¿Será el fin de la guerra?
“Buenos muchachos” “Nobel De La Paz”. Dibujo:
Pablo Temes.
Tras doce días de enfrentamientos, cesó el fuego entre Israel e Irán.
Pero el conflicto sigue. Daños, víctimas y represalias.
Es esa complejidad la que está en la base de la crisis política
permanente. En ese contexto, el principal problema lo representa el régimen de
los Ayatollah que, como lo ha expresado públicamente una y otra vez, tiene como
uno de sus objetivos permanentes la destrucción de Israel. Por eso es que la
decisión del presidente de los Estados Unidos de poner un alto unilateralmente
a la guerra dejó con gusto a poco al gobierno de Netanyahu que tenía
perfectamente “localizado y a tiro” a Ali Khameini en su refugio en el nordeste
de la capital iraní.
Durante esta guerra, los ataques israelíes impactaron en ocho plantas
afectadas a la producción de material nuclear y numerosísimas instalaciones
militares –se habla de más de setecientas– y produjeron la muerte de alrededor
de mil personas, entre las que se cuentan treinta altos mandos de las Fuerzas
Armadas de Irán y once científicos clave abocados al plan nuclear y alrededor
de cincuenta civiles.
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La precisión quirúrgica de los ataques israelíes fueron producto de una
labor de inteligencia pertinaz y prolongada en la que fue determinante la
participación de ciudadanos iraníes cooptados por el Mossad –palabra que en
hebreo significa instituto o institución–, el poderoso servicio de inteligencia
de Israel. Por eso, como consecuencia de ello, se verifica por estas horas una
verdadera caza de brujas ordenada por el régimen de Jamenei para identificar,
arrestar y asesinar a sospechosos de haber participado de la operación “León
Ascendente”, como se llamó la ofensiva de las Fuerzas de Defensa Israelíes
(IDF).
La precisión
quirúrgica de los ataques israelíes fueron producto de un trabajo de
inteligencia prolongado.
Por su parte, Irán
lanzó más de quinientos misiles balísticos que, en su mayoría, fueron
neutralizados por la cúpula de hierro israelí. Sin embargo, hubo varios que
superaron esa defensa produciendo daños importantes en edificios, en el
hospital de Soroka, en la localidad de Beersheva, y causado la muerte de 27
personas. Israel nunca había recibido en su territorio un ataque de esta
magnitud.
En medio de la guerra narrativa que siguió al cese del fuego, las
fuentes confiables e independientes –que son pocas– coinciden en que los daños
a las plantas nucleares de Irán –en especial la de Fordow– son muy importantes.
“El daño es severo, pero eso no significa que la destrucción de las plantas
haya sido total. Es un retroceso muy importante, pero eso no significa que, de
aquí a unos años, el régimen iraní no se rehaga”, explica una de esas fuentes
profundamente conocedora del impacto que produjeron las bombas “búnker búster”
lanzadas desde los aviones B2 de los Estados Unidos en la madrugada del domingo
22 de junio.
Donde el conflicto sigue en toda su magnitud es en Gaza. Nadie sabe a
ciencia cierta cuándo terminará. El drama humanitario que allí se vive se
ahonda día a día.
Cubrir una guerra representa un desafío profesional de una enorme
envergadura para un periodista. Ser corresponsal de guerra con el avance
imparable de la tecnología en estos tiempos, nos permite transmitir en vivo
desde el lugar del hecho en el momento en el que ocurren los ataques. Así es
como la realidad parece adquirir características cinematográficas. Imaginemos
por un momento lo que habría sucedido si el ataque a Pearl Harbour hubiese sucedido
hoy. Lo habríamos visto y escuchado en vivo.
Así fue la cobertura que tuve a mi cargo para TN y Canal 13 acompañado
por Diego Spairani, camarógrafo, Bruno Mazzitelli, asistente de cámara, y
Matías Azerrad, nuestro fixer. No hacía ni 2 minutos que habíamos entrado al
Hotel Hilton de Tel Aviv cuando, en pleno trámite para registrarnos, comenzó a
sonar la alarma que nos obligó a dirigirnos al refugio de inmediato. Todo ese
momento de tensión extrema quedó reflejado en la pantalla. Y así fue de ahí en más:
el hospital de Soroka a los pocos minutos de ser atacado y semidestruido, la
alarma en el barrio de Ramat Gan y el misil que impactó a 100 metros del búnker
donde debimos protegernos, la zona de Haifa cercana al puerto impactada por un
potentísimo misil, los vidrios cayendo de algunos de los edificios alcanzados
en el centro de Tel Aviv, la desolación de la gente que perdió todo tratando de
sacar las pocas cosas que les quedaban, las fotos esparcidas por el suelo,
juguetes, vajilla, colchones, muebles, pedazos de mampostería, vidrios rotos
por doquier, olores de plásticos y cables quemados, polvo y más polvo, ruidos
de topadoras, soldados armados... tensión permanente.
Un párrafo aparte merece lo sucedido en Beersheva en la mañana del
martes 24. A esa altura, Trump había anunciado el cese del fuego. Sin embargo,
los hechos eran otros: se seguía combatiendo. Irán lanzó una serie de
potentísimos ataques que hicieron sonar las sirenas. Hubo cuatro alarmas
consecutivas: a la 6 la primera; a las 6,20 la segunda; a las 7 la tercera y a
las 7,20 la cuarta. Debimos permanecer dos horas en el búnker del hotel.
Supimos al instante que, en la tercera alarma, un misil impactó en un edificio
de Beersheva, hacia donde fuimos de inmediato. Estaba semidestruido. Ahí nos enteramos
que un matrimonio de argentinos había salvado milagrosamente sus vidas, pero
que cinco personas, que habían sido alcanzadas por la onda expansiva del misil
que llegó hasta el refugio, murieron pensando que la guerra había terminado.
“Las guerras la generan los gobernantes y la sufre la gente”, dijo
alguna vez Ronald Reagan. Es lo que, junto a mi equipo, vi y viví a lo largo de
esta Guerra de los doce Días que cubrí.
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