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domingo, 25 de enero de 2015

Reportaje a Mario Bunge... De Alguna Manera...

“El capitalismo fue un gran avance, pero moralmente es injustificable”...

Primeros pasos. “Mi padre, que era socialista, tenía en su biblioteca un librito sobre materialismo dialéctico. Esta filosofía me atrajo porque parecía explicarlo todo”. Foto: Néstor Grassi

Cuarta entrega de los reportajes destacados de Magdalena Ruiz Guiñazú realizados en el 2014. Aquí, el filósofo admite que es partidario de la libertad de creencias y considera una pérdida de tiempo atacar a las religiones. Opina que el psicoanálisis es “un macaneo puro” y admite que su obra se lee más en el exterior que en nuestro país.

Vuelve a Buenos Aires uno de los filósofos más destacados de la actualidad. La llegada de Mario Bunge coincide con la celebración de sus vigorosos 95 años y la presentación, el 1º de octubre en la Facultad de Derecho, de un nuevo libro, el número 50: Memorias. Entre dos mundos.

—Sin embargo, usted había dicho que no quería escribir esas “Memorias”. ¿Por qué decidió hacerlo?
El doctor Bunge es terminante:
—Decidí hacerlo porque vi por ahí,  en la red, muchas biografías con datos falsos, y esto me decidió. Además, creía que hacerlo me iba a resultar una labor ímproba y no fue así. Resultó facilísimo. Cuando comencé a escribir las palabras aparecieron a borbotones. Estaba en una isla griega y me pasaba el día mirando el paisaje y escribiendo. Por ejemplo, entre muchas otras cosas, recordé la tarde en la que convencí a Arturo Frondizi de que se metiera en política.

—¿Cómo fue?
—En el año 1938 la República Española estaba dando las últimas boqueadas y estaba siendo desplazada por los fascistas que recibían ayuda de italianos y alemanes. Entonces, un conocido del sindicato de Gastronómicos a quien conocía a través de la Universidad Obrera me pidió que le recomendara a un orador porque el sindicato pensaba organizar un homenaje a la República Española. Se trataba de una cena con más de mil cubiertos y no tenían orador. Lo consulté con mi padre y me dijo: “¿Por qué no vas a ver a mi abogado, el doctor Arturo Frondizi?”. Entonces fui, le plantee el problema y me dijo: “¡Pero yo jamás he hablado en público!”. “Es una buena ocasión para empezar”, le contesté, y unas semanas después pronunció un discurso que conmovió a todos los presentes. Algunos lloraban. Frondizi tuvo una trayectoria muy discutida, pero era un hombre de buenas intenciones y básicamente muy honesto.

—Sí, fue un gran presidente.
—Le pasó lo que le ocurrió a Alfonsín: asediado por una cantidad de buitres. Además, cometió el error de querer complacer a todo el mundo. Pero ante todo fue un intelectual, estudió la economía argentina y ahí lo conoció a mi padre cuando se ocupó del petróleo en la Argentina. A los dos el tema les interesaba sobremanera. Luego nos encontramos pocas veces, pero en vísperas de las elecciones que lo iban a llevar al poder fuimos a verlo con quienes se preocupaban por la Comisión Nacional de Energía Atómica. “Uno de los problemas que puede resolver durante su presidencia”, le dijimos, “es la transferencia de la Comisión Nacional a autoridades civiles”. Hasta ese momento estaba a cargo de la Marina. “La ciencia no debe depender de las Fuerzas Armadas”, le dijimos. “Además, debe abandonar completamente el sueño de Perón de lograr la bomba atómica”. Estudios de energía nuclear y de física nuclear se realizaban en aquel tiempo con ese propósito.

