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sábado, 13 de diciembre de 2025

Montgomery, 1955: historia de un asiento vacío… @dealgunamanera...

Montgomery, 1955: historia de un asiento vacío… 

Rosa Parks. La activista en un autobús con el periodista de United Press, Nicholas Chriss, un año después del comienzo del boicot. Fotografía: Getty Images.

Derechos Civiles en los Estado Unidos. Hace 70 años, en Alabama, una mujer afroamericana se negó a cederle su lugar en el colectivo a un hombre blanco. En la nota de la semana de Revista Acción, la historia de Rosa Parks y de una lucha colectiva que ilumina las injusticias del presente.


© Escrito por Federico Lorenz el 05/12/2025 y publicado por la Revista Acción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
 

El 5 de diciembre de 1955 comenzó una protesta en apariencia modesta: hombres y mujeres afroamericanos de la ciudad de Montgomery, en Alabama, Estados Unidos, decidieron no subir a los autobuses. No había pancartas en cada esquina ni cámaras registrando el inicio de una huelga que cambiaría el siglo. Solo un ausentarse silencioso, casi doméstico, de un espacio cotidiano. Pero ese vacío ‒los asientos sin pasajeros, las paradas sin las figuras habituales que esperaban el transporte‒ fue un golpe político de una contundencia inesperada.

La chispa había sido la detención de Rosa Parks unos días antes, después de negarse a ceder su asiento de colectivo, reservado a los pasajeros «de color», a un hombre blanco. La imagen suele simplificarse en la iconografía pública: la mujer, costurera, serena, aferrada a su dignidad. Sin embargo, alrededor de ese gesto gravitaban siglos de humillaciones, estrategias de organización y una comunidad entera que venía madurando la idea de convertirse en protagonista de su propia historia. La fortaleza de Parks no surgió del instante, sino de una trama compleja de resistencias cotidianas, esas que brotan en las sobremesas familiares, en las conversaciones entre vecinas, a la salida del trabajo. Esas reuniones silenciosas de grupos que comprenden que el cambio solo llega si se arriesga algo propio.

Cuando el joven pastor Martin Luther King Jr. tomó la palabra ante la multitud que se reunió para definir los pasos del boicot, no habló desde la soberbia de quien guía, sino desde la responsabilidad de quien sabe que está siendo elegido para encarnar una demanda que lo excede. Su discurso inicial fue una mezcla de prudencia y audacia, de llamado a la dignidad y advertencia contra la violencia. Lo notable ‒lo que aún hoy sorprende‒ es que aquella multitud, cansada de décadas de segregación, apostó por un camino disciplinado y paciente. El boicot duró 381 días, sostenido por redes de solidaridad, por autos compartidos, por caminatas interminables, por la convicción colectiva de que la vida podía ser distinta.

Es fácil, desde la distancia, romantizar esa lucha. Convertirla en una epopeya ordenada, poblada de líderes luminosos y victorias inevitables. Pero quienes participaron recuerdan otra cosa: el cansancio, el miedo, la posibilidad permanente del fracaso. Cada paso hacia el trabajo, los colectivos semivacíos, eran un recordatorio de que el Estado y buena parte de la sociedad blanca estaban dispuestos a hacerlos retroceder por cualquier medio. Aun así, la comunidad sostuvo la presión, y el sistema legal ‒ese mismo que tantas veces los había traicionado‒ terminó reconociendo la inconstitucionalidad de la segregación en el transporte público.

Lo que ganaron entonces no fue solo un asiento en un medio de transporte, sino el derecho a ocupar el espacio público sin renunciar a la dignidad. Fue, también, una lección sobre cómo los sujetos comunes pueden torcer el curso de una estructura injusta sin armas ni privilegios. En ese sentido, el boicot de Montgomery sostiene su poder como espejo incómodo: nos recuerda que el poder no es un bloque monolítico, sino un entramado vulnerable cuando se quiebra la obediencia cotidiana. 

Prontuario. Parks tras su segundo arresto, en febrero de 1956, durante una huelga que cambiaría el siglo. Fotografía: Getty Images.

