El Papa de la era estatal…
Cuando el mundo estaba
atravesando la crisis económica de la Gran Depresión, en 1931, el papa Pío XI
hizo la primera mención expresa a la doctrina social de la Iglesia en la
encíclica Quadragesimo Anno. Dos años después, Estados Unidos inició su New
Deal, caracterizado por el crecimiento de la participación del Estado en la
economía. Poco después, la doctrina
social de la Iglesia nutre con sus conceptos ideológicamente al peronismo:
capitalismo social, un equilibrio entre la máxima justicia social y la máxima
libertad individual posibles con distribución de la renta sin violencia.
A Bergoglio le tocará el
próximo martes asumir como papa en un mundo que, tras el colapso primero del
comunismo y luego la crisis del neoliberalismo, se encamina hacia una segunda
ola de capitalismo social con crecimiento de la participación del Estado en la
economía y recetas que unen a Pío XI y Keynes, como lo refleja el gráfico que
acompaña esta columna. Justo para un papa peronista como sería Francisco.
Entre los años 2001 y
2011, el peso del Estado sobre el total de la economía pasó en la Argentina del
29% al 40%, esencialmente promovido por el kirchnerismo. Pero en el liberal
Estados Unidos pasó del 34% al 41%, llegando al 44% en 2009, cuando tuvieron
que salir a subsidiar al sistema financiero para que no quebraran los bancos. O
en Inglaterra, el país que inició la revolución neoliberal con Margaret
Thatcher, el peso del Estado pasó del 37% al 45%. Lo mismo sucedió hasta con
los austeros japoneses y los siempre estatistas franceses, cuya participación
del Estado en la economía, medida como total del gasto público sobre el
producto bruto nacional, alcanzó el récord del 56% del total.
Los motivos no son
necesariamente ideológicos sino de necesidad: cuando se produce una crisis
económica la inversión privada se retira, el gasto de los privados se contrae y
sólo queda el Estado, con su capacidad de financiar déficit con emisión y/o con
deuda para invertir. En el caso de la Argentina, la reestatización de una parte
de la economía se anticipó a la de los países desarrollados simplemente porque
nuestra crisis económica fue en 2002 y la de los países desarrollados en 2008,
pero la respuesta fue siempre la única posible.
Al revés, en países como
Brasil o China –que no sufrieron la implosión que padeció la Argentina de 2002
ni la crisis económica de los países desarrollados de 2008 sino sólo sus
consecuencias derivadas– no hubo un crecimiento del peso del Estado sobre el
total de la economía: en Brasil apenas aumentó 1% y en China directamente bajó.
“Es normal que el papel
del Estado cambie de acuerdo con las circunstancias”, dijo el Premio Nobel de
Economía de 2001, Michael Spence. En los 80, Ronald Reagan se hizo presidente
de los Estados Unidos sosteniendo que “el Estado no es la solución a nuestros
problemas, el Estado es el gran problema”. Incluso en los 90, Bill Clinton
llegó a la presidencia diciendo: “No vamos a enfrentar nuestros desafíos con un
Estado grande, la era del Estado grande se terminó”. Hoy Obama es reelecto
sosteniendo que “en la nación más rica del mundo nadie que trabaje jornada
completa deberá vivir por debajo de la línea de la pobreza”. Quizás por eso
Obama fue tan efusivo en darle la bienvenida al nuevo papa, con la esperanza de
que lo ayude a frenar a los ultracristianos del Tea Party y a convencer a
Merkel de que debe ser más heterodoxa en materia económica.
Mucho cambió desde que
Friedrich Hayek ganó el Premio Nobel de Economía en 1974; sostenía que los
precios de los productos se regulan automáticamente y transmiten informaciones
eficientes para la economía de manera mucho más poderosa que cualquier sistema
basado en la planificación centralizada.
Pero ante una crisis
económica como la de 2008 en los países desarrollados, quizás hasta Hayek
podría haber propuesto seguir –por un rato– las ideas de Keynes sobre una mayor
intervención del Estado en la economía.
En esta década se desarrolló
un debate ideológico sobre el tema. En 2010, los británicos Richard Wilkinson y
Kate Pickett publicaron el libro El espíritu de la igualdad: por qué razón las
sociedades más igualitarias funcionan casi siempre mejor. Al año siguiente, el
presidente del Instituto Regulador Financiero de Inglaterra desarmó los
argumentos de Wilkinson y Pickett en su libro La economía después de la crisis:
objetivos y medios. En coincidencia, el Premio Nobel de Economía de 2006,
Edmund Phelps, sostuvo que “no hay evidencia de que países con sectores
públicos voluminosos sean buenos en la generación de crecimiento. Si se excluye
a los países escandinavos, la magia del Estado grande desaparece”.
Quizás el punto medio lo
pone el progresista Premio Nobel de 1998, Amartya Sen, hijo de la religiosidad
de la India, quien en su libro Desarrollo como libertad escribió que si
existiera un mundo donde la economía planificada fuera tan eficaz como el
mercado, eso no haría a esa opción más deseable porque el hecho de que las personas
puedan elegir dónde trabajar, qué producir o qué consumir es un importante
factor de libertad para los seres humanos.
El nuevo papa podrá ser
un gran mediador en el dilema de siempre: cuál es el grado de libertad y de
igualdad que mejora la vida de los seres humanos.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 17 de Marzo de 2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.