Los espías de la libertad…
Permanece la natural tensión que debe existir entre el periodismo y el
poder. Ilustración: Horacio Cardo.
"Subversivos”, la palabra escrita en grandes letras,
podía leerse desde lejos en la portada de la revista Cabildo, un pasquín de la
ultraderecha que había apoyado a la dictadura militar. Con la mentalidad
burocrática de los ficheros policiales, los nombres de una centena de
periodistas llenaban las páginas de esa revista. En la lista figuraban casi
todos los periodistas conocidos, o cuyos artículos habían sido analizados bajo
la lupa de los espías del Estado a la caza de subversivos.
© Escrito por Norma Morandini, periodista, ex senadora nacional, el
miércoles 16/10/2019 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.
He
contado más de una vez la anécdota porque nada revela mejor esa concepción
autoritaria que equipara la prensa con un delito; dejó centenas de periodistas
desaparecidos y al imponer el terror congeló la libertad individual, la más
eficaz de las censuras. Importa volver a narrar ese episodio sucedido en el
final de la dictadura, ahora, que bajo el sistema de la legalidad democrática
se vuelve a penalizar la actividad de los periodistas. Una malversación, si no
intencionada, al menos ignorante de esas funciones en democracia, la de los
periodistas que cuando son valientes e independientes “espían”, en beneficio de
la ciudadanía, lo que los poderes buscan ocultar; en cambio, los agentes de
inteligencia cometen delito cuando se meten y hurgan en la vida privada de las
personas.
Han pasado más de 30 años, la democratización fue
liberando ese chaleco de fuerza del terror con leyes que protegen la actividad
periodística y garantizan el derecho de la sociedad a ser informada. Sin
embargo, hoy preocupa que persista la idea de delito nada menos que en la letra
de un juez y la bendición de los que por indagar en las lacras del pasado
ejercen una superioridad de comisarios morales.
Esa “pasión por la censura”, la expresión de otro Premio
Nobel, de literatura, el sudafricano John Maxwell Coetzee que por haber vivido en una
sociedad totalitaria, la de la supremacía blanca, escribió un ensayo “Contra la
censura” para comprender qué se expresa detrás de esa manía de “silenciar y
censurar”. Si en el fin de la dictadura, ironizar en una asamblea de
periodistas, como hice, para que los que no figuraban en la lista de la revista
pidieran ser incluidos, era toda una definición política ya que para las
tiranías la que es subversiva es la prensa.
Hoy debiéramos pedirle a la Comisión de la Memoria de La
Plata que preside el Premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel, reconstruya
históricamente la censura de la dictadura, las persecuciones, las mordazas y la
responsabilidad que tuvieron los agentes de inteligencia, los “temidos
servicios” que se hacían pasar por periodistas para mentir sobre las acciones
de la “guerra sucia”, enfrentamientos que en realidad eran fusilamientos, la
propaganda “somos derechos y humanos” para contrarrestar las denuncias, los
“desaparecidos están en el extranjero” y las mentiras de una humillante guerra
perdida, la de las Malvinas, esa sí “acción psicológica”, una expresión bélica,
incompatible con la legalidad democrática y el respeto a la capacidad de
discernimiento de las personas.
Al final, el único propósito de la reconstrucción del
pasado y de una auténtica Comisión de la Memoria es el “Nunca Más” para evitar
que regrese la dictadura de la unanimidad y la mentira que contaminó la prensa
con esos espías disfrazados de periodistas., o lobbista confundidos igualmente
con empresarios de prensa.
No deja de ser paradójico, y a riesgo de ser mal
comprendida por el sarcasmo, que en democracia los buenos periodistas son los
que mejor “espían” en lo que se quiere ocultar, la corrupción de los
funcionarios del Estado. En cambio, en democracia, los espías del Estado
cometen delito cuando violan el derecho a la privacidad de los ciudadanos, sean
sus cartas, sus teléfonos o sus alcobas.
Detrás de esa malversación, sólo puede haber una
intención: desvirtuar las investigaciones de la prensa en la Causa de los
Cuadernos y volver a imponer el miedo, la más eficaz de las censuras. Pero,
también, revela nuestro fracaso democrático ya que culturalmente sobreviven las
odiosas expresiones “operación de prensa” o “la carne podrida”, como se llama a
la información mentirosa e intencionada.
No hay nada más difícil que argumentar sobre lo obvio. La
prensa está protegida constitucionalmente para cumplir mejor su mediación entre
la información del estado y la ciudadanía, una protección que se extiende
también a las ideas que molestan porque son la condición del pluralismo
democrático. Sin la protección de la fuente es muy difícil actuar de manera
independiente y ganarse la credibilidad de la ciudadanía.
En Argentina, los periodistas debimos estrenar la
libertad con los miedos, los fantasmas del pasado y el autoritarismo adherido
como una ameba. Al igual que otras instituciones de la democracia, el
periodismo camina con esa marca de origen, entre una prensa cortesana, de los
despachos, a una prensa independiente, como expresión de la sociedad. Permanece
la natural tensión que debe existir entre el periodismo y el poder. Y los
argentinos ya hemos hecho un largo camino.
Muchas
denuncias periodísticas desbarataron redes de corrupción y complicidad de los
funcionarios del Estado, indicios sobre los que la Justicia no siempre
investigó ni condenó; muchas han sido, también, las tentaciones del poder para
domesticar a la prensa, ya sea con la distribución de la pauta oficial, “los
sobres” para los propagandistas de los gobiernos o la distorsión del
“periodismo militante”.
A la par, en la defensa de la libertad de expresión, los
periodistas debemos ser humildes y debatir honestamente sobre cómo se ejerce el
periodismo hoy, distorsionado por la espectacularidad, la dictadura del rating
y el lenguaje del odio, a los que debemos contraponer la única limitación
posible, la responsabilidad y la razonabilidad. Pero cuando las concepciones
autoritarias atentan contra ese pilar de la democracia, los periodistas no
podemos ser ni omisos, ni neutros porque lo que está en riesgo es precisamente
el sistema que nos da fundamento: la democracia.
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