritario con que los sectores beneficiarios del statu quo económico y social responden a la preocupación por la denominada inseguridad.

El gobierno nacional detecta la raíz del problema, pero cuando habla del control civil sólo percibe a la justicia como un estorbo para la conducción política de las fuerzas. Esta no es una contradicción menor. Que una de las provincias castigadas por la sedición y la muerte haya sido el Chaco (donde el flamante jefe de gabinete, Jorge Capitanich, había comenzado la reforma de su policía y puesto en marcha el mecanismo local que contempla la Convención contra la Tortura de las Naciones Unidas) también manifiesta la magnitud de las resistencias que el cambio provoca. Una de las víctimas fue el subcomisario Christian Vera, de 36 años. Su familia tenía una íntima relación de amistad con Capitanich, quien pocos días antes había asistido al velorio de la madre del oficial. Vera no se plegó a sus colegas acuartelados e intentó contener un saqueo. Vestía su chaleco antibalas, pero el proyectil ingresó por la ingle y lo mató. ¿Fue por casualidad, o el disparo partió de otro profesional que conocía dónde termina la protección del chaleco?

Otra pregunta, que escuché con insistencia en Córdoba, ¿cómo pudo haber sólo un muerto si durante toda la noche se escucharon disparos en forma incesante? En cualquier caso, es imposible exagerar la gravedad de los hechos degradantes sucedidos, que tendrán consecuencias económicas y sociales, al adelantar las negociaciones paritarias previstas para el año próximo en las que todos los trabajadores de la órbita del Estado Nacional, las provincias y los municipios reclamarán con estricta justicia igual trato. También afectarán el vínculo entre la Nación y las provincias, que no pueden hacer frente a los compromisos arrancados a sus gobernadores. Los alzamientos carapintada, la hiperinflación y los saqueos, la crisis de fin de siglo con todo lo que implicó (descomposición institucional, feroz transferencia de ingresos, surgimiento de nuevas formas de organización social, asesinato de militantes populares), son los otros picos de crisis que dejaron huellas y cuya sombra ominosa sólo pudo disiparse con profundas transformaciones. Este cuadro impone una respuesta lúcida y eficiente de las autoridades, para encarar de una buena vez y a fondo las reformas policiales que se han venido posponiendo durante décadas.

 

Los pactos rotos


Llegué a Córdoba cuando recién concluía la noche del terror, para participar en un homenaje a María Elba Martínez, la abogada defensora de los derechos humanos que murió en agosto. Ella fue la principal impulsora de la causa Menéndez, pero también comprendió que la estructura represiva de entonces se continuaba en dispositivos, métodos y personas, que el sistema político debía purgar y subordinar. María Elba me habló por primera vez del Tucán Grande y del Tucán chico, los hermanos represores Carlos y Raúl Yanicelli, a quienes el gobierno radical respaldó al frente de las direcciones de Inteligencia y de Drogas Peligrosas. El ex policía Luís Alberto Urquiza los acusó de haberlo interrogado bajo torturas, en la dirección de Inteligencia policial, la D2, y el gobernador Ramón Mestre y su ministro Oscar Aguad tuvieron que pasar al Tucán Grande a retiro. En 2008 fue detenido y este año condenado a prisión perpetua.

Pero De la Sota designó como jefe de policía a su ex custodio y al mismo tiempo ex secretario del Tucán Grande, el comisario Alejo Paredes. En una consagración explícita de la autonomía policial y la falta de control político, lo ascendió luego a ministro de Seguridad. Paredes eligió como jefe de policía a su compañero en aquella siniestra D2, comisario Ramón Frías. El comisario Julio César Giménez denunció que el nuevo jefe lo había amenazado para que dejara de investigar el asesinato de su padre sindicalista, en la D2, si no quería que le ocurriera lo mismo. El gobernador debió deshacerse de Paredes y Farías en septiembre de este año, cuando el fiscal federal Enrique Senestrari desmanteló la red criminal que vinculaba con la comercialización de sustancias estupefacientes de uso prohibido a los jefes policiales encargados de combatirla. Este quiebre del pacto de impunidad tendría consecuencias, como también ocurriría en Santa Fe con un proceso similar. Otro fiscal federal, Juan Patricio Murray, llevó a la cárcel al jefe de la policía provincial, Hugo Tognoli, por su asociación con los traficantes que debía combatir. Algo parecido ocurrió en Tucumán. El fiscal investigador, Diego López Avila, es provincial, pero con la asistencia de una fuerza federal, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, consiguió la detención del ex subjefe de Policía Nicolás Barrera y del ex jefe de la Regional Norte, Héctor Brito, por encubrimiento del crimen de Paulina Lebbos, hija de un ex funcionario del gobernador José Alperovich.