Hoy, en un mundo donde resurgen proyectos autoritarios y políticas que buscan reducir derechos conquistados, la experiencia de Montgomery ilumina debates contemporáneos. Tanto en Estados Unidos como en muchos otros países, América Latina incluida, emergen Gobiernos que se presentan como salvadores mientras erosionan instituciones, desfinancian políticas sociales y criminalizan la protesta. Frente a ese avance, es tentador imaginar que la resistencia debe ser inmediata y ruidosa, o que requiere figuras heroicas capaces de concentrar todas las expectativas. Sin embargo, el ejemplo de 1955 muestra otra vía: la persistencia organizada, la solidaridad artesanal, la construcción lenta pero firme de un «nosotros».

En Argentina, por ejemplo, no faltan coyunturas en las que amplios sectores sociales sienten que se los empuja hacia la marginalidad mientras se glorifica un orden que los excluye. Las tensiones entre un Gobierno que concentra decisiones y una sociedad que intenta defender sus derechos no son nuevas. Lo singular del presente es la velocidad con la que se pretende desarmar consensos democráticos construidos a lo largo de décadas. En ese escenario, las luchas del movimiento por los derechos civiles ofrecen un recordatorio urgente: las transformaciones profundas se sostienen en la participación, y los retrocesos solo se frenan cuando las personas comunes se reconocen mutuamente como protagonistas.

Hay algo especialmente poderoso en la imagen de miles de habitantes de Montgomery caminando para ir a trabajar, día tras día, mientras los colectivos circulaban casi vacíos. Es una metáfora de la terquedad colectiva, de la dignidad que avanza a pie, sin atajos. En tiempos en que los discursos del odio buscan fragmentar comunidades y convertir al vecino en enemigo, recuperar esa persistencia puede resultar vital. No se trata de imitar literalmente aquello ‒cada lucha tiene sus particularidades‒, sino de entender que la resistencia se construye más en la obstinación cotidiana que en los grandes gestos.

Al final, lo que comenzó con una mujer que decidió no ceder su asiento terminó revelando una verdad que ninguna política represiva logra borrar: cuando una comunidad se organiza y confía en su propia fuerza, incluso las estructuras más rígidas pueden resquebrajarse. Y esa certeza, setenta años después, sigue siendo un faro para quienes enfrentan Gobiernos autoritarios, proyectos antipopulares o intentos de restringir libertades. La historia de Montgomery no pertenece al pasado, es un recordatorio persistente de que cada asiento vacío puede convertirse en un espacio para imaginar un mundo más justo. 


2025, Año Internacional de las Cooperativas.

En junio de 2024, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas declaró al 2025 como Año Internacional de las Cooperativas, una resolución que por segunda vez (ya lo había hecho en 2012) las reafirma como aliadas estratégicas en la construcción de un futuro sostenible e inclusivo.

Entre los fundamentos del documento difundido por el organismo, se destaca que «las cooperativas, en sus distintas formas, promueven la máxima participación posible en el desarrollo económico y social de las comunidades locales y de todas las personas, incluidas las mujeres, la juventud, las personas de edad, las personas con discapacidad y los pueblos indígenas».

Para difundir el rol de estas entidades, se realizarán actividades, reuniones y conmemoraciones en todo el mundo, con el fin de visibilizar y sensibilizar sobre los beneficios de no poner el centro en el lucro, sino en el bienestar de las comunidades.

El reconocimiento de la ONU llega en un momento crítico a nivel global, donde urge encontrar respuestas a los desafíos económicos, políticos y climáticos del presente, para construir un futuro mejor.



domingo, 21 de enero de 2018

Un año de poder. El dilema de Trump… @dealgunamanera...

Un año de poder. El dilema de Trump… 

Empleado del Mes. Donald Trump. Dibujo: Pablo Temes.

Celebra en medio de contradicciones brutales. Lo que dicen las encuestas y sus mamarrachos políticos.