—Justamente quería preguntarle esto. Perón era un hombre inteligente, ¿cómo se dejó convencer por una persona tan poco seria como aquel alemán Richter que convirtió la isla Huemul en una fortaleza en la que realizaba esos experimentos?
—Efectivamente, Perón era inteligente y, además, tenía una cultura histórica que solemos olvidar. Lo que ocurría es que estaba rodeado de lo que los ingleses llaman yes men. Es decir, gente que le decía que sí a todo. Por supuesto que de física y de ingeniería no sabía nada, y además no les profesaba un gran aprecio. A pesar de ser germanófilo y saber que la técnica y la ciencia habían hecho grande a Alemania a partir del siglo XIX, tenía un conocimiento limitado sobre el tema. Como le decía, estaba rodeado de serviles que, además, eran ignorantes y no sabían decirle que no. Recuerdo la anécdota del coronel Mercante cuando Perón le preguntaba la hora: “La que usted diga, mi general” –Bunge se ríe francamente.

—Pero volviendo a su historia personal, usted tiene un encuentro con la filosofía marxista siendo muy joven, ¿no?
—Fue por casualidad. Mi padre, que era socialista, tenía en su biblioteca un librito sobre materialismo dialéctico. Me lo tragué, y esta filosofía me atrajo porque, al igual que el psicoanálisis, parecía explicarlo todo. En particular me intrigó la dialéctica. Pero cuando le pregunté a mi padre qué era eso, me contestó: “El Maestro Justo –para él Juan B. Justo era “el Maestro Justo”– decía que no era sino hocus pocus. O sea, algo así como “bla, bla, bla”. Pero esto, en vez de alejarme, me hizo leer a Hegel, con quien perdí muchos años. Pasó bastante tiempo, en realidad mucho después, hasta que entendí que todo eso era ininteligible en el mejor de los casos, y una falsedad, en el peor. Cuando me encontré con la lógica matemática y con otros filósofos como Bertrand Russell, me desprendí del marxismo. Más aún: fui el único en hacer una crítica muy detallada de la dialéctica. Esto salió en la Revue Nationale de Philosophie de Francia y fue luego objeto de debate en un congreso en Bulgaria en 1973. –Bunge reflexiona en voz alta–: Mire, no me arrepiento del todo porque creo que el juicio que le mereció a Marx el capitalismo era justo. El capitalismo fue un gran avance pero moralmente es injustificable. En el curso de los últimos cincuenta años la productividad industrial se duplicó, pero sabemos que la desigualdad social ha venido aumentando en todas partes menos en los países escandinavos. Para mí, los países escandinavos son aquellos que tienen el régimen social más justo. ¿Usted sabía que Dinamarca tiene una tasa de mortalidad infantil que constituye la décima parte de la tasa de mortalidad de EE.UU.? Esta es la verdad. Dinamarca, Suecia y Noruega tienen el mejor sistema de salud pública del mundo. Y, sorprendentemente, otro país cuya desigualdad social resulta muy baja es Japón. Fíjese usted: en Japón el gerente gana, a lo sumo, cuatro veces lo que gana su secretaria. En Estados Unidos gana 50 mil veces de lo que gana su secretaria. Una tremenda injusticia, sobre todo teniendo en cuenta que son, casi todos, incompetentes.

—Volviendo a su libro, me resultó sumamente interesante su encuentro con Ernesto Sabato cuando él se dedicaba a la física, que luego abandonó por la literatura, ¿no es cierto?
—Nunca se apasionó por la ciencia. Se doctoró en Física y presentó su tesis, pero cuando fue a París con una beca del Instituto Joliot-Curie le asignaron un trabajo de rutina que le aburrió. Sabato era un hombre muy inquieto, de vasta cultura. No solamente escribía bien sino que hacía unos dibujos deliciosos. Además, estaba muy metido en política. Fue a Francia como comunista y vocero del congreso comunista. Luego lo transformaron en trotskista. Estaba muy desilusionado del estalinismo. Y con razón. En todo caso era lo que se llamaba, en la Universidad de La Plata, doctor asistente y estaba a cargo de trabajos de avanzada, aunque no publicó nada sobre esto. Los profesores que tuvimos en Física y en Matemáticas tampoco publicaban nada. Enseñaban. Casi todos eran expositores excelentes. Para mí el más sabio, más crítico, el mejor de todos, fue don Teófilo Isnardi, de quien fui ayudante en su cátedra de Física Matemática en Buenos Aires. Un hombre brillante que aprendió, en soledad, física cuántica, que no es fácil, y luego publicó en 1927 un artículo sobre el tema en la revista que había fundado José Ingenieros. Los estudiantes formamos dos seminarios, en Buenos Aires y en La Plata, para leer revistas y solíamos publicar trabajitos, ensayos y reproducíamos artículos recién aparecidos en revistas de circulación internacional. Recuerdo la emoción con que esperábamos la llegada de los libros que provenían del exterior. Yo tenía un amigo en el Palacio del Libro que me guardaba las últimas novedades. También en la librería El Ateneo su propietario y fundador, don Pedro García, solía apostarse a la entrada y cuando pasábamos por allí nos avisaba: “Acabo de recibir un libro que quizás le interese”. Andaba a la pesca de posibles compradores. ¡Un buen librero! ¿Dónde están hoy esos libreros? Además de don Pedro estaba Salvador Rueda, que me recomendaba obras literarias. Finalmente, El Ateneo fundó su propia editorial.