En todas esas provincias, la policía organizó, favoreció o habilitó los saqueos, como advertencia a los respectivos gobernadores, que cedieron sin dilación. De la Sota prescindió de la cúpula policial que había designado hace apenas tres meses y redujo la jerarquía del ministerio a la de una simple Secretaría, que ocupará Matías Pueyrredón, hombre de enlace entre el poder económico de Córdoba y la Justicia. Como jefe de policía asumió el comisario Julio César Suárez, quien responde al ex jefe Ramón Frías, y como subjefe el comisario Héctor Alberto Laguía, vinculado con Paredes, según me cuenta un estudioso de la institución policial, el periodista Dante Leguizamón. Laguía fue investigado por el pago de adicionales no realizados a un grupo de oficiales jefes, pese a lo cual Paredes lo ubicó en la Dirección General de Administración, que es donde se deciden muchas de las cosas que enojaron a la tropa: el pago de los sueldos, en qué gasta y en qué no su dinero la policía, cómo se pagan los adicionales y las compras. Laguía pasó al ministerio justo cuando comenzaba el reemplazo de los viejos edificios policiales por nuevas sedes. “El negocio fue fenomenal porque se vendía una casona hermosa en plena Nueva Córdoba o un predio de 6 hectáreas en Villa Belgrano que valían fortunas y esa plata era administrada sin ningún tipo de control”, agrega Leguizamón. Suárez y Laguía tienen poca experiencia, pero fogueados asesores, en lo que se aprecia como una recomposición de los pactos rotos en septiembre.

 

Una fuerza de ocupación


Cada persona con la que hablé en esas primeras horas de luz contaba que los saqueos se iniciaron en el barrio donde viven los policías, cerca del acuartelamiento y con métodos de precisión que descartan cualquier espontaneidad. También señalaban la extrema brutalidad de la respuesta posterior. Luego del duro enfrentamiento, De la Sota y la policía se pusieron de acuerdo en señalar como blanco a los barrios populares. Pocos días antes se había realizado la Marcha de la Gorra, que el Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos convoca desde hace siete años cada 20 de noviembre, aniversario de la sanción de la Convención de los Derechos del Niño.

Esta vez asistieron 15.000 personas, que reclamaron la derogación del Código de Faltas provincial, equivalente a los edictos policiales que en la Ciudad de Buenos Aires fueron abolidos por el Estatuto constituyente de 1996 y sustituidos en 2004 por el Código de Convivencia. De la Sota creó el Cuerpo de Acción Preventiva (CAP); firmó un convenio con la Fundación del ex ingeniero Blumberg y el Manhattan Institute, para la instalación de mil cámaras en denominadas zonas críticas y creó un registro de huellas genéticas de sospechosos. Las medidas de patrullaje se reforzaron con la incorporación de helicópteros y la implementación de una “nueva estrategia de ocupación territorial”. También se sancionaron leyes provinciales por las que Córdoba asumió la competencia para investigar y juzgar delitos leves de la ley de estupefacientes y la ley de trata de personas, las mayores cajas policiales junto con la policía caminera.

Un informe de la Comisión Cordobesa por la Memoria, en cuyo capítulo sobre la seguridad y la policía intervinieron los académicos de la Universidad Nacional de Córdoba Magdalena Brocca, Susana Morales, Valeria Plaza y Lucas Crisafulli, sostiene que el gobierno provincial provee a su policía cada vez más armamento, tecnología, móviles y efectivos, así como mayor autonomía operativa. Entre 2003 y 2013 el crecimiento del personal policial superó al de cualquier otra repartición pública: de 13.000 a 27.000 efectivos, pese a lo cual las tasas delictivas se mantuvieron y las contravencionales volaron: en 2005 hubo 8.960 detenidos por contravenciones, en 2011, 73.100, ocho veces más. El Cuerpo de Acción Preventiva no responde a la estructura de las comisarías, sino a un mando propio y centralizado, como el Comando Radio Eléctrico de la dictadura. Este cuerpo “define –habilita o restringe– las formas de habitar el territorio urbano de grandes sectores de la población cordobesa”, dice el informe.

