Entre los múltiples temas que salieron a la luz junto con
el larguísimo conflicto que se desató en la Argentina a propósito de la
implementación de las retenciones móviles estuvieron presentes, en forma
intermitente, las enigmáticas clases medias argentinas.
En las formas de representación de la realidad promovidas por los medios,
en particular televisivos, las clases medias opinaron generalmente en contra de
la medida, descalificándola más a partir de supuestas actitudes personales de
la Presidenta que del contenido conceptual de la ley: el sentido común estuvo a
la orden del día.
Esta sumatoria de tergiversaciones y prejuicios suscitadas a partir de una
medida económica sectorial nos invita a formularnos una sucesión de preguntas.
¿Por qué las clases medias en general se pusieron del lado del mediáticamente
llamado “campo”? ¿Por qué descalifican más a los malos dirigentes de los
sectores populares que a los dirigentes de las organizaciones de poder
económico? ¿Qué hay en la imagen de CFK que despierta tantas pasiones,
negativas en su mayoría? ¿Por qué los medios de comunicación, en su mayoría, se
apoyan en un cierto sentido común de las clases medias para erosionar el
consenso al Gobierno legítimamente elegido en 2007? ¿Por qué se adopta un tono
moral para reivindicar a las clases medias como exponentes de la libertad de
conciencia y descalificar por inmorales a los sectores populares “manipulados”
que asisten a los actos del Gobierno? Responder a todas estas preguntas
supondría la realización de una serie de investigaciones, aquí sólo vamos a
hacer referencia a una hipótesis en torno de la primera pregunta: la adhesión
casi primitiva al “no” de Cobos, como ejemplo de la libertad individual y de no
sumisión, y la identificación primaria con la convocatoria de la Mesa de Enlace
en el Monumento de los Españoles en contra del debate parlamentario junto con
las clases sociales que aquélla representa: las viejas y nuevas clases
dominantes.
Es notable –o no tanto para mis ojos de socióloga– el posicionamiento
ideológico explícito de estas nuevas clases medias en relación con el conflicto
entre el Gobierno y entidades rurales representativas de intereses más
poderosos, ya que en realidad esta medida poco tenía que ver directamente con
ellas. Lo más llamativo de este enfrentamiento es la presencia mediática de los
menos afectados. Eduardo Buzzi y Alfredo De Angeli, de la Federación Agraria
Argentina y de la FAA de Entre Ríos, respectivamente, concitaron la atención de
las clases medias urbanas y del campo, a partir de su apelación constante y
confusa a los llamados pequeños productores y su aparente situación diferente
con respecto al resto.
Es importante recordar que la clase media argentina se constituyó a partir
de singulares procesos de movilidad social ascendente posibles por la
existencia de un Estado que garantizó la educación, la salud y la seguridad
social. Es decir que su historia no puede deslindarse de su relación con el
Estado. También fueron las clases medias en consonancia con procesos políticos
de intensa conflictividad social las que participaron en proyectos de cambio
político y renovación de numerosos planos de la vida social y cultural.
Las numerosas clases medias, con altos estándares de bienestar, las más
educadas en términos de inserción en el sistema educativo formal medio y
universitario, la más importante de América latina, comenzaban a fragmentarse,
en una sociedad que tendía crecientemente a la polarización. Debe destacarse en
su singularidad su particular vinculación con los proyectos e iniciativas
culturales renovando y democratizando la formación de públicos del arte en
general.
La Argentina supo tener un vastísimo público de cine, formó tempranamente
un masivo público lector ávido de consumir propuestas culturales, a la vez que
sensible a los problemas sociales. Este proceso adoptó un giro negativo a
partir de 1975. El debilitamiento del Estado, en un contexto del creciente
imperio del mercado, incidió en la disminución, fragmentación y emergencia de
nuevas cosmovisiones de mundo. La creciente derechización del gobierno
peronista de 1974 que finalizó en el golpe militar de 1976 detuvo este proceso
de innovación y cambio cultural. Por su parte, la fuerte oposición a la medida
en cuestión supone la emergencia de un nuevo ethos, una creencia fuerte en que
los proyectos personales deben centrarse casi exclusivamente en ganar dinero y
construir un estilo de vida, como diría Bourdieu, fundado en el “deber del
placer” y que se manifiesta como rechazo a la intervención del Estado en la
regulación del orden social.
Los años ‘90 consagraron lo que ya se había iniciado durante la dictadura.
De una sociedad progresista no sólo en el ámbito de la vida cotidiana, sino en
el sentido original de la palabra, de una sociedad que vinculaba las
transformaciones progresivas en la vida cotidiana con el logro de cambios
sociales, se pasó a una sociedad profundamente individualista, donde el valor,
el sentido subjetivo de la acción ya no estaría puesto en valores, muchos de
ellos vinculados con la cultura y la solidaridad con lo más desposeídos, sino
en el logro de objetivos materiales. Históricamente, ser progresista no suponía
acceder a cierto tipo de consumos y estilos de vida, sino que fundamentalmente
se sostenía en el valor de la emancipación no sólo de la clase, sino del
conjunto social. Como dice Bauman, el consumo produce individuos, no genera
lazos sociales.
Es sabido que durante la crisis de 2001 las clases medias ocuparon la
escena política, social, mediática y sociológica como nunca antes en la historia
argentina. Profundamente denostadas por la literatura ensayística de corte
nacionalista, estudiadas sistemáticamente por primera vez por Gino Germani y
abandonadas después por un exceso de interés por las clases populares, retornan
definitivamente, pero ahora con manifestaciones y representaciones diferentes.
Si históricamente la Argentina se pensó y se imaginó a sí misma como un país de
clase media, este imaginario parecía estar cayéndose.
Contrariamente a lo que suele afirmar alguna literatura que evalúa los
acontecimientos trágicos de 2001 como la manifestación de un sentido renovado
de la acción política frente a la crisis de los partidos, las identidades y
formas de representación, la salida de las clases medias a la calle no supuso
una acción política del estilo de los ’60 y ’70 en consonancia con proyectos
colectivos: salieron a defender sus ahorros, salieron a defender cierta
irracionalidad del consumo en un país semidesarrollado, una clase media
ilógicamente endeudada. Y esto es lo que los medios aplaudieron en ese momento,
como “espontaneidad” de las acciones de las clases medias, frente a las
“manipuladas” e “irracionales” acciones de las clases populares.
Hacer de una sociedad una sociedad exclusivamente consumista incidió en la
despolitización y desinvolucramiento de las cuestiones públicas, como lo
demuestran el decreciente nivel de participación en los actos eleccionarios. El
consumismo está lejos de la participación política, no produce sujetos
colectivos. Se podría afirmar que las clases medias han sido cooptadas en lo
imaginario por las clases altas, en un proceso inverso al iniciado en los
albores del siglo XX. La hegemonía cultural, en el sentido gramsciano de
dirección cultural e intelectual, parece haber sido recuperada por las clases
dominantes en todas sus versiones. De todos modos, para no ser fatalistas ni
apocalípticos, aún siguen manifestándose en formas fragmentarias aspectos
emprendedores de las clases medias en el plano cultural en forma
autogestionada. Cierto capital social producido por varios años de acumulación
de proyectos e iniciativas culturales vuelve a reaparecer, con contenidos
renovados que dan cuenta de una cierta reserva cultural sobre la que vale la
pena trabajar y recomponer sentidos transgresores del orden social excluyente y
un orden político destituyente.
© Escrito por Ana Wortman. Socióloga, profesora de la
Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Publicado en el Diario Página/12 de la
ciudad Autónoma de Buenos Aires el jueves 31 de julio de 2008.