—Cuénteme, doctor, ¿sigue manteniendo sus prevenciones contra el psicoanálisis?
—Dejemos eso porque usted es una fiel seguidora de don Sigmund Freud.

—El análisis es una gran ayuda, —me atrevo a opinar.
—No, no. El psicoanálisis es macaneo puro. Pregúnteselo a mi hija, que es profesora de la nueva ciencia cognitiva en Berkeley, Los Angeles, que es la mejor universidad del mundo en ciencias, mejor que Harvard y Cambridge. En todo caso, se piensa con el cerebro y Freud pensaba con el alma. Esa es una psicología completamente anticuada y, sobre todo, dogmática. Jamás se hizo un experimento psicoanalítico. Aquí, en 1901, el doctor Humberto Piñero –un hospital lleva hoy su nombre– fundó un laboratorio pero no hubo investigación original. En Argentina recién se hizo investigación original cuando apareció el gran Bernardo Houssay en los años 20. Fue el primer científico experimental en Argentina, el primero en publicar trabajos originales. Era un genio. Un hombre que unió la endocrinología con la inmunología y formó grandes investigadores como el doctor Eduardo Braun Menéndez. Recuerdo que con Braun viajamos a Roma en el mismo avión. Braun Menéndez no solamente era un gran sabio sino que fue el verdadero discípulo de Houssay, que no era de prodigar afectos, quien lo consideraba como un hijo.

Bunge evoca nuevamente sus recuerdos:
—En aquel tiempo no había prácticamente física experimental, sólo algunos trabajitos muy modestos, pero había, sí, neurociencia. Hay un caso muy extraño, muy notable, muy curioso. Es el de Braulio Moyano, que fue el único científico puntano, de San Luis, que trabajó solo, se hizo solo y formó a sus discípulos. Desgraciadamente tuvo muy poca repercusión. Hubo también un alemán, Christopher Jakob, que enseñaba en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires y también en La Plata. Hacía neurociencia del peludo.

—¿Del peludo?
—Sí, del animal. Fue fundador de una publicación, la única seria y de nivel internacional, sobre neurología en Argentina. Dejó un solo discípulo. La Facultad de Química era la más seria de todas. Allí hice mis primeros trabajos prácticos en química en 1937.

—Y usted, que vive en Canadá y enseña allí en una universidad, ¿cómo se ubicaría dentro del pensamiento argentino?
—Como alguien totalmente desconocido, marginado, boicoteado por mis colegas de Filosofía a diferencia de lo que ocurre en otras partes. Por ejemplo, en España, en el colegio secundario se enseñan los rudimentos de mi filosofía. También en México. En Argentina, por supuesto que no.

—¿Por qué piensa que ocurre esto?
—Porque he llamado charlatanes a los que aquí enseñan desde el primer año. Les envenenan el cerebro a los chicos obligándolos a estudiar Hegel, Nietzsche y los existencialistas. A partir de entonces no pueden pensar. Están inhabilitados para pensar. Además, se enseña por autores y no por temas. Nadie abarca temas y yo, desde el comienzo, abarqué temas.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, ¿qué es el azar?  ¿Qué es la causalidad? ¿Qué saben del espacio y el tiempo? Esto no se hace aquí.
Bunge está visiblemente enojado pero no queremos dejar de conocer su pensamiento.