En consecuencia, Córdoba tiene una policía joven, casi sin formación profesional, salvo un curso de nueve meses, cuyo verdadero aprendizaje se realiza en la calle con el Código de Faltas como hoja de ruta. Esa subcultura policial, vinculada a la jerarquía, la obediencia, la disciplina y el ingreso a una corporación con lógicas violentas, aleja y diferencia a sus miembros de la vida civil. El bajo sueldo básico obliga a realizar adicionales, que la misma policía asigna en forma arbitraria. Durante 2012, para duplicar el básico de 3500 pesos era necesario trabajar 16 horas por día. Esta precarización absoluta, con condiciones laborales indignas, conspira contra la eficiencia y la profesionalidad. La ley de seguridad remeda el modelo neoyorquino de tolerancia cero, pero sin la depuración policial que fue uno de sus aspectos. Permite suprimir las libertades con sólo invocar genéricas “razones de seguridad”. La ley orgánica define el “estado policial”, que obliga incluso a los que están de franco y a los retirados a portar el arma reglamentaria las 24 horas del día, “para prevenir o interrumpir la ejecución de un delito o contravención” en cualquier lugar y momento.

Así se profundiza el carácter de corporación separada del resto de la sociedad, y la posibilidad de reacción violenta y armada frente a conflictos cotidianos de menor importancia. El régimen disciplinario de la policía es vago y ambiguo; castiga “la falta de celo o exactitud en el cumplimiento de los deberes”, el “descuido en el aseo personal, uso del cabello largo”, hasta el “contraer deudas con personas de mala reputación” o “prestarse a reportajes o formular declaraciones públicas, referidas a aspectos funcionales o de carácter político, sin contar con la autorización de la superioridad”.

 

Sin códigos


El Código de Faltas fue sancionado en 1994 por unanimidad de justicialistas y radicales, que también acordaron la creación de juzgados contravencionales que lo aplicarían. Pero aduciendo la falta de presupuesto los gobiernos de ambos partidos los pospusieron una y otra vez. La facultad de instruir y juzgar a todos los contraventores quedó en manos de la policía, que no es entonces un órgano auxiliar de la justicia sino un actor político que disputa el poder en el escenario público. El mismo año en que la Constitución reformada incorporó diez Tratados Internacionales de Derechos Humanos que obligan a todos los estados provinciales, el Código de Faltas suprimió todos esos derechos en Córdoba y se erigió en instrumento de disciplinamiento social de los sectores marginados y herramienta de gobierno de la protesta social. Cada vez que se lo modificó fue para profundizar su carácter represivo. El comisario puede imponer pena de multa, inhabilitación para ejercer una actividad en infracción, decomiso de un bien utilizado en la falta, prohibición de concurrencia a ciertos espectáculos, cursos educativos, tratamiento terapéutico, trabajo comunitario o arresto.

En la práctica esta bonita diversidad se reduce al arresto del contraventor, algo que dificulta su acceso al trabajo y la educación. El Código castiga conductas como el merodeo sospechoso, la prostitución molesta o escandalosa, los actos contra la decencia pública o la ebriedad molesta. La vaguedad y la ambigüedad de estos tipos contravencionales, incrementa la discrecionalidad policial y su selectividad, ya que el propio agente que realiza la detención, completa la definición de la conducta prohibida en el Código. No se sabe qué se castiga, pero sí a quién está dirigido: los jóvenes de los sectores altos pasan un máximo de dos días detenidos, dos meses en el caso de los sectores medios y hasta seis meses en el caso de los sectores bajos. Un Código similar que regía en Tucumán, fue declarado inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia en 2010, en la causa iniciada por José Gerardo Núñez, con el patrocinio de la agrupación de Abogados del Noroeste Argentino en Derechos Humanos y Estudios Sociales (Andhes). Núñez había gritado en la calle durante una discusión de fútbol y el jefe de policía lo condenó a seis días de arresto. No había pruebas y los únicos testigos fueron los policías que lo detuvieron. La Corte Suprema señaló que al no disponer de un abogado se violó su derecho a la defensa en juicio.

Cuando rigieron los edictos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Policía Federal nunca apeló una declaración de inconstitucionalidad, para evitar que la causa llegara a un plenario de Cámara o a la Corte Suprema. De ese modo, sólo valía para el caso, y los comisarios seguían aplicando los edictos como siempre. En Córdoba no hay defensores públicos y el 94,5 por ciento de los contraventores no ejercen el derecho de designar un abogado de confianza. La policía realiza el arresto, instruye el sumario, acusa, juzga y controla la ejecución de la pena, casi como un monarca.

La monarquía policial selecciona sus víctimas entre los más vulnerables.

© Escrito por Horacio Verbitsky, desde Córdoba, el domingo 15/12/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.