Sanguijuela protocolis bullrichense. Dibujo: Pablo Temes
La moda de generar estrépito “garpa” a una clase política
que no se cansa de escandalizar, naturalizando la peor cara del Parlamento.
La sesión de la Cámara baja fue –lisa y llanamente– un
bochorno. No es la primera vez que lo que protagonizan los diputados es
escandaloso. Tampoco será la última. La moda ahora parece ser generar hechos
que produzcan estrépito, aunque carentes de sustancia política. En ese ranking
de penosa notoriedad, el miércoles pasado “sobresalieron” los cruces entre el
presidente de la Cámara, Martín Menem, con el jefe del bloque de Unión por la
Patria, Germán Martínez, el megáfono verde de la diputada Marcela Pagano, la
“finura” de la diputada Cecilia Moreau, exigiéndole al presidente de la Cámara
que “no la pelotudee” (sic), la súbita muestra de “amor” del diputado Lisandro
Almirón hacia el diputado Oscar Zago, con el que se había tomado a golpes de
puño hace una semana, y un largo etcétera de actitudes propias de un reñidero.
Es evidente que, los que vinieron a terminar con la casta, han terminado por
adoptar varias de sus formas.
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Más allá de lo que pasó en el Congreso, la indefinición
acerca de cuándo se firmará el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional, de qué monto será el préstamo, de qué manera se desembolsará y
qué dirá la letra chica generaron en la semana una turbulencia que afectó
sensiblemente el mercado cambiario, hecho que obligó al Banco Central a
desprenderse de reservas. Desde el viernes 14 debió vender más de mil millones
de dólares. He ahí un problema, porque la falta de reservas es lo que está
impidiendo el levantamiento del cepo, algo que el Gobierno necesita implementar
lo antes posible. “El acuerdo se cerrará a mediados de abril”, dijo MiIei el
jueves pasado a la agencia Bloomberg. Sin embargo, los conocedores de los
procedimientos y los tiempos del FMI albergan muy serias dudas sobre la
factibilidad de concretar ese anuncio en fechas tan tempranas.
La inestabilidad cambiaria llevó al ministro de Economía,
Luis Caputo, a aparecer en el programa de Antonio Laje por A24. Fue una mala
decisión. ¿Habrá sido suya o de algunos de los “cráneos” que rodean al
Presidente? Lo cierto es que las imprecisiones de sus respuestas generaron más
incertidumbre que certezas. Eso fue lo que evidenciaron el aumento del dólar
blue y del riesgo-país. Cuando no hay nada para comunicar, es mejor no
exponerse. Sentido común, más allá de la necesidad imperiosa de ganar tiempo.
Los liderazgos pasados de moda de ambos
extremos del abismo están en crisis.
Un párrafo aparte merece la actitud mezquina de gran parte
de la oposición dura –con el kirchnerismo a la cabeza– que buscó truncar el
apoyo legislativo para el desembolso del Fondo. Permitirle a un gobierno, que
lleva poco más de un año hacerse de los fondos necesarios para terminar de
estabilizar la política económica, es lo menos que pueden hacer si
verdaderamente quieren colaborar con el futuro del pais. Más aún cuando se
trata de un gobierno que, en poco tiempo, está logrando revertir los descalabros
inflacionarios, financieros y fiscales que Sergio Massa, Cristina Fernández y
Alberto Fernández –en ese orden– le dejaron de herencia a todos los argentinos
en forma de tormenta perfecta. Se trata de una realidad objetiva que nadie
puede negar y aquí entramos en un nuevo problema que afecta a la dirigencia
política y a la sociedad toda: a casi nadie le importa la verdad y la promoción
de su prójimo. Cuando en el recinto del Congreso diputados y senadores elegidos
para desempeñar funciones legislativas se trenzan en peleas estériles de tinte
partidario para sacar rédito con acciones desmedidas de alto impacto mediático,
la verdad y el bienestar de la población pasan a un segundo plano. En un año
electoral esto parece ser moneda corriente aunque no debería. El problema de
este tipo de politiquería propia de una verdadera casta es que, ante la
incapacidad del ejercicio del respeto y el diálogo hacia un otro, la reflexión
y la verdadera construcción política en pos del progreso ciudadano se esfuman.
Hacia fines del año 2016 se había vuelto a poner de moda el término
“posverdad”. Tanto es así que un año después la Real Academia Española incluyó
el término en su diccionario: Distorsión deliberada de una realidad, que
manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en
actitudes sociales. Más claro, agua. La argentina ha vuelto a atrasar diez años
–en el mejor de los casos–. Para los que siguen jugando a la grieta es también
un llamado de atención.
Los liderazgos pasados de moda de ambos extremos del abismo
están en crisis. Teléfono para Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner,
ambos exponentes de un enfrentamiento estéril que no ha sabido dejar
descendencia política duradera. Javier Milei es perfectamente consciente de
este escenario y se entretiene jugando con el pasado, presa de la tentación de
acabar con CFK de un lado y jubilar a Mauricio Macri del otro. El PRO se
sostiene como puede en la Ciudad de Buenos Aires con un Jorge Macri carente de
liderazgo. Juntos por el Cambio no existe más y difícilmente pueda reeditarse.
Pero el Presidente Milei y su entorno deberían saber que nunca, jamás, por
ningún motivo, se puede decir lo mismo del peronismo.
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