© Escrito por Nelson Castro, desde la Ciudad de New York, el domingo 21/01/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Es un fin de semana intenso en los Estados Unidos. Se  cumple un año de la asunción presidencial de Donald Trump y en Nueva York y Washington la fecha marca también el recuerdo de la marcha de las mujeres que, con su multitudinaria dimensión, exteriorizó no solo el nivel de rechazo que genera el presidente de los Estados Unidos entre sus compatriotas, sino también la profundidad de la división por la que hoy en día atraviesa la sociedad americana. Quienes marcharon entonces contra Trump marcharon otra vez ayer.  Mientras tanto, para neutralizar esto, el presidente organizó una fiesta para celebrar el aniversario.  

El devenir de los hechos en este primer año de gestión es abundante en episodios que a lo largo de la historia caracterizaron el manejo del poder en las así llamadas repúblicas bananeras. Decir esto no es original. Lo novedoso es que esto esté ocurriendo en los Estados Unidos. La presidencia de Trump ha puesto en jaque los valores del sistema democrático de este país. Paradójicamente, todo sucede en medio de un repunte claro y objetivo de la economía norteamericana.

Ese repunte, que ya se venía produciendo durante los últimos años de la administración de Barack Obama, se vio revitalizado por algunas de las medidas implementadas por Trump. Entre ellas está la reducción del impuesto a las ganancias para las empresas, que pasó del 35% al 21%. Esto les permitió recuperar competitividad e hizo que muchas de ellas que habían reducido su nivel de inversiones en el país las redireccionaran hacia aquí.

Otra de las medidas que generó esta reactivación tiene que ver con la eliminación de regulaciones orientadas a la protección del medio ambiente. Las encuestas del viernes, que mostraron un muy bajo nivel de aprobación del gobierno de Trump –solo el 39%–, señalaban en paralelo un alto nivel de aprobación de la gestión económica, aun cuando reconocía que las medidas adoptadas por Barack Obama eran la base de la reactivación de la economía. 

Día a día. La crónica de la semana que pasó exhibe con claridad el permanente estado de desorden que se vive dentro de la Casa Blanca y las consecuentes mentiras y contradicciones del presidente.

Veamos:

El lunes 15 se conmemoró la figura de Martin Luther King Jr. Ese es un día feriado y, como forma de subrayar el peso de la conmemoración, es habitual que las figuras públicas, comenzando por el presidente, se involucren en algún acto de servicio comunitario. El mismísimo Trump había mencionado esto –“es un día dedicado a gestos solidarios”, dijo–, por lo que se esperaba que, en cumplimiento de la tradición que honraron sus predecesores, participara de alguna taraea comunitaria. Sin embargo, nada de eso ocurrió. El presidente se pasó todo el día jugando al golf en su espectacular casa de Mar-a-Lago.

El martes recrudeció la historia del encuentro sexual de Trump con la actriz porno Stormy Daniels, a la que conoció en 2006, durante un torneo de golf que se jugó en Nevada, al mismo tiempo que su esposa Melania se recuperaba del parto de su hijo Barron.

El miércoles el tema fue la salud del presidente y la controversia acerca de la interpretación de los resultados de su último chequeo médico. Mientras el médico de la Casa Blanca anunciaba que el estado de salud del jefe de Estado era excelente, destacados cardiólogos salieron a criticarlo diciendo que, en virtud de los valores de colesterol del presidente y de su peso, eso no era así.

Pero lo más interesante del asunto es que, en muchos medios se habló de que Trump había falseado su altura para no ser catalogado de obeso. Y el jueves recrudeció el tema de las expresiones del presidente, quien, durante un encuentro con legisladores de ambos partidos, al hablar del espinoso asunto de los inmigrantes, se refirió a Haití y El Salvador como sheetholes (agujeros de mierda).

Memoria. Hace veinte años, el entonces presidente Bill Clinton estuvo a punto de ser destituido por su aventura amorosa con la becaria de la Casa Blanca, Mónica Lewinsky. La acusación principal no fue la infidelidad de Clinton, sino que, al haber negado el affaire, había mentido.