—Por ejemplo, doctor, para usted, ¿qué es el tiempo?
—Ahhh… Los primeros en pensar seriamente en eso fueron Aristóteles, desde luego, y Epicuro. Para ellos el tiempo es la sucesión de los acontecimientos. En un mundo inmutable, como el que había imaginado Parménides, no hay tiempo. Esa unidad relacional del tiempo, a diferencia de la idea de Newton, ve el espacio como la trama de las cosas. Si no hubiera cosas, si a Dios se le ocurriera eliminar a todo el mundo, si quedara hueco, también desvanecería el espacio. En cambio, para Newton el espacio y el tiempo son inmutables y están ahí.

—Y Platón, ¿por ejemplo?
—La única doctrina correcta de Platón es que los objetos matemáticos son inmutables. En cambio, las cosas reales cambian constantemente. Pero usted me preguntaba hace un momento acerca de mi posición. Mis obras son leídas, pero no en Argentina sino en otras partes. Ocupo el lugar número 44 en el Science Hall of Science de la American Asociation of Masters of Science que tiene una lista de los 200 autores científicos más citados en el transcurso de los últimos doscientos años.

—Y usted ocupa el lugar 44. Impresionante.
—Soy bastante leído, ironiza Bunge. Pero, por supuesto, desconocido en las facultades de Filosofía de Argentina.

—Hace un momento nombró a Dios. ¿Usted es agnóstico?
—No. Soy ateo. Como Borges. Es una manera de decir. 

—Pero tengo entendido que admite la religiosidad en otras personas.
—No sólo la admito sino que la respeto y, como Voltaire, que era deísta, soy partidario de la libertad de creencias. Además, creo que es una pérdida de tiempo atacar a las religiones.

© Escrito por Magdalena Ruíz Guinazú el sábado 24/01/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




viernes, 31 de octubre de 2014

Se los digo yo que soy Radiotelegrafista... De Alguna Manera...

Al menos esta nota sí tiene un "título"…

CKF inaugurando "La Matanza Expone"

“Acá estoy después de nueve corridas”. Gracias a Dios, el discurso no fue en España y la Presi pudo mantener algo de dignidad ante los asistentes que presenciaron como Cristina mantenía una videoconferencia para inaugurar “La Matanza Expone”. Lo único que había para exponer era el concurso de natación forzosa de Laferrere y Virrey del Pino, pero no lo pasaron. Tampoco mostraron qué pasó con los dos mil millones de pesos para obras hídricas que prometió hace un año. A la vista del resultado, suponemos que se invirtieron en el Plan Verano Para Todos y llevaron piletas a los hogares de cada ganador de la década.

Más allá de eso, no deja de sorprenderme el enorme esfuerzo que pusieron para llevar a cabo la videoconferencia. No sólo llama la atención sino que resulta casi un esfuerzo supremo coordinar los astros para que, primero, dejara de llover y el intendente matancero no tenga que aparecer con esnorquel; y segundo, para que no hiciera demasiado calor y la conexión se pudiese llevar a cabo sin problemas, ni boicots antinacionalistas bajapalancas.

La noticia buena: los bonaerenses todavía no desarrollaron mutaciones aberrantes y sus cuellos permanecen libres de branquias. La mala: las escuelas que la Provincia pintó de naranja parecen boyas, pero no flotan.



Cristina estaba recién levantada, radiante y con toda la energía, como corresponde a una persona responsable que arranca el día cuando todavía es casi de noche –tipo 19,00 horas de la madrugada– así que pasó a explicar a los jóvenes metalúrgicos la importancia de ponerle “sosguar a los fierros” y que hay que aprovechar este momento “fundante” para llevarlo a cabo.

Luego de contar las habituales bondades de su Modelo de Redistribución de Inundaciones, destacó que su gobierno continuó la gestión energética de su difunto marido, a la cual definió como “revolucionaria”. Debo reconocer que estoy de acuerdo, no sólo porque es cierto que continuó con la joda energética, sino con el concepto revolucionario, etimológicamente hablando. Cualquier cambio generalizado que ponga patas para arriba una realidad es una revolución. Y sí, el kirchnerismo también hizo una revolución en materia energética, al convertir un país autoabastecido y exportador, en uno importador. Y todo se logró a menos de diez meses de iniciada la gestión de Néstor.