“Cuando la persona que se desempeña como presidente miente, no puede continuar en su cargo”, llegó a decir el fiscal especial nombrado para el caso, Kenneth Starr, quien batalló fuertemente para llevar a Clinton al juicio político (impeachment). Si ese criterio se aplicara hoy en día, Trump debería haber sido destituido hace meses a partir ya del russiagate, el escándalo vinculado a la participación de Rusia en el proceso electoral de 2017.  Algo de todo esto es lo que refleja el libro de Michael Wolf –algunos de cuyos párrafos explosivos adelantó PERFIL el fin de semana pasado– Fier and Fury –Fuego y furia–, que está haciendo furor.

Indiferencia. 

Nada de esto preocupa a quienes son férreos seguidores del presidente. Para ellos, como para Trump, esas verdades son mentiras. Solo les interesa la parte económica, que, como ya se dijo arriba,  indiscutiblemente ha mejorado.

Un párrafo especial merece la relación de Trump con la prensa. Aquí las cosas muestran un deterioro del respeto que siempre se tuvo en los Estados Unidos a la libertad de prensa, verdadero valor de este país.

Trump ha tomado una actitud peligrosa consistente en descalificar a todo aquel que lo critique. La situación  remeda –y mucho– a lo que se vivió en la Argentina durante el kirchnerato. No significa esto que no haya habido errores por parte de los medios críticos del presidente. Lo que hace Trump a diario no es criticar a sus críticos, algo absolutamente legítimo. Sino que los descalifica. He ahí como muestra la entrega de los premios Fake News (Noticias Falsas) al New York Times, el Washington Post, CNN , CBS, NBC, que son los medios que dan cuenta de las mentiras, las contradicciones, el maltrato y la intolerancia del presidente, y del ambiente de desorden que se vive en la Casa Blanca.

Una carta del muy respetable senador republicano John McCain no solo ha sido muy crítica de esta actitud de Trump, sino que lo ha alertado de las implicancias negativas y peligrosas que esto puede traer para el ejercicio libre de la prensa en muchas partes del mundo.  

“Nos volvemos mejores, más fuertes y más efectivos como sociedad teniendo un público informado e interesado que presiona a sus políticos para representar mejor no solo sus intereses, sino también nuestros valores”.

El párrafo resume de modo impecable el dilema que plantea la presidencia de Donald Trump, dilema que divide a la sociedad estadounidense y al mundo.



miércoles, 4 de septiembre de 2013

I have a dream... De Alguna Manera...


Sueños…


Hay oraciones que condensan enteros ciclos históricos. Martin Luther King Jr. tenía 34 años cuando el 28 de agosto de 1963 deliró en Washington ante una muchedumbre que lo veneraba. Esas 35 palabras en inglés las pronunció cinco años antes de que en abril de 1968 fuera asesinado a balazos en Memphis, Arizona. ¿Había sido tan poderosa esa frase? Era la confesión de un deseo: “Sueño que mis cuatro pequeños hijos vivan algún día en una nación en la que serán juzgados no por el color de su piel sino por el contenido de su carácter”.

Michael (Martin Luther) King Jr. había nacido en plena recesión, el 15 de enero de 1929, en Atlanta, Georgia. Lo mataron a balazos el 4 de abril de 1968. Aquella consigna fue un grito de paz, pero también un santo y seña para siempre: I have a dream. Era bien sencillo, pero tendría torrenciales consecuencias, porque asumía la promesa central del proyecto histórico de los Estados Unidos: “Todos los hombres fueron creados iguales” y tienen derecho a “la vida, a la libertad y la búsqueda de felicidad”. Como bien recordó The Economist, “‘todos’ quiere decir ‘todos’”.

Comparada con la Argentina, ¿cómo eran los Estados Unidos en 1968? ¿Cuánto se parecen a lo que son hoy? En medio siglo, en los Estados Unidos, cuyo presidente es hoy un negro, hubo cambios. En 1968, los negros del Sur podían ser linchados si intentaban votar en las elecciones; debían usar baños públicos y escuelas segregados y de calidad inferior, sólo para negros; y estaban confinados a ocupaciones subalternas. En 1940, el 60% de las mujeres negras con trabajo eran sirvientas en las casas de los blancos.