En una joda loca de palabras, Cristina se mostró en su mejor nivel. La misma mujer que hizo lobby para privatizar lo que luego expropiaría, pidió a los empresarios que pongan “reglas coherentes”. No solo se notó que faltó a la clase de Constitucional I cuando dieron Poderes del Estado, sino que se olvidó que es la jefa de un Gobierno que prometió no subir las retenciones, subió las retenciones, congeló el dólar, lo devaluó, lo prohibió y lo liberó parcialmente, reguló las importaciones, las trabó, las liberó a pedido, propuso una ley de medios para todos, sacó a las telefónicas por ser amigas, subsidió concesiones y las quitó sin mayores problemas.

También se quejó porque Estados Unidos “le da a la maquinita de imprimir” y que por culpa de eso tiene “una inflación del 3 y pico”. En la embajada yanki todavía se están cambiando los pañales del ataque de risa que les dio la afirmación de la Presidenta del tercer país con mayor inflación del mundo, en el que la impresión de billetes está a cargo de un vicepresidente con más causas que canas, y no tuvieron tiempo para remarcar que la inflación del último año fue del 1,5%. Sin embargo, podemos rescatar una buena: Cristina alguna vez pasó cerca de un apunte de Economía Política.

Como andaba quisquillosa porque este país está lleno de gente con problemas, también se enojó con los intendentes que ejercen presión impositiva. Se ve que en la facu de La Plata, el aula de Derecho Tributario no era fácil de encontrar. A continuación, remarcó que el salario mínimo de Argentina es el de mayor poder adquisitivo de Latinoamérica, demostrando que, no sólo le importa tres carajos que haya trabajadores por debajo de la línea de pobreza, sino que el aula de Derecho Laboral estaba al lado de la de Tributario y por eso no se enteró que siempre tuvimos el salario mínimo más alto de la región.

Luego de pasarse los últimos 84 meses amenazando con volver a 2001, pidió que se termine con el discurso apocalíptico, para luego avisar que si se paga a los fondos buitre, se cae la reestructuración de la deuda y volvemos a 2001. Finalmente, celebró la juntada porque a los empresarios no los llevaron “por el choripan” porque no eran militantes. Habría que ver cuál es el aspiracional de cada quien: lo que para unos se arregla con el almuerzo, para otros alcanza recién con una licitación o un crédito blando. De la polémica sobre su título no habló, aunque remarcó que es abogada.



No es que pretenda encarar para el lado de sus capacidades intelectuales, dado que los conceptos que acabo de mencionar se dan en la Facultad, pero si los ubicamos todos, es porque también los vimos en la secundaria, además de pertenecer al más sencillo sentido común. Por eso, a esta altura del partido, más que reclamar el título de abogada, habría que reclamarle un psicotécnico.

Porque una persona que se la da de culta no puede hacerse la ofendida porque “Estados Unidos creció en la década del 40 gracias a la guerra”, cuando fue el mismo motivo que nos llenó de guita a nosotros. No habremos tenido Plan Marshall, pero les enchufamos nuestros productos agropecuarios a cuanto país cagado de hambre encontramos tras la matanza de 50 millones de personas y la destrucción de cualquier medio productivo europeo.

En mi opinión personal, si tuviera que inventarme un título, habría elegido otro con más popularidad que el de abogado. Astronauta, stripper, campeón de karaoke, no sé. Sin embargo, el hecho de que se haya o no recibido, no me afecta desde el punto de vista de querer que me muestre el título, dado que en la Facultad de Derecho dejás un ladrillo y en cinco años le dejaron un diploma abajo. He conocido cientos de abogados que no pueden reconocer la diferencia entre un expediente y el cuaderno de comunicaciones de quinto grado. Son los que caen en una mesa de entradas, se acodan en la ventanilla, se acomodan el traje comprado en cuotas y te preguntan cuál es el criterio del juzgado para resolver una excarcelación, como si hubiera otro criterio que el del Código de Procedimiento. Ahí radica mi única duda: el analfabestialismo de la Presi no es excluyente para tener un título universitario.

Y si bien es cierto que para ser Presidente no hay que ser, precisamente, abogado –de hecho, más de la mitad de quienes nos gobernaron no lo fueron– la discusión pasa por otro lado. Chicos, si planteamos el debate entre que tiene o no tiene que tener título por el sólo hecho de si sabe o no sabe, le estamos pifiando. Es una cuestión de principios, de a qué te podés acostumbrar, de qué estás dispuesto a permitir.

El dilema con el título sí o título no, en el caso de la Presi hasta resulta diferente del de otros casos divinos de la última década. Cristina construyó su relato personal en base a la persecución política de la década de los setentas. Y según su historia, ella es una “exiliada interna”, porque se tuvo que ir a Río Gallegos para zafar de los militares, porque está claro que en Santa Cruz gobernaba Pérez Esquivel. Según sus propias palabras, Cristina se fue de La Plata por el peligro que resultaba vivir en una ciudad con tanta persecución política. Y fue ella misma quien dijo que dio las últimas tres materias en 1979. Pero resulta que en 1979, la Universidad de La Plata tenía al mismo rector, Guillermo Gallo, a quien acusan por la desaparición de 750 personas, entre docentes y alumnos. Ahí está uno de los mayores problemas del discurso cristinista: si fue a La Plata, ingresó a la facultad, presentó el DNI para dar las últimas materias y se recibió en 1979, tan militante no era.

Independientemente de todo esto, algo tiene que quedar en claro, alguna regla mínima tenemos que mantener sin violarla ni hacerle 32 pibes. Al menos una regla. Cada vez que se percibe una mentira, un engaño, un chamuyo, se dibuja un nuevo límite. En el mismo instante en que notamos que el otro cruzó la línea, aparece una nueva, instantáneamente, esperando a que nosotros decidamos si nos importa que el otro mienta y no la cruzamos, o si nos da exactamente lo mismo y también cruzamos la frontera.




“En esto también me mintió, pero no es para tanto”, es más de cornudos conscientes que de seres racionales y con un mínimo de amor propio. Y a los hechos me refiero: dijo que no esperáramos que “esta presidenta” devalúe, nos clavó la mayor devaluación desde la salida de la convertibilidad, dijo que el país no necesitaba un Plan B frente a la crisis internacional y terminó presentando el plan canje de calefones, dice que no hay cepo al dólar, dice que bajó la pobreza cuando es imposible caminar una cuadra sin tropezarse con un winner de El Modelo, dice que no hay problemas de empleo y que las empresas no están en crisis cuando las suspensiones son más comunes que un escándalo del Diego, dice que fue opositora al neoliberalismo cuando fue colgada de la lista y de las tetas de Menem en todas y cada una de las elecciones de 1989 a 1997.

Nos dijo que el mundo se “derrumba como una burbuja”, que estamos mejor que Australia y Canadá, que el Cabo Sosa de Valentín Alsina le avisó que ISIS la quería matar, que los bondis no iban a aumentar, que la inflación son los reyes magos, que nunca se construyeron tantas viviendas, que para 2010 tendríamos el tren Bala y que para 2009 el Almirante Irizar estaría en funciones.

Si nada importó, es lógico que tampoco importe que toda su fortuna se deba a que siempre fue y es una exitosa abogada. Pero al menos esa nos tendría que dar un poquito de escozor. Algo. Porque la única forma que encontró la Presi para justificar que es una multimillonaria empleada pública, es una profesión que nadie recuerda que haya ejercido.

No es la aptitud para el cargo, es la primera mentira para justificar el choreo. Si usurpó dos títulos o uno sólo –firma sus decretos como doctora, cuando eso sí está probado que no lo es– debería generar, aunque sea, alguna pregunta.

Al menos por curiosidad.

O por pudor.

© Escrito por Nicolás Lucca (Relato del Presente) Publicado el Viernes 31/10/2014 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.




Viernes. De la muerte, de los cuernos y de la mentira, no se salva nadie. Del kirchnerismo, tampoco.