Medio siglo después, los afroamericanos votan más que cualquier otro grupo racial, al menos si Barack Obama es el candidato. El prejuicio blanco contra candidatos que no sean no blancos ya es difícil de detectar. El gobernador de la primorosamente blanca Massachusetts es negro. Obama tuvo más votos de blancos en 2008 que el también demócrata John Kerry en 2004. En la época de King, las relaciones sexuales entre “razas” diferentes eran ilegales en muchos estados. Hoy, el 15% de los nuevos matrimonios son entre personas de grupos étnicos diferentes, pero el 24% de los hombres negros no se casa con negras. En aquellos años, la segregación racial era legal en el Sur y era la norma en el Norte. Hoy ya no existen barrios exclusivos para blancos. La segregación va desapareciendo en todas las más grandes 85 zonas metropolitanas de los Estados Unidos. No sorprende que alcaldes negros sean los jefes políticos de grandes ciudades (Washington DC, Filadelfia, Denver) o grandes corporaciones (Merck, Xerox, American Express). Un actor negro hace el papel de Dios en el cine, Morgan Freeman. El salario de los negros aumentó de manera exponencial desde la revolución de los de derechos civiles, tanto en términos absolutos como en relación con los blancos, pero el progreso de los negros parece hoy detenido.

Entre 2000 y 2011, el ingreso familiar promedio de los hogares negros cayó del 64% a 58% respecto de los ingresos de las familias blancas. La brecha social es aún más grave. Se agudizó porque los negros se hipotecan más peligrosamente para adquirir vivienda, lo cual agravó su empobrecimiento después del estallido de la burbuja inmobiliaria. En 2005, los bienes promedio de una familia blanca promedio eran unas 11 veces mayores que los de los negros. En 2009, eran veinte veces superiores. El adolescente negro promedio, de 17 años, lee y hace cálculos aritméticos como un chico blanco de 13 años. Cuando llegan a los 30/34 años, uno de cada diez negros está preso, mientras que entre los blancos está en la cárcel a esa edad uno de cada 61. Comparada con los años de militancia de King, la familia negra tradicional se evaporó. En los años 60, casi el 25% de los hijos de los negros nacían de madres sin pareja. Hoy, el 72% del total nace de madres solteras, mientras que entre los blancos la proporción es de sólo el 29%. Muchos de ellos son criados por mujeres solteras y además solas.

El racismo no empeoró en la última década. Es una ofensa condenada por la sociedad, la desigualdad subsiste, pero muchos de los problemas de los negros son responsabilidad de ellos, incluyendo los alcaldes y jueces negros en funciones en todo el país. El salario promedio de mujeres negras y blancas con grado universitario es casi el mismo. A los norteamericanos que terminan la escuela secundaria, tienen trabajo de tiempo completo y esperan llegar a los 21 años para tener hijos, sólo los espera el 2% de posibilidades de ser pobres. Pero, como apunta The Economist, “lo deprimente es que pocos negros reúnen esas tres condiciones tan básicas”.

Pero si se piensa en los cincuenta años que van de 1968 a hoy, ¿cómo le fue a la Argentina? ¿Qué sueño de hace medio siglo se hizo aquí realidad? ¿Qué modelo de sociedad ofrece la nueva burguesía kirchnerista asentada en Puerto Madero y aledaños? ¿Estudian o al menos trabajan los hijos del poder? Martin Luther King Jr. reclamó el derecho a procurar la felicidad, pero ¿está garantizado ese derecho en la Argentina? Recorran las calles de Buenos Aires y cuenten la cantidad de personas indigentes sumidas en el sopor, tiradas sobre colchones mugrientos. Observen de cerca a la muchedumbre de familias e individuos que cada día rompen bolsas de residuos para vivir de la basura. ¿Qué pasó con los sueños de prosperidad y justicia, convertidos desde hace diez años en un espejismo armado desde el poder para seguir saqueando en provecho propio?

© Escrito por Pepe Eliaschev el domingo 1º de Septiembre de 2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.